jueves, 4 de octubre de 2012

Florentius


Con buen pie ha irrumpido en el panorama literario español la novela Florentius, del  escritor Fernando Lallana. Avalada por una meticulosa labor documental, la  opera prima de este intelectual, madrileño de nacimiento aunque afincado en Toledo desde hace años,  narra la particular odisea por la que atravesaría el holandés  Florentius Merkel como parte de la comitiva que a lo largo de  siete meses acompàñaría a  Felipe el Hermoso y Juana la loca desde Bruselas hasta Asturias, en donde habrían  de jurar como príncipes ante las  Cortes. 

La obra, profusa en imágenes sensoriales de todo tipo, sitúa al lector de manera vívida en las circunstancias que se describen. La prolija  enumeración  de los pormenores arquitectónicos, de los sonidos, de los aromas, así como la hábil construcción psicológica de los personajes, confieren a Florentius el poder de trasladar a  la época a quienes se asoman a sus páginas.

 Bellamente escrita, Florentius resulta encomiable en un doble registro: si por una parte la historia  fluye despertando interés y sorprendiendo a veces por la forma inesperada en que se resuelven los nudos, por otra es digna de admiración debido a  la esmerada labor de documentación en que está sustentada.

Fernando Lallana
El recorrido de la caravana a través de media Europa desvela la ruda cotidianidad de las travesías en la época, así como las prácticas comunes entre la realeza y el propio vulgo. Las vicisitudes del camino, las inclemencias del tiempo, los festejos propios de cada región y la forma de hacer frente a las diferentes circunstancias dan marco a la trama en la que el protagonista asume el reto de mantenerse fiel a sus convicciones a pesar de vislumbrar los peligros a los que se expone.

 A través de Florentius se despliega el abanico de las  inquietudes que bullían en la época: el cuestionamiento del enfoque religioso que había prevalecido durante la Edad Media; la simonía; la hipócrita observancia de preceptos  y  las oscuras componendas a que se recurría para hacerse con el poder político o económico… Lallana desnuda las motivaciones subyacentes en muchos de los eventos que marcaron la historia y describe un panorama que necesariamente habría de desembocar en la Reforma. Pero, al mismo tiempo, atempera esta sórdida atmósfera despertando otras emociones: la ternura, la amistad y  la capacidad de disfrutar de los pequeños eventos cotidianos, que  estarán presentes a lo largo de todo el trayecto, mientras se van deslizando de manera casi inadvertida los nombres de quienes signaron el periodo, recogidos en la escrupulosa lectura de las crónicas de la época.

Traición, enigmas. escarceos amorosos, y algún  episodio hilarante son los ingredientes que sazonan esta novela de lectura imprescindible que acusa la voluntad del autor de  ser fiel a la época y revela su interés en el pensamiento humanista.

lunes, 1 de octubre de 2012

Y con el mazo dando.


El Universal, Caracas, 2 de octubre de 2012


Ya en vísperas de la contienda electoral en Venezuela, vale la pena detenerse a apuntar ciertas reflexiones. Más allá de los méritos que pueda tener uno u otro candidato, más allá de sus posibles imperfecciones, cabría referirse al sistema y al papel que toca jugar a los ciudadanos a la hora de decidir cuál es el curso que han de tomar los acontecimientos.

Debería valorarse que la posibilidad de votar es un privilegio: todavía hay muchas personas en el mundo que no disfrutan de esa opción.

Pueden cuestionarse a la democracia ciertas debilidades, empezando por la dudosa representatividad, tanto numérica como ideológica, de quienes pretenden erigirse en portavoces de un colectivo. Pero es innegable que entraña una manera de expresarse, de manifestar nuestro acuerdo o nuestra disconformidad con el estado de cosas, y que ofrece la posibilidad de imprimir un viraje a la marcha de los acontecimientos.
No es lícito lamentarse si, en paralelo, no se utilizan los mecanismos disponibles para transformar la realidad. No es posible permanecer en la contemplación pasiva de los hechos, como si nos fueran ajenos, cuando disponemos de herramientas para determinar el cauce por el que va a fluir nuestro futuro.

Asumir el rol de espectador supone ser cómplice de quienes inclinan la balanza en un sentido que no nos parece correcto, y es tanto como negar nuestro apoyo a quienes podrían defender las posiciones con las que concordamos.

Será que yo nací en el año 62, y me eduqué en la IV República, esa misma que engendró esta república nueva, tan corrupta y tan renqueante como la anterior. Pero tal vez entonces todavía estaba fresca la sangre de los héroes, y cercano el recuerdo de los horrores cometidos en la Seguridad Nacional, unos horrores tal vez no tan lejanos a ciertas prácticas que se rumorea son comunes en nuestro sistema penitenciario. Entonces, todavía recordábamos el precio que hubo que pagar por esta desmedrada y vilipendiada democracia. No tendría sentido el sacrificio de aquellos que se inmolaron para que pudiéramos expresarnos, si no somos capaces de esgrimir en el acto del sufragio el arma que nos legaron.

Muchas cosas podrían decirse acerca de las posibilidades pedagógicas que encierran estas elecciones. Podrían discutirse los modelos de Estado, las estructuras ideológicas que subyacen detrás de las propuestas de cada candidato, la elaboración de planes y programas, las formas de participación ciudadana. Pero seguro que nada será tan útil y eficaz como el ejemplo de un posicionamiento responsable, de un compromiso que se hace efectivo a través del voto.

Decía Voltaire: “Yo no estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero con gusto entregaría mi vida para que usted pudiera decirlo”. Ese es el mensaje: no importa lo que usted quiera decir, pero dígalo. Dígalo en las urnas este 7 de octubre.  Cuando usted se manifiesta a favor de uno u otro candidato, está expresando su opinión acerca de la realidad que le circunda, y está influyendo en la manera en que a partir de las elecciones van a conducirse las cosas.

Usted tiene la posibilidad de imprimir un golpe de timón al presente. Su calidad de vida se verá significativamente condicionada por los resultados de estos comicios, así que no se abstenga: participe, manifiéstese, involúcrese. Hay una dosis de poder en sus manos: úsela. Porque hay que poner los medios; hay que propiciar que ocurran las cosas que queremos que ocurran, sin obviar la cuota de responsabilidad de la que estamos investidos en conciencia: a Dios rogando, y con el mazo dando.

martes, 25 de septiembre de 2012

Toda una vida



El Universal, 25 de septiembre de 2012



Decía Winston Churchill que el éxito es aprender a ir de fracaso en fracaso sin desesperarse.
Las razones por las que una persona toma la decisión de no seguir adelante con su vida conyugal pueden ser muy diversas, y en ocasiones dar este paso comporta un importante nivel de sufrimiento.

Cuando cesa la convivencia, la situación puede enfocarse desde dos perspectivas: la civil, dentro de la cual pueden sobrevenir la separación o el divorcio, y la religiosa. En cualquier caso, se trata de establecer las pautas que han de regir la relación entre cónyuges que no cohabitan.

Rosa Corazón, matrimonialista y abogada ante el Tribunal de la Rota , estima una “incongruencia jurídica” el hecho de que un juez pueda “decretar” la disolución del vínculo matrimonial, puesto que el matrimonio no tiene lugar porque el juez lo declare tal, sino porque los cónyuges libre y voluntariamente se comprometen el uno con el otro. Lo que da lugar al matrimonio es el consentimiento, la aceptación voluntaria por parte de los novios del rol que cada uno pasará a desempeñar en la vida de pareja. De este modo, tanto el juez como el sacerdote son apenas testigos del compromiso que los cónyuges asumen el uno para con el otro.
En el ámbito religioso, el vínculo matrimonial es indisoluble. Así pues, el término nulidad alude a la situación en la que se identifica alguna razón por la cual el matrimonio no fue tal en sus orígenes: no se trata de disolver el vínculo matrimonial, sino de reconocer que nunca hubo matrimonio, aunque éste se celebrase. Se trataba sólo de un matrimonio en apariencia.

¿Qué ocurre, pues, con el “hasta que la muerte los separe”? La tasa de divorcios parece indicar que las relaciones tienen fecha de caducidad. Un estudio llevado a cabo en Reino Unido, cuyos resultados ha publicado el diario Daily Mail, estima el fatídico plazo en 10 años y 11 meses, al cabo de los cuales el aburrimiento y la rutina comienzan a hacer mella en la relación.

Por otra parte, la naturaleza de nuestra especie requiere que los humanos permanezcamos en pareja al menos el tiempo necesario para criar un hijo. La antropóloga Helen Fischer realizó estudios en diferentes grupos culturales y descubrió que tanto la tendencia a tener hijos como la tendencia a separarse rondan los cuatro años, por lo que calculó que ése era el tiempo necesario para que la pareja se reprodujera y el vástago llegara a valerse con un solo progenitor.

También es posible interpretar la sensación de enamoramiento como producto de los altos niveles de dopamina, testosterona y norepinefrina que se producen al principio de una relación. Nuestro organismo no puede soportar durante mucho tiempo esta sobrecarga química, por lo que ésta desciende y, con ella, decae también la euforia del amor en sus primeros tiempos. En este ámbito se estima que la pasión podría durar de uno a tres años.
Sin embargo, la realidad contradice, al menos en parte, todos estos presupuestos: innumerables parejas mantienen relaciones que perduran a través de los años.
Cierta investigación, efectuada por la Universidad Stony Brook de New York, sometió a una resonancia magnética del cerebro a 17 personas cuya relación amorosa sobrepasaba los 21 años. Los resultados demostraron que en ellos se activaban las mismas áreas del cerebro al pensar en sus parejas que en personas que se encontraban en la fase inicial del enamoramiento. ¿Cómo puede explicarse este fenómeno? Y es que no todo se reduce a procesos neuroquímicos: hay otros elementos que resultan determinantes para que una relación se prolongue.

Posiblemente la clave de estas parejas que perduran se encuentra, precisamente, en el deseo de permanecer fieles a la empresa de mantener a flote la relación a pesar de todos los embates, y seguramente la perseverancia y el compromiso son valores que deberíamos cultivar como parte de cualquier estrategia de logro.

¿Síndrome post-vacacional?


El Universal, 18 de septiembre de 2012


Los preparativos que anuncian la vuelta a clases suelen generar gran ilusión. Estrenar uniforme, preparar los útiles escolares o pensar en el reencuentro con los amigos, puede despertar entusiasmo pero, de la mano con esta agradable expectativa, puede presentarse también cierto grado de ansiedad.

Aunque tal vez desde hace tiempo ha venido padeciéndose, sólo en fecha reciente se ha identificado el síndrome post-vacacional, malestar físico y psíquico que acusan algunas personas de cara a la reincorporación a su actividad laboral. El regreso a la rutina puede suponer cierto tedio, mayor responsabilidad, horarios más rígidos y, en suma, una mayor tensión nerviosa.

En algunos casos, el síndrome post-vacacional responde a una percepción del trabajo como algo desagradable, y desaparece normalmente a los pocos días de reemprender la actividad. Sólo a veces los síntomas persisten por un tiempo prolongado, situación que puede ameritar atención especializada.
En principio, se trata apenas de una fase de adaptación. Se ignora si es el ritmo de vida actual el que ocasiona que se encare con tanta ansiedad la rutina laboral, o si siempre ha existido este tipo de malestar sin que se hubiera tipificado como un síndrome propiamente dicho.

Entre los síntomas más frecuentes pueden presentarse cansancio, fatiga, molestias estomacales, pérdida del apetito y dificultad para conciliar el sueño, acompañados a nivel psíquico de una sensación de tristeza, desinterés y a menudo deseos de cambiar de trabajo. Humbelina Robles Ortega, investigadora de la Universidad de Granada, considera que las manifestaciones físicas no son más que una somatización del malestar psíquico.

Tampoco los niños escapan a la presión que supone volver a clases. Durante las vacaciones han pasado más tiempo con los padres, haciendo cosas que les gustan y sin muchas responsabilidades. Retomar la actividad escolar supone un cambio de ritmo, y la adaptación requiere tiempo y paciencia.

Aunque se trata de una situación que ya han experimentado antes, cada curso supone un mayor nivel de dificultad, por lo cual se percibe como un reto. Al mismo tiempo, la personalidad del niño también varía de un año a otro: un mayor grado de responsabilidad y compromiso incide también en el nivel de ansiedad al cuestionarse la dificultad de la tarea por realizar y la propia capacidad para alcanzar las metas.
Apatía, decaimiento, falta de concentración, ansiedad e irritabilidad figuran entre las manifestaciones más comunes que revelan el malestar respecto al cambio de rutina.

Un factor muy importante es la percepción que el niño tenga de la escuela, así que fomentar una actitud positiva hacia ella es de gran utilidad. Conviene conversar acerca de lo que se hace allí y cuál es su objetivo, enfatizando en aspectos agradables y positivos.

Otro asunto de importancia es la progresiva adaptación al horario escolar. Es deseable que se vaya modificando gradualmente la hora de ir a dormir y la de despertarse en los días previos al inicio de clases, para evitar la sensación de cansancio que acompaña el cambio abrupto en las horas de sueño. También el repasar algunos temas en casa evitará la sensación de “sentirse perdidos” en el aula, sin recordar de lo que se está hablando.

Tanto en adultos como en niños la clave parece ser el asumir el cambio de manera gradual, para lo que se aconseja volver unos días antes a casa si se ha estado de viaje, eliminar gradualmente hábitos adquiridos durante las vacaciones, como acostarse tarde o dormir la siesta, y planificar actividades gratificantes que se intercalen en la rutina laboral, para evitar la sensación de que los momentos agradables desaparecen con la reincorporación al trabajo.

Hay que estar consciente del esfuerzo que supone para el niño la vuelta a la rutina para ayudarle a atravesar por esta fase de adaptación con paciencia, lo que favorecerá su actitud hacia la escuela y repercutirá, sin duda, en su actuación y rendimiento.


Y estos: ¿qué pintan?


El Universal, 11 de septiembre de 2012



Decía Octavio Paz, en El laberinto de la soledad, que la indiferencia del mexicano ante la muerte se nutría de su indiferencia ante la vida. La frase no puede venir más al caso para describir nuestro comportamiento ante las vicisitudes que confrontan las comunidades indígenas de nuestro territorio. A las 150 mil personas que se calcula han fallecido en hechos violentos en el país durante los últimos trece años, han venido a sumarse los casi 80 venezolanos masacrados en la comunidad yanomami de Irotatheri, en el Municipio Alto Orinoco, durante julio del 2012. El genocidio se ha lamentado con la misma aséptica distancia con que usualmente se encara lo relativo a las condiciones de vida de ésta y otras etnias.

La población indígena se estimaba, para el año 2001, en 532.743 personas, lo que constituía un 2,3% de la población total del país. Más de medio millón de venezolanos que confrontan una problemática que pasa inadvertida para muchos compatriotas porque no les afecta directamente.

Nuestra Constitución reconoce el carácter multiétnico, pluricultural y multilingüe de la población venezolana, y consagra el derecho de cada pueblo indígena a mantener y desarrollar su identidad, cosmovisión y valores. Igualmente, afirma el derecho de los pueblos indígenas a mantener y promover sus prácticas económicas, de acuerdo con sus intereses y necesidades. También garantiza su participación política mediante la representación en la Asamblea Nacional y en los cuerpos deliberantes de las entidades federales con población indígena.

Existe, pues, un marco de referencia que sienta las bases para su respetuosa incorporación a los procesos de desarrollo nacional. Pero cabe preguntarse si esas garantías, consagradas en el papel, se traducen en realidades efectivas. Porque aunque nuestra Constitución reconozca los derechos de los indígenas sobre las tierras que ancestral y tradicionalmente ocupan, tierras “inalienables, imprescriptibles, inembargables e intransferibles”, se ha permitido que recrudezca la violencia que pretende desplazar a estas comunidades de sus territorios.

El pronunciamiento de las organizaciones indígenas del Estado Amazonas respecto a la masacre de Irotatheri, señala cómo desde el año 2009 se ha venido informando a varios órganos del estado venezolano sobre las agresiones de que han sido objeto las comunidades de Momoi y Hakomawe en la zona del Alto Ocamo, agresiones que contemplan no sólo lesiones a nivel físico, sino también estrategias que suponen un grave deterioro ambiental, como el envenenamiento de las aguas por mercurio.

Los hechos demuestran que la respuesta oficial no ha sido efectiva. Resulta impostergable, a pesar de las dificultades que opone la naturaleza de la zona, diseñar un plan de control y vigilancia que garantice la integridad física de los habitantes del lugar. Que no nos sea indiferente su muerte.

 En cuanto a su vida, se ha procurado superar los escolos que enfrentan estos grupos mediante asesoramiento especializado y acciones educativas como el Proyecto Delta de la UCVl. Sin emabrgo,  el insuficiente manejo del castellano y las precarias condiciones económicas, que dificultan tanto la manutención de los estudiantes como la adquisición de libros y materiales de estudio, entorpecen la formación de recursos humanos provenientes de cada etnia  y destinados a aplicar sus conocimientos en el seno de éstas.

Los conceptos de otredad cultural, alteridad cultural o diversidad cultural, que forman parte de la a veces dudosa herencia que nos ha legado las postmodernidad, deberían ayudar a combatir estructuras que mantienen la desigualdad,  la racialización y la inferiorización de ciertos sectores de nuestra sociedad, y nos deberían  llevar a aceptar una situación de paridad respecto a otros grupos diferentes del nuestro. Entonces tal vez no nos resultarían tan ajenas ni su vida ni su muerte.

martes, 4 de septiembre de 2012

Audino Díaz: de uno a otro gallinero. Linda D'Ambrosio escribe acerca del artista plástico venezolano



El Universal, lunes 3 de septiembre de 2012




Es de noche en Waraira Repano. Los sentidos, agudizados, sobredimensionan cada sonido, cada silueta que se perfila, apenas perceptible en las entrañas del Avila. Audino Díaz, en la experiencia repetida de pernoctar en la montaña, advierte una creciente necesidad de contacto con la naturaleza: su sensibilidad se exacerba en ausencia de los estímulos urbanos y se incrementa su familiaridad con los elementos orgánicos. A partir de entonces sus más prolíficos períodos serán los de aislamiento en zonas agrestes en donde encontrará la materia prima y el entorno apropiado para alumbrar una producción íntimamente relacionada con la tierra.

Surgen las primeras instalaciones: estructuras edificadas durante las horas de juego a partir de piedras, ramas secas y otros elementos vegetales. No tenía conciencia entonces de que eran instalaciones, ni sabía que existían instituciones llamadas museos destinadas a albergarlas, según señala el propio artista.


Es de nuevo inmerso en la naturaleza que comienza a ocuparse en sus primeras obras. El primer taller, el gallinero de una finca que poseía su padre en Carayaca. Desde entonces, los conceptos de "taller "y "gallinero" quedarán definitivamente asimilados. El gallinero será, de una vez y para siempre, sinónimo del lugar en el que se trabaja, sin importar en donde quede. Porque si algo caracteriza la trayectoria de este creador es su continua itinerancia. De allí la idea del "Gallinero Portátil" que, tras salir de Venezuela, se ha instalado sucesivamente en Nueva York, Colombia, Perú , España y últimamente en Berlin, tras aceptar una invitación de la Fundación Starke.

Su formación comienza en la Universidad de Los Andes, en donde aprende las técnicas que habrían de servirle más tarde para realizar su obra. La perdurabilidad de cada una de sus piezas viene garantizada por el conocimiento de los materiales y por el adecuado tratamiento de los mismos. Asegurar la conservación, en este caso, es de especial importancia, ya que los elementos orgánicos son particularmente vulnerables a la humedad y otros factores que desencadenan su descomposición.

Audino Díaz acepta la existencia de un elemento onírico en su obra. Trabaja disciplinadamente en jornadas que pueden extenderse desde primera hora de la mañana hasta bien entrada la noche. Después, la tarea continúa en sueños. A veces, se trata de una imagen, un concepto que materializará durante la vigilia; otras veces se trata de elaboraciones, de contenidos del entorno que su mente procesa para volcar después en la obra de manera involuntaria, y que sólo más tarde resultarán evidentes.


No existe una idea preconcebida acerca de la pieza: las características del material van sugiriendo el tratamiento que debe recibir para que se vea exaltada la belleza de los atributos pre-existentes: una veta en la madera, una mancha de óxido.... No hay un bosquejo, un proyecto previo. Aun en los casos en que la obra remite a un elemento del entorno, no ha habido el propósito deliberado de alcanzar ese resultado. No se trata de intervenir la materia intencionalmente para que se parezca a tal o cual cosa, sino de reconocer en el producto, a posteriori, algún componente de la realidad circundante. Ejemplo de ello son sus Caimaneras, constituidas a partir de pequeñas tallas cilíndricas en las que el artista creyó ver esos reptiles, o ciertas piezas de la serie Naturaleza Intima, clara estilización de los nidos de los arrendajos, frecuentes en la finca barinesa en que fueron elaboradas.

Aunque Audino Díaz ha venido trabajando de manera ininterrumpida, hay épocas de producción más intensas que otras, asociadas, por una parte, a períodos de aislamiento y, por otra, a la exploración de las posibilidades plásticas de algún material en concreto, con que el artista ensaya hasta prácticamente agotar las opciones viables. Es el caso de obras como las surgidas de su permanencia en el llamado Trapecio Amazónico, punto de convergencia entre Colombia, Perú y Brasil, en donde se internó durante varias semanas. Su propósito, en principio, no era más que realizar una visita a la zona, pero los indígenas del lugar le descubrieron una variedad de maderas compactas, muy duras, con las que el artista quiso experimentar enseguida. Con apenas una gubia y los pocos instrumentos rudimentarios que estaban a su alcance, acometió de inmediato la creación de un grupo de obras inspiradas tanto por las características de la propia madera como por las narraciones cosmogónicas de la región.

Del mismo modo, el hallazgo casual de unas lajas de pizarra en venta da origen a la serie Vestigios del futuro, en las que experimenta empleando las texturas y la coloración de la piedra como recursos plásticos. Pueden percibirse, sin embargo, ciertas constantes a lo largo de su trayectoria: la simplicidad, la creciente economía de medios como forma de depurar el lenguaje plástico; la visión cenital del espacio; la exploración de la relación hombre-naturaleza y la progresiva eliminación de elementos industriales, al tiempo que como pintor experimenta sobre una amplia variedad de soportes que incluye pieles de animales, piedra y madera. A veces también forma parte de la obra la sombra que proyectan en la pared las piezas “de colgar”.


Vestigios del Dorado comprende un conjunto de obras en las que el artista alude, por una parte, al mito americano que alimentara las ambiciones mercantilistas de los conquistadores y, por otro, mediante el empleo de la hojilla de oro, a las técnicas artísticas empleadas durante la Colonia. La economía de medios se expresa, en este caso, en la sobriedad de los colores y en los planos geométricos. La yuxtaposición del metal y la materia orgánica quizá remita a la progresiva invasión de la naturaleza por el hombre en su afán de crear una riqueza que, a la larga, le ha de conducir paradójicamente hacia una primitiva forma de vida. Costuras y otros elementos cartográficos, como trazos punteados, refieren a la idea de límites o fronteras, mientras se procura obtener diferentes texturas mediante el esgrafiado con una espátula dentada. Con frecuencia, las obras bidimensionales hacen pensar en visiones aéreas de diferentes territorios.


 En Paisaje mental 0.3 se alternan trazos orgánicos y geométricos, que sugieren diferentes relieves y despiertan en el espectador claras reminiscencias topográficas. Es el caso también de los Vestigios del futuro, en los que el relieve viene dado por la textura de la piedra, y donde un trazo o una mancha de óxido señalan la existencia de un eventual accidente geográfico. Dentro de esta serie, que hace pensar en los paisajes lunares, destacan por su belleza las imágenes en altorrelieve, a veces talladas en superficies relativamente pequeñas, lo que le confiere mayor valor al trabajo debido a la dificultad de intervenir en áreas reducidas. Se explora la capacidad expresiva de la pizarra, empleando piezas de 33 x 33 cm, dispuestas ya en instalaciones, ya en mosaicos en los que se adosan unas a otras a modo de teselas. En Barinas el artista opera como médium para que la tierra se exprese a través de él. "Esta obra debía salir de su madre: de la naturaleza, no de mí", llegó a apuntar Díaz en una entrevista. Durante mes y medio se internó en el campo, trabajando a la intemperie. Elaboró cada pieza de su Naturaleza Intima a partir de troncos caídos, respetando su forma original e interviniéndolos con elementos también naturales. En algunos casos, la superficie de la madera se ve cuidadosamente recubierta por trozos de piel adherida, e infinidad de fibras vegetales se insertan en la pieza creando la impresión de que nacieran de ella, como brotes de hierba que emergen del suelo.

Aflora, en toda la obra de Audino Díaz, una advertencia, una denuncia latente respecto al impacto humano en la naturaleza: en el expolio que efectúa el hombre sobre su entorno, en el deterioro que ocasiona, limita también sus posibilidades de supervivencia a largo plazo. El modo de producción fosilista, aquel que se basa en el petróleo, verá su ocaso cuando se agote el crudo. Todos los productos industriales sintéticos o producidos a partir de procesos que involucran hidrocarburos dejarán de existir. Entonces, llegará el momento de volver la mirada a la naturaleza, a un modo de vivir primitivo, no como una opción, sino como la única salida posible. El riesgo es encontrar un hábitat desgastado, agredido, empobrecido por la acción de un hombre que corrompe su medio en lugar de interactuar armónicamente con él.

La expresión más depurada de este mensaje cristaliza en la exposición Postfosilismo, inaugurada en Madrid en diciembre del 2011. La muestra, constituida por trece dibujos de mediano y gran formato, desvela la ironía que subyace en el hecho de que una sociedad industrializada, que ve en el avance tecnológico la vía para alcanzar un modo de vida artificialmente cómodo, involucione por el contrario hacia lo básico, hacia un porvenir arcaico en el que hombre se cobijará en chozas y empleará fogatas para cocinar los alimentos. Las altas chimeneas humeantes y los reactores nucleares pasarán a ser inútiles evidencias de un estilo de vida agotado.

Ejecutada limpiamente, con meticulosidad, la obra de Audino Díaz fluye, dando origen a un poético corpus caracterizado por la sobriedad y el respeto hacia la naturaleza de los materiales, y cuyo contenido quizá pueda sintetizarse, de la manera más precisa, en el término vestigio, que signa y acompaña toda su producción: remanentes de un momento previo, que en este contexto, lejos de aludir a un estadio superado del que nos aleja el transcurso de un tiempo lineal, son el punto de origen al que, en un trayecto cíclico, nos devuelve nuestra propia naturaleza, de la que inútilmente pretendemos escapar.

miércoles, 29 de agosto de 2012

Tita y el Manual de Carreño


El Universal, 28 de agosto de 2012



Los infortunios de Tita, protagonista de la novela Como agua para chocolate, de Laura Esquivel, hunden sus raíces en las estrictas costumbres sociales que la llevarían a renunciar al amor para cumplir con el sagrado deber de cuidar a su madre de por vida.

Sorprende encontrar, a lo largo del libro, diversas imprecaciones contra del Manual de Carreño: “¡Maldita decencia! ¡Maldito manual de Carreño!“. Y en otro sitio: “Con impaciencia esperó a que todos comieran su pastel para poder retirarse. El manual de Carreño le impedía hacerlo antes”….

El hecho de que en la novela, ambientada en el México de la Revolución, se mencione a Carreño como referente de lo que es apropiado, revela el impacto que la obra de este venezolano tuvo más allá de las fronteras.

Manuel Antonio Carreño nació en Caracas en 1812, y fue el padre de la conocida pianista Teresa Carreño. Se desempeñó como diplomático, Ministro de Hacienda y Ministro de Relaciones Exteriores. Destacó también por su labor pedagógica, sobre todo en el ámbito de la música. Como curiosidad, cabe destacar que era sobrino de don Simón Rodríguez, el ilustre filósofo y educador, que en realidad se llamaba Simón Narciso Carreño Rodríguez.

El Manual fue publicado, por entregas, en 1853, y el Congreso Nacional recomendaría su lectura en 1955. Su divulgación le ha valido a Carreño ser considerado como el precursor de la etiqueta en América Latina.

La vigencia del Manual de urbanidad y buenas maneras es indiscutible. Si bien algunas de las prácticas que recomienda pudieran resultar anacrónicas, la tolerancia y la cortesía siguen siendo estrictamente necesarias de cara a la convivencia.

Normas que pudieran parecer gratuitas responden a veces a la conveniencia de exteriorizar algunos estados de ánimo. La costumbre de no cruzar las piernas en la iglesia, por ejemplo, pretende denotar la actitud formal y atenta del feligrés, por contraste con una postura cómoda y relajada. Se trata de un asunto netamente convencional. En otros casos, la observancia de dichas pautas podría comunicar que se ha recibido una buena educación y que se está al tanto de lo que dicta la etiqueta para cada circunstancia.


Es difícil encontrar un punto de equilibrio entre la espontaneidad y el protocolo. Se valora la autenticidad, la posibilidad de actuar en coherencia con los propios sentimientos y deseos, básicamente porque ha costado mucho que estos pudieran abrirse camino entre prejuicios y convenciones sociales. Pero a veces se produce un conflicto entre lo que se quiere hacer y los efectos que esas acciones pudieran tener sobre otras personas.

Se trata, simplemente, de no incomodar a los demás. Comportamientos que perturban en algún sentido la tranquilidad de otros constituyen una falta de respeto flagrante hacia sus derechos, del mismo modo que dar rienda suelta a la ira u otras emociones es un síntoma inequívoco de poco autocontrol. Nadie tiene por qué sufrir los desmanes de quienes no saben contenerse: las personas que no pueden convivir con otros se llaman “sociópatas”, y con frecuencia están recluidas en cárceles o sanatorios.

Precisamente en estos días se discutía en el seno de cierta multinacional el concepto de empleado estrella, señalándose cuán poco se adelantaba al contratar a una persona muy productiva en el desempeño ciertas tareas si, por otra parte, no era capaz de mantener unas saludables y respetuosas relaciones con sus compañeros de trabajo, creando unas tensiones que repercutirían desfavorablemente en el llamado clima laboral.

La educación para la convivencia resulta una tarea prioritaria dentro y fuera del aula, que, en opinión de Cruz Pérez Pérez, debería acometerse a través del proyecto educativo, el clima de participación democrática en el centro de estudios, las asambleas de aula y el aprendizaje de normas. Resulta impostergable estimular estos aprendizajes, de naturaleza actitudinal, en favor de una interrelación más gratificante para todos. Todo ello sin permitir que nos suceda lo que a Tita.

jueves, 23 de agosto de 2012

Nidia tabárez de la A a la Z


El Universal, 21 de agosto de 2012


Nidia Tabárez


En el proceso de aprendizaje, algunas veces, el docente pone sobre la pista al estudiante para que transite por un camino que ya él ha recorrido previamente. En otras ocasiones, el camino se recorre junto con el alumno, en una relación en la que se comunican los hallazgos, se intercambian las interpretaciones, se rediseña la ruta.


Posiblemente a este segundo caso pertenezca Nidia Tabárez que, tras involucrarse en numerosas experiencias educativas con audiencias de las más variadas edades, intereses y condiciones, continúa investigando métodos y contenidos.


A su formación docente ha sumado otros méritos: la licenciatura en Artes, varias maestrías y dos doctorados, uno de ellos en Educación y otro en Artes Plásticas, las dos áreas que ha procurado correlacionar siempre y que la han llevado a incursionar en la actuación, el canto y el performance, tras egresar de la Escuela de Artes Plásticas Cristóbal Rojas, al tiempo que ha desarrollado una actividad académica que le conduciría a asumir la dirección del Departamento de Arte del Instituto Pedagógico de Caracas.


La honestidad de su tarea docente viene dada por la estrecha vinculación entre la teoría y la práctica, dentro de un proceso de reflexión que alimenta su producción artística, a su vez utilizada para comunicar sus inquietudes y su manera de percibir la realidad.


Dentro del corpus de su obra, la serie A, B, C… merece especial atención, por ilustrar un asunto que debería ser crucial en la tarea educativa: la proximidad entre los contenidos del aprendizaje, la realidad circundante y los fines de la Educación, que, en última instancia, no deberían ser otros que procurar la feliz interacción del individuo con su medio.


Nidia halló entre las cosas de su madre, que también había sido maestra, varias cartillas, varios cuadernillos de esos que solían emplearse para enseñar el abecedario a los niños y en los que, con vivísimos colores, se iba asociando cada letra a la imagen de un objeto, de modo que la “A” era para la abeja, la “B” era para el buey, el barco y el búho, y así sucesivamente.


El hallazgo de las cartillas encendió una reflexión: ¿cuáles serían las imágenes que una ciudad como Caracas proveería para cada letra? Nidia se percató de que muchas de las lecciones repetidas cotidianamente como mi mamá me ama o mi papá fuma pipa no eran más que frases vacías. Comenzó a indagar cuáles eran las palabras que las personas de su entorno asociaban a cada letra en su cotidianidad. De esa investigación surgieron, por ejemplo, marcha, mendigo, miedo, moto y muerto para la M; calle y caos para la C; reja y risa para la R; Bolívar para la B y delito y no han depositado para la D. Nidia plasmó cada letra en un cuadro, atemperando la ocasional acritud de los contenidos con un colorido predominantemente pastel.

No se trata de enseñar a leer a los niños con una cartilla construida a partir de las palabras seleccionadas (después de todo, la selección había sido efectuada por personas adultas) : el A,B,C de Nidia Tabárez constituye una forma muy personal de expresar la preocupación por el eventual distanciamiento entre la educación y la vida.


El principio de aprender a conocer, emanado del Informe Delors, requiere, en primer lugar, estimular a contemplar el entorno y a desarrollar una mirada crítica. Por otra parte, el aprendizaje más útil es aquel que tiene sentido, aquel que se articula con los conocimientos previos, con las experiencias cotidianas, con situaciones reales… Es lo que Ausubel denominaría aprendizaje significativo, conocimientos susceptibles de ser aplicados en nuevas situaciones y en otros contextos diferentes, en un proceso que se conoce como transferencia.

La idea de sociedad educativa, propugnada por la UNESCO, supone que cualquier situación del entorno puede generar aprendizajes. El reto es, en suma, propiciar a partir de la realidad local un conocimiento que sea útil en un mundo globalizado.

lunes, 20 de agosto de 2012

Aguar la fiesta


El Universal, 14 de agosto de 2012

Jacinto Convit
Que los venezolanos tengan éxito en el extranjero no debería ser una novedad: hay eminentes compatriotas destacándose en casi cualquier campo y con proyección internacional. Sin ir más lejos, allí están el doctor Convit, el Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles, peloteros, empresarios, artistas…… Tenemos razones para sentirnos satisfechos. Tenemos razones para estar orgullosos de nuestro país sin necesidad de que nos recuerden sus méritos con medallas.

Sin embargo, Limardo es la esperanza. Es la prueba fehaciente de que vale la pena esforzarse porque sí pueden cosecharse frutos. Pero en lugar de dormirnos en los laureles deberíamos analizar los cimientos sobre los que se ha edificado ese éxito y procurar extrapolarlos a otras situaciones menos felices.

Precisamente el amor a nuestro país es el que debería movernos a estar alertas y a identificar objetivamente los problemas que lo aquejan. Hay que celebrar los éxitos: deben animarnos al constatar que sí es posible alcanzar metas, pero no es conveniente cerrar los ojos a otras realidades que demandan a gritos ser resueltas, y que parecen acusar que ni nuestras instituciones ni nuestros métodos son los más adecuados para atender la situación de muchos de nuestros connacionales.


Rubén Limardo
Esta reflexión surge de los sorprendentes términos en que se ha ponderado la victoria de Limardo. Más que en sus méritos deportivos, la discusión parece haberse centrado en la eventual afiliación política del atleta. Y más que en el hecho de que su logro es el resultado de un considerable esfuerzo personal y una apropiada estrategia, parece que para explicar su triunfo bastara la feliz coincidencia de haber sido tocado por la mágica varita del gentilicio: es venezolano.


El diccionario de la Real Academia Española define el chauvinismo como la “exaltación desmesurada de lo nacional frente a lo extranjero”. El término, por cierto, parece provenir de la obra de teatro La Cocarde Tricolore (1831) de los hermanos Cogniard. En ella se satirizaba, a través de uno de los personajes, el fervor patriótico de Nicolas Chauvin, soldado de las huestes napoleónicas, famoso por su exaltación y su arrogancia.


Exacerbar los sentimientos nacionalistas puede ser un recurso para persuadir a las masas e inducirlas a actuar aun en contra de lo que el sentido común y la tolerancia dictan. Este procedimiento, con frecuencia asociado a ideologías totalitarias, puede a veces lograr la unidad en torno a ciertos valores. De hecho, el culto al héroe durante el siglo XIX y la exaltación de la figura de Bolívar, por ejemplo, contribuyeron a consolidar la unificación y la identidad nacional en momentos en que el país venía de ser sacudido por 730 combates y 26 revoluciones entre 1830 y 1888 (Vilda, 1993).


Sin llegar a esos extremos, una cosa es la más que justificada satisfacción por la tarea bien realizada, y otra permitir que se obnubile la razón necesaria para operar cambios y crecer. Sorprenden los comentarios en las redes sociales no sólo subrayando los méritos locales, sino también expresándose en términos peyorativos a propósito de otros países tradicionalmente vinculados al nuestro, que cuentan a su vez con sus propios méritos, quizá diferentes, pero igualmente válidos. Sorprenden estas actitudes en tiempos en que el concepto de aldea global gana preeminencia. Ya decía Guy de Maupassant, según citaba mi profesora Carmela Bentivenga: “El patriotismo es el huevo de las guerras”.


La ecuación es simple: si seguimos haciendo lo mismo, vamos a obtener los mismos resultados. Los logros no son productos del azar: son fruto de un esfuerzo desplegado conforme a un plan previo. Habría que responsabilizarse, cada uno en su propia parcela, por crecer y desarrollarse con el mayor nivel de calidad posible, en el ánimo de aprovechar al máximo las oportunidades que se plantean, pero también con el propósito de ofrecer lo mejor de cada uno a nuestros compatriotas. Precisamente, por amor a Venezuela

sábado, 11 de agosto de 2012

Ser, tener, hacer

El Universal, 7 de agosto de 2012



María Felix
Cuentan que en cierta ocasión Jacobo Zabludovsky le preguntó a la cantante mexicana María Félix: “¿Es verdad que a usted le gusta mucho el dinero?” Y ella, ni corta ni perezosa, respondió: “No es que me gusta: es que me calma los nervios”.

En su ocurrente expresión se compendiaban diferentes verdades. Es cierto que el dinero permite obtener bienes que satisfacen nuestras necesidades; es cierto que su carencia, ante la obligación de afrontar compromisos, puede ser fuente de innumerables zozobras; es verdad que, aún cuando valoremos las experiencias por encima de los bienes materiales, el dinero franquea el acceso, por ejemplo, a viajes o cursos. Pero no es razonable aferrarse a la idea de que el bienestar y la felicidad están condicionados exclusivamente por el tema pecuniario.

Obviando el capítulo de la Educación y la Salud, responsabilidad indeclinable del Estado, cabría replantearse varios asuntos relacionados con el poder adquisitivo.  El primero de ellos es la tendencia a juzgar el éxito de una persona por la cantidad de dinero que posee. Esto es sólo es cierto cuando refleja la capacidad de gestión de un individuo para alcanzar una meta, en caso de que su incentivo hubiera sido amasar una fortuna;  pero no es más exitoso este individuo que el que logra un objetivo de otra naturaleza, como concluir una carrera u obtener cierto puesto de trabajo. El éxito tiene lugar cuando se llega al propósito que se perseguía, cualquiera que éste fuera.

César Yacsirk
Cabe plantearse, también, si es indispensable el dinero para obtener ciertas cosas. Impulsadas especialmente por grupos ecologistas, proliferan alternativas para acceder a bienes y servicios utilizando valores de cambio diferentes a los monetarios. Resultan interesantes los centros de trueque, en los que se canjean unos bienes por otros y, particularmente, los bancos de tiempo, en los que la unidad cambiaria es la hora. En este caso, lo que se intercambian son servicios: cada quien ofrece una hora de actividad, en algún rubro en el que se considera experto, a cambio de una hora de otra actividad que no puede desempeñar por sí mismo.

En cualquier caso, parece ser cierta la máxima de que el dinero no compra la felicidad, aunque calme los nervios. César Yacsirk, experto en Psicología Positiva, explica cómo el modelo de Martin Séligman distingue cinco factores asociados a la sensación de bienestar: Emocones Positivas, Compromiso, Sentido, Relaciones Positivas y Logro (bajo el acróstico PERMA por sus siglas en inglés). Ninguno de estos factores está necesariamente asociado a la posesión de bienes sino, más bien, a la actividad del individuo, a sus vínculos afectivos y a la valoración de los eventos agradables  de la vida cotidiana. 


Gabriel Marcel
El binomio Tener o ser, que diera nombre a los libros de Gabriel Marcel en 1935 y de Erich Fromm en 1976, remite a dos maneras de existir, de enfrentar la vida: una, basada en la apropiación de bienes e ideas, y otra asociada al desarrollo personal. Quizá el ser se manifieste a plenitud en en un tercer elemento: el hacer. Es la acción la que reporta mayores satisfacciones cuando se traduce en logros; cuando permite establecer relaciones enriquecedoras con otras personas, y cuando lleva a vencer las propias limitaciones  y a sobreponerse a obstáculos y reveses, capacidad  que se conoce como "resiliencia" en el ámbito de la Psicología Positiva. 

Aunque el éxito es gratificante y fortalece la convicción de que  vale la pena intentar efectuar cambios en nuestra vida porque sí es posible lograrlos, la mayor recompensa proviene del crecimiento que depara el proceso mismo de ponerse en marcha, de diseñar estrategias y de experimentar los buenos y los malos momentos en el trayecto que conduce a la meta. Como decía el slogan de cierta agencia de viajes: la mitad de la diversión está en la travesía. Seguramente no  hacía más que parafrasear el poema de Konstantinos Kaváfis: No has de esperar que Itaca te enriquezca: Itaca te ha concedido ya un hermoso viaje.




jueves, 2 de agosto de 2012

¿Aprender con Videojuegos?


El Universal, 31 de julio de2012


Desde la irrupción del Atari con el celebérrimo Pong, en los años 70, la industria de los videojuegos se ha diversificado, desarrollándose en un mercado dominado básicamente por Microsoft (X Box), Nintendo (Wii) y Sony (Playstation). Paralelamente, también ha aumentado el número de horas que los jóvenes consumen frente a la pantalla, procurando alcanzar los desafíos que los ciber-diseñadores les plantean. Resulta natural, en consecuencia, preguntarse cuáles son los efectos que tiene esta actividad a la que se destina una importante parte de su tiempo.

Estudios realizados hace varios años parecían señalar que los videojuegos, especialmente los de acción, predisponían a la violencia y ocasionaban diferentes trastornos físicos y psíquicos. Sin embargo, algunos investigadores (Provenzo, 1991; Estallo, 1995) indican que los resultados de tales investigaciones no son concluyentes y que dichas aseveraciones son intuitivas y poco científicas. Lo que sí es verdad es que, entre las objeciones que pueden oponerse al uso de los videojuegos, está la posibilidad de que ocasionen una progresiva desensibilización a la violencia, al presentarla cotidianamente, y la tendencia a perpetuar ciertos estereotipos: contienen muchos de los valores dominantes en nuestra sociedad, y con frecuencia son sexistas o racistas. También puede darse una pérdida de los límites de tiempo y espacio.

Por contraste, resultan tranquilizadores otros hallazgos que han tenido lugar. Félix Etxeberria Balerdi, de la Universidad del País Vasco, efectúa una revisión en la constan al menos 262 informes de investigaciones internacionales, realizadas de 1984 a 1996 y relacionadas con videojuegos.

Green y Bavelier constataron que la visión periférica aumenta un 20% con los juegos de acción. Así mismo, se verificaron mejoras en la atención, la representación espacial y la resolución de problemas. También se descubrió un importante potencial terapéutico en los juegos para el tratamiento de ciertas disfunciones visuales. En general, aumentan la precisión y la velocidad de reacción.

Contrariamente a lo que se temía, no parecen deteriorar el desarrollo de las relaciones sociales, pudiendo potenciar el liderazgo y las posiciones de autosuperación, autoestima y autoconfianza. Estimulan la relación entre los jóvenes, especialmente cuando juegan en red. Desarrollan la creatividad y la imaginación, y refuerzan la constancia en perseguir metas.

Los videojuegos suelen clasificarse en cinco categorías; acción, aventura, desempeño de roles, simuladores y deportivos, aunque hay quien considera que estos últimos constituyen también una forma de simulación. Según su naturaleza, pueden alentar unas u otras actitudes. Así por ejemplo, lo juegos de acción requieren más de la coordinación viso- motriz que de pensamiento reflexivo; los de aventura requieren la resolución de problemas, y en los de estrategia se ejercita el pensamiento lógico y la planificación.

Ahora bien: hay asuntos que deben ser tomados en cuenta. Existen dos organismos confiables que clasifican los videojuegos: la RSAC ( Recreational Software Advisory Council) y la ESRB (Entertainment Software Rating Board). Ambas entidades comunican sus valoraciones mediante símbolos en las cajas que advierten acerca del contenido en cuanto a discriminación, drogas, miedo, lenguaje soez, sexo, violencia y juegos de azar. Estos indicadores analizados antes de adquirir un videojuego. Igualmente debe tenerse presente la edad para la que se consideran adecuados: se ha verificado que este es el indicador que menos se respeta.

El panorama, en fin, resulta más esperanzador de lo que se preveía, siempre que el uso del juego se mantenga dentro de lo que el sentido común impone, sobre todo en lo relativo al tiempo. Por último, habría que estimular el aprovechamiento del potencial educativo que entrañan para introducir el análisis de valores y fomentar una actitud crítica frente a las conductas que tienen lugar en la trama, lo que facilitará la reflexión y la comprensión de los procesos que el juego contiene.

martes, 24 de julio de 2012

Lección de Vida


El Universal, 24 de julio de 2012


Entre los venezolanos ilustres diseminados entre las páginas de aquel Nociones Elementales con el que tantos emprendimos el descubrimiento del mundo, figuraba don Simón Rodríguez, cuya importancia relativa provenía del hecho de haber sido maestro del Libertador en sus primeros años. Más adelante, el libro desvelaba los sentimientos de Bolívar al respecto: “Yo he seguido el sendero que usted me señaló".

La relación entre ambos fue estrecha: Bolívar viviría con el maestro por decisión de la Real Audiencia, tras fugarse de la casa de su tutor, Feliciano Palacios. Pero Simón Rodríguez cuenta con méritos suficientes como para haber merecido un lugar propio en la Historia, aun cuando no hubiera guardado relación alguna con el Libertador.

Como hombre supo sobreponerse a la desventaja de haber sido un expósito, circunstancia que lo marginaba socialmente. Apodado “el loco” por quienes carecían de una formación que les permitiera comprender que era necesario concebir un nuevo modelo pedagógico que subviniera a las necesidades de una sociedad cuyo orden se había quebrantado, tuvo que afrontar continuas disensiones, como la protagonizada con su hermano Cayetano, que le llevaría a suprimir el apellido de su padre, Carreño, y a quedarse con el materno Rodríguez. Tras participar activamente en el movimiento emancipador de Gual y España, se vio obligado a huir de Venezuela, a donde nunca más regresaría, adoptando entonces el nombre de Samuel Robinson.

En su continuo peregrinar por el mundo, su actividad incluyó no sólo la enseñanza, sino también la reflexión, volcada en sus textos del todo innovadores, tanto en lo relativo al contenido, como en lo tocante a la forma, puesto que incorporaba algunas novedades tipográficas. Susana Rotker lo parangona con Apollinaire por la manera de distribuir el espacio en sus obras, con diferentes tamaños y estilos de letras, recurriendo a corchetes y toda clase de signos de puntuación.

María del Rayo Ramírez Fierro señala cómo durante el siglo XIX el ensayo asumiría visos románticos, al constituir una reacción de los autores ante la sociedad y la naturaleza. En América, particularmente, alcanzaría dimensiones sociales, puesto que los escritores se auto-asignaban un papel iluminador en la construcción de los Estados Nacionales, lo que permite enmarcar a Simón Rodríguez, en opinión de Ramírez Fierro y de Arturo Andrés Roig, dentro del romanticismo social latinoamericano.

En cuanto a su pensamiento pedagógico, ciertas líneas prevalecen a lo largo de toda su obra. En primer lugar, propugna la originalidad, el desarrollo de un sistema educativo ajustado a las necesidades del contexto, preconizando así las tareas de diagnóstico que deberían orientar cualquier acción educativa. En segundo lugar, destaca la formación del ciudadano como sujeto político y social, apto para participar activamente en la República. Indica, por otra parte la necesidad de la capacitación, de la necesaria adquisición de destrezas que habiliten al individuo para desempeñar un oficio, y sus métodos se anticipan a las propuestas de educación activa de Célestine Freinet. Concibe la educación como herramienta de liberación y crecimiento individual y social, a la manera de Paulo Freire, con dos siglos de anticipación, y con una lucidez que lleva a
Eduardo Galeano a calificarlo como “deslumbrante”, y que confiere vigencia a sus ideas aún hoy en día.

Pero una de las grandes lecciones que el maestro lega a la posteridad es su propia vida, signada por su sensibilidad social y por la coherencia entre su pensamiento y su acción, cualesquiera que fueran las consecuencias. En lenguaje hodierno, diríamos que se atrevió a romper su zona de confort, a salir de la rutina para dar soluciones originales a los problemas que era capaz de identificar, y que su trayectoria vital ilustra ampliamente una de sus frases más célebres: inventamos o erramos.

viernes, 13 de julio de 2012

Pintura y Guzmanato

Suplemento Cultural del diario Últimas Noticias. Caracas, 5 de marzo de 1995, pp 4-5



Antonio Guzmán Blanco
De los periodos en que suele dividirse la historia del arte en Venezuela, el que corresponde a la segunda mitad del siglo XIX ha sido objeto de investigación, en sucesivas oportunidades, por parte de numerosos investigadores.


Diversas razones justifican esta inclinación, que pueden ser organizadas en tres registros diferentes. En primer lugar, es en esta época que se retoma la actividad artística después del prolongado cese impuesto por la Guerra de Independencia, Igualmente, el apoyo que diferentes personajes e instituciones brindarán a los artistas, tanto en calidad de comitentes como en calidad de patrocinantes de su formación , redundará en el auge de la actividad pictórica. Esta actividad artística, represada durante un largo tiempo,  alcanzará ahora un prolífico desarrollo que brinda abundante material  digno de análisis en múltiples sentidos.


En segundo lugar, es un período en que la pintura venezolana cobra reconocimiento internacional, por lo que ha querido exaltarse la destacada participación  de los pintores nacionales en el marco  de eventos de alto nivel celebrados en las últimas décadas del siglo pasado.


Finalmente, es durante esta etapa cuando comienza a signarse la obra de arte con la impronta local,  generalmente a través del motivo representado, aun cuando el tratamiento responda a cánones foráneos. En este sentido, las obras del periodo pueden considerarse testimonios documentales que ofrecen valiosa información tanto a nivel icónico como a nivel socio-histórico, al revelar no sólo la apariencia de los motivos representados, sino también un modo de pensar que se traduce en el tema, ya seleccionado voluntariamente o impuesto por el comitente, y en las características de la representación.


La producción pictórica venezolana de las ultima mitad del siglo XIX se halla estrechamente vinculada con los procesos políticos y sociales que tenían lugar para aquel entonces. Es por ello que resulta indispensable la descripción del contexto  en que se gesta dicha producción, a fin de comprender las tendencias  que se van a  manifestar durante este periodo, así como para identificar  ciertas influencias que van a evidenciarse.


Durante la primera mitad del siglo XIX Venezuela se había convertido en una de las colonias más prósperas del Imperio Español en América, gracias a la explotación del cacao. Paralelamente a la actividad económica hubo una intensa vida cultural. Noriega (1979) cita las obras de Humboldt y Semple, que se refieren a la cortesía, los buenos modales, el gusto exquisito, el conocimiento de los maestros italianos y franceses de la literatura y el gusto por la música que caracterizaban a los caraqueños.


Señala Boulton (1987) que hasta 1810 la actividad pictórica había estado auspiciada por la Iglesia, amoldándose, por ende, a los fines religiosos, y que las representaciones se realizaban de acuerdo a reglas  específicas que limitaban a los artistas a modelos arcaizantes. Uno de los efectos más resaltantes de la Emancipación sobre la cultura será, precisamente, el de la superación de ese arte circunscrito casi exclusivamente a lo religioso, lo que significará no sólo la ampliación de la temática pictórica, sino también la libertad del autor para representar cada tema según su visión específica y no de acuerdo a cánones o normas pre-establecidas.


El rechazo hacia el arte religioso que había prevalecido hasta entonces se deja sentir en las consideraciones de Ramón de la Plaza, uno de los más destacados críticos del siglo XIX, en opinión del cual estaba desprovisto de todo sentido estético, bien por no ajustarse a las normas académicas, bien por tratarse de manifestaciones de una cultura "atrasada" o "primitiva".


Algunos autores (Díaz, 1994)  sugieren que esta ruptura del arte con lo religioso se prolongaría, favorecida por las manifiestas diferencias  de algunos gobernantes con la Iglesia, como es el caso de Antonio Guzmán Blanco. Cierta opinión del prócer cubano José Martí (1893), quien realizara crítica de arte en Venezuela para ese entonces,  pareciera apuntar en esa dirección:  "En el patio del Convento de San Francisco, que es ahora Universidad --por cuanto es bueno que se truequen en Universidades los conventos...."


Detalle de grabado, 1882 , San Cristobal (Goreing)
Por otra parte, durante el período colonial el acceso a América había estado restringido, según apunta Pérez Silva (1993) , a quienes pudieran probar que no eran judíos, gitanos o descendientes de ellos, que no hubieran sido juzgados nunca por el Tribunal del Santo Oficio, y que vinieran con un propósito claramente definido.  De este modo, al quebrantarse los vínculos con la Corona española, afluyen numerosas expediciones a Venezuela. Muchas de ellas se vieron impulsadas por las aspiraciones expansionistas de otros paises que, prospectando apoderarse de los territorios recién emancipados,  deseaban inspeccionarlos. Otras vinieron inspiradas por el interés científico  derivado del espíritu positivista de la época. En todo caso, la afluencia de estas expediciones  trajo consigo a numerosos artistas  plásticos, algunos de los cuales permanecieron en el país durante largo tiempo, y cuyo quehacer, y en muchos casos cuya labor docente, constituyeron los  modelos pictóricos a seguir. Al respecto, Daes de Ettedgui (1987) constató que Garneray, Luis García Beltrán, Mules y Lessabe se desempeñaron como docentes en la instrucción privada, y que Padroni, Arnaud Paillet, Navarro y Cañizares y Bincinetti lo hicieron en la instrucción pública. Igualmente, menciona que existen comprobadas vinculaciones entre ciertos artistas  extranjeros de la época y artistas venezolanos, a saber: Lessabe y Carmelo Fernández;  Lebau y Tovar y Tovar; Navarro y Cañizares y Herrera Toro y Manuel Cruz y, finalmente James Mudie Spence y Ramón Bolet Peraza.



A propósito de Mudie Spence, conviene que destacar que, venido al país por razones comerciales, influyó notablemente en el curso de los acontecimientos artísticos. Durante su permanencia en Venezuela formó una valiosa --y hoy perdida-- colección de obras de artistas nacionales que exhibió en la primera exposición de arte que se realizara en Venezuela, la Exposición del Café del Avila. Esta exposición tuvo lugar en 1872 y tanto el catálogo publicado para la ocasión como las notas de prensa redactadas en torno al evento constituyen valiosos documentos para analizar el pensamiento estético de la época.


Batalla de Carabobo,  Martín Tovar y Tovar
Pero quizás las más destacadas improntas en la temática del siglo XIX están relacionadas con los procesos político-militares  vividos por el país. Vilda (1993) acota que entre 1830, fecha en se separa de la Gran Colombia, y 1888, Venezuela se vería sacudida por  730 combates y 26 revoluciones de repercusión nacional. Ante esta situación, el arte se perfila como un recurso más para consolidar la República al integrar  el pueblo en nación, mediante la exaltación del espíritu nacionalista  y de la gesta emancipadora,  y mediante la explotación del sentimiento anti-español que aún prevalecía en el ambiente. En esta tendencia florece el género épico, al que González Arnal atribuye tres propósitos fundamentales: la propaganda política, la descripción visual  de los hechos históricos a modo de fotografía documental y la unificación de los venezolanos mediante la noción de identidad nacional.


Igualmente, el tema del retrato de próceres y personajes ilustres, en especial el referido a la gesta libertadora, gozará del favor del régimen guzmancista, que asumirá como sustento ideológico de su programa político el culto a los héroes de la Independencia,  muy especialmente a la figura del Libertador, con quien se compara de manera exagerada el mismo Ilustre Americano.


Estas manifestaciones convergen especialmente  es la exposición organizada con motivo  de la Conmemoración del centenario de nacimiento del Libertador, en 1883.


Las modificaciones que se operan en los procesos formativos en el arte también tendrían una decisiva repercusión  en la producción pictórica , marcada por la creación de instituciones dirigidas específicamente a la enseñanza de la plástica  y por el auspicio gubernamental  prestado a la preparación de artistas  venezolanos en el extranjero.


 A partir de 1849 la Escuela Normal de Dibujo, fundada el 21 de noviembre de 1838 por la Diputación Provincial de Caracas, con enseñanza pública y gratuita, se transforma en Academia de Bellas Artes. Fue sólo desde 1852 que el pénsum de estudios incluyó la técnica del óleo y el tema del retrato. Hasta entonces, la tradición pictórica había sido eminentemente dibujística.


En 1856  José Tadeo Monagas encarga a Martín Tovar y Tovar  una serie de copias de obras seleccionadas en los museos europeos. Ellas deberían formar parte de un Museo Nacional y servir de modelo a los pintores locales-.


Daes de Ettedgui (1987) resalta cómo el pedido de copias  revela la postura de la enseñanza artística d  la época, la cual se basaba en la imposición de modelos europeos, a través de libros y estampas,  y de los cursos de pintura que tomaban los pintores locales en las academias europeas.


Antonio Guzmán Blanco
Simultáneamente Antonio Guzmán blanco, el Ilustre Americano,  se empeña en hacer de Caracas una pequeña sucursal de París y para lograrlo necesita la colaboración de los artistas nacionales. Daes de Ettedgui señala que, en efecto, bajo sus tres periodos de gobierno,  el Septenio (1869-1877), el Quinquenio (1879-1884)  y La Aclamación (1886-1888), ya fuera en forma directa o través de los presidentes puestos por él en el poder, se preocupó por enviar a Europa a muchos jóvenes, al decir de Ramón de la Plaza "para que vueltos a la Patria implanten en ella los conocimientos adquiridos de las ciencias, las artes y las industrias".


Efectivamente, durante el breve periodo de gobierno de Ignacio Andrade, se estipularon dos premios anuales  de cuatrocientos bolívares mensuales por tres años, para cursar estudios de arte en Europa.


Sin embargo, debe aclararse que no fueron estos los primeros pintores en ir a formarse al extranjero, aunque no fue sino hasta la segunda mitad del siglo XIX que el ir a Europa se convirtió en una práctica común. Boulton (1987) señala que ya desde finales del siglo XVIII la pintura había venido interesando a miembros de las clases altas de la sociedad venezolana, y que muchos jóvenes criollos de resaltante posición habían ido a formarse a la Academia de San Fernando, en Madrid.  Igualmente, Noriega (1979) indica que pintores como José Fermín Rodríguez Rendón y Juan José Franco pudieron seguir estudios en esa Academia gracias a la protección de Carlos III.  Daes de Ettedgui (1987)  señala que durante el guzmanato  el desplazamiento tendría  lugar hacia  París mayoritariamente,  con respecto a los otrora populares  viajes a Madrid y Roma.


Si se toma en consideración que la obra de arte es el reflejo y la síntesis  del contexto en que fue producida, se evidencia la importancia de analizar  este tipo de manifestaciones a fin de conocer la génesis de procesos y prácticas hodiernos. Sin duda, resta  mucho aún por explorar en el ámbito de la pintura del siglo XIX, cuya riqueza, siempre ponderada, presenta todavía muchos secretos por desentrañar.


  Referencias Bibliográficas

   Boulton, A. (1987) La Pintura en Venezuela. Caracas: Ediciones Macanao
   Daes de Ettedgui, B.(1987) Pintores y dibujantes extranjeros en el siglo XIX venezolano. Nacionalidad, permanencia y producción. Trabajo de Grado no publicado, Universidad Central de Venezuela, Caracas.
   Díaz, N. (1994) Juan Antonio Muichelena en el contexto de su época. En: Juan Antonio Michelena. Un testigo de la gloria (catálogo de la exposición homónima, pp 39-42), Caracas, Fundación Arturo Michelena
  González Arnal, M.A. (1993). la obra de artistas nacionales y extranjeros en la segunda mitad del siglo XIX. En: Escenas Típicas del arte venezolano del siglo XIX (catálogo de la exposición homónima, pp 37-78). Caracas, Galería de Arte Nacional
  Martí, J (1983). La estatua de Bolívar por el venezolano Cova. En: R.R. Castellanos (comp): Caracas en el centenario del Libertador. Caracas, Congreso de la República.
  Noriega, S. (1979) La Crítica de Arte en Venezuela. Mérida, Universidad de Los Andes, Facultad de Humanidades y Educación.
  Pérez S. Y. (1993): Presencia de artistas y cronistas extranjeros en la Venezuela decimonónica. En: Artistas y cronistas extranjeros en Venezuela.1825-1889 (catálogo de la exposición homónima, pp 11-19). Caracas, Fundación Galería de Arte Nacional.
  Vilda, C. (1983). proceso de la cultura en venezuela. Caracas, CERPE.