martes, 25 de septiembre de 2012

¿Síndrome post-vacacional?


El Universal, 18 de septiembre de 2012


Los preparativos que anuncian la vuelta a clases suelen generar gran ilusión. Estrenar uniforme, preparar los útiles escolares o pensar en el reencuentro con los amigos, puede despertar entusiasmo pero, de la mano con esta agradable expectativa, puede presentarse también cierto grado de ansiedad.

Aunque tal vez desde hace tiempo ha venido padeciéndose, sólo en fecha reciente se ha identificado el síndrome post-vacacional, malestar físico y psíquico que acusan algunas personas de cara a la reincorporación a su actividad laboral. El regreso a la rutina puede suponer cierto tedio, mayor responsabilidad, horarios más rígidos y, en suma, una mayor tensión nerviosa.

En algunos casos, el síndrome post-vacacional responde a una percepción del trabajo como algo desagradable, y desaparece normalmente a los pocos días de reemprender la actividad. Sólo a veces los síntomas persisten por un tiempo prolongado, situación que puede ameritar atención especializada.
En principio, se trata apenas de una fase de adaptación. Se ignora si es el ritmo de vida actual el que ocasiona que se encare con tanta ansiedad la rutina laboral, o si siempre ha existido este tipo de malestar sin que se hubiera tipificado como un síndrome propiamente dicho.

Entre los síntomas más frecuentes pueden presentarse cansancio, fatiga, molestias estomacales, pérdida del apetito y dificultad para conciliar el sueño, acompañados a nivel psíquico de una sensación de tristeza, desinterés y a menudo deseos de cambiar de trabajo. Humbelina Robles Ortega, investigadora de la Universidad de Granada, considera que las manifestaciones físicas no son más que una somatización del malestar psíquico.

Tampoco los niños escapan a la presión que supone volver a clases. Durante las vacaciones han pasado más tiempo con los padres, haciendo cosas que les gustan y sin muchas responsabilidades. Retomar la actividad escolar supone un cambio de ritmo, y la adaptación requiere tiempo y paciencia.

Aunque se trata de una situación que ya han experimentado antes, cada curso supone un mayor nivel de dificultad, por lo cual se percibe como un reto. Al mismo tiempo, la personalidad del niño también varía de un año a otro: un mayor grado de responsabilidad y compromiso incide también en el nivel de ansiedad al cuestionarse la dificultad de la tarea por realizar y la propia capacidad para alcanzar las metas.
Apatía, decaimiento, falta de concentración, ansiedad e irritabilidad figuran entre las manifestaciones más comunes que revelan el malestar respecto al cambio de rutina.

Un factor muy importante es la percepción que el niño tenga de la escuela, así que fomentar una actitud positiva hacia ella es de gran utilidad. Conviene conversar acerca de lo que se hace allí y cuál es su objetivo, enfatizando en aspectos agradables y positivos.

Otro asunto de importancia es la progresiva adaptación al horario escolar. Es deseable que se vaya modificando gradualmente la hora de ir a dormir y la de despertarse en los días previos al inicio de clases, para evitar la sensación de cansancio que acompaña el cambio abrupto en las horas de sueño. También el repasar algunos temas en casa evitará la sensación de “sentirse perdidos” en el aula, sin recordar de lo que se está hablando.

Tanto en adultos como en niños la clave parece ser el asumir el cambio de manera gradual, para lo que se aconseja volver unos días antes a casa si se ha estado de viaje, eliminar gradualmente hábitos adquiridos durante las vacaciones, como acostarse tarde o dormir la siesta, y planificar actividades gratificantes que se intercalen en la rutina laboral, para evitar la sensación de que los momentos agradables desaparecen con la reincorporación al trabajo.

Hay que estar consciente del esfuerzo que supone para el niño la vuelta a la rutina para ayudarle a atravesar por esta fase de adaptación con paciencia, lo que favorecerá su actitud hacia la escuela y repercutirá, sin duda, en su actuación y rendimiento.


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