viernes, 25 de abril de 2014

Gabriela sueña

A propósito del diario onírico de Gabriela Olivo de Alba: Ojo de la Cerradura. Caracas, Editorial Lector Cómplice, 27 de abril de 2014

Gabriela sueña. Por suerte. Y tiene la generosidad de soñar junto a otros.

Poco importa para qué, porque, al fin y al cabo, lo relevante es la capacidad de soñar, voluntaria o involuntariamente; la capacidad de generar una idea que puede evolucionar en cualquier dirección, libre de toda limitación espacio-temporal y ajena a las leyes de la lógica.


Chuang- Tse soñando ser mariposa o la mariposa soñando ser Chuang-Tse; Segismundo traspasado por la incertidumbre de estar viviendo o soñando. Da igual. ¿Qué duda cabe de que quien sueña experimenta efectivamente, física y emocionalmente, la situación soñada?


Gabriela sueña. Crea un universo de situaciones inusuales en las que se vuelca la riqueza que bulle en su interior: imágenes, recuerdos, emociones… Sus particulares fantasmas y sus regresos circulares.


Suele tratarse apenas de una imagen, del segmento de una historia en la que una Gabriela omnisciente es, al mismo tiempo, testigo y protagonista. Con la objetiva frialdad de un científico, reporta las sensaciones que registra intero y exteroceptivamente.


Gabriela sueña. Y en la narración cotidiana de sus sueños, asistimos maravillados al parto múltiple de las criaturas que exuda dentro del agua; al de un balón de fútbol de cristal de Murano con que se jugará un partido en lo alto de un tepuy; a la recuperación de aquellos que se ausentaron ya hace tiempo y a las innumerables vicisitudes que parecen impedir que efectúe un viaje, acaso a un pasado al que permanece atada por el cordón invisible de la memoria , como permanece atada a su casa, mediante el endeble vínculo de una hebra de seda que pende de su cintura, la mujer desobediente que camina por delante de ella en uno de sus episodios oníricos.


Con prolija brevedad, Gabriela relata sus sueños para que el lector transite también por ellos, de puntillas, calzado con botellas de Coca Cola que fungen de zapatos, o con zapatos que se desprenden de la punta del pie para perderse en un agujero negro….


Gabriela sueña. ¿despierta?

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martes, 15 de abril de 2014

Escocia

El Universal, 15 de abril de 2014

Gabriela mira a través de la ventana, escrutando la frialdad silenciosa de un paisaje que se extiende en franjas, como los registros de un iconostasio. Más allá de la primera orilla, gris y urbana, la verde superficie del campo alcanza la frontera de un mar desdibujado, más azul que el cielo azul bajo el que yace.

La quietud horizontal de la visión remite a una postal, a una instantánea, en donde todo permanece inmóvil, inaccesible tras el brillo pegajoso de la emulsión que recubre el papel fotográfico.

Y allí está ella: superpuesta, ajena, impropia, recortándose contra la imagen helada, como una calcomanía adherida a un fondo extraño y aleatorio.

Comenzó así también su deambular por la vida, incapaz de fundirse con la vulgaridad cotidiana del entorno.

-Es pelirroja, musitó con asombro la rotunda humanidad de la mucama.

-Es pelirroja, susurró la anciana, al reconocer la lechosa fisonomía de sus ancestros.

-Parece un Hans Holbein, sentenció el erudito, penetrado por el colorido desigual de la paleta que entintaba el fenotipo irrepetible de la niña.

Y así supo ella, desde el primer momento, que era diferente, y aprendió a contemplar el mundo recluida en la verde transparencia de su mirada de aceituna.

La luz que emana de sus ojos es lo único que rescalda su gélida apariencia de entidad de las aguas. Blancura de magnolia, anda como sin tocar el suelo, deslizándose, mitad pez y mitad
bailarina, rodeada de un halo neutral e inexpresivo. La tez transparente, pegada a los pómulos, resplandece nacarada con palidez de ondina.

Está lejos de casa.

Seis tramos de pisadas mitigadas por la suela de goma de sus zapatos adolescentes la separan de la ciudad. Al llegar al primer rellano alcanza a oír, atemperados por la gruesa puerta de madera, las escalas que ejecuta sobre el piano uno de los vecinos del edificio en que habita.

Dos descansillos más y atraviesa el portal. La calle se le antoja el cauce por el que discurre la ciudad como un río, como una entidad viviente que va cambiando de rostro y se ofrece diferente y nueva desde cada escaparate. Gabriela recorre la acera-costa, vadeando la ribera de piedra gris que delimita la calzada a cada lado, y que se eleva dibujando contra el horizonte un perfil zigzagueante, merced a los tejados a dos aguas.

Como una sombra, lleva tras de sí la informe llamarada de su melena roja: ora péndulo, ora cascada… El viento experimenta, dibujando en torno a su cabeza, semihundida en la bufanda color granate, diferentes peinados. Como si dotados de viva propia estuvieran, se ensortijan caprichosamente aquí y allá los brazos flexibles de la enredadera de cobre que enmarca su rostro preocupado.

Un examen más. Un sólo examen más y podrá regresar a casa.

Jugárselo todo a una sola carta: las horas de silencio, la falta del abrazo; las interminables jornadas en una biblioteca que desentona con el vetusto edificio que la aloja.

Su breve anatomía parece todavía más enjuta en contraste con la magnificencia del MacEwan Hall: la belleza del recinto impone. Levanta la cabeza y su mirada vacila ante la luz tamizada que penetra desde la cúpula a través de la linterna. El esplendoroso edificio, sobredimensionado por el pánico, resulta amenazador.
Con la pluma en la mano, va invocando los nombres:

Milton, Ronsard, Ossian…

El tiempo apremia. El corazón late de prisa.

Mcpherson, Burns, Scott...

Noventa minutos más y todo habrá terminado: la tinta transfigura la identidad del papel y lo convierte en mapa, en hoja de ruta, en itinerario de un viaje de regreso.

Son las tres de la tarde, y todavía algún rayo de sol desdibuja las aristas de la arquitectura urbana al regresar a casa por Clerk Street. Edimburgo se presenta amable y hermosa, como antes, como siempre. Al final de la calle, la solidez contundente del Old College inspira seguridad. Y una vendedora de dulces, sumergida tras la ortogonal disposición de los bollos, atisba a través del escaparate y aventura un saludo al reconocer a la joven: bajo la cofia nevada, blanca como si también ella fuera de merengue, algún mechón cobrizo se desliza para revelar una cabellera también roja.

martes, 8 de abril de 2014

Mártires

El Universal,  8 de abril de 2014


La muerte de mi madre me ha dejado embargada de una profunda serenidad. Como pocas veces, me he sentido parte del orden perfecto de la naturaleza de una manera ostensible.

Mi madre se fue discretamente, sin aspavientos. A sus 94 años, en su casa y rodeada de los suyos, dejó respirar lentamente y se extinguió. Ya lo esperábamos. Ya teníamos asimilado un vacío que se fue creando lentamente en la medida en que sus limitaciones la fueron excluyendo aun de prácticas cotidianas elementales, como sentarse a la mesa.

Para mí, el proceso concluyó con su fallecimiento. Lo que sucedió a continuación me es del todo ajeno, y vino determinado externamente, por las convenciones sociales.

La vida debe engendrar vida. En el ciclo esplendoroso de la naturaleza, la materia alimenta la materia. La energía fluye de unos a otros entes y la magia se perpetúa. Esa fase es la que he echado de menos: mi madre no volverá a la tierra. Sus restos permanecerán en una urna cineraria, al menos durante un tiempo. Su muerte no servirá para alimentar ninguna cosa.

Y, sintiéndome afortunada, en medio de todo, no he podido evitar pensar en lo que sentirán algunos ante otras muertes: muertes tempranas, anticipadas, intempestivas; muertes violentas.

Homenaje a los caidos. Plaza Callao, Madrid
Foto cortesía de Ignacio Izcaray Yépez
He pensado en aquellos que han caído durante estos días, y en sus deudos, que no tuvieron el consuelo de sostener en los últimos minutos la mano de los se marcharon; que no pudieron mirarse por última vez en sus ojos, o besar su frente para decir adiós.

He pensado en el dolor de ver mancillado el cuerpo amado, el cuerpo parido, el cuerpo cultivado con desvelo. Los han herido como si, destruyendo sus cuerpos, pudieran destruir también sus ideales…

A ellos, a sus familiares, se dirige mi palabra de condolencia y de solidaridad: duerman en paz. No ha sido en vano: sus vidas alimentan la vida y sirven de abono al sustrato del que florecerán los eternos valores de la justicia, la verdad y la paz.


martes, 1 de abril de 2014

Gabriela se va, pero se queda

El Universal, 1 de abril de 2014

Gabriela se va. Regresa a su México natal tras concluir la segunda de sus misiones como Agregado Cultural de su país en Venezuela.

Pocas personas tan indicadas como ella para desempeñar esta labor, puesto que su formación le ha permitido operar eficazmente como un puente entre ambos países, haciendo gala de su sensibilidad, su inteligencia y su don de gentes para comunicarse con todos y hacerse querer. Pero es que, además, Gabriela Olivo de Alba es ella misma artista, y vuelca en diversas manifestaciones la impronta que deja en su interior el contexto humano y material en que está inmersa.


Autorretrato (inconcluso)
Obra de Gabriela Olivo de Alba
Su hermosísima dicción revela no solo sus raíces mexicanas, sino también su condición de actriz. Su mirada brillante es capaz de percibir lo que los demás no percibimos, o percibimos con resignada indiferencia, adaptados al estado de cosas, mientras ella, a semejanza del niño de la historia de El traje nuevo del emperador, es capaz de levantar su voz para rebelarse contra situaciones que tienden a perpetuarse sin razón alguna, situaciones que acaso seamos capaces de reconocer, pero que contemplamos como si fueran naturales. Desvela pues, en sus obras, los valores y creencias que subyacen en muchas prácticas, cuestionando su validez. Prueba de ello es, por ejemplo, su participación en el proyecto “Maternidades secuestradas”, una crítica a la banalización del día de la madre. Gabriela, al verse imposibilitada para responder a la convocatoria efectuada por Mónica Mayer para acudir el 10 de mayo al Zócalo de la Ciudad de México, se hizo presente a través de una serie de fotografías que fue colgando cada día en su Facebook a lo largo del año 2012-2013. Estas imágenes, si por una parte denunciaban las múltiples formas en que la sociedad “secuestra” la maternidad, y expresaban la solidaridad de su autora para con las madres cuyos hijos permanecían desaparecidos, por otra constituían la primera incursión seria de Gabriela empleando la fotografía como medio de expresión. Se había aproximado a este lenguaje, no obstante, cuando presentó en la Caja del Centro Cultural Chacao un conjunto de tres fotografias de su hijo, Mauricio Arechavala, en las que se inspiró para realizar tres exvotos bordados sobre tela de tul.

Gabriela en "Mesa -Ser-Vida"
En su performance “Nupci@s”, que ella misma define como “una suerte de reflexión afectiva y amorosa, y al mismo tiempo una reivindicación de la decisión de vivir y estar sola-no en pareja”, Gabriela llegó vestida de novia al Palacio de Bellas Artes de México para contraer matrimonio consigo misma. Allí la aguardaba un grupo de mujeres que interpretó la marcha nupcial para acompañar su paso hasta la sala Manuel M. Ponce, en donde tendría lugar el evento.

En otra ocasión, Gabriela realizó su autofuneral celebratorio, presentado con el título de "No me llores mas".
A veces, los remanentes de sus ejecuciones se transforman ellos mismos en obras de arte, como sucedió con la instalación en que se desarrolló el proyecto “Mesa Ser-vida”, sita en El Anexo Arte Contemporáneo, en San Bernardino, en donde continuó exhibiéndose por más de un mes una vez concluido el performance.

En una imagen de Mauricio Arechavala,
para el performance "Mesa-Ser-Vida"
Porque, si bien Gabriela dejó formalmente de actuar y dirigir teatro hace muchos años, sigue concibiendo la vida como un gran escenario y disfruta creando “piezas de arte acción”, que generalmente han operado como lo que ella denomina “ritos de paso” de un lugar hacia otro. Su performance "Esta que está aquí se va... pero se queda" tuvo lugar en la casa que había ocupado durante varios años, ya vacía, para despedirse de sus amistades cuando concluyó su primera misión como Agregado Cultural, en 2002. Obsequió entonces varios objetos de su propiedad a los presentes, como una forma de quedarse entre ellos.

Ahora, cuando nuevamente vuelve a su patria, tras permanecer en Venezuela desde 2008, Gabriela acomete el proyecto “Ojo de la cerradura”, cuyo núcleo está constituido por un libro: una relación de los sueños que ha tenido en los últimos meses, meticulosamente registrados y compartidos en Facebook diariamente. En cada uno de los cien ejemplares numerados del libro, impresos por la editorial “Lector Cómplice”, la artista insertará un objeto. La presentación, a cargo de Félix Suazo, tendrá lugar en el mes de abril y contará con la intervención de la cellista Valentina García y del maestro Lorenzo Leal al piano.

“Ojo de la cerradura” es una forma más de quedarse entre nosotros, al igual que Caracas ha dejado huella ya en su vida, como lo prueban las referencias diseminadas aquí y allá a lo largo del libro: “ El Ávila amanece espléndido y yo, brutísima, soñando con aves de mal agüero”. O en otro punto: “Hoy al venir a la oficina, al dar vuelta en una calle en El Rosal, vi a un hombre de mediana edad, delgado, moreno, totalmente cubierto de un polvillo blanco, manipulando un taladro como aquel que yo tenía en mi sueño... ¿qué imágenes poblarán sus noches?”

Muy buen viaje, Gabriela. Y hasta pronto.