martes, 4 de septiembre de 2012

Audino Díaz: de uno a otro gallinero. Linda D'Ambrosio escribe acerca del artista plástico venezolano



El Universal, lunes 3 de septiembre de 2012




Es de noche en Waraira Repano. Los sentidos, agudizados, sobredimensionan cada sonido, cada silueta que se perfila, apenas perceptible en las entrañas del Avila. Audino Díaz, en la experiencia repetida de pernoctar en la montaña, advierte una creciente necesidad de contacto con la naturaleza: su sensibilidad se exacerba en ausencia de los estímulos urbanos y se incrementa su familiaridad con los elementos orgánicos. A partir de entonces sus más prolíficos períodos serán los de aislamiento en zonas agrestes en donde encontrará la materia prima y el entorno apropiado para alumbrar una producción íntimamente relacionada con la tierra.

Surgen las primeras instalaciones: estructuras edificadas durante las horas de juego a partir de piedras, ramas secas y otros elementos vegetales. No tenía conciencia entonces de que eran instalaciones, ni sabía que existían instituciones llamadas museos destinadas a albergarlas, según señala el propio artista.


Es de nuevo inmerso en la naturaleza que comienza a ocuparse en sus primeras obras. El primer taller, el gallinero de una finca que poseía su padre en Carayaca. Desde entonces, los conceptos de "taller "y "gallinero" quedarán definitivamente asimilados. El gallinero será, de una vez y para siempre, sinónimo del lugar en el que se trabaja, sin importar en donde quede. Porque si algo caracteriza la trayectoria de este creador es su continua itinerancia. De allí la idea del "Gallinero Portátil" que, tras salir de Venezuela, se ha instalado sucesivamente en Nueva York, Colombia, Perú , España y últimamente en Berlin, tras aceptar una invitación de la Fundación Starke.

Su formación comienza en la Universidad de Los Andes, en donde aprende las técnicas que habrían de servirle más tarde para realizar su obra. La perdurabilidad de cada una de sus piezas viene garantizada por el conocimiento de los materiales y por el adecuado tratamiento de los mismos. Asegurar la conservación, en este caso, es de especial importancia, ya que los elementos orgánicos son particularmente vulnerables a la humedad y otros factores que desencadenan su descomposición.

Audino Díaz acepta la existencia de un elemento onírico en su obra. Trabaja disciplinadamente en jornadas que pueden extenderse desde primera hora de la mañana hasta bien entrada la noche. Después, la tarea continúa en sueños. A veces, se trata de una imagen, un concepto que materializará durante la vigilia; otras veces se trata de elaboraciones, de contenidos del entorno que su mente procesa para volcar después en la obra de manera involuntaria, y que sólo más tarde resultarán evidentes.


No existe una idea preconcebida acerca de la pieza: las características del material van sugiriendo el tratamiento que debe recibir para que se vea exaltada la belleza de los atributos pre-existentes: una veta en la madera, una mancha de óxido.... No hay un bosquejo, un proyecto previo. Aun en los casos en que la obra remite a un elemento del entorno, no ha habido el propósito deliberado de alcanzar ese resultado. No se trata de intervenir la materia intencionalmente para que se parezca a tal o cual cosa, sino de reconocer en el producto, a posteriori, algún componente de la realidad circundante. Ejemplo de ello son sus Caimaneras, constituidas a partir de pequeñas tallas cilíndricas en las que el artista creyó ver esos reptiles, o ciertas piezas de la serie Naturaleza Intima, clara estilización de los nidos de los arrendajos, frecuentes en la finca barinesa en que fueron elaboradas.

Aunque Audino Díaz ha venido trabajando de manera ininterrumpida, hay épocas de producción más intensas que otras, asociadas, por una parte, a períodos de aislamiento y, por otra, a la exploración de las posibilidades plásticas de algún material en concreto, con que el artista ensaya hasta prácticamente agotar las opciones viables. Es el caso de obras como las surgidas de su permanencia en el llamado Trapecio Amazónico, punto de convergencia entre Colombia, Perú y Brasil, en donde se internó durante varias semanas. Su propósito, en principio, no era más que realizar una visita a la zona, pero los indígenas del lugar le descubrieron una variedad de maderas compactas, muy duras, con las que el artista quiso experimentar enseguida. Con apenas una gubia y los pocos instrumentos rudimentarios que estaban a su alcance, acometió de inmediato la creación de un grupo de obras inspiradas tanto por las características de la propia madera como por las narraciones cosmogónicas de la región.

Del mismo modo, el hallazgo casual de unas lajas de pizarra en venta da origen a la serie Vestigios del futuro, en las que experimenta empleando las texturas y la coloración de la piedra como recursos plásticos. Pueden percibirse, sin embargo, ciertas constantes a lo largo de su trayectoria: la simplicidad, la creciente economía de medios como forma de depurar el lenguaje plástico; la visión cenital del espacio; la exploración de la relación hombre-naturaleza y la progresiva eliminación de elementos industriales, al tiempo que como pintor experimenta sobre una amplia variedad de soportes que incluye pieles de animales, piedra y madera. A veces también forma parte de la obra la sombra que proyectan en la pared las piezas “de colgar”.


Vestigios del Dorado comprende un conjunto de obras en las que el artista alude, por una parte, al mito americano que alimentara las ambiciones mercantilistas de los conquistadores y, por otro, mediante el empleo de la hojilla de oro, a las técnicas artísticas empleadas durante la Colonia. La economía de medios se expresa, en este caso, en la sobriedad de los colores y en los planos geométricos. La yuxtaposición del metal y la materia orgánica quizá remita a la progresiva invasión de la naturaleza por el hombre en su afán de crear una riqueza que, a la larga, le ha de conducir paradójicamente hacia una primitiva forma de vida. Costuras y otros elementos cartográficos, como trazos punteados, refieren a la idea de límites o fronteras, mientras se procura obtener diferentes texturas mediante el esgrafiado con una espátula dentada. Con frecuencia, las obras bidimensionales hacen pensar en visiones aéreas de diferentes territorios.


 En Paisaje mental 0.3 se alternan trazos orgánicos y geométricos, que sugieren diferentes relieves y despiertan en el espectador claras reminiscencias topográficas. Es el caso también de los Vestigios del futuro, en los que el relieve viene dado por la textura de la piedra, y donde un trazo o una mancha de óxido señalan la existencia de un eventual accidente geográfico. Dentro de esta serie, que hace pensar en los paisajes lunares, destacan por su belleza las imágenes en altorrelieve, a veces talladas en superficies relativamente pequeñas, lo que le confiere mayor valor al trabajo debido a la dificultad de intervenir en áreas reducidas. Se explora la capacidad expresiva de la pizarra, empleando piezas de 33 x 33 cm, dispuestas ya en instalaciones, ya en mosaicos en los que se adosan unas a otras a modo de teselas. En Barinas el artista opera como médium para que la tierra se exprese a través de él. "Esta obra debía salir de su madre: de la naturaleza, no de mí", llegó a apuntar Díaz en una entrevista. Durante mes y medio se internó en el campo, trabajando a la intemperie. Elaboró cada pieza de su Naturaleza Intima a partir de troncos caídos, respetando su forma original e interviniéndolos con elementos también naturales. En algunos casos, la superficie de la madera se ve cuidadosamente recubierta por trozos de piel adherida, e infinidad de fibras vegetales se insertan en la pieza creando la impresión de que nacieran de ella, como brotes de hierba que emergen del suelo.

Aflora, en toda la obra de Audino Díaz, una advertencia, una denuncia latente respecto al impacto humano en la naturaleza: en el expolio que efectúa el hombre sobre su entorno, en el deterioro que ocasiona, limita también sus posibilidades de supervivencia a largo plazo. El modo de producción fosilista, aquel que se basa en el petróleo, verá su ocaso cuando se agote el crudo. Todos los productos industriales sintéticos o producidos a partir de procesos que involucran hidrocarburos dejarán de existir. Entonces, llegará el momento de volver la mirada a la naturaleza, a un modo de vivir primitivo, no como una opción, sino como la única salida posible. El riesgo es encontrar un hábitat desgastado, agredido, empobrecido por la acción de un hombre que corrompe su medio en lugar de interactuar armónicamente con él.

La expresión más depurada de este mensaje cristaliza en la exposición Postfosilismo, inaugurada en Madrid en diciembre del 2011. La muestra, constituida por trece dibujos de mediano y gran formato, desvela la ironía que subyace en el hecho de que una sociedad industrializada, que ve en el avance tecnológico la vía para alcanzar un modo de vida artificialmente cómodo, involucione por el contrario hacia lo básico, hacia un porvenir arcaico en el que hombre se cobijará en chozas y empleará fogatas para cocinar los alimentos. Las altas chimeneas humeantes y los reactores nucleares pasarán a ser inútiles evidencias de un estilo de vida agotado.

Ejecutada limpiamente, con meticulosidad, la obra de Audino Díaz fluye, dando origen a un poético corpus caracterizado por la sobriedad y el respeto hacia la naturaleza de los materiales, y cuyo contenido quizá pueda sintetizarse, de la manera más precisa, en el término vestigio, que signa y acompaña toda su producción: remanentes de un momento previo, que en este contexto, lejos de aludir a un estadio superado del que nos aleja el transcurso de un tiempo lineal, son el punto de origen al que, en un trayecto cíclico, nos devuelve nuestra propia naturaleza, de la que inútilmente pretendemos escapar.

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