martes, 24 de diciembre de 2013

¿Y con quién cenará Panchito esta noche?

El Universal, 24 de diciembre de 2013

Me gustan los relatos breves, y siento especial predilección por quienes han cultivado el cuento como género.

Oscar Guaramato, Orlando Araujo, Pedro Emilio Coll, Manuel Díaz Rodríguez, Francisco Massiani, Antonio Arráiz, Leoncio Martínez y Oswaldo Trejo, a quien por cierto recuerdo con especial afecto, son apenas algunos de los venezolanos que han legado a la posteridad el tesoro de sus narraciones cortas. Pero quiero referirme especialmente hoy, porque viene al caso, a José Rafael Pocaterra, y a quien ha quedado indisolublemente asociado a las navidades caraqueñas y al quehacer en favor de la infancia: su personaje Panchito Mandefuá.

Pocaterra, cuyo activismo en contra de los regímenes de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez le llevó a recorrer más de una vez el amargo camino del exilio, se desempeñaría posteriormente como Presidente del Senado, Ministro de Trabajo y Comunicaciones y Embajador de Venezuela en Gran Bretaña, la Unión Soviética, Brasil y Estados Unidos sucesivamente.

La historia de Panchito Mandefuá se inscribe dentro de sus Cuentos Grotescos, publicados originalmente en 1922: una serie de historias de carácter marcadamente denunciativo que describen la realidad de una Venezuela signada por la tiranía, el abuso de poder y el resquebrajamiento de valores.

Panchito es, a su manera, una versión criolla de la danesa Vendedora de Cerillas. Ambos son niños desamparados, niños trabajadores, niños que luchan por conservar una vida que la noche terminará por segar. En ambos casos, se ofrece el cobijo sempiterno del cielo como compensación a las dificultades en su vida terrenal. Ya el título anuncia el previsible desenlace de la historia: “De cómo Panchito Mandefuá cenó con el Niño Jesús”.

Panchito, sortea las dificultades de cada día y se sostiene merced a la venta de billetes de lotería en las calles de la Caracas de principios de siglo, hasta que un vehículo automotor da al traste con su vida arrollándolo la víspera de Navidad. Pocaterra enmarca la historia en el contexto de una festividad en la que el protagonista resulta, precisamente, un niño. La absoluta soledad de Panchito, y la aún más ominosa soledad de Margarita, la pequeña a quien Panchito socorre, que además tiene que sufrir los maltratos de que es objeto en la casa en la que sirve, parecen contrastar con las atenciones que se prodigan tradicionalmente a los niños en estas fechas.

El mensaje de Pocaterra es claro: “A ti que esta noche irás a sentarte a la mesa de los tuyos, rodeado de tus hijos, sanos y gordos, al lado de tu mujer que se siente feliz de tenerte en casa para la cena de navidad; a ti que tendrás a las doce de esta noche un puesto en el banquete familiar, y un pedazo de pastel y una hallaca y una copa de excelente vino y una taza de café y un hermoso “Hoyo de Monterrey”, regalo especial de tu excelente vicio; a ti que eres relativamente feliz durante esta velada, bien instalado en el almacén y en la vida, te dedico este cuento de Navidad, este cuento feo e insignificante, de Panchito Mandefuá, granuja billetero, nacido de cualquiera con cualquiera en plena alcabala, chiquillo astroso a quien el Niño Dios invitó a cenar”

¿Cuántos Panchitos en nuestra ciudad esta noche? ¿Hasta cuándo Panchitos? No sólo los que carecen de la seguridad material que favorezca su desarrollo, sino también aquellos que carecen, aun en el seno de una familia, de atención, de cariño, de tiempo de calidad…

El protagonista por excelencia de la Navidad es el amor: “ tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único”. Es, así mismo, encarnada en la emblemática figura de un Niño, esperanza, promesa, posibilidad…
¿Y dónde irá a cenar Panchito esta noche? Quizá muy cerca de nosotros. Quizá consigamos verlo si prestamos atención. Y aún más importante: quizá podamos comprometernos a velar a lo largo del año para que cada Nochebuena haya menos Panchitos por el mundo

martes, 17 de diciembre de 2013

Embajadores a destajo


El Universal, 17 de diciembre de 2013

El polifacético pensador argentino Raúl Scalabrini Ortiz expresaría: “Nuestra ignorancia ha sido planificada por una gran sabiduría”.

Esta “gran sabiduría” a la que se refería el escritor aludía, no sólo a la política de gobernantes inescrupulosos que disfrutaban de mantener al pueblo sumido en la ignorancia para manipularle a capricho, sino también, y sobre todo en el contexto en que él lo aseguraba, al colonialismo que material o intelectualmente se había venido ejerciendo sobre nuestro continente.

Sin desconocer la verdad que entraña la aseveración de Scalabrini Ortiz, no creo que haya una acción deliberada destinada a provocar la división y la ignorancia, sino que mucho se medra sacando provecho de un terreno abonado por la estrechez de miras y por un conjunto de creencias que tiende a perpetuarse.
A veces me fastidia el discurso anti-imperialista porque siento que en el fondo se pone más énfasis en el rencor hacia quienes nos penetran culturalmente que en el fortalecimiento de nuestra propia identidad, una identidad signada quizá, precisamente, por la multiculturalidad.

Vivimos en un mundo globalizado. No es posible negar las bondades que se desprenden del rápido acceso a datos de toda naturaleza a través de las tecnologías de la información y la comunicación. Proveyéndonos de insumos para la reflexión, deberían de ampliar nuestra perspectiva en la medida que las abordáramos a través de una aproximación aunque fuera medianamente crítica.

Así pues, mi percepción es que los esfuerzos deberían estar encaminados a preservar, divulgar y, en algunos casos, hasta a descubrir nuestros propios rasgos idiosincráticos, de modo que pudieran coexistir junto con los de otras culturas, sin que ni los unos ni los otros se vieran lesionados. Ya en otras oportunidades me he pronunciado acerca de lo improbable --e incluso inconveniente—de mantener una identidad químicamente pura.

Sin embargo, convengo en que hemos dado en subestimar nuestra propia valía. Muchos han tratado con anterioridad el asunto del “complejo de inferioridad” que padece el venezolano. “En muy buena medida seguimos creyendo, como la Malinche, que lo que viene de afuera es necesariamente mejor “ apuntaría Marcelo Colussi, quien por cierto es psicólogo. “Cargamos como grilletes un inmenso complejo de inferioridad que nos impide ver las maravillas que poseemos y la grandeza de nuestra gente”, apuntaría Mónica Cardozo.

Circunstancialmente, involuntariamente, me he ido topando con valores venezolanos y, a lo largo de este año, me ha parecido de justicia exaltarlos. Se trata de los embajadores a destajo. Escrutando en el concepto de “embajador” descubro que en él subyacen principalmente dos rasgos: uno, el hecho de representar a un Estado, colectivo o personaje, y dos, el hecho de estar excepcionalmente facultado para desempeñar su misión en términos cualitativos. Esto es: poseer especial destreza o maestría para ejecutar su labor.

Diplomáticamente, un embajador es un individuo autorizado oficialmente para representar al gobierno de su país en un estado extranjero de modo permanente. Pero, inevitablemente, ya por el sólo hecho de ser venezolanos, hay quienes se constituyen extraoficialmente en nuestros representantes en sus respectivas disciplinas.

Una vez más es posible que surja la polémica acerca de la pertinencia de que ciertos personajes hayan permanecido o no en el terruño natal. Habría que examinar las circunstancias particulares de cada quien. Estoy segura de que el amor por su país es, en muchos casos, incuestionable, y que desde la distancia están haciendo cosas por los venezolanos: le están diciendo al mundo que tenemos cualidades intelectuales, morales y humanas para posicionarnos en cualquier campo al más alto nivel. Pero, sobre todo, nos lo están diciendo a otros venezolanos, lo que debería contribuir incrementar nuestros niveles de confianza en nosotros mismos, a perseverar en nuestras metas y a saber que, por muy adversas que puedan llegar a ser las circunstancias, se puede seguir creciendo dentro y fuera del país.

Desde mi condición de inmigrante e hija de inmigrantes mal puedo comulgar con resabios chauvinistas: la gente es gente en cualquier parte del mundo. Pero me parece de recibo reconocer los logros de quienes dan la cara por nosotros, a veces calladamente, con un mensaje claro: hacia dentro, que ese supuesto complejo de inferioridad no tiene razón de ser, y hacia fuera, destacando talentos que se desempeñan en sus respectivas áreas con un nivel muy alto de calidad.

Personajes como Manuel Hernández Silva, Zoraida Avila, Elvia Sánchez, Leonardo Pizzolante, Leonardo Lozano, Eugenia Adam, Rafael Chávez, César Yacsirk , Ignacio Izcaray, Libardo Linárez, Ronald Tancredi, José María Salvador, Marlon Quintero, Nidia Tabárez y José Luis Colmenares están ofreciéndole al mundo lo mejor de nosotros.

martes, 10 de diciembre de 2013

Hallacas en Madrid


El Universal, 10 diciembre de 2013

“Con el sudor de mi lengua”, es un monólogo escrito por la actriz y locutora Eugenia Adam, en el que se describe con profusión de anécdotas lo que es la vida cotidiana de los venezolanos y otros latinoamericanos en Madrid.

Si bien abrirse paso en otro sitio puede resultar cuesta arriba, España es un enclave acogedor para nuestros compatriotas. El hecho mismo de compartir el idioma facilita el acercamiento. Por añadidura, hay una disposición muy favorable para recibir a los venezolanos, siendo que hubo una fuerte inmigración española en nuestro país, lo que ha dejado establecidos lazos indisolubles

Quien más, quien menos, ha tenido algún familiar en Venezuela. Todos conocen alguna anécdota, o han deseado viajar a Margarita, o simplemente han visitado el país. Del mismo modo, la penetración que en su día tuvieron ciertas telenovelas y la presencia en los medios de comunicación de personajes emblemáticos como Boris Izaguirre, Carlos Baute o Ivonne Reyes, son referencias ineludibles en las conversaciones cotidianas.

Por otro lado, muchos de los venezolanos radicados en España son descendientes de españoles, lo que restaura los lazos familiares acaso desvanecidos en otro tiempo. Sin embargo, las fiestas decembrinas, tal vez por el cariz hogareño que las envuelve, vienen acompañadas de cierta melancolía.

Hay rituales que se repiten año tras año, y que son lo que distingue y caracteriza la temporada: son el hilo conductor que nos vincula con las celebraciones del pasado y que conforman la tradición, ese conjunto de costumbres que se trasmiten de generación en generación y que, al compartirlas con un colectivo, nos hace sentir parte de él donde quiera que estemos. Es por eso que, en la distancia, hay prácticas que sirven paliar la nostalgia que recrudece en estas fechas para los que están lejos.

Por iniciativa de Eugenia Adam, y con el apoyo de diversas instituciones, ha venido celebrándose en los últimos años el concurso “la mejor hallaca de Madrid”, que sirve a diversos propósitos. En primer lugar, se estimula el que nuestra tradición navideña se mantenga, a pesar de la distancia, al ofrecer un reconocimiento al esfuerzo de preparar las hallacas. En segundo lugar, se utiliza la gastronomía venezolana como vehículo para difundir nuestra cultura y, finalmente, se fomenta la unión y el encuentro entre los venezolanos en torno al más emblemático manjar de la mesa de Nochebuena.

El evento tuvo lugar por primera vez en 2010, y a partir de entonces no ha dejado de crecer: ya en 2012 figuraba una mención para la mejor hallaca vegetariana.

Este año, la cuarta edición del concurso tendrá lugar en el restaurante “La Panamericana”, propiedad del chef venezolano Emiliano Reyes, quien, habiendo formado parte del jurado en 2012, abre en esta ocasión las puertas para acoger el evento.

El procedimiento para participar es sencillo: previa inscripción a través de la web del evento, se presentarán a concurso tres hallacas, que serán evaluadas en base a tres criterios: presentación, masa y guiso. La hallaca que obtenga mayor puntuación en los tres rubros se hará acreedora del título de “La mejor hallaca de Madrid”.

El jurado estará encabezado por la cocinera Claudia Bertorelli, a quien acompañarán los periodistas Noé Pernía y Patsy Montiel Moronta; la gastrónoma Lena Yau; el ya mencionado Emiliano Reyes, propietario del restaurant La Panamericana; José Luis Torremocha, representante de la ONG AESCO (América España Solidaridad y Cooperación ), y David Torres, Ganador de la primera y tercera edición del Concurso.

La cita es el 14 de diciembre, a partir del mediodía. Isabel Benito contará cuentos y se invitará a los presentes a que canten aguinaldos y parrandas mientras el jurado califica las hallacas.

martes, 3 de diciembre de 2013

En el año del cuatro: Leonardo Lozano

El Universal, 3 de diciembre de 2013

En el marco de las actividades programadas con motivo de la celebración del “año del cuatro” se convocó el Concurso de Composición para Cuatro Venezolano “Fredy Reyna”, organizado por la Fundación Compañía Nacional de Música.

El sábado 23 de noviembre, en la Sala José Félix Ribas del Teatro Teresa Carreño, un jurado de primerísimo orden integrado por Juan Carlos Núñez, Gerardo Gerulewicz, Luis Ochoa, Chuchito Sanoja y Leonardo Lozano dio a conocer su veredicto. Las piezas “Concierto Típico” de Ricardo Escorcio, en la categoría de obra para cuatro y orquesta típica; “Cuatro x cuatro”, de Pedro Mauricio González, en la categoría de obra para cuatro solista, y “Mi cuatro enamorado”, de Lula Pereira Méndez, en la categoría de canción sobre el cuatro venezolano, fueron seleccionadas entre catorce composiciones inéditas que optaban a distinguirse en cinco categorías diferentes, dos de las cuales resultaron desiertas.

Declarado recientemente “Bien de interés cultural de la Nación”, nuestro cuatro se ha entendido tradicionalmente como un acompañante armónico-rítmico, omnipresente en el ámbito folclórico, que se toca rasgueando las cuerdas con la mano derecha, mientras se hacen los acordes con la izquierda. Sin embargo, la música del período en que este instrumento arribaría a Venezuela -- al parecer en el siglo XVI, a través de Coro-- hace pensar que había sido concebido para tocarse punteando.

Ya Fredy Reyna había percibido la semejanza entre la afinación de
la guitarra renacentista, también de cuatro órdenes, y la afinación del cuatro venezolano tal y como él la planteaba (sol do mi la), lo que posibilitaba la interpretación del vastísimo repertorio compuesto para este instrumento y para vihuela entre 1546 y 1554.

Si bien la ejecución del cuatro se ha desarrollado en manos de artistas como Enio Escauriza, Hernán Gamboa, Cheo Hurtado y, por supuesto Fredy Reyna, a última fecha su consolidación como solista llega de la mano de Leonardo Lozano, quien ha logrado afianzar el status académico del instrumento.
Este excepcional intérprete es, en efecto, el creador de la primera cátedra académica de cuatro solista, tanto en el Conservatorio Nacional de Música “Juan José Landaeta”, como en la Escuela de Música “Manuel Alberto López”.

Concertista, compositor, arreglista y docente, Leonardo Lozano egresó como profesor ejecutante de guitarra del Conservatorio “Juan José Landaeta”, y es Licenciado en Artes, mención Música, grado que obtuvo en la Universidad Central de Venezuela haciéndose acreedor de todos los honores.

Durante su niñez Leonardo tuvo la expectativa de estudiar cuatro, pero no había la posibilidad de cursar estudios académicos de este instrumento. Así pues, comenzó a formarse con el maestroAbundio López. Prosiguió más tarde estudios de guitarra clásica bajo la tutela del maestro Armando Cisneros.

Leonardo Lozano entrevió clara su misión: resultaba evidente la necesidad de ir conformando un repertorio escrito que le diera solidez académica al instrumento. Y así, se ha empleado en la
creación de este repertorio, no sólo a través de las transcripciones que ha realizado, sino también a través del considerable número de obras de cámara que ha compuesto para cuatro y piano, interpretándolas con figuras de la talla de Juan Carlos Muñoz, Simón Molina, Abraham Abreu, Coromoto Ramírez, Mariana Zayas (en Argentina) y Sophia Valliant (en Francia).

En abril del 2000 se estrenó su “Passacaglia”, concierto para cuatro y orquesta, y ese mismo año vio la luz la música incidental que compuso para la obra de teatro “El Caballero de Pogolotti”, del autor cubano Héctor Quintero.

Destaca entre sus composiciones la obra "Antología venezolana con chipola", escrita para la orquesta "Virtuosi de Caracas" a solicitud de su director, Jaime Martínez y estrenada en 2005.
La primera grabación monográfica, a nivel mundial, de la música para guitarra renacentista de cuatro órdenes (caída en el olvido durante siglos) fue realizada por Lozano en el año 2002, empleando el cuatro venezolano, tres años antes de que el especialista en música antigua Michael Craddock efectuara una segunda grabación, en la que sí empleó la guitarra de cuatro órdenes.

El disco "Cuatro en la Música Renacentista" fue producido en Venezuela por la Fundación Ichiban y se vende en Japón desde el mismo año 2002.

Leonardo Lozano ha sido un excelente embajador musical de nuestro país, desplegando su talento en diversos puntos de Ecuador, Estados Unidos, Chile, Austria, Italia, Argentina, Inglaterra, Colombia, Suiza, Brasil, Alemania y Chequia. Además de la cátedra en el Conservatorio "Juan José Landaeta", en la actualidad desempeña tareas docentes en la Universidad Arturo Michelena, de la que es fundador y asesor, y en la escuela de música "Sebastián Echeverría Lozano" de Valencia, mientras prosigue con la investigación e interpretación de nuestro cuatro. En breve verá la luz su disco "Que llueva, que llueva. La Música infantil en Venezuela”.

martes, 26 de noviembre de 2013

Gente de…¿paz?

El Universal, 26 de noviembre de 2013

Enemiga de las frases hechas, de las panaceas, de las fórmulas adaptables a cualquier ocasión, reconozco sin embargo que hay citas que invitan a reflexionar, y que a veces compendian todo un mundo de ideas.

En algún lugar leí, no hace mucho tiempo, que la diferencia entre los que triunfan y los que fracasan está en que los primeros mantienen la mirada en sus objetivos, mientras que los otros la ponen en sus dudas y limitaciones. Me parece que esa afirmación entraña gran sabiduría: si tenemos claro lo que deseamos alcanzar, nuestros esfuerzos deben dirigirse a buscar los recursos y las estrategias que nos conduzcan al éxito a pesar de los pesares; a pesar de lo poco favorable del entorno; a pesar de quienes nos adversen directamente o, de quienes, simplemente, nos desalienten con su poca fe en la viabilidad de nuestros proyectos.

Resulta muy poco productivo llorar sobre la leche derramada. Sin embargo, resultaría también frívolo ignorar la realidad por la que atraviesa nuestro país en este momento en el que, más allá de ciertos hechos materiales que generan desazón, la incertidumbre se cierne sobre los venezolanos. Realmente parecen estar en duda cuáles son las reglas del juego, y cuál es el rol que le toca desempeñar a cada quien. Y en medio de este panorama, parece que todo vale.

Tradicionalmente las festividades decembrinas han estado signadas en nuestro país por la búsqueda del encuentro, tanto para quienes ven en ellas una connotación religiosa, como para quienes participan de las celebraciones al estilo laico. La bandera que al amanecer anunciaba a los propietarios de las casas zulianas la visita de los gaiteros que tendría lugar al final del día; las proverbiales Paraduras andinas; el Robo y búsqueda del Niño, y las parrandas, constituían ocasiones para dispensar una visita a diferentes hogares llevándoles alegría, al tiempo que los visitantes resultaban objeto de agasajo por parte de los dueños de casa.

-  Tun-tún
- ¿Quién es?
-  Gente de paz.

Uno de nuestros más emblemáticos aguinaldos describe, precisamente, esa situación: la confluencia entre los que están afuera y los que están adentro, cómplices en el acto de propiciar un encuentro jubiloso.
Cuán diferente parece esa hospitalidad, enseña del venezolano, de otros encuentros que han tenido lugar a últimas fechas, entre los de afuera y los de adentro… En una pretendida cruzada en contra de la especulación se ha asestado un golpe al comercio que terminará por redundar, necesariamente, en la escasez y en la pérdida de puestos de trabajo.

Este artículo bien pudiera haberse llamado “divide y vencerás”. Parece que se nos olvida que todos deseamos, o deberíamos desear, lo mismo: un país en el que se garantice el bienestar de todos. En ello deberíamos poner la mirada.

Resulta evidente la necesidad de poner freno a quienes se lucran en desmedro de sus compatriotas: se han concedido ciertos privilegios cambiarios a algunos sectores comerciales a fin de, precisamente, poder ofrecer a los ciudadanos ciertos artículos de importación a precios razonables. Abusar de esa condición privilegiada resulta inadmisible. Pero ello no ha sucedido en todos los casos, y lo que a primera vista pudiera parecer una medida positiva para la comunidad, a largo plazo puede revertir en el deterioro de sus condiciones de vida, mientras que, una vez más, se espolea el resentimiento y la animadversión entre unos y otros venezolanos.

La lección de la IV República es que no se puede construir sobre los precarios cimientos de la desigualdad y la injusticia social. Pero la opresión que se ejerció en su momento sobre los unos, ahora se ejerce de otra manera sobre los otros. Y resulta necesario desarrollar un modelo en el que no sea necesario oprimir a nadie, ni con fines legítimos, ni con propósitos demagógicos. La solución, entre otras cosas, pasa por no ser presa de la insidia. Quizá entonces, cuando tengamos un sistema capaz de subvenir a las necesidades de todos, se pueda volver a decir de nosotros como se dijo en otro tiempo: que somos gente de paz.


martes, 12 de noviembre de 2013

¿Arte o Vandalismo?

El Universal, 12 de noviembre de 2013

Hace apenas unos días ocasionó gran revuelo el rumor de que habían aparecido en Guacara, estado Carabobo, ciertos grafiti atribuidos a Banksy.

El artista ha venido desarrollando en América un conjunto de acciones, entre las que se cuenta la apertura de un tenderete en el que puso en venta sus obras a precios irrisorios, y una instalación móvil que denunciaba el maltrato al que son sometidos los animales que se trasladan al matadero.
Quienes tuvieron acceso al precario punto de venta de Banksy desperdiciaron la oportunidad de adquirir por unos cuantos dólares las obras escasas y prácticamente inaccesibles del artista británico de identidad incierta (se aventura que su nombre pudiera ser Robin Gunningham).

Ya en 2008 una obra estarcida en las inmediaciones del Centro Sambil de Caracas, que representaba a un
sujeto vomitando la producción periodística venezolana, había sido atribuida a Banksy, o al menos había servido para que se reconociera la influencia del artista en el país. También algunos grupos se habrían apropiado de sus imágenes utilizándolas para hacer propaganda política.

El asunto, que nuevamente pone en luz el punto de que la obra de arte tiene, a más de un valor intrínseco que depende de sus variables plásticas, un valor de mercado que le confiere el hecho de haber sido ejecutada por un autor más o menos cotizado, apunta también a uno de los rasgos más polémicos del grafiti: el intervenir en la propiedad privada. La obra, por valiosa que sea, no es elegida, sino impuesta. Yo, la verdad, me sentiría absolutamente afortunada y feliz si un artista con la calidad de Belin, el hiperrealista sevillano, dejara su impronta en mi fachada. Pero cada quien tiene derecho a identificarse o no con una particular estética.

El grafiti es polémico desde muchos puntos de vista. Hasta su grafía genera debate, y que quede claro: según ha aseverado Arturo Pérez Reverte en Twitter, en castellano se escribe “grafiti”, término que él introdujo personalmente en el diccionario de la RAE. Por cierto, que la última de sus novelas, “El francotirador paciente”, explora el mundo de los grafiteros.

BELIN
Lo que ya resulta indiscutible es que el grafiti es arte. Ahora bien: también es cierto que no toda representación hecha en un muro es un grafiti. Habría que distinguir entre lo que los españoles denominan “una pintada” (cualquier mensaje pintado a la carrera en un muro) y lo que es un auténtico grafiti: una obra plástica que emplea como soporte una pared o el mobiliario urbano. Se diferencia además, del mural, por su ejecución clandestina, que redunda en el impacto que genera la repentina aparición de la imagen, aprovechando la sorpresa para aumentar el poder de penetración del mensaje, generalmente denunciativo. La inesperada intervención capta la atención pública, así como lo hacen el flashmob o las intempestivas acciones de grupos como Greenpeace o Femen a mayor o menor escala.

Las dificultades que la obra debe vencer son parte de las razones que le confieren un valor añadido a sus cualidades plásticas: debe ser ejecutada en un breve lapso de tiempo, a hurtadillas, y cuanto más inaccesible y sorprendente sea el lugar más mérito tiene, aunque casi siempre termina siendo efímera, debido a las precarias condiciones de conservación que devienen de estar a la intemperie.

Normalmente su autor se mantiene en el anonimato, identificándose apenas a través de un pseudónimo. Las imágenes, más allá de cumplir una función meramente plástica, procuran divulgar algún mensaje con carga denunciativa.

Los Banksy, en concreto, se distinguen por conciliar imágenes en principio contrastantes, propugnando la vigencia de los valores inmanentes, aun en medio de las realidades más hostiles. Destaca así por su belleza la pareja de niños abrazados sobre un montón de basura armamentística, o el joven que se propone perpetrar un atentado mediante el lanzamiento de un ramillete de flores destinado a impactar en un contexto conflictivo.
La agilidad que requiere su ejecución, su temple contestatario y la manifestación de rebeldía que supone infringir una regla, ha llevado a que este arte se asocie normalmente a los jóvenes, a los adolescentes, explosiva combinación de idealismo e inconformismo capaz de quebrantar todas las normas y transformar el status quo.

De hecho, cierta campaña de los laboratorios Pfizer ponía de relieve, a través de un anuncio, esta dualidad,
cuando un joven emplea un grafiti, recurso poco convencional y hasta ilegal, para alcanzar una meta loable: brindar consuelo a una niña enferma. Ello plantea un sinfín de consideraciones morales: ¿el fin justifica los
medios?

En un mundo cargado de violencia e injusticia, yo seguiré admirando esta suerte de terrorismo plástico; el esgrimir la belleza como arma; la humanización de la selva de concreto y el valor para arriesgar el pellejo en pro de los propios ideales.

domingo, 3 de noviembre de 2013

El pan con que nos alimenta María Luisa

El Universal, 29 de octubre de 2013


Con el título El pan que me alimenta se presentará esta noche en Madrid un compendio de las obras de María Luisa Mora Alameda, prolífica poetisa española que ha venido construyendo a lo largo de su trayectoria, que se extiende ya por casi un cuarto de siglo, un corpus literario signado por la delicadeza, la sensibilidad y, sin embargo, también por la proximidad al lector, en un estilo absolutamente característico y personal.

El libro que, merced a la Editorial Vitrubio, podremos disfrutar a partir de hoy, recoge nada menos que once de los poemarios que la autora ha publicado hasta ahora: Las hiedras difíciles; Este largo viaje hacia la lluvia; La tierra indiferente; La Mujer y la bruma; Busca y captura; Meditación de la derrota; La isla que no es; La respuesta está en el viento; Navegaciones; El don de la batalla y El mundo raro. Es posible acceder de este modo, en un solo volumen, al fruto de la inspiración de esta toledana que no ha dejado de cosechar éxitos desde que despuntó en el horizonte literario, hace ya más de veinte años.

Los poemas de María Luisa resuenan en el lector porque sus referentes provienen de la vida cotidiana. Sus reflexiones emanan de las acciones que ejecuta cada día, de episodios en los que cualquiera puede verse reflejado. María Luisa va al mercado, y en el acto anodino de la compra es capaz de encontrar nuevas e insospechadas connotaciones emocionales, de desentrañar nuevos significados hasta entonces no percibidos. Y es ése el punto en el que ennoblece la perspectiva del lector, cuando empieza a desvelar la riqueza que encierra la vida en cada uno de sus pequeños instantes.

Acaso sea éste el verdadero y más importante don de la autora: el disfrutar de una visión privilegiada de la realidad, de la que hace partícipes a los demás mortales. Después, viene el asunto del lenguaje con que se expresa esa visión: María Luisa huye de la rima fácil, pero también evita las complejas imbricaciones del idioma. Su habilidad fundamental radica en encontrar las palabras y las imágenes precisas para desencadenar en el lector una sensación análoga a la que ella percibe en su interior. Ora sugiere, ora asevera, pero siempre tiene claro el receptor la situación de la que se está tratando, descifrándola ya con el intelecto, ya con el corazón. Y así siente lo que María Luisa siente; vive lo que María Luisa vive. Y encuentra en los pájaros y en la lluvia y en la ausencia del amante visos hasta entonces no contemplados, quizá nunca experimentados, pero tan humanos, que es fácil empatizar con la emoción.

Esta podría ser una de las razones que explican por qué, desde que comenzó a publicar en 1986, haya ido cosechando un premio tras otro en la medida en que han ido viendo la luz sus libros: el Carmen Conde en 1990; el Adonais en 1995 y, más recientemente, el Ciega de Manzanares y el Rafael Morales en el 2012, engrosan la lista de los reconocimientos a los que se ha hecho acreedora.

La poesía, en su caso, constituye un posicionamiento ante la vida: “Soy poeta. Soy poeta para vivir. Y vivo para ser poeta”, expresaría en alguna oportunidad la escritora. De algún modo, advino al mundo dotada de una especial sensibilidad que se ha acrecentado a través de los años y que da origen a una expresión acrisolada en el ejercicio reiterado de escribir. En una entrevista realizada en 2012 por Manuel Carmona Rodríguez, la escritora aseveraba: “Todo lo que sea cultura nos sirve de alimento. Ya decía Jesucristo en los Evangelios que no sólo de pan vive el hombre. El teatro, la poesía, la música, todo lo que sea cultura es compatible y necesario y nos enriquece y nos transforma para bien.” Esta filosofía se traduce en el poema “El precio”, de donde surge el nombre del compendio que se ofrece al público esta noche:

A veces, te preguntan
cuánto ganas por poema,
cuánto pagan por la belleza en las ciudades.
Callas, muerta de vergüenza,
no entendiendo un mundo
que pone precio al pan que te alimenta.

Bienvenido sea, y en buena hora, este pan con que nos ha de alimentar.

Mérida y José Manuel Montero, agrotenor

El Universal, 8 de octubre de 2013

Tres son las Méridas del mundo: la de México, la de Venezuela y la de España. A esta última deben su nombre las dos primeras.

Sita en el norte de la provincia de Badajoz, la Mérida española acogerá en breve, del 22 al 26 de octubre, el II Foro Internacional de las Méridas del Mundo, promoviendo el intercambio comercial entre las más de 40 empresas procedentes de México, Portugal, Venezuela, Perú, Chile y Brasil que participarán en el evento.
Por una parte, se persigue contribuir a la creciente internacionalización de la economía de Extremadura; por otra facilitar el acceso de las empresas iberoamericanas al mercado europeo. Mas, si bien en esta ocasión el encuentro está signado por un cariz tecnológico y empresarial, hace ya tiempo que se viene gestionando entre las ciudades homónimas un proceso de intercambio a otros niveles, que cristalizaría, por ejemplo, en la Primera Feria Cultural de las Méridas del Mundo, celebrada en Abril de 2010.

Las tres Méridas han demostrado una decidida inclinación hacia el fomento de las artes y las ciencias. La de Yucatán fue designada Capital Americana de la Cultura en el año 2000; la de Venezuela gira en torno a Universidad de Los Andes, y la de España alberga una bullente actividad cultural, frecuentemente enmarcada en un conjunto arqueológico declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1993, debido a su importante interés histórico y monumental.

Precisamente desde este conjunto arqueológico, hace apenas un par de semanas, se levantaba una voz que no suele dejar a nadie indiferente: José Manuel Montero, en el rol de Don José, conmovía a quienes acudieron a la presentación de la Carmen de Bizet en el Teatro romano de Mérida.

Montero, egresado del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, se formó al amparo de Pedro Lavirgen, prosiguiendo más tarde estudios con Daphne Evangelatos gracias a una beca conferida por la Opernschule de Munich. En 1996 se incorpora al elenco del teatro de Wuppertal, al que pertenecería hasta el año 2001, cuando pasa a formar parte de la Staatsoper de Hannover en calidad de primer tenor lírico.

Montero, que ha compartido escenario con Plácido Domingo, ha cantado en los más diversos y prestigiosos teatros de Europa: las presentaciones en Budapest, Toulon, Belgrado y Frankfurt se han alternado con la participación en festivales como el de Montepulciano y el de Ambronay, y con una gira de conciertos en China, interpretando obras de Mozart y del repertorio romántico.

Calificado en ocasiones como “el sucesor de Gayarre”, José Manuel hace gala en sus interpretaciones de un desenfado y una espontaneidad que logran que se establezca una conexión con el público enseguida, sin que por ello se vean menoscabadas ni su profesionalidad ni su técnica. Dotado de una bella voz destaca, sin embargo, por la vitalidad que se manifiesta en todas las facetas de su vida.

Ávido por navegar, por volar, por disfrutar, proyecta una imagen dehombre incansable, cercano, afable y dispuesto a apurar hasta la última gota de cada una de las experiencias que le depara el día a día. Si incursiona usted en su Facebook, podrá comprobar cómo, lejos de encontrarse con el perfil de un divo, se topa uno con sus imágenes del campo, subido en el tractor, o exhibiendo orgullosamente los productos que cultiva. Porque, en sus propias palabras, “ a mí, mis viñas y mis olivas me atraen más que el glamour de la profesión....”

Lector serio, padre de familia, hombre de su tiempo preocupado por el entorno, la justicia social, la ecología y las energías renovables, resulta una de las personas más polifacéticas que imaginar se pueda. Desdeña los melindres aduciendo que las vicisitudes inherentes a su condición de agrotenor le han curtido y le tienen acostumbrado a sortear todos peligros que se ciernen sobre su garganta privilegiada.

Dicen que ciertos personajes se desahogan en el campo cantando a pleno pulmón ¿Tendrá esto algo que ver con las capacidades de José Manuel Montero? Si así fuera, en buena hora. De momento tendrán oportunidad de disfrutar de su voz en la vecina Colombia cuando, en el marco de los eventos que conmemoran el Bicentenario de nacimiento de Giuseppe Verdi, se presente en el Teatro Metropolitano, junto a la Orquesta Filarmónica de Medellín, conducida por el Maestro Francisco Rettig, de Chile. Esperemos que muy pronto podamos escucharlo en esta Venezuela nuestra.


martes, 22 de octubre de 2013

Prohibido suicidarse en Primavera

El Universal, 22 de octubre de 2013

Mientras me voy vistiendo, escucho la radio, sintonizada en una emisora cualquiera, escogida al azar. Súbitamente, lo que oigo acapara mi atención: se trata de una entrevista a Beatriz Becerra, autora de “La estirpe de los niños infelices”, una novela que presenta diez casos reales de niños que se suicidaron en países y circunstancias diferentes entre 1905 y 2006. La relación entre una psicóloga y un médico guatemalteco sirve de pretexto para volcar los resultados de una investigación que la autora ha adelantado durante más de diez años.

Aún no he tenido la oportunidad de leer la obra, pero me parece encomiable que alguien tenga el valor de acometer un tema tan escabroso, que, de entrada, nuestro instinto nos pide ignorarlo. Las estadísticas son escalofriantes: la web de la Organización Mundial de la Salud reporta que cada año se suicida casi un millón de personas, lo que supone una tasa de mortalidad "global" de 16 por 100.000, o una muerte cada 40 segundos. Y, de acuerdo con el CDS (Center for Disease Control and Prevention), el suicidio es la tercera causa de muerte entre jóvenes de 15 a 24 años de edad, después de accidentes y homicidio.

Tomo prestado el título de este artículo de una obra de Alejandro Casona, puesta por primera vez en escena en 1937. Ello se debe a que suele hablarse de los jóvenes como de personas que están “en la flor de la edad”, así como también suele asociarse la primavera con los estadios primeros de la vida.

En la obra de Casona los personajes, alojados en “El Hogar del suicida”, van postergando cotidianamente el acto de poner fin a sus días. Un caso similar nos ofrece la literatura a través de la novela El abuelo, de Benito Pérez Galdós: Pío Coronado, harto de su situación doméstica, considera el suicidio como salida a todos sus males, pero halla sin embargo a cada instante razones para posponerlo. Porque hay en el hombre una tendencia hacia la vida, la autorrealización y el crecimiento. ¿Cómo se explica, pues, el suicidio, particularmente entre los jóvenes?

Al parecer, hay dos aspectos involucrados: uno relacionado con algún tipo de enfermedad, como la esquizofrenia, y otro asociado a la depresión, a menudo desencadenada por la pérdida de un ser querido, por un cambio de colegio o barrio, por el sentimiento de ser poco valorado en el seno de la familia, por el exceso de presión que ejercen padres u otras figuras de autoridad para que el joven obtenga resultados que no se siente en capacidad de alcanzar… Los temas del abuso de autoridad y el acoso escolar (bullying) merecen capítulo aparte.

Cuesta asimilar la idea, aunque sea evidente, pero los jóvenes sufren y, además, son vulnerables debido a su concepción temporal de la vida : no pueden percibir su infelicidad como el resultado de una situación puntual y transitoria, sino que tienen la impresión de que es la vida misma lo que se ofrece como un tránsito doloroso que puede extenderse por tiempo indeterminado. La muerte surge como alternativa cuando existe la convicción íntima de que no puede haber otro horizonte diferente al que divisamos en ese momento.

Al parecer, hay señales que avisan de que algo anda mal: mencionar el suicidio, o la muerte en general; insinuar que ya no estarán más; expresar sentimientos de desesperanza o culpa; aislarse; empezar a regalar objetos valiosos a hermanos o amigos; manifestar cambios en los hábitos de alimentación o de sueño, y el desinterés hacia actividades que otrora fueran predilectas, pueden alertar en cuanto al malestar que experimenta el joven.

No debe correrse el riesgo de interpretar ciertos comportamientos como una manera de “llamar la atención”, puesto que el joven pudiera efectivamente autolesionarse. Se recomienda preguntarle directamente si se ha planteado el suicidio, en caso de que haga ciertos comentarios en relación a la muerte. Y es necesario el apoyo profesional, que debe mantenerse, aunque manifieste una mejoría, puesto que en estos casos suelen producirse altibajos.

Nunca será excesivo el afecto y la atención que se prodigue a nuestros hijos y alumnos. Y, desde luego, resulta determinante el modelo que ofrezcamos con respecto a la manera de posicionarse frente a los acontecimientos: es importante educar en una actitud positiva que alimente el deseo de crear situaciones gratificantes y que estimule la tolerancia frente a los eventos desagradables, relativizando su importancia. Porque, en definitiva, la palabra antónima de “suicidio” es “esperanza”.

martes, 15 de octubre de 2013

En el Metro

El Universal, 15 de octubre de 2013


Transito, absorta en mis pensamientos, el epicentro vivo, palpitante, de esa urbe inconmensurable en la que habito. Tal vez adormilada todavía, recorro las galerías que descienden, cada vez más profundas, alejándose del edificio del gobierno que se yergue en la superficie, cubriéndolas.

Camino ajena a la naturaleza de la colmena que recorro, con la certeza apenas de que hay un reloj al que vuelvo los ojos diariamente para verificar que voy en hora.

Como en una fila de hormigas, la multitud se desplaza. Contemplo desde la altura los personajillos, empequeñecidos por la distancia, que se suceden uno tras otro, como si se tratara de un ballet concertado.

Paisaje humano, horizonte vivo. Amo sentirme parte de esta muchedumbre anónima, suma de individualidades de fisonomía vaga.

Debe de ser esta vocación de corre-ve-y-dile la que me empuja a regodearme en cada rostro, a buscar una historia en cada uno. Mi madre parafraseaba a André Maurois: "todo hombre que conozco es superior a mí en algún sentido", o lo que es lo mismo: cada persona es un hallazgo.

Y así me empeño día a día en descifrar miradas, en escuchar conversaciones aledañas, compadeciéndome de los viajantes que dormitan, acurrucados, con la cabeza apoyada en el cristal de la ventania, acaso entumecidos por el frío.

La escalera mecánica baja. Al término del trayecto, vislumbro al muchacho. Se ha apostado en el lugar exacto en el que se bifurca el contingente humano que se interna en las entrañas de la ciudad. Está en el punto justo en que la pared impele a decidir, impostergablemente, si girar a la derecha o a la izquierda.

Son apenas las siete. ¿a qué hora ha llegado? Para llegar aquí ¿a qué hora ha salido? Cargar el teclado. Instalarse. Desmontar las razones que le habrán opuesto para quedarse… Suspira, y toda esa rutina se me antoja demasiado pesada para sus, quizá, veinte años.

No me entero de lo que está tocando. Me fijo apenas en la mirada cansada, circundada de sombras, que relumbra tras los mechones que le caen en la frente.

Entre dos interpretaciones se despereza y revela la incomodidad que experimenta su cuerpo embutido en el abrigo guateado, quizá demasiado cálido para la temporada. Debió de vestirlo en la oscuridad, antes de que despuntara la mañana, cuando todavía hacía frío.

Giro a la derecha y lo pierdo de vista. Pero la música me corrobora que sigue estando allí.

Cu-cú… Y me inclino para espiarlo desde el muro que lo separa del andén en que me encuentro. A mi lado, una mujer, enfundada en un abrigo gris, saca una moneda del bolso y ladea tristemente la cabeza, conmovida, no sé si por el chico o por el Claro de luna de Debussy, que se tiende de un lado a otro de los raíles…

Cu-cú…

Me mira y sonríe. Entre dos acordes, alcanza a levantar la mano y recoger de sus labios un beso que se desprende de sus dedos y me alcanza, ya a bordo del vagón, un segundo exacto antes de que se cierren las puertas y de que el tren me arrastre consigo, en su vertiginoso deambular, hacia la oscuridad y hacia la vida.

martes, 1 de octubre de 2013

César Yacsirk y El negrito del batey

El Universal, 1 de octubre de 2013

Aunque dio a conocer temas tan entrañables como Aunque me cueste la vida y Todo me gusta de ti, Alberto Beltrán ha pasado a la historia como El negrito del batey. Nacido en Santo Domingo en 1923, en el seno de una familia humilde, su participación en un concurso de radio le abriría las puertas al estrellato. A partir de entonces viviría sucesivamente en Puerto Rico, Cuba y Venezuela, hasta fallecer en Miami, el 2 de febrero de 1997.

El negrito del batey es un merengue contagioso, cuyo contenido no solo resulta divertido, sino que compendia la visión popular que existe acerca del trabajo: “A mí me llaman el negrito del batey / porque el trabajo para mí es un enemigo / el trabajar yo se lo dejo todo al buey / porque el trabajo lo hizo Dios como castigo...”

Traigo esta pieza a colación porque en días pasados tuve ocasión de ver, en video, fragmentos de un taller realizado en Venamcham por el Vicepresidente de la Asociación Venezolana de Psicología Positiva, César Yacsirk. En el taller, el psicólogo reflexionaba acerca de las de cargas añadidas que hemos permitido que se desplomen sobre la actividad laboral.

En primer lugar, señalaba el psicólogo cómo, según la tradición judeo-cristiana, el trabajo había sido el castigo impuesto por Dios a Adán y Eva cuando los expulsó del paraíso. Subrayaba la frecuencia con que se dice que “alguien está pasando trabajo” para aludir al malestar que experimenta frente a alguna situación, y cómo el proceso previo a dar a luz suele denominarse “trabajo de parto”. Es fácil constatar en nuestras verbalizaciones cómo la idea de trabajo está vinculada a las sensaciones de malestar, obligación y agobio.


También hacía notar Yacsirk como transferimos hacia el trabajo otras sensaciones que no le son propias: rechazamos la incomodidad de los desplazamientos, el hecho de tener que madrugar, la subordinación frente a un jefe abusivo… Pero esa sensación de rechazo no va dirigida hacia la actividad que desempeñamos, sino hacia las circunstancias que la rodean.

Junto a Matin Seligman, fundador de la Psicología Positiva
Es interesante comprobar la mala reputación que rodea al trabajo, cuando puede y debe ser una fuente de satisfacción, más aún si se considera el tiempo que dedicamos a ello a lo largo de toda nuestra vida.
La Psicología Positiva procura, precisamente, identificar los factores que inciden en el bienestar de las personas. Desplazar la atención desde el “poseer”, hacia el “hacer” es una de las apuestas de esta tendencia, a la vista de los resultados de las investigaciones efectuadas.

No hacer nada, resultaría aburridísimo. ¿Por qué tantas personas sueñan con ganar la lotería para poder dejar de trabajar? En realidad lo que desean no es dejar de trabajar, sino poder dedicarse a lo que verdaderamente disfrutan. La selección de la actividad laboral es determinante para la felicidad de la persona.

Por qué hacemos lo que hacemos, cómo queremos hacerlo, qué disfrutamos, en qué nos sentimos exitosos, son algunas de las preguntas que deberíamos plantearnos en torno a lo que realizamos. Pero, sobre todo, resulta fundamental saber para qué lo hacemos, porque uno de los elementos que influyen más decisivamente en el desempeño laboral, tanto a nivel de satisfacción personal, como a nivel de productividad, es la comprensión del sentido que entraña lo que estamos haciendo. No podría estar mejor expresado que en palabras de este especialista, avalado ya por su trayectoria y conocido internacionalmente: “No podemos esperar que una persona tenga un desempeño excelente en su trabajo si solamente centra su atención en la tarea y no en el significado de lo que hace. Esa es la diferencia entre dos albañiles: uno que junta ladrillos y otro que construye catedrales”.

viernes, 20 de septiembre de 2013

La Misa de los Mártires del siglo XX

El Universal, 17 de septiembre de 2013





Tras la victoria en 1930 de lo que llegaría a ser el Frente Popular, las Cortes Constituyentes convirtieron España en una “República de trabajadores de todas las clases”, concedieron la autonomía al País Vasco y a Cataluña, y separaron la Iglesia del Estado.

Dicha separación es una de las razones que podrían explicar por qué en 1936 los católicos conservadores hicieron causa común con los antiguos monárquicos de la “Renovación Nacional”, los carlistas de la Nueva Organización de Falange Española y las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalistas en contra de los republicanos y los partidos de izquierda, considerados como una facción extremista: los rojos.

A partir de entonces, la Iglesia quedó en lo que habría de considerarse el bando “opresor”, el más conservador y tradicionalista, mientras que en el lado republicano se concentraría la élite intelectual, consustanciada con la lucha por la justicia social, abanderada de los desfavorecidos e identificada con los valores más raigales de la cultura popular. De hecho, aun pervive en muchos españoles la antipatía hacia todo lo que remita a la Iglesia, tan variopinta en sus entrañas, que es posible hallar en ella desde las posturas más reaccionarias y obtusas, hasta las acciones más revolucionarias y comprometidas con los pobres.


La historia ha abominado de las atrocidades cometidas contra los republicanos en ese periodo: baste recordar la ejecución de Miguel Hernández y de Federico García Lorca, o el exilio de Joan Miró, quien comentaría, por ejemplo, a Georges Raillard: “Franco murió hace quince días. No me siento nunca bien. Jamás. Pero así y todo, desde la muerte de Franco, hay una puerta entreabierta. Al menos, se puede respirar mejor. Ya no se habla más de Franco. Pero atención: habrá que hablar siempre del franquismo, del fascismo.” No obstante, una guerra es una guerra, y así como las derechas arremetieron contra sus opositores, también hubo desmanes por parte de la República, cuyo anticlericalismo habría de cebarse en la persecución de los católicos practicantes. Son ellos los mártires del siglo XX, aquellos que fueron perseguidos por causas religiosas.

El 13 de octubre serán beatificados en Tarragona 522 españoles martirizados durante el siglo XX. Ya una ceremonia semejante, celebrada en la Plaza de San Pedro, en Roma, en el año 2007, despertó polémica, al levantarse voces que adujeron que algunos de los supuestos mártires habían sido condenados no por su condición de religiosos, sino por su activismo a favor de la Falange, señalándose por ejemplo al obispo de Cuenca, Cruz Laplana y Laguna, considerado persona muy allegada al General Fanjul. Comoquiera que sea, muchos fueron ajusticiados por sus convicciones cristianas, y han sido considerados mártires al mantener la profesión de su fe en el momento de la ejecución.

Para la ceremonia de beatificación de Tarragona, la Conferencia Episcopal Española solicitó que fuese compuesta una Misa, interpretada por primera vez oficialmente el pasado nueve de septiembre en la Catedral de Santa María la Real de la Almudena en Madrid. Convergieron así las obras de cuatro relevantes compositores contemporáneos: Carlos Criado (Sanctus, Ave Dolens), Pedro Vilarroig (Gloria) Rubén Diez (Aleluya, Dona Nobis) y Kuzma Bodrov, quien se proclamara ganador del Sexto Premio Sergei Prokofiev de San Petersburgo, el certamen de composición más importante de la Federación Rusa. Bodrov aportó el Agnus Dei y el Kyrie, y es el autor de un magnífico Credo que, si bien fue interpretado en el acto de la Almudena, no forma parte de la Misa, en la que se introdujo en cambio el Aleluya de Díez.

La interpretación de la Misa corrió a cargo de la Orquesta y Coro de la Jornada Mundial de la Juventud, dirigidos respectivamente por Borja Quintas y Marina Makhmoutuova. Estas agrupaciones, vinculadas a la visita que realizara el Papa Benedicto XVI a España en 2011, han continuado efectuando diversos conciertos y grabaciones bajo la figura de una Asociación presidida por Pedro Alfaro Uriarte.


El acto de la catedral de la Almudena no pudo resultar más emotivo. Las composiciones, si bien revelaban la diferencia de autor, resultaron bellas y muy bien interpretadas, contando además con el apoyo de dos venezolanas, una integrante del coro y la internacionalmente reconocida arpista Zoraida Avila, quien en esta oportunidad colaboró con su participación.

Al margen de la connotación religiosa del acto, cuyo eje central fue la lectura de las cartas escritas a su familia por dos de los mártires, de 21 y 25 años respectivamente, en vísperas de su fusilamiento, cabe reconocer la belleza y la profesionalidad de una interpretación que logró, sin duda, emocionar a la audiencia.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Ramón de la Plaza: arte en el siglo XIX


El Universal, 10 de septiembre de 2013

Durante varios años me he interesado en reconstruir y analizar la obra de un personaje al que poca importancia se ha concedido en relación a la influencia que surtió sobre las artes venezolanas del siglo XIX: Ramón de la Plaza Manrique.

A más de ser músico, diputado y diplomático, se desempeñó desde 1877 como primer director y organizador del Instituto de Bellas Artes, y, sin desvincularse de la vida política, asumió como prioridad el estudio de las manifestaciones artísticas de nuestro país, lo que conforma el basamento de su obra literaria.

La trascendencia de Ramón de la Plaza proviene, en primer lugar, de ser el primero en intentar una sistematización de datos relativos a la historia del arte local mediante sus Ensayos sobre el arte en Venezuela y, en segundo lugar, de la influencia que surtirían sus opiniones sobre el desarrollo de plástica nacional.


De la Plaza era considerado una autoridad en materia de arte, como lo evidencian su correspondencia, el hecho de que muchos le enviaran objetos para su colección, según comenta él mismo en sus Ensayos, y la alta jerarquía de los cargos que llegó a desempeñar. En consecuencia, sus juicios han debido de ser tomados muy en cuenta como referencia, lo cual favorecería el desarrollo de las manifestaciones que se ajustaban a sus criterios de bondad, e inhibiría el de otras expresiones que no eran de su agrado. El Impresionismo, por ejemplo, le merece la calificación de "escuela de los despropósitos", y fustiga a Pedro Emilio Rodríguez Flegel por haberse adscrito a esta tendencia pictórica (1883).


Así, el deseo de la gloria debió de impulsar a muchos a ceñirse a los patrones de Ramón de la
Plaza, con la esperanza de verse exaltados por sus apreciaciones críticas; mientras que, quizás, otros talentos permanecieron ignorados por obrar de acuerdo con las tendencias revolucionarias.

Es autor de diversas obras, la más importante de las cuales es la ya mencionada Ensayos sobre el Arte en Venezuela, reproducida en 1895 en el Primer libro venezolano de literatura, ciencias y bellas artes, seguida de un texto complementario. Esta obra constituye una recopilación de cinco ensayos que, en suma, dan cuenta del estado de las artes y de las ideas estéticas predominantes en Venezuela para aquel entonces, aportando además innúmeros datos biográficos de artistas venezolanos, datos de incalculable valor para la reconstrucción de la desmedrada historia del arte venezolano. En 1884 publica El drama lírico y la lengua castellana como elemento musical.


Si bien la parte más conocida de la obra de Ramón de la Plaza la constituyen estos dos libros, así

como un texto crítico acerca de la Exposición Nacional del Centenario, celebrada en Caracas en 1883, no deben desdeñarse otras fuentes para el estudio de sus ideas estéticas, dispersas en su correspondencia, en sus discursos, y en los artículos que publicaba regularmente en diarios y revistas locales.

El estudio del pensamiento estético de Ramón de la Plaza reviste gran interés en dos sentidos: en primer lugar, como contribución al estudio de la historia del arte venezolano del siglo XIX, mediante el aporte de datos concernientes a ese período y a tan importante personaje, y en segundo lugar como referencia explicativa del curso que siguen los acontecimientos artísticos en Venezuela durante el siglo XIX, al poner de manifiesto el sistema de valores estéticos vigentes para la época, hasta ahora implícito en los textos el autor. Debe recordarse que de la Plaza representaba la estética oficial, en tanto sus funciones estuvieron permanentemente asociadas a las designaciones del Gobierno, principal comitente de obras y monumentos para entonces.

Mario Milanca Guzmán, Roldán Esteva Grillet, Roberto Lovera de Sola y Simón Noriega son algunos de los autores que han tenido el acierto de investigar y exaltar la figura de Ramón de la Plaza, así como José María Salvador, que acometió sistemáticamente el rastreo y recopilación de sus textos. Todavía queda mucho por decir acerca de un venezolano que, además, fue el primero en considerar como arte a nuestras expresiones aborígenes locales.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Lo latinoamericano en Alejandro Obregón

Madrid, Es Hora, 6 de septiembre de 2013

Discernir qué es lo que hay de latinoamericano en la obra de Alejandro Obregón impone participar en la discusión de temas que durante mucho tiempo permanecerán en el tapete, como el de si es posible considerar latinoamericana una obra por el mero hecho de haber sido pintada en América Latina. Porque –fuerza es decirlo—Obregón, considerado uno de los más conspicuos exponentes del arte latinoamericano, no sólo nació en Barcelona, España, sino que transcurrió muy poco tiempo de su infancia y juventud en Colombia.

Obregón en efecto, vive en Barranquilla desde los seis hasta los nueve años, una edad en la que se es suficientemente permeable como para que el medio colombiano dejara su impronta en el artista. Pero pronto regresa a Barcelona, desde donde pasará a estudiar en Lancastershire, Inglaterra. Más tarde se trasladará a Boston, Massachusetts, para proseguir su formación hasta 1936, cuando regresa a Barranquilla. Allí Obregón colabora en la industria textil de su familia hasta 1938, cuando vivirá una de las experiencias más decisivas en la orientación artística de su vida: la permanencia en la región petrolera del Catatumbo como camionero e intérprete de inglés.

De este modo, aunque debe aceptarse la influencia del medio colombiano y, por ende, latinoamericano, en la pintura de Obregón, también es necesario considerar la diversidad de influjos a los que debió de verse sometido el artista durante su prolongada permanencia en Europa y Norteamérica: “Maestros son los museos, que es donde aprende uno”, diría el artista.

Igualmente debe tomarse en cuenta que la precaria formación artística recibida por el pintor le fue legada en un ámbito no-latinoamericano. Cuando le comunicó a su padre el interés que tenía por convertirse en pintor, éste le acompañó de regreso a Boston, en donde fue rechazado como alumno en la Escuela de Bellas Artes. Así pues, no tuvo otra opción que inscribirse en las clases para niños que se dictaban en el sótano del Museo de esa ciudad. De allí lo rescató, al parecer por simpatía, el director de la Academia, que finalmente decidió aceptarlo. Pero en 1942 Obregón es designado Vice-Cónsul en Barcelona, España, de modo que se ve obligado a interrumpir sus estudios. En Barcelona se inscribe en la academia del pintor Vilarrufat hasta que, según narrara él mismo, un día el pintor le preguntó “¿Así es como pintáis en Suramérica?” Y Obregón se dijo: “Esta no me sirve”. Se fue, entonces, a pintar solo, por las tardes.

Las obras que datan de esa época delatan la inequívoca influencia del cubismo, del que el propio Obregón se confiesa deudor. Esta tendencia geometrizante, que signaría sus obras desde entonces, no desaparecerá sino en 1958, tras un breve viaje a Europa y los Estados Unidos, donde tuvo la oportunidad de apreciar las obras de los informalistas europeos y de los abstracto-expresionistas norteamericanos, sobre todo, de los cultores de la Action-Painting . Llega inclusive a utilizar el dripping en su obra Homenaje a Figurita.

Pero en la pintura de Obregón, así como son muchas y muy decisivas las influencias provenientes de Europa y Norteamérica, no son menos aquéllas de origen latinoamericano. Más allá de los rasgos idiosincráticos que debió de recibir el artista a través de la educación que le brindara su familia y mediante sus esporádicas visitas a Colombia, tres factores resultan determinantes en su vocación americanista. El primero es, como ya se mencionó antes, el tiempo que el pintor transcurre en el Catatumbo.

El mismo Obregón relata: “Un día me fui a manejar camiones al Catatumbo. Estuve un año y
regresé. Mi padre estaba en una gran cena y le conté.

-¿Y? ¿Te gustó el petróleo? ¿Hiciste conexiones?

-No. Quiero pintar.

Creo que fue el Catatumbo el que forjó mi vocación artística. Esa región salvaje, tremenda. Estábamos construyendo la carretera para poner el oleoducto. Los indios motilones mataban al que pasaba. Mataron a doce americanos. Y entonces le dije a mi padre: “No. Voy a pintar”.
En segundo lugar, Obregón alterna en Europa con otros artistas latinoamericanos, cuya influencia reconoce: “Yo creo que tengo influencia de Lam […] Principalmente, Lam, Tamayo, De Syszlo. Matta, mucho…”

En tercer lugar, la pintura constituye para Obregón una reacción ante el medio ambiente que lo envuelve (“porque uno es todo ojos, ¿no? Uno ve una cosa e inmediatamente hay que indagar en esa cosa y que expresarla como tema”).

La producción pictórica de Alejandro Obregón, siempre alusiva a la realidad circundante, se organiza en series que tratan de diferentes temas. La naturaleza es una constante en su pintura, bien como tema en sí misma, como cuando la flora se expresa en sus Amazonias, bien como el contexto del que emergen los protagonistas de sus obras, tales como Icaros y Angelas.

De algún modo, el artista se maravilla ante la exuberancia del medio, y pretende con su obra rendir
un homenaje a esa naturaleza indómita que le rodea. Las Amazonias representan las plantas carnívoras del Amazonas. “La sarracenia, la bembicoides, la androvanda…¡Tienen unos nombres! Hay diez.
Diez flores carnívoras, que tienen unos nombres sensacionales que ahora no recuerdo”. Pero Obregón también traduce a través de sus temas, asumidos de la geografía latinoamericana, sus propios sentimientos y percepciones. “Las Amazonias son… Es curioso: me salieron muy violentas también”.

Campean en sus telas tanto ejemplares de la fauna regional como sus hibridaciones: cóndores, alcatraces y mojarras, al igual que toro-cóndores y ave-toro-pez-cabras.
En cierto periodo, los animales son sustituidos por sus esqueletos. Dice Obregón: “La serie Los huesos de mis bestias fue producto de un día que decidí no pintar más animales. En el fondo yo no pinto animales. No los considero animales […] Son otra cosa. Y los eliminé pintando los huesos ¡Y no hubo forma! ¡Volvieron a surgir!”

Otros cuadros revisten un carácter marcadamente denunciativo. Constituyen una reacción ante diversos eventos acaecidos en el entorno. Pero no siempre sus lienzos hablan de la violencia que ejerce el hombre sobre el hombre. Las treinta y siete versiones que constituyen la serie Desastre en la ciénaga, todas ellas de pequeño formato, fueron pintadas por Obregón en apenas unos días cuando se enteró de la destrucción ecológica que se había producido en la Ciénaga de Boca Grande, frente a Cartagena. La construcción de una carretera por entre los mangles, al impedir el intercambio de agua dulce y salobre, provocó una enorme mortandad de especies animales y vegetales que prosperaban en dicho ecosistema.

Resulta inevitable, pues, que la pintura de Obregón hable de América, si el artista en su pintura habla de lo que le rodea.

Uno de los clichés más difundidos en la literatura crítica es el de que la plástica latinoamericana se caracteriza por su vibrante colorido, rasgo que no es exclusivo de los pintores de Hispanoamérica, como se evidenciara al citar, por ejemplo, a Gauguin, a los pintores fauves, a los expresionistas, a los artistas del grupo Cobra, al último Picasso. Del mismo modo, es preciso destacar la sobriedad de la paleta de Joaquín Torres-García o de Francisco Toledo como argumento en contra de quienes aducen que existe un “colorido tropical”.

En el caso específico de Obregón, el colorido es uno de los aspectos que más ha cautivado la atención de los críticos. Cierto es que, cuando el pintor se instala definitivamente en Barranquilla, comienza a operarse una transformación en su paleta hacia tonos más vivos. Pero también es verdad que antes ya había tenido contacto con el trópico, sin que eso se reflejara en el colorido de sus cuadros.

El hecho es que el manejo del color depende, en cada caso, de motivaciones puramente puntuales, y en algunos casos, totalmente pragmáticas: “Eso puede depender de que de repente se te acaba un color, y mientras vas a Miami a comprar otro… Así de pedestre. Todo es posible, verá usted. ¿Se agotó el rojo? Pues pintemos en azul”.
No es viable, pues, justificar su viva paleta mediante la simple explicación de que “es latinoamericano”.

En cuanto al estilo, el pintor se resiste a identificarse con movimientos o corrientes de ninguna índole, latinoamericanos o no. Procura, más bien, hallar un lenguaje propio que le permita expresarse. A esta búsqueda responde la pincelada gestual, barrida, que permite reconocer a su autor. Es cierto que ésta emerge cuando ya se halla radicado en América Latina, pero obedece a la prisa que caracteriza su modo de hacer, al igual que la selección del acrílico como material: Debido a la rapidez del secado, el acrílico permite intervenir rápidamente, una capa sobre otra, hasta lograr el efecto deseado.

En síntesis: la tendencia de Obregón a utilizar la pintura catárticamente, como modo de reaccionar y expresar las sensaciones que, agradables o no, le inspira el contexto, hace que en sus lienzos se refleje el medio latinoamericano, a veces con intención denunciativa, a veces como una manera de recrearse en las imágenes de una naturaleza propia de la región, sin que pueda afirmarse que otros elementos plástico formales, el estilo, el lenguaje o el colorido sean característicos de la zona. Otras imágenes y otras anécdotas emergieron de sus cuadros en una primera época; pero, una vez radicado en Cartagena, su obra se apropia de un imaginario que da cuenta de su tiempo, recurriendo a los hechos y los objetos propios de su Colombia natal.