martes, 26 de marzo de 2013

Vélaz, Bergoglio y Fé y Alegría


El Universal, 27 de marzo de 2013

Francisco 
Desde que resultara electo Papa el pasado 13 de marzo, Bergoglio ha tenido una serie de gestos que permiten avizorar el talante de su pontificado. Evitando el fasto, ha intentando proyectarse como un obispo más: el obispo de Roma. Optó por desplazarse en autobús junto con los otros Cardenales, renunciando a la solitaria comodidad del vehículo papal; se personó a pagar la cuenta en la Casa internacional del Clero, donde se había alojado en los días previos al cónclave, y llamó por teléfono al quiosquero que le llevaba diariamente el periódico para agradecer sus servicios y comunicarle que de momento no era necesario que continuara llevándoselo. No ha faltado quien lo relacione con Juan XXIII por su sencillez .

Quienes denostan la Iglesia Católica por principio, se apresuraron a ventilar los trapos sucios de Francisco. Los argumentos que más rápidamente se esgrimieron fueron sus críticas al matrimonio igualitario y su presunta negligencia ante la situación de Yorio y Jalics, dos jesuitas secuestrados durante la dictadura argentina. El caso fue juzgado hace dos años, en el marco de la llamada causa Esma, y Germán Castelli, uno de los jueces que dictó la sentencia, fue tajante al aseverar que era absolutamente falso que Bergoglio hubiera entregado a los sacerdotes.

En el mismo tenor se pronunciarían Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz, y Leonardo Boff, ex -sacerdote brasileño y destacado representante de la Teología de la Liberación: “él escondió y salvó a muchos sacerdotes perseguidos”, afirmaría, añadiendo que el ahora Papa mantenía contacto con sacerdotes repudiados por la Iglesia oficial por haberse casado, y que le constaba que había aprobado manifiestamente que una pareja homosexual adoptara un niño.

José María Vélaz
En este punto, Joaquín Morales Solá, del diario bonaerense La Nación, explicaba que lo que Bergoglio rechazaba era el empleo de la palabra “matrimonio” en el caso de las parejas homosexuales, pero que no hubiera objetado la expresión "unión civil".

Así que de momento, lo que sí se sabe es que el Cardenal era un hombre acostumbrado a movilizarse en metro, a cocinar su propia comida en el sencillo apartamento que ocupaba y, más aún, acostumbrado a hablar en guaraní, lo que le identificaba todavía más con el grueso de la población humilde de su Argentina natal.

Pero de todo lo que se ha escrito sobre Francisco, lo que más me ha interesado es una aseveración rescatada por Morales Solá, quien lo conocía personalmente. Al referirse a la caridad, Bergoglio afirmaría: "es la práctica política más inhumana que conozco, porque condena a los pobres a la dependencia, a pedir siempre sin esperanzas’. Esto es: el Papa participa de una visión que llama a reivindicar la dignidad del ser humano en virtud de su condición de hijo de Dios, y que invita a enseñar a pescar, en lugar de entregar la caña,

Ante esta perspectiva, no he podido menos que evocar a otro jesuita extraordinario: el Padre José María Vélaz, porque ¿acaso existe otra institución más consustanciada con la encomiable tarea de acompañar a la persona en su proceso de crecimiento que la por él fundada, Fé y Alegría?

El 5 de marzo de 1955 comenzó a operar en un barrio marginal del oeste de Caracas, gracias a la generosidad de Abraham Reyes y su esposa, quienes cedieron su casa, que llevaban ocho años levantando, para que allí se emplazara la primera escuela.

Vélaz emprendió la tarea junto con un grupo de estudiantes de la Universidad Católica Andrés Bello. En 1964 había ya diez mil alumnos en Venezuela, y hoy en día el proyecto está presente en 19 países repartidos en tres continentes.

Si hay un producto made in Venezuela del que me siento orgullosa es, sin duda, Fé y Alegría, cuya filosofía, finalmente, se refleja en esta desiderata del Padre Vélaz: “Anhelo integrar en un solo valor la selva, los talleres y los libros, los maestros y los consejeros, la Fe, el paisaje y la oración, los grandes proyectos del futuro, el arte, la esperanza y el amor”.


sábado, 16 de marzo de 2013

Loro viejo ¿aprende a hablar?


El Universal 19 de marzo de 2013

Estudiar es una experiencia que, según la circunstancias, puede resultar aventura o pesadilla. A veces, es una carrera de obstáculos a salvar para poder alcanzar un estadio en el que uno pueda elegir lo que realmente desea aprender, aquello en que desea invertir tiempo y esfuerzo.
La educación formal, en principio, procura dotar al educando de unas competencias básicas que faciliten su interacción con el medio que le rodea y posibiliten la prosecución de sus estudios. Sin embargo, esta ocupación, que de por sí debería resultar gratificante (el ser humano es naturalmente curioso y proclive al descubrimiento) no siempre reporta tanto disfrute como podría. Es normal: a más de los intelectuales, el proceso genera también aprendizajes actitudinales: la perseverancia, el esfuerzo, la organización del tiempo, la disciplina… Son herramientas verdaderamente útiles para la consecución de muchas metas en la vida, pero a veces internalizadas a costa de quitarle tiempo a otras actividades percibidas como placenteras, lo cual podría explicar cierto rechazo.

El estudio suele tropezar con dos escollos: interés y motivación. A menudo, cursamos muchas asignaturas porque así nos lo exige el currículum, sin que comprendamos su utilidad y con una auténtica inversión de esfuerzo en caso de no tener especial facilidad para la materia. Pero todos conocemos, por contraste, la experiencia de perder la noción del tiempo investigando en internet algún asunto que nos apasiona: las horas vuelan. Nada parece cuesta arriba cuando hacemos lo que realmente queremos. Y en ello podemos encontrar la primera ventaja que le lleva el educando adulto al estudiante más joven: cuando estudiar es una elección, cuando es una opción seleccionada en respuesta a nuestras necesidades y deseos, el proceso fluye impulsado precisamente por la sed de conocimiento, movilizado por una búsqueda de satisfacción personal, de crecimiento y de autorrealización.

Normalmente el adulto, sobre todo en la tercera edad, no ve en el estudio una vía para alcanzar la promoción social ni un requisito a cumplir para obtener una posición laboral, asuntos que con frecuencia ya tiene resueltos. Simplemente, una vez superadas algunas responsabilidades económicas y familiares, recupera cierta cantidad de tiempo libre. Es entonces cuando puede dar curso a sus propias inquietudes.

Lo que sí es cierto, es que el proceso educativo en los adultos requiere tomar en cuenta sus características particulares e involucrar sus experiencias anteriores, presentes y futuras. En este sentido, la andragogía es la ciencia que investiga cómo tiene lugar el aprendizaje a estas edades, con miras a optimizar medios y materiales. En el ámbito andragógico el estudiante comparte con el facilitador la responsabilidad de todo el proceso, desde la planificación hasta la evaluación.

En paralelo, otras ciencias analizan las bases orgánicas del aprendizaje en los adultos. Los estudios de la Red Temática de Investigación Cooperativa sobre Envejecimiento, coordinada por Darío Acuña, por ejemplo, sugieren que la administración de melatonina evita el deterioro cognitivo asociado a la vejez, mientras que Gregg Roman, del Departamento de Biología y Bioquímica de la Universidad de Houston, afirma que dicha hormona está asociada al descenso de la capacidad de formación de recuerdos durante los periodos nocturnos de sueño. La Universidad Maimónides, por su parte, concluyó que la disminución de la GH (hormona del crecimiento) influye en el declive de las funciones cognitivas que tiene lugar en la tercera edad.

En contra de lo que ha afirmado tradicionalmente el popular dicho, loro viejo sí aprende a hablar. El aprendizaje es posible a cualquier edad, y el adulto es capaz de desarrollar estrategias que compensen la disminución de la memoria y de la velocidad de respuesta.

Chávez: una lección


El Universal, 12 de marzo de 2013

El 7 de octubre, fecha en que el presidente Chávez resultara electo, invoqué la frase del Evangelio de San Mateo que él hiciera suya en su día: “el que tenga ojos que vea”. Los resultados debían traducir la forma en que los electores percibían los hechos, y su análisis resultaba imperioso si se quería atender sinceramente las demandas del colectivo.

En aquella ocasión resultaba oportuno cargar las tintas en el hecho de que el 45% de los votantes no optara por Chávez. La casi mitad de los venezolanos estaba manifestando de ese modo su descontento, emitiendo una especie de advertencia.

En estos momentos, no obstante, cifro mi atención en ese 55% que sí respaldó al entonces presidente y que cerrará filas en torno al candidato del oficialismo.

El chavismo hunde sus raíces en un suelo abonado durante cincuenta años de democracia, durante los cuales se ignoraron las necesidades de un gran sector de la población. Venezuela siempre ha sido un país de caudillos, y esa masa acéfala que se manifestaba alternativamente a favor de uno u otro candidato, adeco o copeyano según correspondiera al voto castigo, encontró por fin en Chávez un adalid , un personaje con el que identificarse y que representara, demagógicamente o no, sus intereses.

Chávez logro congregar en torno suyo las voluntades de un creciente número de ciudadanos. El escritor Juan Manuel de Prada expresaría: “no debemos olvidar que, si las clases populares prestaron su apoyo a este hombre, fue porque se había colmado su paciencia (…) Chávez no hubiese surgido sin la existencia de una masa social empobrecida y defraudada”

El fenómeno Chávez, pues, no es gratuito: es la respuesta a la situación desesperanzadora en la que se ha visto inmersa una parte considerable de nuestros compatriotas. Y esto estaba cantado desde los años ochenta, no porque lo proclamaran las eminencias del IESA desde las páginas de “El Caso Venezuela”, sino porque lo revelaba la cruda cotidianidad de nuestras calles.

Los gobiernos, igual que las personas, tienen sus aciertos y sus yerros, y mientras la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) cifraba para 2011 el descenso de la pobreza en Venezuela en 20,8% durante el
mandato de Chávez, es imposible esconder las realidades de la inseguridad, la depauperación y el creciente desabastecimiento en el país. Así pues, pareciera que subsisten insatisfechas una serie de necesidades tanto en las filas del oficialismo como en las de la oposición.

Resulta sorprendente la ingenuidad de las aseveraciones que parecen reflejar la convicción de que en un abrir y cerrar de ojos van a operarse cambios drásticos, como si Chávez hubiera sido el escollo que había que salvar para entrar automáticamente en una nueva era de bienestar y bonanza.

Chávez es un símbolo, y su cariz personalista queda demostrado, por ejemplo, en el hecho de que el actual Presidente no asume esa posición porque lo dicten los méritos personales que pueda o no tener (en Europa es percibido como un líder dialogante y proclive a la negociación); no porque lo dicte la Constitución; sino porque lo dicta Chávez, a quien se obedece aun después de muerto. Pero el problema no desaparece porque haya fallecido el presidente.

Y yo digo: que la injusticia social es terreno abonado para que prendan ciertos discursos que no hacen más que acrecentar el abismo que existe entre unos y otros venezolanos, una brecha que se ha venido abriendo a lo largo de años de indiferencia, corrupción e insolidaridad. ¿Aprenderemos la lección?

En este momento, en el que está por decidirse lo que va a ser de nosotros, que prive la objetividad para reconocer las carencias; la conciencia de que la democracia supone el respeto a lo que es la voluntad de la mayoría, concuerde o no con la voluntad propia, y el deseo de que construir una nueva era de paz y bienestar para todos los venezolanos.

sábado, 2 de marzo de 2013

Contigo en la distancia


El Universal, 5 de marzo de 2013



Ibrahim Ferrer
Malandra. Así la bautizó Elvia Sánchez, quien no desperdiciaba oportunidad de reírse de lo que fuera. Eso sí: sin maldad.

Malandra: una conjunción jocosa de “María Alejandra”, que encontró rápida aceptación y se diseminó a la velocidad de la luz para perseguirla a través del tiempo y alcanzarla en la otra orilla del Atlántico.

A ella nunca le molestó. Al revés: amante sin igual de la guachafita, aceptaba de buen grado aquel apodo que, veladamente, aludía a su capacidad de percibir las contradicciones y ponerlas en luz con algún comentario mordaz e hilarante, sin alterarse.

A vuelta de tres décadas, sigo a la vera de Malandra, hoy convertida en una respetable ejecutiva de Toyota, que engrosa la lista de los venezolanos que ocupan cargos relevantes en el extranjero.

Estuve en su cumpleaños. Traspasar el umbral de aquella puerta fue como penetrar en otra dimensión. Ya la música hubiera debido pronosticarme lo que iba a encontrar en el interior: tras la caminata, a un grado bajo cero, en aquella tarde gris de árboles desnudos, resultaba desconcertante percibir los tropicalísimos compases del Son de la loma .

Oniel Moisés y Juan Antonio Castillo
Abierta, la puerta me descubrió un espectáculo, por una parte, muy familiar, pero por otra, perdido en el tiempo. Porque aquello fue como las magdalenas de Proust: me encontré transportada a las cálidas reuniones dispersas aquí y allá entre los recuerdos de mi vida en Caracas. Y la música, que vagamente había percibido desde el exterior, no era una grabación: allí estaban, en vivo, tridimensionales y contundentes, Juan Antonio Castillo y Oniel Moisés.

Era el maravilloso regalo de Aida Borges. Tuvo el tino, merced a sus raíces cubanas, de localizarlos y regalarnos (así, en plural, no solo a la Malandra, sino a todos los que estábamos allí) un rato de reencuentro con nosotros mismos, con nuestra identidad. Con la identidad de todos. Porque si algo ha dado Cuba al mundo, y forma parte del patrimonio compartido por los hispanoparlantes, es su música. ¿Quién no ha escuchado Cómo fue, de Ernesto Duarte, o Contigo en la Distancia, de César Portillo? ¿Quién puede sentirlos ajenos a su idiosincracia?

Me comentaba Rubén Orizondo, propietario de ese rincón delicioso que es el Café de la Luz, que lo que fundamentalmente lo mantiene vinculado con su Cuba natal es la música.

Oniel es el heredero de una tradición que hunde sus raíces en el emblemático Buenavista Social Club, inmortalizado en el documental del mismo nombre, producido por Wim Wenders, y que diera origen al álbum que se haría merecedor de un Grammy : “ un retrato de ancianos majestuosos que atesoran la sabiduría de su tradición caribeña”, diría el madrileño diario El País.

No sólo canta: pese a su formación de economista, contribuye a escribir la crónica de la música cubana desde la perspectiva privilegiada que le confiriera ser hijo del mítico cantante de la agrupación: Ibrahim Ferrer.

Elvia Sánchez
Estábamos como hipnotizados cuando llegó otra heredera, esta vez venezolana: Elvia Sánchez, la hija de Alfredo Sadel, la misma cuya inspiración echara a rodar aquel apodo: Malandra… Y con su voz acrisolada en muchos años de academia, con muchos escenarios a sus espaldas, nos hizo contener el aliento cuando comenzó a cantar Vieja Luna, de Orlando de la Rosa. La veteranía y profesionalidad del pianista, Juan Antonio Castillo, hicieron posible que, pese a la improvisación, se produjera una perfecta sincronía entre música y cantante, en un instante que resultó mágico.

Yo le agradezco a María Alejandra Sánchez Morón que me invitara. Que me permitiera compartir ese momento irrepetible con ella. Y también que me dejará constatar que es más lo que nos une, que lo que nos separa, y que a pesar de las urticantes asociaciones con la hospitalización de mi Comandante y con Barrio Adentro, a pesar de las intromisiones que tanto irritan a mis compatriotas, y aunque mi vida esté, Fernando, más bien para rancheras, Cuba todavía me sabe a bolero.
Malandra y Rubén Orizondo

Y usted ¿qué pone en la balanza?


El Universal, 26 de febrero de 2013

Hace algunos días el doctor Eduardo Puertas, amigo, pero sobre todo, interlocutor inteligente, me introdujo al principio de Hanlon: «Nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez».

Esta aparentemente sencilla aseveración traduce una visión del hombre que parte del principio de que, con claras excepciones, no existe el propósito deliberado hacer daño, sino que el daño en sí mismo es un efecto colateral de las acciones que alguien emprende para alcanzar sus objetivos.

En lo personal, comparto esta idea. La desconfianza responde a una muy pobre concepción del ser humano. Yo prefiero creer que la gente es buena. Y ni siquiera que es estúpida: simplemente cada quien va tras sus propios intereses sin percatarse de lo que se lleva por delante. Supongo que debe ser agotador presumir la mala intención implícita en las acciones de los otros, así como supongo que hay que tener mucha sangre fría para saber que estás hiriendo a alguien y que te dé lo mismo. Esa es otra situación.

A menudo se emplea el término ponderar, una de cuyas acepciones es “determinar el peso de algo” para referirse al proceso de reflexión mediante el cual se valora un evento. Pareciera establecerse una analogía entre el establecer el peso físico de un objeto y la importancia que se confiere a ciertas situaciones o personas en nuestra vida. Será entonces conveniente aferir, de vez de cuando, nuestras balanzas; revisar nuestra escala de valores; replantear nuestro sistema de creencias; verificar que es lo que resulta verdaderamente útil en nuestras vidas y cómo contribuye a hacernos más felices a nosotros y a quienes nos rodean.

Así pues, habría que tener claras ciertas ideas que operaran a modo de hitos en nuestros mapas personales. La tolerancia, el respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás, coincidan o no con las nuestras, debería ser parte de este conjunto de valores llamado a regir nuestras vidas, garantizando no sólo lo libertad de los otros, sino también la nuestra. En cualquier caso, no nos corresponde desempeñar el papel de juez, ni castigar a nadie. Mucho más creceríamos si intentáramos comprender las motivaciones y las creencias de los otros a través de la empatía.

Nuestra conducta nunca debería estar determinada por el comportamiento de otros: el actuar con nobleza, con rectitud, con generosidad , no debería ser una función de lo que los otros hagan: retribuir el mal con mal no hace más que envilecernos y prolongar el conflicto. Es inevitable (y poco sano) negar nuestras emociones, pero también es deseable poner freno a las pasiones y procurar conservar la objetividad. Ello constituye un signo de madurez y autocontrol. Somos conscientes de que el otro nos ha hecho daño, pero somos capaces de operar sin que ello nos influya.

¿Esto implica que debemos tolerar sin más cualquier agravio? No. Sin duda. Pero es preciso distinguir la diferencia entre defenderse y contraatacar. Defenderse supone tomar las medidas pertinentes para no sufrir daños; contraatacar supone agredir al otro y, una vez más, prolongar el conflicto.

En todo caso, una concepción del ser humano como ente intrínsecamente “bueno” nos debería llevar a discriminar entre la persona y la conducta. La película Crash, que se hiciera acreedora a seis nominaciones al Oscar en el año 2005, cosechando tres estatuillas, resulta extraordinariamente elocuente en este sentido: la misma persona puede actuar de una u otra forma según el contexto... Es lo que Ortega y Gasset enunciaría como “Yo y mis circunstancias”. Así pues, en principio, es posible rechazar una conducta, pero no a una persona.

Y por último, con miras a salvaguardar nuestra integridad, yo rehuiría la mezquindad, la terrible tendencia a escamotearle a los demás lo que tampoco nos va a hacer más ricos a nosotros. Dejaría que las cosas fluyan; que los demás disfruten. Si puedo facilitarlo yo, mejor. Y que cada quien siga su camino. Al fin y al cabo, agua que no has de beber…..