martes, 29 de enero de 2013

¿Y dónde está José María Salvador?

El Universal, 15 de enero de 2013

El 18 de abril de 1978 comenzó a operar, sin una sede propia y con una exigua partida presupuestaria, la Escuela de Artes de la Universidad Central de Venezuela, que ha visto desfilar por sus aulas infinidad de talentos que dejaron su impronta en el panorama de la cultura nacional.

Uno de los obstáculos que hubo de salvar su puesta en marcha fue la dificultad para encontrar expertos cuya calificación académica les permitiera desempeñarse como docentes universitarios: en Venezuela, hasta entonces, no había la posibilidad de obtener un grado a nivel superior en arte. Así pues, confluyeron allí muchas personalidades que procedían de otras áreas del conocimiento, como el eminentísimo musicólogo Daniel Salas (Farmacia) o el propio Isaac Chocrón, puntal del teatro venezolano (Literatura Comparada)

Coincidieron allí, así mismo, extranjeros que poseían títulos universitarios en arte, obtenidos en sus respectivos países. Entre estos últimos quisiera referirme concretamente al caso de José María Salvador, de quien cabría enfatizar tres rasgos fundamentales: su formación; su honestidad profesional; sus hechos.

Los dieciocho títulos universitarios que se suman a su carrera original, Filosofía y Letras (entre ellos, cuatro licenciaturas, tres maestrías y tres doctorados) aunados a las cinco lenguas que maneja, le han provisto de una formación interdisciplinaria que le permite hacer una interpretación globalizada del fenómeno artístico y le facilita el acceso a fuentes documentales originales, sin el sesgo que puede suponer la intervención de un traductor.

Seguramente la tarea que más satisfacciones le haya reportado es la efectuada con sus estudiantes, sobre todo en la investigación conjunta con tesistas. Sin embargo, su labor educativa no se ha restringido al quehacer docente y administrativo en la Universidad Central, sino que se extendió también al Departamento de Educación del Museo de Arte Contemporáneo, del que fuera encargado, y a otras funciones como colaborador del maestro José Antonio Abreu.

Su paso como Director Ejecutivo del Museo de Bellas Artes coincidió con la celebración del Cincuentenario de la institución, ocasión que aprovechó para obtener la donación de 42 obras de para la colección del Museo, iniciativa le valdría convertirse en la imagen de IBM dentro de la campaña publicitaria “Un hombre, una idea”.

Se negó reiteradamente a realizar autenticaciones y tasaciones, que le hubieran reportado importantes beneficios económicos, a fin de garantizar la honestidad de sus juicios críticos, y evitar que pudiera decirse que estos guardaban relación con sus intereses pecuniarios. Se mantuvo, quizá obcecadamente, fiel a sus principios, aún a costa de ser puesto en la picota, como cuando salvó su voto como miembro del jurado que otorgara el Premio Nacional de Artes Plásticas al talentoso Nelson Garrido, por considerar que la fotografía tenía su propio espacio como arte y que, al existir un Premio Nacional de Fotografía per se, no se justificaba que el de artes plásticas se confiriera a un fotógrafo.

Pero, sobre todo, cuando todo pase, cuando todos hayamos pasado, seguirá existiendo el legado que consume y ha consumido los últimos años de su actividad: el rescate de las fuentes documentales para el estudio de la historia de las artes plásticas del país, así como sus investigaciones acerca del arte venezolano del siglo XIX, centradas en temas como la exaltación del héroe, las pinturas cenitales del Teatro Municipal o figuras casi ignoradas por la historia oficial, como Ramón Bolet, a más de otras obras menos locales, como las referidas a la iconografía medieval, y que ya van redondeando más de cien publicaciones, que incluyen libros y artículos académicos.


¿Y dónde está José María Salvador? Donde siempre: donde pueda desempeñar calladamente su labor de investigación, que hoy es en la Universidad Complutense de Madrid, empeñado en su labor docente. Incansable e impertérrito, y sin desvincularse de su amada Caracas.

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