martes, 29 de enero de 2013

Colón: ese musiú


 

El Universal,  16 de octubre de 2012


D Ambrosio, mi apellido, no es precisamente de Maripérez. Y el segundo, que es Morales, tampoco. Bolívar es un apellido vasco, igual que Jáuregui y Ricaurte, que identifican a próceres venezolanos. Gran parte de nuestra población desciende de los esclavos africanos. Salvo los indígenas, pocos venezolanos pueden vanagloriarse de no tener sangre extranjera.

Pero los indígenas, que se sepa, tampoco surgieron en estas tierras por generación espontánea: provenían de otros lugares, según explican las diversas teorías del poblamiento de América.

En 1492 los españoles, mientras arribaban a suelo americano, empujados por sus ambiciones mercantilistas, procuraban a su vez liberarse de los últimos vestigios del dominio musulmán, que concluyó con la expulsión del rey Boabdil y la caída del reino nazarí de Granada. Porque muchas veces, España, la invasora, se vio amenazada por la invasión.

En 1571, escasos 80 años después de que Colón desembarcara en Guanahaní, Cervantes perdía la movilidad del brazo izquierdo en la batalla de Lepanto, que frenó el expansionismo turco por el Mediterráneo occidental: España, la colonizadora, combatía a la colonizadora Turquía.

La huella que la cultura árabe dejara en España, sin embargo, nos sería transferida a los pueblos americanos, mientras que muchos judíos renunciaban a su identidad, convirtiéndose al cristianismo para evitar ser perseguidos por la Inquisición. Aspectos fundamentales de su pensamiento, no obstante, siguieron comunicándose en el propio catolicismo.

Y es que la proximidad entre dos culturas ocasiona una progresiva interpenetración en la que ambos grupos resultan modificados. Es un proceso natural en el que se intercambian los conocimientos y las innovaciones tecnológicas que mejoran la calidad de vida y permiten evolucionar.

Sería ideal que en este proceso cada pueblo escogiera los elementos que se propone incorporar a sus pautas culturales. Pero no siempre sucede así: en muchos casos, y concretamente en el de la conquista de América, se imponen por la fuerza una serie de normas a los grupos avasallados, anulando todo vestigio de su identidad.

No existen grupos estáticos, inmutables, químicamente puros. Resulta irreal la posición de quienes imaginan una situación de no-conquista, una especie de permanencia en una idílica Arcadia tropical en la que la felicidad mana de la sencillez y la comunión con la naturaleza. Las cosas no funcionan así, por desgracia. Y normalmente diversas motivaciones explican la naturaleza de los vínculos que se dan entre dos pueblos. Así, mientras Cipriano Castro aseveraba que la planta insolente del extranjero había profanado el suelo patrio, Antonio Guzmán Blanco procuraba asemejar Caracas a París, en un alarde de afrancesamiento que engendraría nuestro criollísimo "musiú", deformación del vocablo francés "Monsieur", para referirse a lo foráneo. Y mientras los mantuanos se rebelaban contra el poder real, se declaraban adeptos al depuesto rey Fernando VII para desconocer las aspiraciones imperialistas de los franceses, encarnadas en la persona de José Bonaparte, impuesto como rey de España por su hermano Napoleón. Todo depende de los intereses y las circunstancias que priven en un momento dado.

Así, tras oleadas sucesivas de musiús, desde los welsares hasta los gringos de la explotación petrolera; desde los turcos de Catia hasta los gallegos, italianos y portugueses venidos en la posguerra, yo prefiero contemplar con cariño la huella de los que vinieron para quedarse, no para expoliar el país y marcharse, la huella de los que están enterrados aquí y aquí dejaron sus obras y su simiente.

Me pregunto si vale la pena seguir discutiendo acerca del descubrimiento, el encuentro de dos mundos o la resistencia indígena, en momentos en que vivimos en un mundo cada vez más globalizado. Habría que preocuparse, más bien, por consolidar la permanencia de los rasgos que nos identifican y por hacer efectivo el respeto que nuestra Constitución establece hacia nuestros aborígenes.

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