sábado, 11 de febrero de 2012

Lionel Arteaga: del acero a la arena

En: Lionel Arteaga. A.S.M. / Macanao Ciudad Guayana, Sala de Arte Sidor, 18 de mayo - 12 de junio de 1994. s.p.

(Foto: Ramsés Ulises Siverio)
Fue durante un viaje a Apure, a la edad de diez años, cuando Lionel Arteaga definió lo que habría de ser en lo sucesivo su personal modo de expresión. Había partido, lápiz, papel y cámara en mano, con el firme propósito de registrar todo cuanto aconteciera durante su visita. Descubrió entonces con regocijo que la cámara narraba pormenorizadamente todo cuanto él quisiera describir, ahorrándole el tedioso proceso de transcripción verbal de las imágenes con lápiz y papel. Desde entonces ha venido desempeñando una labor que ha rendido frutos tanto en el campo de la fotografía aplicada como en el de la fotografía artística. Y lo ha hecho calladamente, pese a haber logrado el respaldo de una formación de la que pocos fotógrafos pueden presumir en nuestro país.

Lionel Arteaga nace en Caracas el 23 de noviembre de 1956 y transcurre sus primeros años en Baruta, cuyos aledaños le gustaba recorrer en largos paseos que lo conducían hasta Conejo Blanco. Debe de datar de entonces su interés por la naturaleza y por el entorno inmediato, que plasma con tanta sensibilidad en sus fotos.

En 1974 comienza a estudiar ingeniería, realizando casi simultáneamente un curso de perfeccionamiento en fotografía profesional, ofrecido por la Corporación Venezolana de Guayana. Al año siguiente, pese a los resquemores paternales, abandona el Instituto Universitario Politécnico y se traslada a los Estados Unidos con el fin de proseguir su formación como fotógrafo. Se radica en Washington, D.C. en donde realiza estudios del idioma inglés, que continúa más tarde en Canadá, en las ciudades de Toronto y Ontario.

En 1977 inicia con éxito su preparación en el Art Institute of Fort Lauderdale, Estado de Florida. Allí recibiría a finales de 1979 su grado en la mención de Fotografía Industrial. Lionel —siempre consustanciado con su entorno — escoge esa rama tomando en consideración la naturaleza de la actividad económica en Ciudad Guayana, donde se había establecido con su familia desde mediados de los 60. Al propio tiempo, la fotografía industrial se le ofrece como un área que compendia todas las demás especialidades: el retrato, el paisaje, la fotografía publicitaria, la fotografía comercial.

Más tarde cursa estudios superiores de Fotografía en el Internatonal Center of Photography de Nueva York. Finalmente, hacia 1981. se establece en el Estado Bolívar.


La ciudad como tema
De vuelta a Puerto Ordaz, Lionel presta sus servicios en la Corporación Venezolana de Guayana, y más tarde en la Gerencia de Recursos Humanos de la Siderúrgica del Orinoco. Al tiempo que produce materiales audiovisuales para los programas de entrenamiento de SIDOR, continúa explorando por su cuenta un asunto sobre el que se había acendrado su interés en Nueva York: el contexto urbano. En efecto, Lionel, fotógrafo de paisajes, realiza diversas series que abordan el tema de la ciudad.

El propósito de estas series urbanas es destacar todo aquello en que no repara el viandante por estar inmerso en el contexto: identidad, cambio continuo, despersonalización. Así, el fotógrafo se desvincula del medio para mirarlo "desde afuera" y para hacer  posible que otras personas lo vean del mismo modo.

Al margen de los aspectos visuales relacionados con el relieve arquitectónico, Lionel persigue dejar testimonios documentales de una urbe en permanente transformación, destinados "a durar cien años", no para halagar la vanidad de su autor, sino para dar fe de cómo fuimos.

Esta relación de los sucesivos cambios que se operan en el paisaje citadino, efectuada a través del registro fotográfico, revela a su vez un fenómeno cultural: la urgencia por lograr que las cosas proyecten una impresión de actualidad. Lo que no es "nuevo" carece de vigencia. Las fachadas de los edificios se modifican para que aparezcan como construidos con la última tendencia post-mo; se sacrifican artefactos y vehículos, a veces para sustituirlos por otros de menor calidad o solidez, en aras de una imagen de hodíernidad. Resulta de.ese modo patente, como rasgo de nuestra naturaleza, el hecho de adoptar para nuestro entorno cualquier novedad que se presente.

La fotografía de Lionel Arteaga trata, pues, el asunto dé la identidad, reflejando como en un espejo los aspectos físicos que denotan nuestro particular modo de ser.

Al mismo tiempo, ese afán por dejar sentado un testimonio de cómo han sido las cosas, revela el temperamento afectivo del artista, que preserva amorosamente en la emulsión los que han sido escenarios de su vida, tratando de salvarlos del olvido.

Le preocupa también a Lionel la excesiva codificación de los gestos, que redunda en una ausencia absoluta de originalidad. La automatización, los estereotipos y la disponibilidad de un lenguaje pre-fabricado, tanto a nivel de ademanes como a nivel de palabras, anulan toda posibilidad de ser único y anonimizan al transeúnte.

La pérdida de la preponderancia de lo esencialmente humano con respecto a la necesidad de producir, que se ha tornado compulsiva en las sociedades contemporáneas, se revela en una escala física que supedita el hombre a los bienes materiales, y que también queda asentada por la cámara de este fotógrafo. Esa escala humana que paulatinamente desaparece, esa dimensionalídad construida a la medida del trabajador, era una de las cosas que más entusiasmaban a Lionel de la Acería Siernens-Martin, que se albergaba en un edificio que italianos de aquella época ha  bían concebido con la mente puesta en las personas que habrían de transcurrir allí su jornada laboral.


Hombre, Fuego, Acero.
El trabajo audiovisual de Lionel en la Acería Siemens-Martin versaba fundamentalmente sobre técnicas, procedimientos y seguridad. Quizá fue  el material tnstruccional relacionado con ésta última el que despertó en el fotógrafo la continua consciencia del peligro involucrado en la producción del acero.

Recorrer la acería —lo que era, por demás, infrecuente— le bríndaba a cada paso la oportunidad de asistir al duelo cotidiano del hombre con el fuego. El riesgo es el verdadero protagonista de las escenas que Lionel Arteaga ha registrado con su cámara en la serie A S.M. Por ello, la presencia humana en cada una de esas imágenes no es fortuita. Más allá de un estudio compositivo armónico y equilibrado de los complejos factores involucrados en la Acería, se exalta al mismo tiempo la pericia y la vulnerabilidad del trabajador, que procura domeñar la materia ígnea.

La dificultad —y también la belleza— de las fotografías de la serie A, S.M deriva de los aspectos relacionados con el precario equilibrio entre la luz natural, la iluminación artificial y la procedente de los hornos. En la oscuridad casi total de la Acería, registrar como local el brillo de la materia en llamas resulta toda una proeza. Y máextraordínario aún resulta poder dacuenta de otra fuente de luz adyacente menos poderosa.

La semi-penumbra del lugar permite al mismo tiempo encantadores efectos: registrar un haz de luz que atraviesa el espacio, o ver cómo ésta se proyecta en el suelo a través de una ventana.

La definición del contorno de los objetos sólidos resulta automáticamente por oposición a la fuente luminosa contra la que se recortan. No así los volúmenes, en los que Lionel contrarresta la
sensación de planítud de la silueta mediante un cuidadoso y múltíple proceso: tras emplear un revelador de bajo contraste, somete la imagen a un revelador de alto contraste para definir el dibujo, antesde practícar el virado al selenio que resalta las zonas negras.

Una vez más, la consciencia deque el presente se escurre irremediablemente hacia la zona en sombras del pasado hizo que de la Acería, entorno inmediato del fotógrafo durante varios años, se produjeran documentos que la desvelaran tal cual era,  no como la carcasa arquitectónica que presentan los últimos trabajos de la serie, sino en su esplendente y dinámica vitalidad que conjugaba fuego, fuerza, mineral v riesgo.

La obra de Lionel tiende a considerar dos caras de una historia; en A.S.M. se presenta la Acería en plena producción, y su desmantelamiento diez años más tarde; en Macanao, se plasma la vida en eclosión y una naturaleza inorgánica y agreste. El contraste vitalidad / inercia se explora en cualquiera de sus facetas.

Invitación a ver
Leonel parte de la premisa de que, si el espectador se topa en la fotografía con un paisaje estimulante, quizá vaya a la realidad para entrar en contacto con él. Desde ese punto de vista, la serie Macanao es una invitación a palpar el magnífico espectáculo de una naturaleza agresiva, rica en contornos y pródiga en texturas. Y es una invitación a ver, no sólo en el sentido de conocer un lugar mas, si no también en el de descubrir la infinita riqueza de formas y relieves.

Cargados de una intención conservacionista, las imágenes de Macanao exhiben un contexto mineral y mineralizado, lleno de rocas/cuarzos, formaciones coralinas, materiales porosos, árboles secos, caracolas y conchas marinas. Todas las superficies texturadas son exaltadas en su esplendorosa belleza, sin perder un detalle en la transcripción fotográfica, que genera una sensación de dureza y materialidad contundentes.

Se registra el dibujo en los suelos agostados, áridos, craquelados, Por contraste, se expone el sutil ondulado de la arena surcada por el viento y la breve inclinación de las cimbreantes ramas de los uveros en la playa.

Lionel no se preocupa de si la fotografía puede ser o no considerada un arte. Para él, el arte es una cuestión de calidad, y no de cualidad: es artista todo aquél que desempeña con maestría un oficio.

A partir de esta consideración, sus trabajos pueden ser considerados obras de arte. En primer lugar, su dominio de la técnica y su conocimiento del oficio le permiten realizar u na obra de calidad admirable. En segundo lugar, en términos del arte por el arte, sus fotografías están revestidas de una indiscutible belleza, deri vada no sólo de la hermosura inherente al objeto fotografiado, si no también de la manera de plasmarlo y del momento para hacerlo. Este resultado es sólo previsible en la medida en que el fotógrafo sepa manejar las diferentes variables, de las cuales la luz es la única que no es posible controlar.

Finalmente, como arte comprometido, las fotografías de Lionel Arteaga nos hablarían de su tiempo y de su mundo, aunque él no se lo propusiera, por el mero hecho de reflejar, a través de la selección de los contenidos, los temas preponderantes en su escala de valores. Pero la obra de Lionel tiene una intención
deliberada: una intención testimonial que defiende la permanencia de las cosa sen el tiempo, que invita a reflexionar sobre la atemporalidad de la belleza y que delata la vertiginosa corriente que nos envuelve, impidiéndonos ver.

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