martes, 26 de mayo de 2015

Resistencia tecnológica


El Universal, 26 de mayo de 2015

Conocí un sacerdote que aseveraba que, frente a las velocidades del mundo moderno, continuaba sintiendo predilección por las tres “ T” del mundo antiguo: el teatro, el tren y el timbre postal (estampilla). Reconozco que disfruto de las tres cosas y, en particular, me sigue pareciendo insustituible la carta física, en papel, hollada por otra persona tal vez amada, acaso impregnada de su olor. Es la prueba material de la existencia de algo lejano, intangible, pues, como dijera Casona en “La Barca sin pescador”: “Cuando tú sueñas con un árbol de manzanas, no te encuentras una manzana al despertar, ¿verdad?” La existencia material de la carta subraya la existencia de un autor: ya decía Voltaire que no existe reloj sin relojero.

Pero, aun disfrutando de las cosas que forman parte de la tradición, no comprendo la resistencia de algunas personas a disfrutar de las bondades que nos van ofreciendo los medios hodiernos. Necesitamos tan poco para vivir, hemos vivido tantos años sin tantas cosas, que rechazamos la idea de ceder a lo que percibimos como presión social o modas pasajeras. Sin embargo, si algunas tendencias se instalan de manera permanente, es porque efectivamente responden a necesidades de la vida cotidiana y ofrecen alternativas inexploradas hasta entonces.

Un reportaje en la revista Newsweek, firmado por Betsy Isaacson en el pasado mes de abril, expone como los smartphones han revolucionado el modo de vida de los indigentes en los Estados Unidos. Conocer los pronósticos meteorológicos; encontrar trabajos estacionales, con frecuencia a través de “Craiglist”, una web de anuncios clasificados; localizar hospedaje en la modalidad de coachsurfing y contactar con otras personas que viajan haciendo auto-stop son algunas de las ventajas que ofrecen los celulares de última generación a los homeless en países en que estos aparatos son accesibles y existen tarifas razonables de pre-pago. Sin ir más lejos, “wearevisible.com” facilita la cooperación entre personas sin hogar, ofreciéndoles consejos útiles y abordando temas de su interés.

Comprendo a quienes se declaran adictos al olor del papel y la tinta de los libros recién estrenados, pero cierto dispositivo electrónico ha revolucionado mis hábitos de lectura desde que su peso y sus reducidas dimensiones permiten que me acompañe a todas partes. Es verdad que muchos títulos no están disponibles aún en este formato, y que a la postre el costo de los libros digitales ha venido a ser casi el mismo que el de los libros impresos, pero es una opción mucho más ecológica. De hecho, ya en ciertos colegios no se utilizan textos escolares, sino que se paga una pequeña suma anual a cambio de una clave que permite acceder a una plataforma en la que está disponible la información relativa a cada asignatura. Dicha plataforma se mantiene permanentemente actualizada y resuelve el problema de la obsolescencia de los materiales impresos, que iban perdiendo vigencia en razón de las innovaciones y de los intereses de las editoriales.

Las posibilidades que ofrecen la banca y el comercio electrónico para aquellas personas que no pueden salir de casa son invalorables, y está probado como los muy combatidos video-juegos contribuyen a desarrollar diferentes destrezas psicomotrices y determinados tipos de razonamiento. Pero hay quienes siguen lamentando que se operen cambios.

Los cambios son inevitables, y aun cuando resulte encantadora la cómoda seguridad de permanecer en nuestra zona de confort, el crecimiento sobreviene en la medida en que atravesamos por nuevas experiencias y vamos resolviendo cada uno de los problemas utilizando estrategias diferentes a aquellas que acostumbrábamos emplear.

Supongo que en todos los tiempos se habrá cuestionado la eficiencia de las innovaciones. Los automóviles fueron combatidos por ruidosos y contaminantes, pero ello no impidió que se convirtieran en un recurso de uso generalizado. Tal vez quienes se limitan a denostar de la tecnología y suspiran por tiempos ya pasados harían bien en fomentar aquellas actividades que tanto echan de menos: un encuentro cara a cara, un paseo al aire libre, una tarde de compras… sin dar la espalda a la realidad del cambio y sin dejar de beneficiarse de las ventajas que va ofreciendo el progreso.

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