martes, 16 de diciembre de 2014

Tenía razón Cabrujas

El Universal, 16 de diciembre de 2014


Comenzaba la década de los años ochenta cuanto se transmitió en televisión “El día que se terminó el petróleo”. No recuerdo con precisión la historia, pero se describía sin duda, en un tono apocalíptico, el panorama desolador de un país que pendía de la producción petrolera y se enfrentaba a la desaparición del crudo.

Tras las escenas del unitario podía percibirse la preocupación de su autor, José Ignacio Cabrujas, un tipo agudo e informado, que nos sembró de dudas la cabeza y nos enfrentó, mass mediáticamente, a la realidad de una economía basada en una temeraria monoproducción.

Cuarenta años antes, concretamente el El 14 de julio de 1936 , otro venezolano nos alertaba con respecto al mismo peligro con los recursos que tenía a su alcance: Arturo Uslar Pietri, desde el editorial del diario caraqueño “Ahora”, acuñaba la expresión “sembrar el petróleo” , destinada a trascender en el tiempo.

La consigna apuntaba a la reinversión de los recursos provenientes de la renta petrolera hacia otros sectores de la economía nacional : “Es menester sacar la mayor renta de las minas para invertirla totalmente en ayudas, facilidades y estímulos a la agricultura, la cría y las industrias nacionales”, señalaba Uslar Pietri.

Sin embargo, desoímos la advertencia de ambos intelectuales. Por distintas razones continuamos reinvirtiendo en la propia industria petrolera, precisamente por ser la fuente (¿inagotable?) de nuestra prosperidad. Pero sucede que el peligro es inminente: no es posible continuar a expensas del excremento del diablo, como lo definiría Juan Pablo Perez Alfonso. Aunque los yacimientos rebosaran y aunque a día de hoy muchos de los bienes y servicios que disfrutamos provengan del petróleo, hay interés en que éste se vea sustituído lo antes posible por otras formas de energía, cuando menos por dos razones evidentes: el creciente deterioro ambiental que ocasiona y el deseo de ciertas economías de romper la dependencia con respecto a algunos núcleos productores, ahorrándose de paso el trato con interlocutores incómodos.

Las fluctuaciones en el precio del crudo, el hecho de tener comprometida una parte importante de nuestro petróleo para honrar compromisos internacionales y nuestra incapacidad para aumentar la producción nos ponen de cara a la necesidad ingente de diversificar nuestra economía, hoy por hoy para incrementar nuestros ingresos, y en el futuro como forma de proveer fuentes sustitutivas de recursos, cuando el crudo vaya resultando un producto menos apetecible y demandado.

Impostergables las acciones que propendan, tanto a buscar estas formas alternativas de energía como a fomentar el desarrollo de los otros sectores de la economía nacional. Inevitablemente las soluciones pasan por la formación del recurso humano a todos los niveles, tanto aquel que emprenda las tareas de investigación, como aquel se vea involucrado en las nuevas actividades. Estos últimos deberían verse favorecidos no solo por políticas que estimulen y faciliten la inversión, sino también por un adecuado seguimiento del uso que se hiciera de los recursos económicos que se les proveyeran, por el apoyo profesional y por un adecuado adiestramiento cuando ello fuera menester.

Habitualmente evito inmiscuirme en los delicadísimos terrenos de la política y la economía, en los que sin duda hay especialistas que pueden pronunciarse con acierto. Prefiero cargar las tintas en lo deseable, y en lo que otras personas que ya han andado el camino demuestran que se puede hacer. Sin embargo, desde el sentido común, y desde el privilegio que supone disponer de esta tribuna para expresarme, me parece ineludible invitar a la reflexión acerca del tema, no solo en lo que depende de las políticas macroeconómicas, sino más bien en lo que es más próximo a cada uno de nosotros, a nuestras opciones de estudio, de trabajo, de emprendimiento (clave en el desarrollo de las economías hodiernas) y en la búsqueda de alternativas innovadoras para nosotros y para nuestro país.

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