martes, 23 de diciembre de 2014

Depre navideña

El Universal, 23 de diciembre de 2014


Suele decirse que la desilusión es el resultado de las expectativas frustradas.

Sería importante mantener esto en mente de cara a las fiestas que se avecinan.¿Por qué, tan frecuentemente, en lugar de vernos embargados por un ánimo celebrativo en esta temporada, nos sentimos melancólicos, irritables o desconcertados?

De entrada, las fechas que se repiten periódicamente son peligrosas en cuanto se prestan a hacer temibles comparaciones: los que estuvieron y ya no están; lo que tuvimos y ya no tenemos; los logros que esperábamos y no se dieron; el contraste de nuestra vida real con respecto al modelo ideal de Navidad que se nos impone culturalmente, a saber: fiestas, decoración, impresionantes atuendos, regalos….

Las emociones a flor de piel, además, incrementan la posibilidad de discutir, lo cual redunda en que nos sintamos todavía peor. De hecho, cierto portal de internet especializado señalaba cómo el número de divorcios aumenta un 30% tras las fiestas.

Quizá algunas ideas deberían sostenernos durante el tránsito por el mes de diciembre. La primera de ellas es que no estamos obligados a sentirnos felices. No pasa nada por no estar exultantes: de hecho, lo sano y razonable es que nuestras emociones respondan a nuestra realidad inmediata. Si, por ejemplo, estamos lejos de nuestros familiares, situación cada vez más frecuente en nuestro país, es normal que los extrañemos. Sin embargo, ello no tiene por qué impedir que disfrutemos de otras cosas. Parece que nos sintiéramos inadecuados y culpables si nuestro estado de ánimo no responde a la euforia aparentemente indispensable durante la temporada navideña.

Otro punto a tomar en cuenta es el de que los expertos en Psicología Positiva enfatizan que gran parte

del bienestar se enraíza en las experiencias gratificantes, no en la posesión de bienes materiales. Las vacaciones escolares y los días de asueto para los adultos pueden ser ocasión para efectuar alguna actividad compartida, para reencontrarse con los viejos afectos, para realizar alguna acción altruística. Esto no es una invitación a aceptar como algo natural las realidades del desabastecimiento o la carestía. Pero no podemos cifrar nuestra vida exclusivamente en lo que podemos o no adquirir. Aparejado con este sentimiento, encontramos nuestra resistencia al cambio. La respuesta es: adaptación. No una adaptación pasiva y resignada, sino un estado de ánimo que nos permita, “a pesar de”, seguir adelante y evitar la natural tendencia a quejarnos, que resulta comprensible pero bastante inútil.

Finalmente, permítaseme recordar que la Navidad, para creyentes y no creyentes, es la fiesta de la generosidad: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único” (Juan 3, 14). Jesús es propuesto como modelo, como el vehículo a través del cual Dios ilustra lo que ha de ser el comportamiento del hombre. Y ese comportamiento se articula sobre valores como la justicia, el perdón y la fraternidad. A pesar de su naturaleza divina, el Niño Jesús adviene al mundo en las más humildes condiciones y se manifiesta, en primer término, a los más humildes.

Jesús, pues, nace no solamente para los poderosos, para los que son felices y tienen hallacas y familia y arbolito navideño, sino también para quienes se sienten solos, son pobres o padecen algún tipo de carencia material o emocional.

Resultaría útil revisar con honestidad cuáles son nuestras expectativas con respecto a estos días y ver hasta qué punto son razonables, y si responden a nuestros verdaderos deseos o a modelos impuestos desde el exterior, socialmente. Quizá así se evitaría más de una decepción. Y, desde luego, hay que poner los medios. Aunque las películas aseveren que siempre hay milagros en Navidad, las cosas no suelen caer del cielo: conviene introducir cierta dosis de planificación a fin de incorporar a la temporada experiencias gratificantes, que pueden ir desde el disfrute tranquilo de la lectura, hasta el encuentro con las personas queridas. Porque, después de todo, aquí resulta absolutamente aplicable aquel proverbio que reza: “Si necesitas que alguien te eche una mano, mira al final de tu brazo.”


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