martes, 2 de septiembre de 2014

Preciosismo burocrático

El Universal, 2 de septiembre de 2014

Sin llegar a ser un pensador connotado, el barón Frédéric-Melchior Grimm perteneció, sin embargo, a lo más selecto de la intelectualidad de su época. Oriundo de Baviera, transcurrió gran parte de su vida en Francia, en donde alternaría con diversos enciclopedistas. Su correspondencia con Diderot y Catalina II sería publicada bajo el título de "Correspondance littéraire, philosophique et critique” en 1813, y recoge sus opiniones sobre arte, literatura y política.

Ya en una carta de 1765, Grimm expresaría: “ las oficinas, los funcionarios, secretarios, inspectores e intendentes no son nombrados en sus puestos para beneficiar el interés público: en realidad parecería que el interés público ha sido instaurado para que las oficinas puedan existir"

La tortuga de Mafalda, el personaje de Quino, se llama “Burocracia”, una clara alusión a la lentitud y torpeza del sistema, y el pensador mexicano Carlos Castillo Peraza terminaría por aseverar: “burocracia es el arte de convertir lo fácil en difícil por medio de lo inútil”. ¿Qué es lo que hace que la burocracia resulte tan antipática?


Su propia naturaleza entraña el germen de su inutilidad. Lo que en principio pareciera haber sido concebido para facilitar las cosas, se ha convertido a la postre en lo que entorpece que las cosas fluyan.
La burocracia procura establecer procedimientos estandarizados para dar curso a diferentes necesidades, lo que habría de garantizar la neutralidad, el tratamiento imparcial del usuario y la agilidad de gestión, al tratarse de una fórmula repetida una y otra vez. Sin embargo, esta estandarización redunda en que se vea marginado y desatendido todo lo que no quepa dentro de los parámetros previstos, encorsetados por la rigidez de la norma y difícilmente adaptables a nuevas circunstancias.

Aun animado por la buena voluntad de resolver las cosas, a veces un funcionario se encuentra atado de manos por el riesgo de inmiscuirse en las funciones de otro departamento o por verse subordinado dentro de una línea jerárquica en la que no goza de autonomía para tomar decisiones.

Pero, si esto es verdad en el ámbito de lo público, aquí y en todos lados, agravado además en ciertos casos por la corrupción y la negligencia, se desarrolla de manera similar en muchas esferas de la vida cotidiana.


En ocasiones las cosas se ralentizan y entorpecen a causa de la persona que aplica una norma que a veces es real, pero que a veces deriva de una creencia o suposición aceptada a lo largo de los años sin cuestionar su pertinencia . Por ello, sin llamar a la anarquía y sin detrimento de la calidad de los resultados, es necesario conferir cierta flexibilidad a los procedimientos para que estos sean eficaces, tendientes a lo que es su fin verdadero, viéndose cada quien movido a aplicar las normas de la manera más racional y útil posible. Quizá la clave radique, precisamente, en no perder de vista cuáles son nuestros objetivos.

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