miércoles, 1 de enero de 2014

El reality show en que vivo

El Universal, 31 de diciembre de 2013


En los últimos años ha aumentado el número y la diversidad de los llamados reality shows, programas televisivos que transmiten lo que le ocurre a personas reales en determinadas circunstancias.

“Gran hermano”, uno de los más populares programas de este género a nivel internacional, toma su nombre de la novela de Georges Orwell “1984”. La obra, emplazada en un futuro Londres imaginario, analiza la estructura social de un estado colectivista, del cual es máximo dirigente el Gran Hermano, quien al mismo tiempo funge como guardián de la sociedad a través de dispositivos que monitorean las acciones cotidianas de cada individuo. “Gran Hermano” remite pues a la idea de este seguimiento ininterrumpido del quehacer de cada persona mediante la cámara.

Diversas son las razones que podrían explicar el éxito de los reality shows, desde la mera curiosidad hasta el interés sincero en el proceso de formación que se da en el seno de algunos de estos programas, concebidos frecuentemente a modo de “academias”.

En días pasados pude ver la retransmisión de un segmento de “Project Runway”, un reality show estadounidense creado en torno al mundo de la moda. En este programa los participantes, evaluados por un jurado especializado, competen entre ellos para crear el mejor diseño de ropa.


En la emisión que tuve oportunidad de ver, los concursantes fueron despertados a medianoche y se les trasladó al taller de costura tal y como estaban vestidos. La prueba consistía en diseñar un modelo a partir de las prendas que llevaban puestas cuando se les despertó.

Ni siquiera sé si terminé de ver el programa, pero lo cierto es que, desde entonces, esta prueba ha regresado a mi memoria como referente en varias oportunidades. Y es que para vivir resulta clave la capacidad de crear a partir de lo que tenemos.

En muchas ocasiones nos vemos inmersos en un contexto que no es el más favorable para llevar a cabo nuestros planes. Puede que vivamos insatisfechos, frustrados, viviendo una vida que no es la que deseamos. Es verdad que muchas situaciones reales son inevitables y tenemos que cargar con ellas, pero es preciso hacer el esfuerzo de invertir tiempo en buscar las vías alternativas, no tradicionales, para acceder a lo que deseamos: descubrir qué podemos hacer con lo que tenemos.


La diferencia con el reality show es que en el programa los participantes tenían un plazo para lograr su meta y garantizar su permanencia en el concurso, mientras que nosotros podemos postergar indefinidamente la búsqueda de la felicidad y seguir viviendo la misma vida, transitando una y otra vez por el mismo día, como el hámster en la ruedecita de su jaula.

Estas fechas, que por repetirse año tras año se prestan a hacer comparaciones y verificar qué cambios se han operado, son percibidas también como una especie de frontera, un punto de corte, un límite que se rebasa al traspasar de uno a otro año. Es un momento propicio para hacer balance y preguntarnos si vamos a permitir que todo siga igual, para tomar decisiones , para plantear las estrategias que nos permitirán llegar al punto que deseamos. 

Desde luego, habrá obstáculos: habrá que elegir entre utilizar las carencias como excusas para no hacer nada, o establecer los pasos que han de conducirnos al éxito. Como en la película “El show de Truman” somos los protagonistas de nuestro propio reality show. El tiempo corre y no hay segundas oportunidades: ahora o nunca.

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