martes, 16 de julio de 2013

The criollo way.

El Universal, 16 de julio de 2013

En 1993 Elías Pino Iturrieta y otros destacados intelectuales publicaron una obra conjunta llamada “La Mirada del otro: viajeros extranjeros en la Venezuela del siglo XIX”. El título, que por cierto comparte con la novela de Fernando González Delgado y la película de Vicente Aranda, pretendía describir el fenómeno de la percepción con que otros ojos, concretamente los de los expedicionarios naturalistas del siglo XIX, nos contemplaban.

Durante la Colonia, el acceso América había estado restringido. Una vez franqueados los obstáculos que limitaban la afluencia de viajeros, acudieron muchos, inspirados por diversas motivaciones. El Nuevo Mundo se ofrecía como un catálogo de imágenes y especies naturales hasta entonces nunca vistas en Europa, que eran descubiertas con asombro y admiración por quienes recorrían el continente.

Y es el caso que participo de una situación similar cuando desde lejos vuelvo los ojos a mi país: re-contemplo lo que hasta ahora me había resultado evidente al intentar explicarle algunas cosas a mis interlocutores europeos y, más concretamente, cuando intento aclarar a qué me refiero cuando utilizo ciertas expresiones.

El eminente filólogo Angel Rosemblat, en el prefacio de su libro Buenas y malas palabras (1960) rastreaba el origen de algunas voces de uso frecuente en Venezuela. Así, el criollísimo término “corotos” para referirse a trastos o cachivaches, procedía según el escritor de las burlas que hiciera la servidumbre de cierto militar, propietario de algunas pinturas del célebre Camille Corot: el coronel se refería a las pinturas como a sus “corots”.

Otras expresiones provienen de los nombres anglosajones de algunos objetos o de sus marcas. Así,el otrora popular picó, aparato empleado para reproducir música grabada en discos, debía su nombre al pick-up, su homólogo americano; los “macundales” , otra versión de los trastos, derivan de una marca de machetes y otros enseres de trabajo de frecuente importación, Mac and Dale; el atento guachimán que vigila en la garita no es otra cosa que el watchman gringo, y los gringos se llaman así, según la tradición, porque durante la batalla del Álamo los mexicanos les increpaban “green go! “ (verdes, márchense!) refiriéndose al color del uniforme de los soldados norteamericanos.

Pero hay otros enunciados, de los que todos hacemos uso coloquialmente, que aluden directamente a situaciones locales. Estar muy pero que muy enfadado es estar más caliente que plancha de chino. Las planchas suelen estar calientes pero ¿por qué concretamente las de los chinos? Porque a principios del siglo XX la mayor parte de las lavanderías caraqueñas eran propiedad de ciudadanos de esa nacionalidad. Era de suponerse que, al estar todo el día poniendo a punto la ropa, sus planchas nunca llegarían a enfriarse.

Ir a llorar al Valle es una expresión relacionada con una anécdota presuntamente histórica. Según narra Lucas Manzano en su libro Caracas de mil y pico (1946) coincidieron una mañana visitando a Fray Antonio González de Acuña, obispo de Caracas, tanto el prior del Convento de San Francisco, como fray Gregorio de Ibis, quien desde principios de 1674 había emprendido
la evangelización de los indígenas que poblaban El Valle de la Pascua. Ambos aspiraban a que el prelado acudiera a sus respectivas parroquias. Como Fray Gregorio insistiera en el baile de “La Llora” que haría en su honor la agrupación Los Diablitos de El Valle, dicen que el Obispo exclamó dirigiéndose al prior: “Hermano: aplace usted lo suyo para más lueguito, porque ahora vamos a llorar a El Valle”

También hay interpretaciones locales de algún evento internacional. Charles Lindbergh, primer aviador en cruzar sin escalas el Atlántico, desde Nueva York hasta París, tuvo un hijo que fue secuestrado en 1932, y que permaneció desaparecido durante varios meses. De allí la expresión “estar más perdido que el hijo de Lindbergh”

Hay un libro, hoy en día sólo disponible en el mercado de segunda mano, en el que su autor, de apellido Bashleigh, intentaría precisamente explicar estos venezolanismos a los angloparlantes:  The criollo way.

Por un lado puede ser hilarante pero, por el otro, resulta interesante observarnos con ojos de extranjero. Nos vuelvo a contemplar, con una mirada que se sitúa en otra perspectiva, y me gusta lo que veo. Y sin duda me gusta el sentido del humor venezolano que, si bien no resuelve directamente los problemas, por lo menos ayuda a hacer más llevaderas las cargas

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