lunes, 12 de octubre de 2015

El amor que me sobra

El Universal,  de octubre de 2015


Yo recuerdo a Facundo Cabral. O mejor dicho: recuerdo cómo reaccionaba la gente en torno a Facundo Cabral. Su barba y su discurso denunciativo exhalaban un olor sospechosamente izquierdoso y, por ende, necesariamente descreído. Quizá por eso era más popular aquello de “No soy de aquí”, que lo otro de “Pobrecito mi patrón”.

Como quiera que sea, el tiempo pone las cosas en su sitio y, a la postre, Cabral ha resultado un referente en cuanto a la reivindicación de las cosas sencillas como fuente de bienestar y serenidad. Fue declarado Mensajero de la Paz por la Unesco en 1996 y, en materia religiosa, quien se autodefiniría como un “cristiano ecuménico, no católico”, llegó a colaborar estrechamente con la Madre Teresa de Calcuta.

En 1978, cuando su esposa y su hija fallecieron en un accidente aéreo, recibió una llamada de quien fuera Premio Nobel de la Paz. Según él mismo narrara en un espectáculo, la Madre Teresa le dijo: “Caramba, ahora sí que estás en problemas: ¿dónde vas a poner el amor que te sobra?” Cabral decidió incorporarse al cuidado de los leprosos que llevaba a cabo la religiosa y, en sus propias palabras, esto “lo salvó”.


He visto levantarse innumerables críticas hacia la madre Teresa por parte de quienes aspiran a que prive la justicia por encima de la caridad. Ha sido acusada de contribuir a mantener el statu quo en lugar de demandar la intervención de las instituciones competentes para obtener transformaciones sociales. Su posición en contra del aborto, considerada ofensiva por quienes piensan que cada mujer debe gozar de absoluta hegemonía sobre su cuerpo y su vida (y, de rebote, sobre el cuerpo y la vida de su hijo), ha resultado, sin duda, polémica.

Sin embargo, supongo que nadie estará dispuesto a discutir que ella, prescindiendo de todo aparato ideológico, empeñó su tiempo y su imagen en hacer más digna la vida (y la muerte) de aquellos a quienes escogió como objeto de su labor: los más pobres entre los pobres.


Se trata quizá de una cuestión de roles, de funciones: criticarla sería poco más o menos como criticar la intervención médica cuando la profilaxis resulta insuficiente. La Madre Teresa no hizo más que paliar los resultados de un sistema social a todas luces injusto e ineficiente, cimentando su labor en valores del Evangelio tan universales como la justicia, el perdón y el amor fraterno. Y con ellos rescató, entre otros muchos, a Facundo Cabral.

El punto central aquí es el amor que nos sobra. Si es contundente el hecho de que todos necesitamos ser amados, es igualmente cierto que todos tenemos la necesidad de amar, de volcarnos en otro. Nos realizamos en el servicio. La experiencia de sentirse útil, de contribuir a aliviar el sufrimiento, de modificar aunque sea mínimamente el mundo de alguien, remienda de manera efectiva el propio vacío existencial, en particular aquel que sobreviene cuando se quiebra la columna que vertebra nuestra vida y ello ocasiona que te encuentres repentinamente, en medio del caos y la desarticulación, con las manos llenas de dones que ahora carecen de destinatario, llenas del amor que te sobra. Y hay que buscar en dónde colocarlo.


María Luisa Mora
La experiencia de la Madre Teresa, quien, por cierto, vivió en el estado Yaracuy, revelaba un hecho innegable y es que, cuando hay alguien que depende de nosotros en cierta medida, sacamos fuerzas de flaqueza no por nosotros, sino por esa persona, también llamada a crecer y a realizarse autónomamente. Es, en resumen, lo que plantea el poema Resistencia de María Luisa Mora: “Después de la derrota, queda algo/por lo que merece la pena resistir:/la felicidad de los demás,/el brillo de unos ojos nuevos que nos miran/ como si, de nosotros, dependiera el mundo”.

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