lunes, 3 de agosto de 2015

Grado 33

El Universal, 3 de agosto de 2015

Juan Hutado Manrique
Director de Edificios y Ornato de Poblaciones a partir de 1883; ministro de Obras Públicas en dos oportunidades y profesor en la Academia Nacional de Bellas Artes, el general Juan Hurtado Manrique (había participado en la Guerra Federal) no solo es el autor de dos interesantes ensayos a propósito de la arquitectura, sino también el artífice de numerosos edificios que engalanan el perfil urbano caraqueño, y que fueron construidos durante alguno de los periodos de gobierno de Antonio Guzmán Blanco.

A Hurtado Manrique se deben, por ejemplo, la fachada norte de la Universidad y el edificio del Museo Nacional, ambos de estilo neogótico, ubicados en las inmediaciones del Capitolio; la capilla de El Calvario, la de Nuestra Señora de Lourdes y el Arco de la Federación. Levantó, así mismo, uno de los templos más connotados de la ciudad, por venerarse allí la imagen del Nazareno de San Pablo: la Basílica de Santa Ana y Santa Teresa, emplazada donde otrora estuviera la iglesia de San Pablo, y construida en honor a las patronas de doña Ana Teresa Ibarra y Urbaneja, esposa del Ilustre Americano.

Pero Hurtado Manrique es, entre otras cosas, el constructor del Templo Masónico de Caracas. No es de extrañar que Guzmán Blanco asignara a su arquitecto de confianza esta tarea, tan cara a su corazón: se había iniciado él mismo como masón de la mano de su padre en 1854, y fundaría más tarde la Respetable Logia "Esperanza" de Caracas.

Situado entre las esquinas de Jesuitas y Maturín, el Templo se inauguró el 27 de abril de 1876, cuando el gobierno asumió con dinero público las obras, que habían estado paralizadas durante años.

La masonería per se no colide con la Iglesia católica, pero el hecho de que el Papa León XIII la condenara en la encíclica Humanum Genus (1884) parece haber acrecentado la brecha entre el poder político y el religioso en época de Guzmán Blanco.

Se dice que la masonería llegó a Venezuela a través de Francisco de Miranda, y que otros ilustres nombres asociados a la historia del país están vinculados a la masonería: José Antonio Páez, José Félix Ribas, Santiago Mariño y hasta el mismísimo Bolívar participaban de una formación que hace del amor fraternal, la ayuda mutua, la templanza, la fortaleza, la prudencia y la justicia el centro de su praxis.

Algunos de los símbolos recurrentes en el templo masónico son el pavimento ajedrezado, que representa la dualidad bien-mal en medio de la cual el hombre vive; dos elementos que evoquen las columnas del templo de Salomón; el sol, imagen de la luz directa, y la luna, imagen de la luz reflejada, así como el delta luminoso, que representa la solidez y el equilibrio del universo. Sobre el mosaico ajedrezado, la escuadra y el compás, herramientas del arquitecto, emblema de la construcción, meta y fin del proceso masónico: la construcción del templo interior de cada quien, pues se concibe el trabajo como una forma de servicio y una herramienta para hacer el bien y transformar la sociedad a través de la propia transformación.


Los masones consideran los rituales como una forma de preservar la tradición y como una manera de mantener cierta disciplina y cierto orden, orden que también está presente en los pasos de su método (los famosos 33 grados del secreto).


A lo largo de la historia los masones han sido perseguidos, ya que, evidentemente, un movimiento que estimula el pensar y la libertad, no puede ser mirado con simpatía por instituciones que aspiran a conservar el poder libres de cuestionamientos.


Cuando los restos de Guzmán Blanco se repatriaron desde París, en 1999, recibieron honras fúnebres masónicas antes de ser trasladados al Panteón Nacional, en donde habrían de reposar definitivamente.

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