viernes, 21 de junio de 2013

Cuento de amor de la vida real

El Universal, 18 de junio de 2013


El clima de Madrid es bastante seco. Es una ciudad sin mar. El invierno no es como esos inviernos míticos, de postal, con paisajes blancos y chopos nevados. No. Es otra cosa.

A veces, en las mañanas, el rocío se hiela. Las temperaturas rozan los cero grados y una tenue capa de escarcha cubre los parabrisas, las ventanas, el suelo. En esos días hay que andar con cuidado. Cuando mejor se está es sobre las cuatro de la tarde, después de que un sol tímido y perezoso haya intentado brillar durante unas horas.

El frío quema el rostro. Hay quienes recurren a las castañas asadas en los bolsillos para calentarse las manos: un subterfugio de turistas. Los más, vamos de prisa, intentando guarecernos cuanto antes para conjurar ese frío que parece no acabarse nunca: “Madrid: tres meses de infierno, y nueve meses de invierno…..”

A veces, apenas los parterres llenos de flores anuncian la primavera, y unas mesas que preconizan en las aceras la proximidad del verano para quien osa desafiar las temperaturas y disfrutar de un sol que se vislumbra algunas horas más cuando se acerca abril…

Hace frío en Madrid. Pero ese invierno fue peor que los demás. El año empezó con lluvia, y hasta nos sorprendió alguna nevada que trastornó completamente una ciudad en la que no sucede con frecuencia. En Madrid nieva, pero no “cuaja”. Esto es: la nieve se derrite tan pronto toca el suelo. Pero aquel año cuajó.

Junto a mi escritorio, él trabajaba diligente. Su aspecto no era muy convencional que digamos, pero es una persona cuya bondad se traduce en una sonrisa que rara vez se borra de su rostro. Mientras organizábamos el trabajo, íbamos conversando de diferentes cosas. La fiesta grande de la temporada navideña, en España, es el día de Reyes. Es la fecha en que las familias se reúnen a intercambiar regalos, de forma similar a como hacemos los venezolanos el 24 de diciembre. Así pues, los pensamientos, al comenzar el año, suelen girar en torno a las personas queridas y a las compras. Ya lo sé: es muy consumista, pero a todos nos encanta tener una excusa para mimar a quienes amamos.

Y tras el día de Reyes, sobreviene el otro evento señalado de la temporada: las rebajas de invierno. Se pueden encontrar allí a unos precios inverosímiles todas las cosas imaginables. Es el momento ideal para comprar.

-Estoy deseando que lleguen las rebajas- me dijo. - Mira como llevo las botas.

Con la mayor naturalidad dobló la rodilla y, cruzando la pierna, me mostró una suela resquebrajada y endeble.

Tuve que tragar en seco al comprender la forma inclemente en que el frío estaría cebándose con él. Imaginé las suelas permeables desplazándose sobre la nieve, sobre las calles mojadas…. Entonces, un recuerdo iluminó mi mente: días atrás yo había devuelto unas botas a la zapatería, y en el fondo de mi bolso yacía un vale equivalente al importe de las mismas. Lo
busqué y se lo tendí. Le propuse que comprara alguna cosa, ya que en ese lugar no había nada que yo pudiera usar.

Incrédulo, y no sin cierta reticencia, tras vacilar un poco, lo aceptó. Unas suelas abrigadas se pasearon por mi imaginación calentando los pies de mi amigo tan joven, tan querido, tan trabajador. Su rostro y su sonrisa se iluminaron con ternura. “Genial”, atinó a decirme. Y añadió: “¿Sabes? No tenía un regalo para mi chica, y con el vale podré comprarle uno para Reyes”.

Se me hizo un nudo en la garganta. Estaba paseándose por una ciudad helada con unas botas desgastadas y, en lugar de pensar en sí mismo, en algo que necesitaba indiscutiblemente, pensó en “su chica”…. Antepuso su amor a su propia comodidad, por decir lo menos…..

Supongo que eso es el amor. Un amor desbordante y sólido. Estas son las páginas de opinión y yo quiero opinar sobre el gesto maravilloso de mi amigo, sobre la lección que me dio.
El sábado se casaron, tras varios años compartidos. Y yo deseo que sean muy felices. No dudo que así será, mientras sigan adelante en esa tónica.

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