El Universal, 13 de noviembre de 2012
De manera espontánea comenzaron a gestionarse en sus espacios algunas de las necesidades del barrio. Se detectó, por ejemplo, a través de las estadísticas del Hospital Pediátrico Elías Toro, que las causas de morbi-mortalidad infantil de la zona se relacionaban con unas deficientes condiciones de salubridad, por lo cual se programaron acciones educativas tendientes a divulgar las necesarias medidas higiénicas que prevendrían la aparición de gastroenteritis agudas. Del mismo modo, se emprendieron iniciativas para sanear el entorno.
En aquel entonces, el Instituto Radiofónico Fe y Alegría adelantaba varios programas de educación a distancia. La Escuela prestaba sus instalaciones para que los sábados pudieran realizarse las actividades presenciales que esos programas requerían. Así pues, muchos adultos coincidían ese día en el centro educativo, ocasión que se aprovechaba para dialogar con ellos, solicitar su colaboración en diversas iniciativas, explorar sus necesidades, solicitar su concurso en el diseño de soluciones y transmitir información.
Quienes motorizaban estos procesos provenían del propio barrio. Se trataba de personas que podían ser identificadas con facilidad por sus vecinos, sensibilizadas con las carencias del entorno y conocedoras de la realidad social del mismo. Todos habían logrado hacerse con una formación superior, que ponían al servicio de su comunidad de manera gratuita y voluntaria.
A su vez, los vecinos ponían sus habilidades y conocimientos al servicio de la escuela, ofreciendo cursos o participando en labores de mantenimiento. Todo lo que podía ofrecer el barrio como experiencia de aprendizaje quedaba a disposición de los niños, desde el taller del zapatero para que comprobaran cómo se efectuaban las reparaciones del calzado, hasta los parques y mercados en los que, de manera informal y asistemática, confluían infinidad de conocimientos, haciendo realidad el principio de Ciudad Educativa descrito en el Aprender a Ser de Faure.
Este modelo de integración vecinal no se subordinaba a ningún proyecto político en particular, y su único propósito era mejorar la calidad de vida de los habitantes de La Silsa. Sus vinculaciones con Fe y Alegría hubieran podido relacionarlo, si acaso, con la Doctrina Social de la Iglesia, pero su carácter era marcadamente laico. El rasgo verdaderamente distintivo del proyecto era la gestión vecinal, por oposición a la dependencia de un Estado paternalista.
Esta encomiable fusión de recursos y talentos no parece estar tan lejos de los conceptos de Asamblea Escolar, Comunidad Educativa y Proyecto Educativo Integral Comunitario. Lo que habría que garantizar es que en los centros se promueva la conciencia crítica, la capacidad de contemplar objetivamente el contexto y el ser agente de transformación desde la pluralidad.
Mientras se siga estimulando la creatividad y la capacidad crítica, iremos por buen camino; mientras los proyectos se gesten desde las entrañas del centro educativo, habrá progreso. Pero empezaremos a perder la libertad en el instante preciso en que las escuelas se vean reducidas a meros centros de adoctrinamiento; cuando dejemos de ser plurales y pensemos todos al unísono, con las mismas palabras y en los mismos colores; cuando quedemos, en fin, adheridos ciegamente a medias verdades, y cuando, en hora mala, se castigue el pensar.
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