El Universal, 1 de enero de 2013
A mi lado, Manuel Castillo comunicaba a un amigo común su férrea disposición de no permanecer "en la oficina" más allá de las nueve de la noche. Su comentario refrendaba mi impresión de estar al lado de un ejecutivo en grave riesgo de pasar a ser trabajólico.
"Yo hago trajes de novia" se limitó a decirme con modestia cuando le pregunté en qué ramo trabajaba. No me dijo, por ejemplo, que había estado vinculado a la casa Armani. Tampoco me comentó que su atelier está ubicado en la calle Ayala, en las inmediaciones de la mítica "milla de oro" madrileña, donde se encuentran las tiendas de los grandes diseñadores internacionales. Omitió, asimismo, mencionar que cada uno de los atuendos nupciales que él "hacía" era una pieza única elaborada por encargo y tras un cuidadoso estudio de los rasgos y la personalidad de la novia. Los aires de grandeza, la convicción de haber llegado a la meta y el endiosamiento estaban del todo ausentes en el discurso de mi acompañante.
Me habló, eso sí, del reto que había supuesto sobreponerse al miedo y dar el paso de lanzarse por su cuenta. También me explicó lo riesgoso de jugárselo todo a una sola carta al trabajar el año completo en la preparación de un único desfile, mientras la mayoría de las casas de moda presentan al menos dos colecciones al año, una de primavera-verano y otra de otoño invierno. Me habló, en fin, de sus desvelos para sacar adelante su taller en los primeros tiempos, como un emprendedor cualquiera.
Con una exvida vinculada al mundo del arte, cuesta no sucumbir a la tentación de incursionar en el análisis de sus líneas, de sus volúmenes, de sus colores. Sin embargo, a primeros de año, en ese momento en que las personas tienden a hacer balance y a tomar decisiones en consecuencia, Manuel Castillo, como persona, se me antoja tan infinitamente interesante como sus propias creaciones.
Manuel es un empresario de moda en dos sentidos: si por una parte lleva adelante una empresa vinculada con el mundo de la moda, por otra él mismo está de moda, habiéndose convertido en el diseñador cuyas creaciones desearían vestir muchas mujeres para casarse, y popularizándose al extremo de que su participación haya sido requerida en programas de televisión como "Cambio Radical".
Pese a ser esencialmente un artista, la naturaleza del proceso que conduce a la elaboración de sus creaciones requiere una infraestructura que facilite tanto la interacción con los clientes como la confección de cada prenda con una excelente calidad. Así pues, lo creativo descansa sobre elementos más prosaicos que, no obstante, son los que posibilitan que cada traje vea la luz con éxito. Manuel es consciente de la importancia de esa infraestructura y no descuida ni un momento estos aspectos menos sublimes, pero igualmente relevantes.
Rasgo a destacar en esta historia: ante todo, lo positivo de arriesgarse a cambiar. Independientemente de si se alcanzan o no los objetivos, cualquier acción no rutinaria produce un aprendizaje que debería ser valorado en sí mismo como un logro. Si, además, no estamos conformes con el estado de cosas, existen dos simples opciones: o nos adaptamos resignadamente, o nos damos la oportunidad de generar una situación diferente en la que nos sintamos más a gusto.
Perseguir una meta requiere grandes dosis de esfuerzo pero, si hay motivación, resulta placentero el progresivo acercamiento a nuestro objetivo.
Me confieso en deuda con Manuel Castillo, cuya energía ha desembocado en un sistema que gravita en torno a lo bello. Pero, sobre todo, le agradezco su ejemplo lleno de valor para arriesgar, de humildad para aprender y de sensibilidad para crear.
Estupendo artículo! Enhorabuena al sujeto y a quien suscribe.
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