martes, 29 de enero de 2013

FITUR, Venezuela y Ronald Tancredi


El Universal, 30 de enero de 2013

Desde mañana 30 de enero, y hasta el próximo 3 de febrero, se celebrará en Madrid la trigésimo tercera edición de la Feria Internacional de Turismo, FITUR, en la que participará Venezuela.
Básicamente, el evento facilita el contacto entre los especialistas del ramo, de modo que puedan promocionar y comercializar sus productos. En este sentido, 167 países y diversas regiones de España concurrirán poniendo de manifiesto las tendencias que conforman el perfil de la industria turística internacional hoy en día.
En esta oportunidad, además, la Feria servirá de marco para el encuentro de profesionales del enoturismo, centrados en regiones en las que tiene lugar la actividad vinícola, involucrando tanto su entorno natural como su oferta gastronómica y cultural. En este rubro confluirán unos veinte expositores.
Del mismo modo, se han reservado ciertos espacios en el recinto para foros monográficos. Entre ellos destacan FITURGREEN, una zona centrada en el ahorro energético y la eficiencia en la gestión hotelera, y FITURTECH, que versa sobre tecnología aplicada al turismo. Este foro contará con la presencia del astronauta español Pedro Duque.
Resulta gratificante encontrar, entre quienes gestionan el mercado turístico europeo, a un venezolano: Ronald Tancredi Hawkins. Vinculado a la industria hotelera, este joven ejecutivo, tras cinco años de exitosa labor en Londres, se encuentra ahora radicado en Madrid, movilizando lo relativo a los alojamientos existentes en la zona de Barcelona y en Portugal. Su profesionalidad y don de gentes le han valido una posición destacada en su carrera, en continuo ascenso.
Venezuela se promociona, a través de 13 empresas con stands emplazados en el Pabellon 3 del IFEMA, como un destino que ofrece turismo de aventura, familiar, rural; rico en eventos deportivos y culturales; apropiado para las rutas de montaña y el senderismo; con opciones solidarias y sostenibles (ecoturismo) y con diversas alternativas para los “city-breaks”, conocidos en castellano como “escapadas”: viajes breves a lugares cercanos, que no involucren importantes desplazamientos por razones de tiempo. Todo ello aunado al más relevante atractivo nacional: los 3726 kilómetros de costa que se extienden frente al Mar Caribe, desde Castillete hasta Punta Playa, además de los 280 kilómetros de costa Atlántica correspondientes a la zona en reclamación de la Guayana Esequiba, y sin abundar en los tesoros naturales del sur, donde se encuentra la caída de agua más alta del mundo, el Salto Angel, así como Canaima y los tepuyes, parte del relieve de la zona más antigua del planeta: el macizo guayanés.

El turismo constituye uno de los principales motores de desarrollo económico a nivel mundial. En Venezuela, concretamente, se concibe como herramienta para alcanzar la
inclusión social, creando empleo, generando fuentes de ingreso para pequeños y medianos emprendedores, e incorporando a los habitantes originarios de ciertas zonas a la actividad turística de sus respectivas regiones, principalmente en calidad de guías y como conocedores de la cultura de las etnias aborígenes venezolanas. Con ello se ha pretendido también combatir la explotación a la que se veían sometidos, en ciertos casos, algunos indígenas.
El turismo se presenta pues, dentro y fuera de FITUR, como una respuesta a las necesidades sociales y económicas del país, siempre y cuando pueda garantizarse al viajero la seguridad durante su permanencia, una apropiada vialidad para sus desplazamientos; organización y transparencia en el manejo de equipajes, traslados (taxis) y documentación, así como la puntualidad en sus vuelos. De no ser así, no conseguiremos salvar la deficiente publicidad que nos hace el boca a boca ni proyectarnos como el destino que publicitara Colón en carta a los Reyes Católicos, cuando bajo el slogan “Tierra de Gracia” se refiere a Venezuela como “las nuevas tierras que he descubierto, en las cuales tengo asentado en mi ánima que está el Paraíso Terrenal”…

¿Y dónde está José María Salvador?

El Universal, 15 de enero de 2013

El 18 de abril de 1978 comenzó a operar, sin una sede propia y con una exigua partida presupuestaria, la Escuela de Artes de la Universidad Central de Venezuela, que ha visto desfilar por sus aulas infinidad de talentos que dejaron su impronta en el panorama de la cultura nacional.

Uno de los obstáculos que hubo de salvar su puesta en marcha fue la dificultad para encontrar expertos cuya calificación académica les permitiera desempeñarse como docentes universitarios: en Venezuela, hasta entonces, no había la posibilidad de obtener un grado a nivel superior en arte. Así pues, confluyeron allí muchas personalidades que procedían de otras áreas del conocimiento, como el eminentísimo musicólogo Daniel Salas (Farmacia) o el propio Isaac Chocrón, puntal del teatro venezolano (Literatura Comparada)

Coincidieron allí, así mismo, extranjeros que poseían títulos universitarios en arte, obtenidos en sus respectivos países. Entre estos últimos quisiera referirme concretamente al caso de José María Salvador, de quien cabría enfatizar tres rasgos fundamentales: su formación; su honestidad profesional; sus hechos.

Los dieciocho títulos universitarios que se suman a su carrera original, Filosofía y Letras (entre ellos, cuatro licenciaturas, tres maestrías y tres doctorados) aunados a las cinco lenguas que maneja, le han provisto de una formación interdisciplinaria que le permite hacer una interpretación globalizada del fenómeno artístico y le facilita el acceso a fuentes documentales originales, sin el sesgo que puede suponer la intervención de un traductor.

Seguramente la tarea que más satisfacciones le haya reportado es la efectuada con sus estudiantes, sobre todo en la investigación conjunta con tesistas. Sin embargo, su labor educativa no se ha restringido al quehacer docente y administrativo en la Universidad Central, sino que se extendió también al Departamento de Educación del Museo de Arte Contemporáneo, del que fuera encargado, y a otras funciones como colaborador del maestro José Antonio Abreu.

Su paso como Director Ejecutivo del Museo de Bellas Artes coincidió con la celebración del Cincuentenario de la institución, ocasión que aprovechó para obtener la donación de 42 obras de para la colección del Museo, iniciativa le valdría convertirse en la imagen de IBM dentro de la campaña publicitaria “Un hombre, una idea”.

Se negó reiteradamente a realizar autenticaciones y tasaciones, que le hubieran reportado importantes beneficios económicos, a fin de garantizar la honestidad de sus juicios críticos, y evitar que pudiera decirse que estos guardaban relación con sus intereses pecuniarios. Se mantuvo, quizá obcecadamente, fiel a sus principios, aún a costa de ser puesto en la picota, como cuando salvó su voto como miembro del jurado que otorgara el Premio Nacional de Artes Plásticas al talentoso Nelson Garrido, por considerar que la fotografía tenía su propio espacio como arte y que, al existir un Premio Nacional de Fotografía per se, no se justificaba que el de artes plásticas se confiriera a un fotógrafo.

Pero, sobre todo, cuando todo pase, cuando todos hayamos pasado, seguirá existiendo el legado que consume y ha consumido los últimos años de su actividad: el rescate de las fuentes documentales para el estudio de la historia de las artes plásticas del país, así como sus investigaciones acerca del arte venezolano del siglo XIX, centradas en temas como la exaltación del héroe, las pinturas cenitales del Teatro Municipal o figuras casi ignoradas por la historia oficial, como Ramón Bolet, a más de otras obras menos locales, como las referidas a la iconografía medieval, y que ya van redondeando más de cien publicaciones, que incluyen libros y artículos académicos.


¿Y dónde está José María Salvador? Donde siempre: donde pueda desempeñar calladamente su labor de investigación, que hoy es en la Universidad Complutense de Madrid, empeñado en su labor docente. Incansable e impertérrito, y sin desvincularse de su amada Caracas.

Te quiero por Internet


El Universal, 22 de enero de 2013

Los números son contundentes: una de cada dos nuevas parejas se conoce por internet. Al menos es lo que asegura el sociólogo norteamericano Michael Rosenfeld, Profesor Asociado en la Universidad de Stanford.

Rosenfeld, y su colega Reuben Thomas, profesor asistente del City College de Nueva York, han publicado dos textos que pretenden explorar las relaciones que se inician y desarrollan a través de la red: How Couples Meet and Stay Together (Cómo se conocen las parejas y permanecen juntas), a partir de los resultados de un estudio realizado en 2009 entre más de cuatro mil adultos, y Searching for a Mate: The Rise of the Internet as a Social Intermediary (La búsqueda de un compañero: el auge de Internet como un intermediario Social), datado en 2012.

Ambas publicaciones corroboran lo que parecía obvio: internet amplía sustancialmente las oportunidades de encontrar una persona afín con la que congeniar, extendiendo las posibilidades más allá de nuestro círculo de amistades, familiares y compañeros de estudio o trabajo inmediatos. Así mismo, las estadísticas parecen señalar que las parejas que se forman a partir de una relación a través de internet son tan estables como aquellas que se inician de cualquier otra forma.

Internet ofrece la posibilidad de conocer posibles parejas tanto de manera aleatoria, cuando se coincide por azar en foros o redes sociales, como de manera deliberada, a través de sites especializados en citas o contactos.

Algunas personas sienten reparo al emprender una relación con un desconocido, pero los eventuales riesgos son los mismos que podrían enfrentarse al abordar a alguien en un lugar público sin que nos sea presentado por una tercera persona que ya le conoce. En este sentido, quizá las páginas que requieren una suscripción minimizan los riesgos, al requerir la identificación del suscriptor y el pago mediante una tarjeta de crédito, con lo cual al menos los administradores del sitio conocen la verdadera identidad del usuario.

En las relaciones que se desarrollan por Internet lo que priva es, como en las antiguas relaciones epistolares, el lenguaje escrito.

José Hermida, en su obra Hablar sin palabras, afirma que la mayor parte de los datos que comunicamos son  transmitidos de forma no verbal. Si ello fuera cierto, una interacción restringida a la palabra implicaría la pérdida de una importante cantidad de información asociada a lo gestual y al tono de voz, que conducen en paralelo otros mensajes. De hecho, quienes estudian el lenguaje corporal pueden detectar a menudo contradicciones entre el contenido de lo que dice una persona y su gestualidad. Ello explica que a veces experimentemos visceralmente que lo que nos están diciendo no es cierto: aunque intelectualmente recibimos un mensaje, nuestro cerebro percibe e
identifica otras señales en nuestro interlocutor que ponen en luz una incongruencia. Así pues, el devenir de la relación que nace en la escritura no podría predecirse hasta que la comunicación se amplíe desde lo escrito (mail o chat) hacia la comunicación audiovisual (web cam).

En compensación, la comunicación escrita disminuye hasta cierto punto la incertidumbre, ya que la información viene dada en declaraciones precisas que reducen la subjetividad que introducimos al interpretar una determinada situación: no se trata de una conjetura que aventuramos, sino de una aseveración efectuada por nuestro interlocutor.

La solidez de estas relaciones se basa en los intereses comunes, en los valores similares que se ponen de manifiesto en la conversación, más allá de lo meramente físico, que suele predominar en los encuentros “reales”.

A través de internet se evitan los traslados, se salvan las distancias, se superan los horarios, se minimizan los riesgos. Cuando se agotan las fuentes de eventuales parejas (amigos de amigos, relaciones laborales..) siempre quedan los sitios de dating y los encuentros fortuitos en lugares de interés común, aunque no puedan sustituir el calor de otra mano en la nuestra.

linda.dambrosiom@gmail.com

¿Usted sabe a lo que sabe una hallaca?



El Universal, 8 de enero de 2013

En España, la persona que más sabe de hallacas se llama Eugenia Adam. No sólo hace gala de una magnífica sazón, haciendo honor a las tradiciones familiares (bastará recordar las recetas de Lutecia Adam, colaboradora regular en este diario) sino que además canaliza las apetencias de todos los que atravesamos por esta neurosis de vivir en ambos países al mismo tiempo, organizando desde hace varios años el concurso “La mejor hallaca de Madrid”.

Eugenia, además, es experta en preparar hallacas sin carne, lo cual redunda en el agradecimiento de las facciones vegetarianas de mi familia. Sin embargo, este año se marchó a la France, dejándome a la deriva en lo que a hallaquística se refiere. Ante la imposibilidad de prepararlas yo misma, comenzó el proceso para determinar a quién endilgarle la tarea.

Impensable sobrevivir a un fin de año sin hallacas. Más que una necesidad gastronómica, se trata de un requerimiento emocional. ¿A qué sabe una hallaca?

Seguro que sabe a todo lo que uno le ponga, lo cual varía según la región. Parientes próximas de tamales y pasteles, y de otros preparados similares que se consumen en toda América elaborados bajo el mismo concepto (una masa de maíz a la que se incorporan diversos ingredientes, y que puede cocerse o no en un envoltorio vegetal) en Venezuela tienen la particularidad de consumirse básicamente en la época decembrina, en tanto en otros países se consumen a lo largo de todo el año.

Francisco Herrera Luque explicaba el origen de esta costumbre: nuestros indígenas, al igual que los de otras regiones, se alimentaban en su pobreza de la tradicional masa de maíz a la que añadían un picadillo preparado con las sobras de los alimentos de “la casa grande” en que vivían los terratenientes. Al parecer, el obispo de Caracas, admirado por el contraste entre las suculentas cenas de los mantuanos y el pobre condumio de indios y negros, impuso como penitencia que por Navidad los poderosos comieran el mísero preparado que sus sirvientes, esclavos y manumisos, consumían regularmente, en lugar de las opulentas viandas a las que estaba acostumbrados. Dieron pues los mantuanos en respetar las indicaciones del pontífice, pero amañándolas a su modo, pues introdujeron en el picadillo del relleno toda clase de exquisiteces.

Así pues, la hallaca sabe a lo que sabe el picadillo. Pero es el caso que este año comencé a saborearlas aún antes de ponerlas en la olla. Comencé a degustarlas aún antes de que el proverbial olor de las hojas de plátano se esparciera por toda la casa y aun antes de que comenzara a bullir el agua para calentarlas. Las probé, incluso, antes de tenerlas conmigo.

Comencé a paladear su sabor en el momento justo en que crucé el umbral de la Panadería La Plaza, en el madrileño barrio de Carabanchel. De inmediato afloró la
amabilidad, si bien discreta, de quienes me atendieron, a todas luces compatriotas. Además de ponerse a mis órdenes, dieron rienda suelta a esa gentileza proverbial del venezolano, que va más allá de lo que la buena educación impone, más allá de lo que a la política comercial conviene, y que traduce el espíritu hospitalario propio de nuestra gente. Les faltó tiempo para compartir conmigo un pan de jamón preparado para ellos mismos con el “repele”, con los recortes de los otros panes de jamón preparados para los clientes, sazonado con las disculpas de que no fuera el mejor, porque lo habían preparado para consumo propio.

A eso me saben las hallacas: a cordialidad; a tarea compartida; a Navidad y a casa abierta. Me saben a mi gente y a mi país.

-¿Fuiste a buscar las hallacas?, me preguntó la amiga que me recomendó el sitio.
-Si. Bien amables- le dije. Y mi amiga tuvo que convenir:
- Como buenos venezolanos…


Colón: ese musiú


 

El Universal,  16 de octubre de 2012


D Ambrosio, mi apellido, no es precisamente de Maripérez. Y el segundo, que es Morales, tampoco. Bolívar es un apellido vasco, igual que Jáuregui y Ricaurte, que identifican a próceres venezolanos. Gran parte de nuestra población desciende de los esclavos africanos. Salvo los indígenas, pocos venezolanos pueden vanagloriarse de no tener sangre extranjera.

Pero los indígenas, que se sepa, tampoco surgieron en estas tierras por generación espontánea: provenían de otros lugares, según explican las diversas teorías del poblamiento de América.

En 1492 los españoles, mientras arribaban a suelo americano, empujados por sus ambiciones mercantilistas, procuraban a su vez liberarse de los últimos vestigios del dominio musulmán, que concluyó con la expulsión del rey Boabdil y la caída del reino nazarí de Granada. Porque muchas veces, España, la invasora, se vio amenazada por la invasión.

En 1571, escasos 80 años después de que Colón desembarcara en Guanahaní, Cervantes perdía la movilidad del brazo izquierdo en la batalla de Lepanto, que frenó el expansionismo turco por el Mediterráneo occidental: España, la colonizadora, combatía a la colonizadora Turquía.

La huella que la cultura árabe dejara en España, sin embargo, nos sería transferida a los pueblos americanos, mientras que muchos judíos renunciaban a su identidad, convirtiéndose al cristianismo para evitar ser perseguidos por la Inquisición. Aspectos fundamentales de su pensamiento, no obstante, siguieron comunicándose en el propio catolicismo.

Y es que la proximidad entre dos culturas ocasiona una progresiva interpenetración en la que ambos grupos resultan modificados. Es un proceso natural en el que se intercambian los conocimientos y las innovaciones tecnológicas que mejoran la calidad de vida y permiten evolucionar.

Sería ideal que en este proceso cada pueblo escogiera los elementos que se propone incorporar a sus pautas culturales. Pero no siempre sucede así: en muchos casos, y concretamente en el de la conquista de América, se imponen por la fuerza una serie de normas a los grupos avasallados, anulando todo vestigio de su identidad.

No existen grupos estáticos, inmutables, químicamente puros. Resulta irreal la posición de quienes imaginan una situación de no-conquista, una especie de permanencia en una idílica Arcadia tropical en la que la felicidad mana de la sencillez y la comunión con la naturaleza. Las cosas no funcionan así, por desgracia. Y normalmente diversas motivaciones explican la naturaleza de los vínculos que se dan entre dos pueblos. Así, mientras Cipriano Castro aseveraba que la planta insolente del extranjero había profanado el suelo patrio, Antonio Guzmán Blanco procuraba asemejar Caracas a París, en un alarde de afrancesamiento que engendraría nuestro criollísimo "musiú", deformación del vocablo francés "Monsieur", para referirse a lo foráneo. Y mientras los mantuanos se rebelaban contra el poder real, se declaraban adeptos al depuesto rey Fernando VII para desconocer las aspiraciones imperialistas de los franceses, encarnadas en la persona de José Bonaparte, impuesto como rey de España por su hermano Napoleón. Todo depende de los intereses y las circunstancias que priven en un momento dado.

Así, tras oleadas sucesivas de musiús, desde los welsares hasta los gringos de la explotación petrolera; desde los turcos de Catia hasta los gallegos, italianos y portugueses venidos en la posguerra, yo prefiero contemplar con cariño la huella de los que vinieron para quedarse, no para expoliar el país y marcharse, la huella de los que están enterrados aquí y aquí dejaron sus obras y su simiente.

Me pregunto si vale la pena seguir discutiendo acerca del descubrimiento, el encuentro de dos mundos o la resistencia indígena, en momentos en que vivimos en un mundo cada vez más globalizado. Habría que preocuparse, más bien, por consolidar la permanencia de los rasgos que nos identifican y por hacer efectivo el respeto que nuestra Constitución establece hacia nuestros aborígenes.

Florentius, Caracas y los Toros

El Universal,  23 de octubre de 2012 (reeditado en Generacción y en El Republicano Liberal el lunes 5 de noviembre de 2012)


La encantadora novela Florentius, que viera la luz a principios de este año, describe los pormenores del viaje efectuado por Juana la Loca y Felipe el Hermoso desde Bruselas hasta Toledo, en donde habrían de jurar como príncipes ante las Cortes. El autor, Fernando Lallana, va narrando, a partir de una rigurosa labor documental, el fasto de la caravana que les acompaña a través de un recorrido lleno de vicisitudes, de inclemencias meteorológicas, de parajes que en verdad existen, de costumbres de la época y de personajes reales.

Este cuadro  que alberga,  pese a la áspera cotidianidad del viaje, imágenes de una delicadeza excepcional, contiene un episodio decididamente elocuente: se trata del punto en el que, llegados a Burgos, la comitiva participa en los festejos organizados para agasajar a los futuros príncipes, que incluyen la lidia de una veintena de toros. El escritor consigue reflejar tanto el entusiasmo del pueblo que observa la corrida, como el estupor de los extranjeros ante el insólito espectáculo: "mientras los flamencos, salvo los entregados Hauton y Florentius, que aplaudían a rabiar, se mantuvieron sentados y atónitos ante el desenlace".  Y, en otro punto, en el que el protagonista interroga a sus connacionales, cita: "¿De verdad no os gusta este juego?, preguntó a sus compañeros de atrás, obteniendo simplemente un gesto de incomprensión".

Lo que la sensibilidad y clarividencia de Lallana apunta, merece ser recogido como objeto de reflexión: ¿Qué diversión puede entrañar, para ojos no familiarizados con el toreo, la agonía lenta y cruel de un animal torturado? Antes bien: la reacción visceral, instintiva, primitiva, debería ser la repugnancia ante la gratuita carnicería o, cuando menos, la incomprensión ante la actitud eufórica de quienes perciben una proeza en el acto de martirizar a un animal.

El toro, si bien supera en volumen al hombre, se halla en desventaja frente a la turbamulta que lo asedia, que lo acosa, que le inflige dolor, sin propósito alguno.  El placer, acaso, puede estar asociado a los festejos y los preparativos que se efectúan  en torno a  la lidia, a los rituales; pero el acto mismo de sacrificar al animal no puede entrañar satisfacción alguna, más que la adrenalina desatada por el riesgo que supone una confrontación de fuerzas en la que es preciso insistir el animal siempre se encuentra en desventaja.

Si se exalta la valentía del  más bien temerario oficio del torero, otrora empleado como mecanismo de promoción social, cabe también considerar la cobardía que supone el auténtico abuso de poder en una situación desigual, diseñada para someter a otro ser vivo, maltratándole. A quienes admiran la gracia de las figuras del "arte", cabría proponerles como alternativa que asistieran al ballet.

¿Por qué no a las corridas?  Porque suponen el suplicio gratuito de otro ser vivo; porque  contribuyen a perpetuar  una visión en la que el hombre se erige como amo y señor de la naturaleza, sin reconocer su interdependencia con los otros elementos del medio y su subordinación al bienestar  y conservación del ambiente; porque son una sórdida expresión de irrespeto a la vida.

Las corridas son, no obstante, apenas una de las formas en que se somete a otras especies a la brutalidad. La experimentación en laboratorios y las condiciones en las  que se mantienen los animales destinados al consumo resultan vergonzosas. En este sentido, muchos venezolanos se han comprometido con la causa animalista, haciendo labor inclusive a nivel internacional, como es el caso de Alessandro Zara y Lucy Alio.

En el año 2009, ante los argumentos planteados por  Nicolás Álvarez, los concejales del municipio Libertador declaraban a Caracas ciudad antitaurina, convirtiéndose así en la primera capital del mundo en fijar posición respecto a este tema. Tal vez sería oportuno  evocar la consigna de nuestro Himno: seguid el ejemplo que Caracas dio.

Diario de gratitud

el Universal, 30 de octubre de 2012


Durante la II Guerra Mundial, en 1943 concretamente, Reinhold Niebuhr escribió una desiderata que ha trascendido a través de los años como la oración de la serenidad: "Señor, concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las cosas que puedo cambiar y sabiduría para distinguir lo uno de lo otro".

La sencillez del texto no disminuye su acierto para poner en luz un asunto muy actual: la importancia de  elegir en dónde focalizamos nuestra atención. Hay que distinguir lo uno de lo otro.

La tendencia general es a centrarse en los eventos menos agradables de la vida. Algunas personas sucumben ante la adversidad quejándose, dejándose llevar por una lectura catastrofista de los hechos o asumiendo la posición de víctima. Los emprendedores, por su parte, se sienten incapaces de permanecer pasivos ante lo que les incomoda, procurando poner remedio a las situaciones que les disgustan.

Esta segunda actitud resulta seguramente más productiva. Pero, en paralelo, debería gestarse una conducta complementaria: la de identificar y valorar los eventos positivos presentes en nuestra vida cotidiana. Diversas corrientes interesadas en el bienestar humano proponen el diario de gratitud como vía para desarrollar la capacidad de detectar esos eventos.

Se trata de una práctica simple: el hábito de inventariar, al final del día, tres momentos que hayan resultado gratificantes. El término "diario" no se refiere al objeto físico en el que se apuntan estas experiencias, sino a la frecuencia con que debe realizarse esta actividad: diariamente.

No tienen por qué ser situaciones trascendentales: puede reseñarse un encuentro inesperado con alguien querido, el degustar un plato que nos agrada o el hecho mismo de llegar a tiempo al trabajo. Cualquier cosa que nos haya hecho sentir bien a lo largo del día. Tampoco tiene porque hacerse de forma escrita, aunque llevar un registro de estos eventos nos permite verificar cómo nuestra vida está llena de estas pequeñas experiencias positivas. Pero debe hacerse diariamente.

Esta práctica ha demostrado ser tan exitosa que la empresa Rudelabs ha desarrollado una aplicación para Iphone e Ipad que facilita el apuntar los eventos placenteros y almacenarlos.

César Yacsirk, experto en Psicología Positiva, señala cómo al principio es difícil evocar tres sucesos agradables que hayan tenido lugar a lo largo del día, pero, con el tiempo, el hecho mismo de saber que en la noche habrá que recordarlos estimula la disposición a ir detectándolos sobre la marcha. Con ello, la sensación de bienestar no se limita al momento de enumerarlos en el diario, sino que se extiende a lo largo de toda la jornada.

En el año 2009 la Universidad de Manchester realizó estudios que exploraban los efectos del diario de gratitud en 400 personas. En julio de 2011, la revista Applied Psychology: Health and Well- Being publicó las investigaciones de Nancy Digdon en el mismo sentido. En ambos casos se constató que el diario incidía en el bienestar de las personas de manera contundente, sobre todo en lo relativo a conciliar mejor el sueño. Esto resulta comprensible al considerar que la principal causa del insomnio es la ansiedad.

También Jeffrey Froh, Giaccomo Bono y Robert Emmons publicaron los resultados de un estudio efectuado a partir de 700 estudiantes de secundaria en la revista Motivation and emotion (2010). En dicho estudio comprobaron que la gratitud se relacionaba con una mayor satisfacción vital y una mejor integración social en los adolescentes.

En suma: este sencillo ejercicio, lejos de ser una práctica ingenua, puede tener poderosos efectos en la manera de percibir la vida. Es fácil, económico y efectivo.

El eminente psiquiatra Luis Rojas Marcos define la felicidad como "un estado de ánimo placentero que suele acompañar a la idea de que la vida merece la pena". Acaso sean esos pequeños detalles que pasan desapercibidos los que produzcan esa sensación de que, efectivamente, la vida merece ser vivida.

Los que ya no están

El Universal,  6 de noviembre de 2012  
 La emblemática figura de La Catrina, la calavera concebida por José Guadalupe Posada con una intención marcadamente crítica, y plasmada después por Diego Rivera en el mural "Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central", encabeza los festejos del mexicanísimo Día de muertos, que se remonta a la época prehispánica y que ha sido declarado por la Unesco patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. Los europeos, por su parte, acostumbran visitar los cementerios a principios de noviembre, y cada vez es más frecuente la celebración de Halloween.

Esta variedad de ceremonias y rituales, que tienen lugar alrededor de las festividades de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos, refleja las múltiples variantes en que el ser humano se relaciona con la muerte y con los muertos, y da cuenta también de la importancia que se concede al fallecer como parte de la vida misma. Sin embargo, más allá de la loable intención de venerar la memoria de los difuntos, de reconocer , como es el caso de México, la importancia de los ancestros como la raíz que unifica y confiere identidad, resulta decisivo enfatizar la importancia que tiene el duelo para superar el deceso de un ser querido.

Aunque en el primer momento puede parecer imposible recuperarse de la pérdida, paulatinamente el dolor cede. Este proceso puede prolongarse más o menos, dependiendo de diversas circunstancias.

Hasta no hace mucho, el luto se entendía como una manifestación del decoro que, por una parte, evidenciaba ante los ojos de terceros del afecto que se profesaba al difunto y, por otra, procuraba conservar ese estado de melancolía propio de cuando se ha experimentado una pérdida recientemente. Así, el doliente comunicaba su situación a quienes le rodeaban a través de sus vestiduras, con lo que se prevenía a las personas del entorno acerca de su vulnerabilidad y se llamaba a que le trataran con cierta consideración.

Esta especie de tributo al difunto, que no aportaba nada ni a su memoria ni a su valía, parecía contradecir la tendencia natural de los humanos a sobreponerse a los reveses emocionales. De algún modo, contribuía a prolongar el estado de malestar de la persona, que  reaccionaba, o bien dejándose llevar letárgicamente por la pena, o bien rebelándose contra lo que no venía a ser más que una imposición social.

La vida práctica del doliente puede verse alterada más allá de la tristeza, según la naturaleza de la relación mantenida con la persona ausente, sobre todo cuando, antes del fallecimiento, la rutina ha estado girando en torno al difunto, lo cual es frecuente en el caso de una enfermedad. Este trastorno se hace especialmente palpable cuando se trata de la pérdida de la pareja: es necesario entonces aprender a vivir en su ausencia y a tomar decisiones en soledad, reinvirtiendo cuanto antes la energía emocional, otrora empleada en la relación, en nuevos proyectos.

La primera reacción es la negación, la incredulidad, como una forma de no asumir la separación y de resistirse a aceptar que la persona no volverá, pero una adecuada elaboración del duelo (el proceso que transcurre desde que la pérdida se produce hasta que se supera) requiere que la persona tome contacto con sus sentimientos.

Quizá algunas ideas podrían ayudar a pasar por este proceso: la conciencia de que superar el dolor no significa dejar de querer a la persona que se ha marchado; el comprender que ser capaz de disfrutar de algunas cosas no supone que se le extrañe menos ni constituye una especie de "traición" que deba generar sentimientos de culpa; el asumir que es irreal pretender que no esté allí ese vacío, pero que se puede aprender a vivir con él. Y, sobre todo, el ir recuperando la alegría y la gratitud por los buenos momentos compartidos, perpetuando en cierto modo la permanencia de esa persona a nuestro lado a  través de sus enseñanzas y de los sentimientos que, aun ausente, sigue  encendiendo entre  nosotros.

De puertas para adentro

El Universal, martes 20 de noviembre de 2012

Hoy, 20 de noviembre, se conmemora un aniversario más de la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño, en la que se establecieron las garantías mínimas que deben ofrecerse al menor para asegurar su favorable desarrollo, tanto de cara a su realización personal como individuo, como en función del rol social que está llamado a desempeñar.


La expresión local de esos derechos cristaliza en Venezuela en la Ley Orgánica para la Protección del Niño y del Adolescente, vigente a partir del 1 de abril del año 2000. Uno de los rasgos más característicos e innovadores de esta Ley es que parte de una visión que concibe al menor no como un ente pasivo que es objeto de tutela, sino como una persona con derechos y responsabilidades que varían de acuerdo a su edad y a su capacidad. Se percibe al niño como un actor de su realidad, capaz de participar, en su justa medida, de los procesos que tienen lugar en el entorno que le circunda, efectuando requerimientos y proponiendo soluciones.

Hablar de los derechos del niño suele remitirnos a las condiciones que deben garantizarse al menor para preservar su vida y su salud, para asegurar su educación, su libertad de pensamiento, conciencia y religión, y para protegerle contra el maltrato y la explotación laboral. Sin embargo, hay una esfera más íntima en la que cabe analizar el ejercicio de estos deberes y derechos: se trata del entorno doméstico, de la escuela, del hogar.

A nivel educativo, afortunadamente, tiende a superarse la visión del aprendizaje como un proceso unidireccional en el que uno enseña y el otro aprende, conforme a unas pautas impuestas externamente y aplicables indistintamente a todos los estudiantes sin tomar en cuenta sus intereses y habilidades. Esta visión, que Freire denominaría "bancaria", estableciendo una analogía entre las dosis de conocimientos que se pretende inocular en los estudiantes y las sumas de dinero que se depositan en las cuentas bancarias, va siendo remplazada por la concepción de un saber que se construye continuamente en común con otros individuos, a partir de experiencias de diversa naturaleza, y que es susceptible de ser actualizado.

En este sentido, se empieza a respetar la individualidad de cada niño, favoreciendo el desarrollo de sus potencialidades y tomando en consideración sus talentos particulares. Pero es el hogar, sin duda, el que puede ofrecer las condiciones ideales para que el niño aprenda a ejercitar apropiadamente sus derechos.

Es posible fomentar este aprendizaje cuando se estimula al niño para que exprese lo que piensa. Cuando éste manifiesta sus opiniones, cuando razona en voz alta acerca del entorno que le circunda, el adulto puede intervenir varios registros. Uno de ellos es el de, mediante preguntas, propiciar la reflexión o invitar a considerar aspectos de la situación que el niño no había tomado en cuenta, en lugar de hacer juicios acerca de lo que ha comunicado. Por otra parte, estos reportes verbales son valiosísimos para conocer el estado de ánimo del niño y poder apoyar su desarrollo emocional, facilitando la superación de temores e inseguridades, y procurando compensar las carencias que pudieran detectarse. Pero, sobre todo, debería aprovecharse el entorno familiar para favorecer que la manera de comunicar pensamientos y sentimientos fuera la adecuada, lo que contribuiría a que, posteriormente, la interacción con otras personas fuera efectiva. Como mínimo, deberían respetarse dos normas básicas: comunicar las opiniones sin levantar la voz y verbalizarlas en primera persona, sin increpar o insultar a otros. En todo caso, no hay mejor método pedagógico que el ejemplo: si se le dan indicaciones al niño sin gritar, y se le escucha respetando los turnos para hablar, es muy posible que él también ponga en práctica estas pautas de conducta espontáneamente.

Una buena política podría ser, en fin, no incurrir con nuestros hijos en ningún comportamiento que no fuéramos capaces de poner en práctica con cualquiera de nuestros amigos.

La autopsia del este

El Universal, 4 de diciembre de 2012

Cierto amigo, agregado cultural de México en Caracas en los años 90, se refería a la Autopista del Este como la Autopsia del Este: "Pasas tanto tiempo en ella que es probable que te mueras allí, y que hasta tengan oportunidad de hacerte la autopsia", decía.

La ocurrente observación de mi amigo, un personaje inteligente y afable, que además profesaba un gran cariño a la ciudad que disfrutaba y padecía al mismo tiempo, ha vuelto a mi memoria quince años después al leer un post escrito en Facebook por la brillantísima Giulia Carbone: "A todas mis amigas q viven del otro lado de la ciudad: están cordialmente invitadas a almorzar y cenar de este lado... q ayer me tuve q calar otra vez 2 horas de cola de proporciones bíblicas para volver a casa! Inenarrable la negligencia (the neglect) con el sistema vial.....¿cómo es posible q no hayan hecho un nuevo distribuidor, ni siquiera una nueva entrada a la autopista del Este...? 1 hora respirando monóxido de carbono en la Francisco de Miranda..."  Giulia vive en Holanda desde hace años y no está acostumbrada a esto.

Para mi sorpresa, otra amiga común, de las primeras en responder el post, señalaba: "Tómatelo con sodita!....".

Me maravilla la ecuanimidad y resignación con que los caraqueños sobrellevan el problema de las colas. Si, según la OMS, la calidad de vida involucra aspectos tales como la salud física del sujeto, su estado psicológico, su nivel de independencia, sus relaciones sociales y su relación con los elementos esenciales de su entorno, no es posible soslayar la necesidad de contar con una alternativa de transporte fluida, que garantice una mayor disponibilidad de tiempo para el ocio, el disfrute, el compartir en familia; que incremente la eficiencia de nuestro desempeño en otras áreas de nuestra vida al sentirnos más relajados y en mejores condiciones; que redunde en un impacto ecológico positivo, al disminuir los niveles de contaminación; que se traduzca en una disminución de gastos tanto en combustible como en aparcamiento...

Hoy por hoy es imposible prever con cuánto tiempo de anticipación hay que salir para llegar a tiempo a un determinado lugar tras superar la cola, eso si se consigue un sitio donde estacionar, claro, con el consiguiente desembolso monetario.

Las soluciones asociadas a la vialidad resultan complejas y costosas, a pesar de ser más duraderas si se garantiza un adecuado mantenimiento. Sin embargo, no resuelven el problema a corto plazo, ni para todos los sectores de la población.

Uno de los objetivos debería ser el disminuir el número de vehículos que circulan. Es, lo que en su día, buscaba el llamado "día de parada". Esta solución quizá no era la indicada: la imposición externa de prescindir del vehículo un día a la semana no resultaba convincente, porque no existía una alternativa de transporte adecuada. Pero ¿qué sucedería si las personas percibieran el poder evitar conducir como un alivio? El tiempo de conducción podría emplearse en otras cosas.

Hay que insistir en lo impostergable de adecuar, por ejemplo, nuestra red de metro a las necesidades reales de las personas. Se ha demostrado que el servicio es insuficiente, sobre todo en horas pico. Hace pocos días, además, Alberto Vivas, Vicepresidente de la AC Familia Metro de Caracas, señalaba la proximidad de un colapso, debido en parte a que no se están sustituyendo los equipos viejos por otros nuevos. No basta con las importantes inversiones realizadas, por ejemplo, en los vagones de auscultación, que permiten detectar cualquier fisura o grieta en su etapa inicial para proceder a su reparación de inmediato. Hay que aumentar el número de unidades y remplazar algunas otras.

Resulta impostergable la puesta en marcha de un sistema de transporte público eficiente, accesible y seguro. Al fin y al cabo, casi todo lo que hacemos pasa por desplazarnos de uno a otro sitio de la ciudad, continuamente. Y para que no haga falta recurrir a la soda.

La Catedral de Justo

El Universal,  11 de diciembre de 2012

La llamada Catedral de Justo, en referencia a su autor, Justo Gallego, se erige en Mejorada del Campo, en las inmediaciones de Madrid. Dedicada a Nuestra Señora del Pilar, a manera de exvoto en agradecimiento por la salud recuperada, la edificación crece desde hace cuatro décadas gracias a la infatigable labor de su creador, a pesar de  las diversas discusiones que la rodean.

Ya en el año 2010 la revista Time advertía que la carencia de una licencia de construcción ponía en riesgo su perdurabilidad, pues al carecer de los permisos pertinentes, podía exigirse que fuera derribada.

Por otra parte, la llamada "catedral" no es tal: es una catedral en cuanto a que el edificio responde a los parámetros característicos de este tipo de construcciones, pero no ha sido consagrada como templo.

Su autor, Justo Gallego, vino al mundo el 20 de septiembre de 1925, en el seno de una familia de terratenientes, de la que heredó una importante fortuna. No recibió formación académica de ningún tipo, según confirma él mismo en un texto situado a las puertas de la Catedral: "No soy arquitecto, ni albañil, ni tengo ninguna formación relacionada con la construcción. Mi educación más básica quedó interrumpida al estallar la Guerra Civil".

A los 27 años ingresó en el monasterio de Santa María de la Huerta, en Soria, de donde fue expulsado al constatarse que tenía tuberculosis, por miedo al contagio del resto de la comunidad. De vuelta en Mejorada quiso dedicar su vida a una obra que pudiera ofrecer a Dios, y al recuperarse de la enfermedad emprendió la construcción en la que trabaja desde hace más de cuarenta años.

Comenzó la catedral, el 12 de octubre de 1961, a partir de  información recabada en libros antiguos, muchos de ellos en latín. Lo ha hecho casi todo solo, con algo de ayuda de sus seis sobrinos o de algún eventual voluntario. En ocasiones ha contratado los servicios de un especialista con su propio dinero.

La catedral no corresponde a ningún estilo arquitectónico en particular. Tiene elementos góticos, románicos, renacentistas y barrocos. "No existen planos del mismo, ni proyecto oficial. Todo está en mi cabeza", expresa el autor.

Don Justo aprovecha tanto objetos de la vida diaria como materiales desechados por las constructoras. El ladrillo, que predomina en la catedral, proviene de una fábrica cercana, que descarta algunas piezas por deformes o inutilizables. Son estas piezas defectuosas las que Justo emplea.  Para realizar las columnas y pilares utiliza bidones de gasolina viejos, botes de Cola Cao o cubos cilíndricos de pintura como si fueran moldes. Una rueda de bicicleta hace las veces de polea.

A pesar de las diferentes diatribas que la rodean, la Catedral ha logrado proyectarse internacionalmente como un hito arquitectónico, debido no sólo a lo que representa como resultado del esfuerzo de un solo hombre que ha logrado llevar a cabo la tarea de su construcción, sino también gracias a lo novedoso del empleo de materiales de desecho, lo cual la encuadra dentro de una perspectiva ecológica.

El edificio y su autor se han dado a conocer mundialmente, en especial a través de la exposición fotográfica sobre la catedral que tuvo lugar en el MOMA de Nueva York, y a través de su figuración como imagen de la campaña de la bebida Aquarius. Y la envergadura innegable de esta obra me ha remitido a dos venezolanos destacados: Fruto Vivas, abanderado en la utilización de materias primas naturales como el barro, el bambú y la madera en pos de lo que se ha denominado  "bioarquitectura", promotor del reciclaje, y Juan Félix Sánchez, quien, del mismo modo que Justo, levantó su complejo arquitectónico en El Tisure prácticamente solo, en compañía de su compañera Epifania Gil.

Tanto en lo relativo al problema de los permisos de construcción, como en lo tocante a la consagración del edificio, la autoridad competente es la Diócesis de Alcalá de Henares, a cuyo criterio quedará proseguir la obra o derribarla cuando Justo ya no esté.

Facebook y los celos

El Universal, 18 de diciembre de 2012



Lo admito: me apasionan las nuevas tecnologías. Comenzaron a cambiar mi vida cuando descubrí lo útil que me resultaba el tiempo empleado en transporte público para enviar mensajes de texto a todas las personas con las que necesitaba contactar y a quienes nunca llamaba. Repentinamente mis afectos y mis compromisos sociales comenzaron a ponerse al día al paso de "feliz cumpleaños", "¿cómo sigue tu perro?" o "¿qué tal la operación de tu abuela?".

Si los e-mails posibilitaban el mantenerse en comunicación prácticamente en tiempo real, Facebook y otras redes sociales iban más allá, emulando el poder de los medios de comunicación masiva para emitir un mensaje a un número indeterminado de destinatarios simultáneamente, y posibilitando compartir contenidos de Internet, retomar relaciones otrora vencidas por la distancia y hacer partícipes a nuestros contactos de los eventos importantes de nuestra vida.

El hecho es que las redes han auspiciado una manera diferente de relacionarse, que ha generado a su vez situaciones aún por explorar para psicólogos, sociólogos y comunicadores.

Lo que por una parte propendería a unir a las personas, por otra se ha vuelto una herramienta para dar fundamento a los litigios: según la revista especializada en separaciones y divorcios La Ruptura, la American Academy of Matrimonial Lawyers declaraba en un comunicado del año 2010 que el 81% de sus abogados utilizaban datos de Facebook como evidencia en casos de divorcio, y el sitio británico DivorceOnline verificó que más del 30% de las demandas de divorcio en 2009 contenían la palabra "Facebook".

Al parecer, las redes se han convertido también en un recurso para conseguir la custodia de los hijos, desacreditando al otro progenitor.

Las estadísticas resultan preocupantes: de cada cinco rupturas de parejas que tienen lugar en el Reino Unido, una está relacionada con Facebook. ¿Por qué? Y ¿cómo influye la red en el deterioro de las relaciones?

Al parecer, en la base de los conflictos asociados con la red se encuentran los celos. Uno de los estudios más difundidos acerca del tema fue el conducido por Amy Muise, del departamento de Psicología de la Universidad de Guelph, en Canadá. La psicóloga expone que Facebook permite el acceso a información acerca de la pareja (comentarios, fotografías...) que en la mayor parte de los casos está "descontextualizada", y puede generar múltiples interrogantes. Para reducir la incertidumbre, el usuario continúa buscando información, para acabar hallando más datos que no hacen más que incrementar sus celos, desatando una espiral de desconfianza.

"Los sentimientos de inseguridad sobre nuestra pareja pueden provocar comportamientos inquisitivos y en Facebook es muy fácil acceder a esta información", dijo Muise.

He allí la clave: en una relación consolidada no debería existir este vacío de información. Y la deseada debería poder pedirse directamente a la pareja, tanto si la duda procede de Facebook, como si surge por cualquier otro medio.

El diccionario de la RAE define los celos como la sospecha, inquietud y recelo de que la persona amada ha mudado o mude su cariño, poniéndolo en otra. En el fondo de este temor lo que subyace es la convicción de que no se es digno de ser amado, por lo cual se duda continuamente de la sinceridad del afecto de la pareja. Estas inseguridades se desprenden casi siempre de un historial de abandono previo.

En todo caso, si bien es cierto que el problema reside en la víctima de los celos, que fisga continuamente en el muro de la pareja hoy en día, al igual que antaño se esculcaban cajones y bolsillos en pos de una evidencia de infidelidad, también se requiere un mínimo de delicadeza para no ofender la sensibilidad de nuestro compañero.

La comunicación, el respeto por el espacio personal, el autocontrol y el trabajar en la propia autoestima deberían ser el antídoto para enfrentar los celos, pero también debe protegerse tanto a la relación como a nuestra pareja, filtrando los contenidos que se publican en redes.


Las Cosas más Sencillas

El Universal,  25 de diciembre de 2012 

Hablar de las cosas más sencillas, sobre todo para los que tenemos cierta edad, supone  una clara referencia al programa semanal de televisión conducido por Aquiles Nazoa,  que durante años transmitiera la Televisora Nacional.

Nazoa disertaba sobre infinidad de temas, con aquella gesticulación característica de sus manos, que parecían llevar su propio discurso paralelo, lejos de limitarse a subrayar  lo que pretendía  expresar su dueño.  Lo que resultaba admirable era que, en efecto,  cualquier cosa, la más sencilla, podía convertirse en objeto de reflexión y  desencadenar un discurso acerca de sus propiedades, su historia, o las anécdotas que rodeaban las prácticas en que se veía envuelta.

No cualquiera hubiera podido llevar adelante este cometido con éxito: solo un hombre dotado de las cualidades que caracterizaban a Nazoa podía enlazar cualquier evento insignificante con otras situaciones históricas, ver en cualquier ritual lo que de esencialmente humano había y, haciendo uso de su agudeza, exaltar las facetas más humorísticas de un suceso.

Nazoa  era, él mismo, un hombre sencillo, nacido en El Guarataro e  hijo de un jardinero, lo que no le impidió desarrollar el extraordinario potencial intelectual del que estaba provisto e incursionar en las más diversas áreas. Señala por ejemplo, Franklin Padilla,  Director del Postgrado de Psiquiatría de la Universidad Central de Venezuela, que era frecuente encontrarlo en las reuniones clínicas del Hospital Vargas, sentado discretamente como un observador más.

Con una formación esencialmente autodidáctica, destacó como escritor, poeta y humorista, iniciando sus labores periodísticas en El Universal: hacia 1935 comenzó como empaquetador en esta casa, desempeñándose sucesivamente en el archivo de clichés, la tipografía y la corrección de pruebas. Ya para 1938 había sido enviado a Puerto Cabello como corresponsal de este diario, y en los años cuarenta mantuvo en él una columna titulada "Por la misma calle".

Su mirada sobre la ciudad, que desembocaría por ejemplo en su obra Caracas física y espiritual, preserva a modo de instantáneas las costumbres caraqueñas, las que fueron y las que perviven en el tiempo y, por supuesto, aquellas asociadas a la Navidad.  "Sólo la hallaca en su cartuje verde, permanece y sobrevive, como un cofre submarino que alojara, a prueba de piratas, la personalidad nacional" dijera el intelectual, nuestro más típico manjar decembrino.

Desde hace varios años me he decantado por su Retablillo de Navidad para desear felicidad en estas fechas. Sus versos, también sencillos, nos desvelan la sencilla humanidad de una humilde pareja que, en  el trance de la proximidad del parto, busca un lugar para cobijarse, una pareja con la que cualquiera de nosotros podría sentirse identificado: Él le dice "esposa mía/ ten calma, vamos a ver.../nos abrirán al saber/
que te encuentras en estado/ y un lecho busca prestado/ tu Niño para nacer".


En el ámbito de la fe, la búsqueda de posada alude al corazón del creyente, en el que ha de alojarse la Palabra de la misma forma que la semilla que cae en terreno fértil según la parábola del sembrador. En un contexto desprovisto de connotaciones religiosas, este episodio, histórico o poético, sigue siendo un llamado a la solidaridad,  y la narración de un niño que, naciendo en el más humilde de los establos se proyecta como una esperanza, sigue siendo una invitación a recordar que hay otras personas que, teniendo las mismas necesidades materiales y emocionales que nosotros, no siempre encuentran la manera de satisfacerlas.

Quizá esta experiencia anualmente renovada de la Navidad  debería estimularnos simplemente a comprometernos en la construcción de una sociedad más justa, no sólo en un estadio social o político, sino en nuestra cotidianidad inmediata, en lo más próximo: en el prójimo; a velar porque no carezcan de apoyo, de respeto, de atención.  Porque a veces lo que falta, son las cosas más sencillas

Mientras pueda pensar

El Universal,  13 de noviembre de 2012  



A mediados de los años 80 fui testigo de cómo cierta escuela, sita en el barrio La Silsa, emergía como modelo de integración entre los diversos componentes de la comunidad. Su verdadera función trascendía el ámbito escolar: si por una parte de lunes a viernes operaba como un centro de Educación Básica, por otra sus instalaciones acogían un sinnúmero de actividades a partir de la hora de salida. Se perfilaba como un auténtico centro de encuentros para los vecinos del área, involucrados en los procesos de mantenimiento y planificación de la Escuela, al tiempo que la Escuela promovía acciones destinadas a transformar el medio en que estaba inmersa.

De manera espontánea comenzaron a gestionarse en sus espacios algunas de las necesidades del barrio. Se detectó, por ejemplo, a través de las estadísticas del Hospital Pediátrico Elías Toro, que las causas de morbi-mortalidad infantil de la zona se relacionaban con unas deficientes condiciones de salubridad, por lo cual se programaron acciones educativas tendientes a divulgar las necesarias medidas higiénicas que prevendrían la aparición de gastroenteritis agudas. Del mismo modo, se emprendieron iniciativas para sanear el entorno.

En aquel entonces, el Instituto Radiofónico Fe y Alegría adelantaba varios programas de educación a distancia. La Escuela prestaba sus instalaciones para que los sábados pudieran realizarse las actividades presenciales que esos programas requerían. Así pues, muchos adultos coincidían ese día en el centro educativo, ocasión que se aprovechaba para dialogar con ellos, solicitar su colaboración en diversas iniciativas, explorar sus necesidades, solicitar su concurso en el diseño de soluciones y transmitir información.

Quienes motorizaban estos procesos provenían del propio barrio. Se trataba de personas que podían ser identificadas con facilidad por sus vecinos, sensibilizadas con las carencias del entorno y conocedoras de la realidad social del mismo. Todos habían logrado hacerse con una formación superior, que ponían al servicio de su comunidad de manera gratuita y voluntaria.

A su vez, los vecinos ponían sus habilidades y conocimientos al servicio de la escuela, ofreciendo cursos o participando en labores de mantenimiento. Todo lo que podía ofrecer el barrio como experiencia de aprendizaje quedaba a disposición de los niños, desde el taller del zapatero para que comprobaran cómo se efectuaban las reparaciones del calzado, hasta los parques y mercados en los que, de manera informal y asistemática, confluían infinidad de conocimientos, haciendo realidad el principio de Ciudad Educativa descrito en el Aprender a Ser de Faure.

Este modelo de integración vecinal no se subordinaba a ningún proyecto político en particular, y su único propósito era mejorar la calidad de vida de los habitantes de La Silsa. Sus vinculaciones con Fe y Alegría hubieran podido relacionarlo, si acaso, con la Doctrina Social de la Iglesia, pero su carácter era marcadamente laico. El rasgo verdaderamente distintivo del proyecto era la gestión vecinal, por oposición a  la dependencia de un Estado paternalista.

Esta encomiable fusión de recursos y talentos no parece estar tan lejos de los conceptos de Asamblea Escolar, Comunidad Educativa y Proyecto Educativo Integral Comunitario. Lo que habría que garantizar es que en los centros se promueva la conciencia crítica, la capacidad de contemplar objetivamente el contexto y el ser agente de transformación desde la pluralidad.

Mientras se siga estimulando la creatividad y la capacidad crítica, iremos por buen camino; mientras los proyectos se gesten desde las entrañas del centro educativo, habrá progreso. Pero empezaremos a perder la libertad en el instante preciso en que las escuelas se vean reducidas a meros centros de adoctrinamiento; cuando dejemos de ser plurales y pensemos todos al unísono, con las mismas palabras y en los mismos colores; cuando quedemos, en fin, adheridos ciegamente a medias verdades, y cuando, en hora mala, se castigue el pensar.


¿Me iría demasiado?

El Universal, Caracas, 9 de octubre de 2012


La afluencia a las urnas ha sido contundente, dentro y fuera de Venezuela.

Hace unos meses el cortometraje Caracas: ciudad de despedidas pretendía desplegar,  a partir de una reunión de jóvenes que se encontraban  para decir adiós a un amigo, las razones por las que  una persona podría  marcharse o no del país.

Criticado por la superficialidad de los argumentos que  planteaba y por el lenguaje empleado -del  cual  la  expresión "me iría demasiado"  resultaría el epítome-   tiene en su haber, sin embargo,  algún mérito.  Inspira  respeto que un grupo de jóvenes,  con una visión  que puede ser  más o menos acertada, se detenga  a reflexionar sobre la realidad que les circunda, en lugar de permanecer mansos e indiferentes  como borregos.  Su interpretación podría estar  sesgada por  el estrato socio-económico al que pertenecen pero, al margen de su particular lectura,  el corto da cuenta de un fenómeno innegable: la emigración.  El acento, sin embargo, no recae  en el aspecto más doloroso de ese fenómeno: muchos de los que se marcharon se fueron porque tuvieron que irse.

Seguramente  fueron esos  los primeros en apresurarse a votar este domingo  en la esperanza de que un viraje en el curso  de la política nacional facilitara su regreso al país.  El Registro  Electoral Definitivo contemplaba  100.495 electores residentes en el extranjero, que ejercerían su derecho al sufragio en  las 304 mesas electorales habilitadas para ello alrededor del mundo.  Aunque muchos no se plantean regresar, por diversas razones, continúan igualmente vinculados al curso que toman los acontecimientos en Venezuela.

En España, se establecieron  cinco centros electorales: Madrid, Barcelona, Bilbao, Vigo y Tenerife, en los que habrían de votar  20.310 venezolanos de los  130 mil residentes en ese país.  En la semana previa a las elecciones, el evento  Madrid Vota Seguro les convocaba  sufragar, cualquiera que fuera su opción política: sesenta venezolanos eminentes unieron sus fuerzas para  emitir  un mensaje claro: aunque estemos lejos, nos sigue importando  nuestro país.

Elvia Sánchez , extraordinaria cantante e hija de Alfredo Sadel,  icono de la música venezolana,  fue quien quizás expresó mejor la emoción de tantos  cuando  dejó claro que estar lejos no significaba ser apátrida.

Hay muchos que permanecen lejos de Venezuela porque no han tenido más remedio,  porque los caminos que han elegido imponen  la opción de marcharse; pero la distancia física no implica que se mantengan ajenos al bienestar  del país.

Los resultados de estos comicios  deberían dar que pensar. Más allá del respeto que merece en democracia la voz de la mayoría,  el Comandante Chávez debería efectuar una cuidadosa lectura, en la que junto al  apoyo de que ha sido objeto,  reconociera el descontento de la casi mitad de los venezolanos. Como dijera él en su día: el que tenga ojos, que vea.

Ese descontento, sin embargo, no puede traducirse en dejar el barco a la deriva. Marcharse no puede ser un objetivo,  sin duda. La meta debe ser permanecer unidos en el amor por nuestro país, luchando porque todos los venezolanos puedan estar a gusto en su Patria, sintiéndose realizados en la construcción del bienestar común.

Antes de pensar en  irse, deberían mirarse en el espejo de los cientos y cientos de personas que se movilizaron este domingo para ir a depositar su voto en el extranjero  y le han dicho al mundo, con ello,  que se sienten partícipes de lo que acontece en su país, que están orgullosos de su gentilicio, que les importa lo que suceda con su gente y que desde donde estén, se sienten dispuestos a ofrecer  a Venezuela lo mejor que esté a su alcance. Porque muchos,  si pudieran, regresarían demasiado.

martes, 1 de enero de 2013

Manuel Castillo: ¿Empresario de Moda?

El Universal, 1 de enero de 2013


Si es que debí habérmelo imaginado. Desde que vi el corte impecable de su ropa debí  haberlo supuesto.  Pero la actitud cortés  y discreta de este personaje me remitía más a la imagen de un empresario joven que a la de un creador de prestigio.

A mi lado, Manuel Castillo comunicaba  a un amigo común su férrea disposición de no permanecer "en la oficina" más allá de las nueve de la noche. Su comentario refrendaba mi impresión de estar al lado de un ejecutivo en grave riesgo de pasar a ser trabajólico.

"Yo hago trajes de novia" se limitó a decirme con modestia cuando le pregunté en qué ramo trabajaba. No me dijo, por ejemplo, que había estado vinculado a la casa Armani. Tampoco me comentó que su atelier está ubicado en la calle Ayala, en las inmediaciones de la mítica "milla de oro" madrileña, donde se encuentran las tiendas de los grandes diseñadores internacionales. Omitió, asimismo, mencionar que cada uno de los atuendos nupciales que él "hacía" era una pieza única elaborada por encargo y tras un cuidadoso estudio de los rasgos y la personalidad de la novia. Los aires de grandeza, la convicción de haber llegado a la meta y el endiosamiento estaban del todo ausentes en el discurso de mi acompañante.

Me habló, eso sí, del reto que había supuesto sobreponerse al miedo y dar el paso de lanzarse por su cuenta. También me explicó lo riesgoso de jugárselo todo a una sola carta al trabajar el año completo en la preparación de un único desfile, mientras la mayoría de las casas de moda presentan al menos dos colecciones al año, una de primavera-verano y otra de otoño invierno. Me habló, en fin, de sus desvelos para sacar adelante su taller en los primeros tiempos, como un emprendedor cualquiera.

Con una exvida vinculada al mundo del arte, cuesta no sucumbir a  la tentación de incursionar en el análisis de sus líneas, de sus volúmenes, de sus colores. Sin embargo, a primeros de año, en ese momento en que las personas tienden a hacer balance y a tomar decisiones en consecuencia, Manuel Castillo, como persona, se me antoja tan infinitamente interesante como sus propias creaciones.

Manuel es un empresario de moda en dos sentidos: si  por una parte lleva adelante una empresa vinculada con el mundo de la moda, por otra él mismo está de moda, habiéndose convertido en el diseñador cuyas creaciones desearían vestir muchas mujeres para casarse, y popularizándose al extremo de que su participación haya sido requerida en programas de televisión como "Cambio Radical".

Pese a ser esencialmente un artista, la naturaleza del proceso que conduce a la elaboración de sus creaciones requiere una infraestructura que facilite tanto la interacción con los clientes como la confección de cada prenda con una excelente calidad. Así pues, lo creativo descansa sobre elementos más prosaicos que, no obstante, son los que posibilitan que cada traje vea la luz con éxito. Manuel es consciente de la importancia de esa infraestructura y no descuida ni un momento estos aspectos menos sublimes, pero igualmente relevantes.

Rasgo a destacar en esta historia: ante todo, lo positivo de arriesgarse a cambiar. Independientemente  de si se alcanzan o no los objetivos, cualquier acción no rutinaria produce un aprendizaje que debería ser valorado en sí mismo como un logro. Si, además, no estamos conformes con el estado de cosas, existen dos simples opciones: o nos adaptamos resignadamente, o nos damos la oportunidad de generar una situación diferente en la que nos sintamos más a gusto.

Perseguir una meta requiere  grandes dosis de esfuerzo pero, si hay  motivación,  resulta placentero el progresivo acercamiento a nuestro objetivo.

Me confieso en deuda con Manuel Castillo, cuya energía ha desembocado en un sistema que gravita en torno a lo bello. Pero, sobre todo, le agradezco su ejemplo lleno de valor para arriesgar, de  humildad para aprender y de sensibilidad para crear.