El Universal, 26 de noviembre de 2013
Enemiga de las frases hechas, de las panaceas, de las fórmulas adaptables a cualquier ocasión, reconozco sin embargo que hay citas que invitan a reflexionar, y que a veces compendian todo un mundo de ideas.
En algún lugar leí, no hace mucho tiempo, que la diferencia entre los que triunfan y los que fracasan está en que los primeros mantienen la mirada en sus objetivos, mientras que los otros la ponen en sus dudas y limitaciones. Me parece que esa afirmación entraña gran sabiduría: si tenemos claro lo que deseamos alcanzar, nuestros esfuerzos deben dirigirse a buscar los recursos y las estrategias que nos conduzcan al éxito a pesar de los pesares; a pesar de lo poco favorable del entorno; a pesar de quienes nos adversen directamente o, de quienes, simplemente, nos desalienten con su poca fe en la viabilidad de nuestros proyectos.
Resulta muy poco productivo llorar sobre la leche derramada. Sin embargo, resultaría también frívolo ignorar la realidad por la que atraviesa nuestro país en este momento en el que, más allá de ciertos hechos materiales que generan desazón, la incertidumbre se cierne sobre los venezolanos. Realmente parecen estar en duda cuáles son las reglas del juego, y cuál es el rol que le toca desempeñar a cada quien. Y en medio de este panorama, parece que todo vale.
Tradicionalmente las festividades decembrinas han estado signadas en nuestro país por la búsqueda del encuentro, tanto para quienes ven en ellas una connotación religiosa, como para quienes participan de las celebraciones al estilo laico. La bandera que al amanecer anunciaba a los propietarios de las casas zulianas la visita de los gaiteros que tendría lugar al final del día; las proverbiales Paraduras andinas; el Robo y búsqueda del Niño, y las parrandas, constituían ocasiones para dispensar una visita a diferentes hogares llevándoles alegría, al tiempo que los visitantes resultaban objeto de agasajo por parte de los dueños de casa.
- Tun-tún
- ¿Quién es?
- Gente de paz.
Uno de nuestros más emblemáticos aguinaldos describe, precisamente, esa situación: la confluencia entre los que están afuera y los que están adentro, cómplices en el acto de propiciar un encuentro jubiloso.
Cuán diferente parece esa hospitalidad, enseña del venezolano, de otros encuentros que han tenido lugar a últimas fechas, entre los de afuera y los de adentro… En una pretendida cruzada en contra de la especulación se ha asestado un golpe al comercio que terminará por redundar, necesariamente, en la escasez y en la pérdida de puestos de trabajo.
Este artículo bien pudiera haberse llamado “divide y vencerás”. Parece que se nos olvida que todos deseamos, o deberíamos desear, lo mismo: un país en el que se garantice el bienestar de todos. En ello deberíamos poner la mirada.
Resulta evidente la necesidad de poner freno a quienes se lucran en desmedro de sus compatriotas: se han concedido ciertos privilegios cambiarios a algunos sectores comerciales a fin de, precisamente, poder ofrecer a los ciudadanos ciertos artículos de importación a precios razonables. Abusar de esa condición privilegiada resulta inadmisible. Pero ello no ha sucedido en todos los casos, y lo que a primera vista pudiera parecer una medida positiva para la comunidad, a largo plazo puede revertir en el deterioro de sus condiciones de vida, mientras que, una vez más, se espolea el resentimiento y la animadversión entre unos y otros venezolanos.
La lección de la IV República es que no se puede construir sobre los precarios cimientos de la desigualdad y la injusticia social. Pero la opresión que se ejerció en su momento sobre los unos, ahora se ejerce de otra manera sobre los otros. Y resulta necesario desarrollar un modelo en el que no sea necesario oprimir a nadie, ni con fines legítimos, ni con propósitos demagógicos. La solución, entre otras cosas, pasa por no ser presa de la insidia. Quizá entonces, cuando tengamos un sistema capaz de subvenir a las necesidades de todos, se pueda volver a decir de nosotros como se dijo en otro tiempo: que somos gente de paz.
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