El concepto de cárcel va más allá de la idea del recinto físico en el que se recluye a las personas que han infringido la ley: es una noción asociada a la privación de libertad, en torno a la cual cabe plantearse muchos asuntos. ¿Cuáles son los propósitos de la reclusión? ¿Se trata de una solución eficiente?
Hay quienes cuestionan si es razonable que la sociedad tenga que asumir la carga que supone mantener el sistema penitenciario, a más de sufrir los perjuicios que ocasionan quienes incurren en algún tipo de conducta delictiva. Pero es posible preguntarse si, en el fondo, la sociedad salda así su deuda para con quienes se han visto lesionados por sus aspectos más oscuros…
Se trata de una contraposición entre el libre albedrío y la causalidad que pudiera residir en un entorno que engendra delincuencia. Pero ¿acaso el libre albedrío, entendido como la capacidad de decidir cómo actuar frente a determinada situación, no es una función de la educación recibida, de la historia personal, de la sumatoria de las oportunidades y las limitaciones que el medio entraña? Debe reconocerse que en la raíz de ciertos comportamientos están la desigualdad y la injusticia social.
El tema es complejo. No es posible opinar a la ligera. Pero, como quiera que sea, las cárceles existen. Y frente a esas cárceles hay dos visiones: una punitiva y otra resocializadora. César Manzanos, de la Universidad del País Vasco, señala cómo la prisión debe trascender la mera labor de custodia y aseguramiento, y ha de centrarse en ofrecer toda la ayuda posible al recluso para superar los problemas que le hayan conducido al delito.
Manzanos es autor de muchos artículos, entre los que destaca “Salir de prisión: la otra condena”, un título por demás elocuente. Y es que, más allá de los muros de la cárcel, siguen vigentes otras limitaciones: las que vienen de afuera, de otros, y las que fluyen de nuestro interior.
Es en este punto que la extraordinaria mosaista Maylee Christie ha querido adelantar una experiencia con visos terapéuticos dentro de la prisión de Erlestoke en Wiltshire, Reino Unido.
Maylee ya había participado en experiencias de arte colectivo, tales como la elaboración de los mosaicos emplazados en el Parque Marwell, en Owslebury, o en el Royal Victoria Country Park. Reúne dos cualidades que le permiten asumir con solvencia una empresa de este tipo: una técnica depurada a través de muchos años de formación, y una sensibilidad que la lleva a escudriñar la naturaleza humana, a empatizar, a apoyar. Emprende así la realización de “A Journey to Hope” (Un viaje a la esperanza), un mosaico de tres metros de longitud en el que se plasman las emociones de un grupo conformado tanto por víctimas como por reclusos en Erlestoke.
La artista señala: “A pesar de ser un grupo tan dispar, todos sentían lo mismo: el deseo de ser libres. Unos de la cárcel, otros de la pena, otros de la culpa. Todos querían esperanza”
Maylee les invitó a que pintaran las paredes cubiertas de papel. Uno de los prisioneros nunca había pintado con un pincel, pero era un buen rapero: “Le puse pintura en las manos y le dije que hiciera música en la pared, como tamborileando uno de sus raps. Bueno, el hombre no podía parar de pintar”, dice la artista.
El arte tiene un poder terapéutico innegable, pero la plástica en particular facilita una especie de catarsis de efectos contundentes. Al final de la experiencia, uno de los prisioneros dijo: "Gracias por verme como un ser humano y no como un monstruo". Las víctimas decían: "Ahora somos como una pequeña familia". Otros añadían: "Has creado un pequeño oasis en donde nos sentimos libres y podemos expresarnos sin sentirnos amenazados”, cuenta Maylee.
La belleza de la obra de esta artista, representada en diversas colecciones y museos, es reflejo de su temperamento, cálido y próximo a la gente. La de Erlestoke ha sido una experiencia preñada de tolerancia y respeto, que demuestra que se puede crecer, cualesquiera que sean las circunstancias, y desde donde sea.
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