El Universal, 21 de agosto de 2012
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Nidia Tabárez
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En el proceso de aprendizaje, algunas veces, el docente pone sobre la pista al estudiante para que transite por un camino que ya él ha recorrido previamente. En otras ocasiones, el camino se recorre junto con el alumno, en una relación en la que se comunican los hallazgos, se intercambian las interpretaciones, se rediseña la ruta.
Posiblemente a este segundo caso pertenezca Nidia Tabárez que, tras involucrarse en numerosas experiencias educativas con audiencias de las más variadas edades, intereses y condiciones, continúa investigando métodos y contenidos.
A su formación docente ha sumado otros méritos: la licenciatura en Artes, varias maestrías y dos doctorados, uno de ellos en Educación y otro en Artes Plásticas, las dos áreas que ha procurado correlacionar siempre y que la han llevado a incursionar en la actuación, el canto y el performance, tras egresar de la Escuela de Artes Plásticas Cristóbal Rojas, al tiempo que ha desarrollado una actividad académica que le conduciría a asumir la dirección del Departamento de Arte del Instituto Pedagógico de Caracas.
La honestidad de su tarea docente viene dada por la estrecha vinculación entre la teoría y la práctica, dentro de un proceso de reflexión que alimenta su producción artística, a su vez utilizada para comunicar sus inquietudes y su manera de percibir la realidad.
Dentro del corpus de su obra, la serie
A, B, C… merece especial atención, por ilustrar un asunto que debería ser crucial en la tarea educativa: la proximidad entre los contenidos del aprendizaje, la realidad circundante y los fines de la Educación, que, en última instancia, no deberían ser otros que procurar la feliz interacción del individuo con su medio.
Nidia halló entre las cosas de su madre, que también había sido maestra, varias cartillas, varios cuadernillos de esos que solían emplearse para enseñar el abecedario a los niños y en los que, con vivísimos colores, se iba asociando cada letra a la imagen de un objeto, de modo que la “A” era para la abeja, la “B” era para el buey, el barco y el búho, y así sucesivamente.
El hallazgo de las cartillas encendió una reflexión: ¿cuáles serían las imágenes que una ciudad como Caracas proveería para cada letra? Nidia se percató de que muchas de las lecciones repetidas cotidianamente como
mi mamá me ama o
mi papá fuma pipa no eran más que frases vacías. Comenzó a indagar cuáles eran las palabras que las personas de su entorno asociaban a cada letra en su cotidianidad. De esa investigación surgieron, por ejemplo, marcha, mendigo, miedo, moto y muerto para la M; calle y caos para la C; reja y risa para la R; Bolívar para la B y delito y no han depositado para la D. Nidia plasmó cada letra en un cuadro, atemperando la ocasional acritud de los contenidos con un colorido predominantemente pastel.
No se trata de enseñar a leer a los niños con una cartilla construida a partir de las palabras seleccionadas (después de todo, la selección había sido efectuada por personas adultas) : el A,B,C de Nidia Tabárez constituye una forma muy personal de expresar la preocupación por el eventual distanciamiento entre la educación y la vida.
El principio de
aprender a conocer, emanado del Informe Delors, requiere, en primer lugar, estimular a contemplar el entorno y a desarrollar una mirada crítica. Por otra parte, el aprendizaje más útil es aquel que tiene sentido, aquel que se articula con los conocimientos previos, con las experiencias cotidianas, con situaciones reales… Es lo que Ausubel denominaría
aprendizaje significativo, conocimientos susceptibles de ser aplicados en nuevas situaciones y en otros contextos diferentes, en un proceso que se conoce como transferencia.
La idea de sociedad educativa, propugnada por la UNESCO, supone que cualquier situación del entorno puede generar aprendizajes. El reto es, en suma, propiciar a partir de la realidad local un conocimiento que sea útil en un mundo globalizado.