El Universal, Caracas, 2 de octubre de 2012
Ya en vísperas de la contienda electoral en Venezuela, vale la pena detenerse a apuntar ciertas reflexiones. Más allá de los méritos que pueda tener uno u otro candidato, más allá de sus posibles imperfecciones, cabría referirse al sistema y al papel que toca jugar a los ciudadanos a la hora de decidir cuál es el curso que han de tomar los acontecimientos.
Debería valorarse que la posibilidad de votar es un privilegio: todavía hay muchas personas en el mundo que no disfrutan de esa opción.
Pueden cuestionarse a la democracia ciertas debilidades, empezando por la dudosa representatividad, tanto numérica como ideológica, de quienes pretenden erigirse en portavoces de un colectivo. Pero es innegable que entraña una manera de expresarse, de manifestar nuestro acuerdo o nuestra disconformidad con el estado de cosas, y que ofrece la posibilidad de imprimir un viraje a la marcha de los acontecimientos.
No es lícito lamentarse si, en paralelo, no se utilizan los mecanismos disponibles para transformar la realidad. No es posible permanecer en la contemplación pasiva de los hechos, como si nos fueran ajenos, cuando disponemos de herramientas para determinar el cauce por el que va a fluir nuestro futuro.
Asumir el rol de espectador supone ser cómplice de quienes inclinan la balanza en un sentido que no nos parece correcto, y es tanto como negar nuestro apoyo a quienes podrían defender las posiciones con las que concordamos.
Será que yo nací en el año 62, y me eduqué en la IV República, esa misma que engendró esta república nueva, tan corrupta y tan renqueante como la anterior. Pero tal vez entonces todavía estaba fresca la sangre de los héroes, y cercano el recuerdo de los horrores cometidos en la Seguridad Nacional, unos horrores tal vez no tan lejanos a ciertas prácticas que se rumorea son comunes en nuestro sistema penitenciario. Entonces, todavía recordábamos el precio que hubo que pagar por esta desmedrada y vilipendiada democracia. No tendría sentido el sacrificio de aquellos que se inmolaron para que pudiéramos expresarnos, si no somos capaces de esgrimir en el acto del sufragio el arma que nos legaron.
Muchas cosas podrían decirse acerca de las posibilidades pedagógicas que encierran estas elecciones. Podrían discutirse los modelos de Estado, las estructuras ideológicas que subyacen detrás de las propuestas de cada candidato, la elaboración de planes y programas, las formas de participación ciudadana. Pero seguro que nada será tan útil y eficaz como el ejemplo de un posicionamiento responsable, de un compromiso que se hace efectivo a través del voto.
Decía Voltaire: “Yo no estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero con gusto entregaría mi vida para que usted pudiera decirlo”. Ese es el mensaje: no importa lo que usted quiera decir, pero dígalo. Dígalo en las urnas este 7 de octubre. Cuando usted se manifiesta a favor de uno u otro candidato, está expresando su opinión acerca de la realidad que le circunda, y está influyendo en la manera en que a partir de las elecciones van a conducirse las cosas.
Usted tiene la posibilidad de imprimir un golpe de timón al presente. Su calidad de vida se verá significativamente condicionada por los resultados de estos comicios, así que no se abstenga: participe, manifiéstese, involúcrese. Hay una dosis de poder en sus manos: úsela. Porque hay que poner los medios; hay que propiciar que ocurran las cosas que queremos que ocurran, sin obviar la cuota de responsabilidad de la que estamos investidos en conciencia: a Dios rogando, y con el mazo dando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario