El Universal, 28 de abril de 2015
Será quizá el inmenso océano, interponiendo su azul distancia durante tantos años. O será la sobreabundancia de literatura, esa que va a causar que no me den los tiempos para leer todo lo que quiero antes de morirme. Puede que fuera la proximidad en la historia, la casi contemporaneidad que ocasionó que no apareciera todavía en los libros de texto en los que yo estudiaba cuando estudiaba. ¿Cómo me perdonaré, en fin, no haber explorado antes la obra de Juan Antonio Villacañas?
El doble deceso de Shakespeare y Cervantes hacen que el día de Sant Jordi, en España, sea también el día del libro: pretexto magnífico para que infinidad de eventos giren en torno a las literatura en las proximidades del 23 de abril. Así, pude asistir en días pasados al homenaje que dentro de la Semana Complutense de las Letras se ofreció al eminente poeta, ensayista y crítico literario, Hijo Predilecto de Toledo, en la Asociación de Escritores y Artistas Españoles.
Nada menos que treinta y tres poemarios conforman el corpus de su obra, además de cuentos, ensayos, obra crítica y dos libros escritos en prosa: Bécquer o la Poesía de Todos, publicado en 1971, que le valiera el Premio del Círculo de Escritores y Poetas Iberoamericanos de Nueva York, y Versómanos, que vió la luz en 1989. En este último, Villacañas aborda el tema de la crítica de poesía, una crítica a la que nunca se subordinó, fiel a su propio proceso creativo, sin dejarse seducir por capillas, sin doblegarse y sin abandonar la ciudad de Toledo, en cuyo Ayuntamiento trabajó durante cuatro décadas.
Accedimos a los aspectos más humanos del personaje de la mano de su hija Beatriz, a quien dejara “con las alas abiertas, como los pájaros que solían revolotear por la casa , según expresara Enrique Gracia Trinidad durante el homenaje. Descubrimos al padre, al hombre que, habiéndose visto obligado a interrumpir sus estudios por causa de la guerra, llegó a ser un erudito gracias a su labor autodidacta y, más aún, llegó a ser un hombre sabio.
Laureado con diversos reconocimientos, la relevancia de su obra queda también de manifiesto, por ejemplo, en el hecho de haber sido traducida a varios idiomas e incluida en infinidad de antologías. Ya en 1959 su Conjugación Poética del Greco había sido reseñada por Edmond Vandercammen en Le Journal des Poètes , tras acudir a la III Bienal internacional de Poesía de de Knokke-le-Zoute atendiendo a una invitación de la Academia Belga de Lengua y Literatura Francesas.
Villacañas rescata la lira, viendo en ella su medio favorito de expresión, y creando además las Liriformas, que Pablo Luque Pinilla definiría como “composiciones en las que aunaba dibujo y texto concebidos como una sola unidad creativa”. Las Liriformas fueron recogidas en el Testamento de Carnaval, y se exhibieron en el Palacio de Benacazón de Toledo en 1975.
También mantuvo Juan Antonio Villacañas una estrecha relación con Hispanoamérica, signada particularmente por una entrevista grabada en la sede de la Unesco, en París, destinada a ser emitida en estas latitudes. Del mismo modo, publicó en los Cuadernos Hispanoamericanos, editados por la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, y en diversos medios impresos como El Mercurio de Chile.
Investida de cierto matiz existencialista, la poesía del maestro toledano canta a la vida, sin embargo, en todas sus facetas: su temática es tan plural que reconoce y exalta cada uno de los rasgos que hacen de este mundo un lugar digno de ser vivido. Un regalo, en verdad que nos lega su pluma, de la cual seguiremos nutriéndonos y disfrutando.
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