Cuando el artista francés Marcel Duchamp presentó en 1917 un urinario de porcelana blanca como si fuera una obra de arte, estaba al mismo tiempo sentando las bases para el desarrollo del arte conceptual, presentando el primer readymade de su carrera y poniendo por obra lo que sería uno de los rasgos preponderantes del movimiento dadaísta: el introducir objetos utilitarios en el mundo de la creación artística.
Ese mismo año, Francis Picabia y Henri-Pierre Roche, editores de las revistas “391” y “The Blind Man” respectivamente, decidirían, mediante una partida de ajedrez, cuál de las dos publicaciones habría de seguir imprimiéndose. Roche perdió y en consecuencia desapareció “The Blind Man”, de la que apenas habían visto la luz dos números. El segundo de ellos, no obstante, pasaría a la historia por contener un apologético editorial acerca de la mencionada “Fontana” (el urinario de Duchamp). La revista explicaba cómo el hecho de que el señor Mutt (pseudónimo escogido por Duchamp) no hubiera elaborado la obra con sus propias manos carecía de importancia: lo relevante era el hecho de haber seleccionado un objeto de la vida cotidiana y haberle atribuido un nuevo significado al re-bautizarlo.
La “·Fontana”, considerada como una de las obras más influyentes en el desarrollo de las artes durante el siglo XX no es, sin embargo, más que un ejemplo de lo que se haría cada vez con más frecuencia: emplear elementos de la vida cotidiana en el proceso creativo.
Una de las técnicas empleadas para hacerlo era el “ensamblaje”, mediante el que se juntan diversos objetos no artísticos para generar una pieza tridimensional, lo que, de paso, constituiría una revolución en el concepto de la escultura, que hasta entonces había concebido la obra como el resultado de la talla o el modelado.
La “Guitarra”, de Pablo Picasso (1913), hecha con cartón, papel, cuerda y alambre pintados, suele considerarse el primer ejemplo de ensamblaje conocido, pero muchos otros artistas entre los que destacan Joseph Beuys, Bruce Conner, Edward Kienholz, Louise Nevelson, Robert Rauschenberg y John Chamberlain, adoptarían este procedimiento más tarde.
La idea de utilizar elementos que han sido desechados resulta particularmente interesante en una época en la que cobra preponderancia el concepto de reciclaje como estrategia para reducir, tanto el consumo de nueva materia prima, como la contaminación ocasionada por la basura. Y es signada por estos dos principios que surge la producción de José “Pepe” Reimúndez, quien elabora sus obras a partir de desechos de hierro ensamblados con soldadura eléctrica, recubriéndolas después con una capa final de acrílico transparente, de modo que pueda percibirse cuáles son los elementos que la conforman.
Se produce así una resemantización de las piezas que utiliza, en las que una tenaza se transforma en el pico de una garza, o un engranaje en pez. Y así van integrándose los elementos metálicos en figuras fácilmente identificables, dotadas de movimiento y poesía a pesar del origen rígido y utilitario de sus partes.
Reimúndez terminó el bachillerato en 1982, y a partir de ese momento realizó diferentes cursos en el INCE. Siempre le había interesado el trabajo manual, y de niño había elaborado él mismo muchos juguetes. Optó pues por explorar en el área de la electricidad y la serigrafía, pero donde se encontró más a gusto fue en el campo de la herrería, en el que siguió profundizando. Trabajó como empleado de una herrería, experiencia que le otorgaría mayor destreza técnica, y fundó su propia empresa, al tiempo que se desempeñaba él mismo como instructor. Fue entonces cuando comenzó a realizar ensamblajes a partir los desechos mecánicos que iba recogiendo. En el último año ha elaborado 62 obras, muchas de las cuales se exhibieron recientemente en la Casa de la Cultura de La Asunción.
A Reimúndez, además, lo apasiona la idea de que otros puedan disfrutar del proceso creativo que a él le ha reportado tantas satisfacciones. Pero, sobre todo, lo entusiasma la idea de que descubran las posibilidades que encierra cada objeto desechado. Así, se ocupa en dictar talleres de reciclaje para niños y ha sido invitado a dictar conferencias en la Universidad de Oriente.
Si bien debe reconocerse el talento de este margariteño, cuya sensibilidad le permite desentrañar nuevos significados en cada elemento metálico, resulta todavía más respetable su conciencia ecológica y su deseo de compartir su conocimiento y su técnica, descubriendo a la comunidad la posibilidad de otorgar una segunda oportunidad, una segunda vida, a objetos que ya han cumplido su función dentro de la esfera de lo utilitario.
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