El Universal, 18 de febrero de 2014
En los tiempos que corren, resulta muy gratificante que algunos sigan siendo capaces de desentrañar la belleza que existe en cuanto nos rodea y nos presten sus ojos para contemplarla. Tal es el caso de Beatriz Villacañas, la escritora española que presentara hace unos días en Madrid su poemario “Testigos del asombro”.
Villacañas es una autora cuya sensibilidad, en lugar de verse coartada por aspectos intelectuales, se ve alimentada por ellos. Baste aducir en prueba de su formación y competencia el hecho de que es profesora en la Universidad Complutense de Madrid, en donde recibió el título de Doctora en Filología Inglesa, y que es Miembro Correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo.
Es también uno de esos casos en los que un apellido célebre, ni se utiliza para medrar injustificadamente, ni se esconde como si comprometiera la propia honestidad profesional. Beatriz es hija del poeta Juan Antonio Villacañas, y lejos de procurar deslindarse de la obra de su padre, se ha convertido en uno de sus estudiosos más concienzudos, llegando inclusive a traducirla al inglés.
Avalada por diversos reconocimientos, que incluyen el Premio Internacional Ciudad de Toledo en 1995 y el Premio Primera Bienal Internacional Eugenio de Nora en 2000, la producción de la escritora incluye artículos, ensayos, cuentos y seis poemarios precedentes: “Jazz”, “Allegra Byron”, “El Silencio está lleno de nombres”, “Dublín”, “El Ángel y la Física” y “La gravedad y la manzana”, que fuera propuesto en España para el Premio Nacional de Poesía 2012.
Los críticos no han podido pasar por alto lo que concierne a la métrica en su obra. Había explorado la lira, como modo de homenajear a su padre. Ya en 2006 Ángel de las Navas Pagán, en relación a “El ángel y la física”, había calificado sus versos como “breves, concisos, penetrantes”. La pluma de la autora evolucionaba, a todas luces, hacia un estilo que habría de desembocar en el haiku, la forma que revisten sus más recientes poemas.
El haiku es una de las modalidades de la poesía japonesa tradicional, caracterizada por medirse en moras en lugar de sílabas, y por traducir el asombro que experimenta el poeta en la contemplación de la naturaleza. Al respecto, Beatriz señalaría: “…refleja, en lo humilde de su brevedad, lo inabarcable de aquello que lo produce”.
“La llama entre los cerezos”, un libro de Juan Antonio Villacañas, escrito a propósito de los Juegos Olímpicos celebrados en Tokio en 1965, y uno de cuyos poemas habría de llevarle a obtener Premio Nacional de Literatura de Tema Deportivo en España, encendió la inspiración que habría de dar a luz “Testigos del asombro”, que comprende 130 haikus, uno solo de los cuales hace referencia al mundo japonés.
Cabe reconocer el mérito que supone, con una trayectoria consolidada y consagrada por los diversos premios que le han sido conferidos, el atreverse a seguir investigando, a innovar, a aventurarse por sendas inexploradas, a riesgo de enfrentarse a otras dificultades por vencer. Como quiera que sea, “Testigos del asombro” compendia los rasgos que signan la poesía de Beatriz Villacañas: la atención puesta en la forma de construir la estrofa; la poesía de Villacañas padre como fuente de inspiración y referente; la respetuosa contemplación del universo, la sensibilidad hacia la belleza contenida en el medio circundante y la inquietud hacia lo trascendente, evidente cuando la escritora señala: “Yo canto lo asombroso, donde caben, naturalmente, el miedo y el dolor, que, a su vez, no dejan de asombrarme y siembran en mí inquietudes irresolubles”.
Enhorabuena a Pablo Méndez y a Editorial Vitrubio por este nuevo libro, que viene a sumarse a otras obras de remarcable calidad que ha venido publicando últimamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario