Hace unos días cierta amiga, a quien tengo en alta estima, me remitió un texto y lo sometió a mi consideración. Se trataba de un artículo publicado en un prestigioso diario italiano cuyo título aproximado podría ser “Los niños que se comportan como bebés surgen en la guardería. Las locuras de la inserción a la italiana”
En él, su autora exponía la inconveniencia de ciertas prácticas relacionadas con el periodo de adaptación al pre-escolar. Concretamente, se lamentaba de la según ella tiránica costumbre de solicitar a los padres que acompañasen un rato cada día a los pequeños durante la primera semana, trastornando el orden y la rutina familiar. En su opinión, enfocar el inicio de la vida escolar dentro de estos parámetros supone sintonizar con una visión de la escuela como algo desagradable.
La autora, madre de gemelos, planteaba las dificultades que enfrentó para satisfacer esta “exigencia” del centro escolar, puesto que los niños pertenecían a dos grupos diferentes. El problema se hubiera resuelto acudiendo el padre a un aula y la madre a otra, pero ello no era posible, ya que la autora estaría de viaje en Londres. El asunto se resolvió supliendo la ausencia de la madre a través de la niñera.
En lo personal, me llama la atención que la articulista concediera prioridad al viaje con respecto a compartir con sus hijos una experiencia tan importante como el primer día de clase, pero desconozco las razones que fundamentaron su decisión.
Al respecto: concuerdo en lo importante de percibir la escuela como un lugar de encuentros, diversión y enriquecimiento, y de transmitir esa percepción al niño. Pero considero sustantivo discriminar entre lo que es la escuela en sí misma y lo que es el tránsito de una vida de bebé, al amparo de padres y cuidadores, a una vida de “niño grande”. Ese cambio supone una de las experiencias que más ansiedad generan al ser humano: la incertidumbre. Se trata de enfrentar un entorno nuevo, con frecuencia atractivo, pero desconocido; de hallarse solo en un medio en el que tiene que aprender cómo desenvolverse, quién es quién y descubrir qué es “lo correcto”, experimentando la reacción de los otros como una función de su propia manera de comportarse.
Todos hemos sido escolarizados y todos sabemos, por experiencia, que la escuela puede ser gratificante, porque ya hemos pasado por ello. Pero el niño no lo sabe: es normal que se enfrente a esa situación con el apoyo de sus padres.
Nuestra actitud le dará pistas: percibirá visceralmente el estado de ánimo de los adultos, así que es importante relajarse y conservar la serenidad, controlando, ya la impaciencia ante las posibles pataletas al resistirse a permanecer en el centro, ya la injustificada sensación de culpa ante la eventual “tristeza” o “indefensión” del pequeño.
Es emocionante constatar cómo el pequeño da un importante paso, tal vez el primero, hacia una vida de autonomía e independencia, y resulta de hecho un privilegio cuando el centro permite acompañar a los niños en esos instantes irrepetibles. A menudo estas “visitas” están restringidas, porque la experiencia dice que son los padres quienes suelen perder los estribos,
con una influencia poco positiva en el niño. Pero, en general, resulta delicioso ver cómo los pequeños interactúan, conocer a sus compañeritos, a sus profesores, el lugar en el que transcurrirá cada día... Es por ello que me maravilla la postura la mencionada autora. No digo que sea su caso, pero el artículo me da pábulo para expresar mi absoluto rechazo a ciertas actitudes que, bajo la consigna de alimentar una supuesta autonomía, escurren el bulto de ciertos compromisos que se adquieren en el momento mismo de la concepción.
Los niños son independientes en la medida que se sienten seguros, y esa seguridad es producto de un entorno que le invita a crecer, a experimentar, a indagar, siempre con el apoyo real, físico y tangente del adulto, que podrá disminuir en la medida en que el niño va creciendo. Resulta muy arriesgado echarlos al mundo solos: es un experimento que puede salir bien o mal….
¿Para qué engañarnos? Ser padres supone un importante consumo de tiempo y energía. Pero existe una modernísima y variada gama de recursos que permiten decidir si tener niños o no, y cuándo. Ellos no piden ser traídos, así que, en el momento que decidimos que nazcan, asumimos un montón de funciones que tendrán repercusión en su vida. Señores: se siente. Hay que aprender a organizarse. Haberlo pensado antes.
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