El Universal, 26 de junio de 2012
La educación individualizada es necesaria como una expresión de respeto a las particularidades de cada estudiante. Cada persona tiene sus aptitudes, sus ritmos de aprendizaje, sus intereses, su historia, sus fortalezas… No es posible ni conveniente seguir masificando la enseñanza.
No se trata de una cuestión de objetivos y contenidos, sino de estrategias. Está claro que todo educando debe alcanzar un mínimo de conocimientos y destrezas dentro de cierto nivel académico. Pero sería un error, por ejemplo, pretender ignorar los hallazgos con respecto a los sentidos a través de los cuales una persona recibe privilegiadamente información: según sea visual, auditiva o kinéstesica, deberá adecuarse tanto el formato en que serán presentados los datos como la naturaleza de las actividades que tenga que realizar para alcanzar el conocimiento. Así pues, un estudiante eminentemente visual, por citar un caso, verá facilitada su tarea si la información se presenta a través de imágenes, esquemas, textos…
Por otra parte, está claro que no todos los estudiantes aprenden con la misma velocidad: las repeticiones innecesarias generan tedio y rechazo en los “aventajados”, que bien podrían seguir ampliando sus conocimientos en lugar de verse retenidos por el ritmo medio de sus compañeros de clase. Simultáneamente el docente se ve en la obligación de seguir adelante aún cuando haya alumnos rezagados para no detener al resto del grupo, que a menudo se aburre, con el consiguiente desinterés e indisciplina.
Un punto a favor de la individualización de la enseñanza es el hecho de que nadie puede enseñarle nada a nadie: lo que sí es posible es que las personas aprendan cosas por sí mismas en contacto con el objeto del conocimiento, y es cierto que puede facilitarse este aprendizaje colocando al estudiante en situaciones favorables, con las estrategias y los recursos adecuados. Las disertaciones del maestro frente al grupo forman parte de lo que Paulo Freire denominaría “educación bancaria”: dosis de conocimiento que se pretenden introducir en el estudiante de manera similar a como se efectúan depósitos de dinero en la cuenta de un banco. Estas disertaciones a menudo consumen una parte importante de la energía y el tiempo del docente y, paradójicamente, suelen resultar insuficientes. El mismo tiempo que el estudiante permanece en actitud pasiva como eventual “receptor” de la información, podría ser empleado en realizar actividades de diversa índole que le permitieran adquirir el conocimiento por sí mismo, de manera más eficaz y duradera.
En una modalidad de esta naturaleza, el rol del docente se desplaza desde una posición en la que actúa como repetidor de datos y centinela, hasta una posición en que administra los recursos para el aprendizaje, y donde puede usar su tiempo en preparar, evaluar, diagnosticar e identificar las características de cada estudiante: sus habilidades, la asignaturas para las que se encuentra mejor dotado, las dificultades que confronta, sus intereses… Con ello, puede sugerir también actividades complementarias, ya para consolidar los aprendizajes efectuados, ya para ampliarlos, ya para compensar las carencias que pudiera detectar. Así pues, el maestro se convierte en un verdadero mentor del desarrollo personal de cada individuo, con un desgaste mucho menor a nivel físico y emocional.
Ahora bien: resulta necesario alternar los periodos de trabajo individual con experiencias grupales en las que se favorezca el intercambio y la integración de la información localizada individualmente por los estudiantes, estimulando la síntesis y las habilidades para la comunicación, y ejercitando valores como el respeto y la tolerancia.
Nuevamente se trata de optimizar los recursos disponibles para el aprendizaje, tanto los humanos como los materiales. Cuenta menos si la información se localiza en un texto o en un tablet , que el diseño de la actividad que ha de conducir al estudiante hacia el aprendizaje.
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