El Universal, 3 de julio de 2012
Estas aseveraciones parten de diversos estudios neurológicos, también relacionados con los ciclos del sueño.
La idea de que la música favorece el proceso de aprendizaje podría hallar fundamento, principalmente, en dos teorías: la relacionada con las ondas cerebrales, y el Método Tomatis.
Según el momento del día y la tarea que se realice, la actividad eléctrica del cerebro varía, originando diferentes tipos de ondas, que pueden detectarse a través del electroencefalógrafo. Según su frecuencia y amplitud, dichas ondas han sido clasificadas en cuatro grupos: beta, alfa, theta y delta.
Al parecer, el estado óptimo para el estudio está asociado a las ondas alfa. Debido a que cualquier tarea física o mental provoca variaciones en la actividad cerebral, es posible inducir dichas ondas a través de cierto tipo de música, en especial las composiciones de Mozart. Podría concluirse, pues, que existe una favorable relación entre la música y el estudio.
Por otra parte, viene cobrando popularidad el método Tomatis como recurso para paliar las dificultades en el aprendizaje y estimular a los niños con autismo. De hecho, el gobierno polaco comenzó a aplicar el método en escuelas públicas en el año 2005.
Alfred Tomatis fue un laureado investigador francés que demostró que modificando las facultades auditivas de un sujeto se obtenían cambios también en su comportamiento y su lenguaje. Su teoría enfatiza la diferencia entre audición y escucha: una persona puede percibir físicamente el sonido y, sin embargo, no decodificarlo correctamente. Este fenómeno se denomina “escucha alterada” y, en algunos casos, está asociada a situaciones traumáticas en las que se bloquea la percepción de determinadas frecuencias sonoras como un mecanismo de defensa. El método Tomatis procura la estimulación del cerebro a través de sesiones de escucha, en las que se pretende restablecer la correcta decodificación
del sonido e incidir en trastornos neurológicos asociados al habla, la motricidad, el equilibrio y la coordinación. En este caso, la música se emplearía como terapia para subsanar diversas dificultades en el aprendizaje.
Estudios realizados por la Universidad de Gales, en el Reino Unido, sin embargo, parecen apuntar a que la música de fondo podría dificultar tareas que involucran la memoria. La investigación situó cinco grupos de voluntarios en ambientes auditivos diferentes, facilitándoles una lista que debían memorizar. Los resultados demostraron que los participantes tenían mayor éxito en recordar cuando habían estudiado en ambientes de sonido constante (como los que se emplean para estimular las ondas alfa), en tanto que confrontaban dificultades cuando habían intentado memorizar con música de fondo, fuera ésta o no de su agrado (Nick Perham, en la revista Applied Cognitive Psychology, 20 de julio de 2010).
¿Cómo conciliar todas estas afirmaciones? Al parecer, la música puede ser un importante aliado al combatir la tensión y, en consecuencia, facilitar la concentración. Puede simular un entorno favorable al estudio, cuando se utilizan auriculares para crear cierto aislamiento si se está inmerso en un ambiente rumoroso. Puede inducir un estado cerebral “alfa” que disponga el individuo para un mejor aprovechamiento del estudio; pero resulta contraproducente al realizar tareas que suponen la memorización o la redacción, sobre todo si se trata de música cantada, lo cual afectaría la concentración, en la que también incide el volumen de la música, que debe ser siempre moderado.
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