viernes, 3 de febrero de 2012

Alejandro Obregón en la memoria





Generalmente, el  deceso de un personaje que ha sobresalido dentro de un medio específico trae consigo una serie de reflexiones acerca de su trayectoria y su obra. En contraste con esa costumbre, poca o ninguna importancia se concedió en su momento al fallecimiento de un artista que constituye un hito dentro de la plástica  latinoamericana: Alejandro Obregón, de cuya muerte se conmemorará en breve el segundo aniversario.

La trascendencia de la producción de este maestro colombiano está asociada al desarrollo de un lenguaje propio, original, que permite reconocer al autor de inmediato. Asimismo, constituye una innovación con respecto a las tendencias en boga para el momento en que se comienza a definir su estilo: frente a una pintura tradicionalista de resonancias académicas, Obregón introduce un tratamiento subjetivo de la realidad que tiene de figurativo el permitirnos identificar cada uno de los objetos que constituyen la composición, y de abstracto el construir esos objetos  a partir tan sólo de sus propiedades más elementales. Finalmente, Obregón asume el  riesgo de representar con éxito a Latinoamérica en el momento en que apenas comenzaba a surgir el interés por las manifestaciones de ese subcontinente.

Ya en sus primeras obras trabaja las veladuras y transparencias que lo caracterizarán a lo largo de toda su carrera. Pasa de los bodegones y las interpretaciones de temas clásicos, como su Mesa en el Gólgota (1956), a representar el contexto en que está inmerso o, más bien, su percepción de ese contexto, reflejado en dos vertientes temáticas, asociadas respectivamente a la naturaleza y al orden social.

Por una parte, toda la exuberancia del trópico, con la que se familiariza el pintor en el Catatumbo, aparece exaltada en las vegetaciones, las cumbres andinas y las aguas del Caribe, que se presentan -verdaderos protagonistas de sus cuadros - ya como motivo principal, ya como marco para sus mojarritas, sus barracudas, sus cóndores o sus personajes fantásticos.

Por otro lado, aborda los conflictos sociales de su medio reflejando los estallidos que marcan qué-sé-yo-cuántas décadas de la historia colombiana. Ilustra esta segunda modalidad su obra Violencia, que en 1962 le valiera el Premio Nacional de Pintura de Colombia, y que generara polémicas en el seno de los círculos artísticos, sociales y políticos.

Los contenidos de su obra se presentan en seríes cuyos temas, pese a prolíferar más en unos períodos que en otros, no se circunscriben a una etapa delimitable cronológicamente, sino que aparecen desparramados acá y allá en el grueso de su producción. Así,  vemos reaparecer en 1991 el motivo del Cóndor, que ya habla sido tratado en 1958. "Angelas", cóndores, océanos, amazonias y arcángeles se pasean por sus lienzos como objeto favorito de representación.

La serie "Huesos de mis bestias" surge a raíz de la decisión de no volver a pintar animales. Era un tema que consideraba agotado y en el que no deseaba reincidir. Obregón, sin embargo, no pudo liberarse de su inclinación, y continuó pintándolos, aunque velados bajó la apariencia de sus esqueletos.

Otras series están relacionadas con sucesos acaecidos y revisten carácter netamente denunciativo, Desastre en la ciénaga, por ejemplo, narra la catástrofe que abatió  una ciénaga a raíz de la construcción de la  carretera de Boca Grande. Es el caso también de otras obras aisladas, como el Homenaje a Jorge Gaitán Durán (1962).  En este mismo espíritu denunciativo se cuentan Violento devorado por una fiera (1963), Violada I y Violada II (1973) y Muerte a la bestia humana (1982).

El color, en la pintura de Obregón, no tiene una connotación simbólica. No obstante, su paleta es más parca a la hora de describir un suceso, al decir de José María Salvador, "para que el contenido no tenga que competir con un festín de colores", lo que le restaría importancia al asunto presentado.

Forman parte también de su temática las elegías a personajes célebres.

Desdibuja los objetos, mientras va dotándolos de cualidades fantásticas, creando configuraciones que resultan en escenas cuasi-oníricas de circunstancias imposibles. Surgen de este modo personajes alados y animales híbridos de impresionante belleza. El toro-cóndor, el ave-toro-pez-cabra, y tantos otros animales escapados del bestiario insólito que mana de los pinceles de Obregón, no son híbridos sólo en cuanto  su anatomía, sino también en cuanto a las cualidades con las que cada uno de sus genitivos está asociado: la ternura de la mojarra, la crueldad de la barracuda, la fuerza del toro...

Las imágenes, estructuradas a partir de fragmentos, están sugeridas, no definidas, insinuadas a través de unas pocas pinceladas maestras, ejecutadas .con la vehemencia que deja traslucir el artista en todas las facetas de su vida, con una mano que es la prolongación del brazo, que es la prolongación del hombro, que es la prolongación del alma, porque, según Obregón, "después del hombro viene el alma". Asi, cada pincelada va comunicando al soporte la emoción particular que inspira lo que está pintando, porque Obregón opera directamente con el pincel, sin dibujo previo.

Esa pincelada gestual da por resultado una baja definición -se presiente lo que realmente no se ve- y comunica un gran dinamismo a la composición. Los objetos, en primer plano, se perciben como si estuvieran en movimiento: se aprecia el objeto y la estela que ha dejado su recorrido, tal como provocaría el desplazamiento de la cámara con el obturador abierto en la película fotosensible. A esta impresión contribuye el trazo realizado con un pincel duro embebido en pigmento, cuyas cerdas dejan huellas  a modo de finísimas líneas sobre el fondo previamente aplicado.
En suma, Obregón tiene el mérito de haberse atrevido a disidir y a aventurarse en la búsqueda de soluciones plásticas personales, logrando un estilo característico que le ha valido un lugar en las artes  nivel internacional.

En nuestro país se le ha hecho poca Justicia, quizá por desconocimiento, aunque Caracas albergó su obra en dos oportunidades: una primera vez en la Sala Mendoza en 1966, y más recientemente en el Centro Cultural Consolidado, que presentó una impresionante retrospectiva a finales de agosto de 1991.

En los últimos tiempos el maestro fue, en su país, blanco de una serie de críticas, no del todo justas: se le objetó su empleo del acrílico, aduciendo que limitaba la creación de atmósferas transparentes; se le criticó la recurrencia de sus temas, a pesar  de que trata el mismo asunto de diferente manera en cada obra; se lo tachó de decadente por mantenerse fiel a sus proposiciones estéticas.

Como quiera que sea, Obregón pintaba. Pintaba a su manera, depurada a lo largo de muchísimos años. Pintaba con la misma vocación que lo llevó a inscribirse en el taller infantil del Museo de Boston, cuando le negaron el ingreso a la Escuela de Artes por considerarlo poco dotado. Pintaba a pesar de la progresiva y veloz pérdida de la visión de que era victima. Y pintaba con prisa, con prisa por crear, quizá presintiendo que le quedaba poco tiempo, y que se avecinaba su muerte, una muerte que, según parece, no nos inmutó para nada, y que, por lo visto, pasó sin pena ni gloría.



4 comentarios:

  1. Excelente blog , te felicito Linda, un beso.

    ResponderEliminar
  2. porq alejandro que sabes de el porq quieres que otros sepan esto? chau.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Jose Luis.
      M encanta la obra de Alejandro obregón, pero, más allá de eso, me encanta Obregón. Me parecía divertida su manera de plantear las cosas, su sencillez... me parece un extraordinario pintor. Personalmente, sólo lo conocí de pasada. Mi ex sí estuvo con él en Cartagena, y a mí me tocó transcribir la entrevista, con lo cual pude disfrutar de su conversación como si hubiera estado ahí. Tengo más textos sobre él. Gracias opor ponerte en contacto. Saludos!!!!

      Eliminar