El Uiversal, 5 de octubre de 2015
Finlandia, el país que anualmente lidera el ranking del informe PISA, asombró al mundo en días pasados al experimentar con modificaciones en su pensum escolar, entre las que prevé organizar los conocimientos en torno a grandes ejes temáticos en lugar de por asignaturas. Esta propuesta, asimilable al concepto de globalización que se introdujo en Venezuela junto con la Escuela Básica, responde a la necesidad de un modelo educativo que prepare a los alumnos para la vida laboral. “Tenemos que hacer los cambios en la educación que son necesarios para la industria y la sociedad moderna", afirmaría Pasi Silander, uno de los responsables de la transformación pedagógica que se opera en Helsinki.
El estudio se acometería a partir de temas, situaciones o eventos, un trabajo parecido al que han emprendido los jesuitas en Cataluña, recientemente, a través del “aprendizaje por proyectos” (por fenómenos, dirían los finlandeses).
Estos planteamientos habían sido ya formulados en los años 70 por un personaje cuya visión crítica tendría gran repercusión en el desarrollo de la educación y en la noción contemporánea de esta: Ivan Illich.
A pesar de lo que su nombre parece apuntar, Illich era austríaco, y no ruso. Habiendo sido perseguido por judío, terminó ordenado como sacerdote católico, y su voz se levantó entre todas para manifestar la escasa confianza que le inspiraban los procedimientos educativos convencionales. Afirmaría que la escuela se limita a “inculcar” a los educandos un currículum obligatorio, en tanto que el verdadero aprendizaje proviene de la experiencia, a veces casual, y tiene lugar fuera de esta institución.
Illich, Reimer, Freire, grandes reformadores de la Educación en el siglo XX, vieron claro que la escuela cumple infinidad de funciones, entre las cuales la que menos pesa es la de crear un entorno que favorezca un aprendizaje efectivo, y no una simple memorización pasiva de datos.
Si el docente se viera relevado de muchas de las tareas burocráticas que realiza, podría entonces transformarse en un verdadero gestor de los aprendizajes, diseñando experiencias favorables para adquirir conocimientos, en las que el estudiante desempeñaría un papel activo. En una situación así, la memorización y la repetición pierden preponderancia, y las tareas escolares son menos necesarias.
Está clara la importancia de la práctica. Lo que se cuestiona es la pertinencia de que esas actividades en las que se produce la aplicación, análisis y síntesis de los conocimientos adquiridos, según diría Bloom, deban tener lugar en casa.
Dicen que la tarea sirve al propósito de crear el hábito de reservar un tiempo diario para el estudio. Cabe preguntarse: ¿a qué se dedican entonces las horas en la escuela, que comprometen una parte importante de la jornada del niño?
Por otra parte, aprender no es solo fruto del estudio: la rutina familiar, el salir a la calle, la prensa, el deporte, proveen infinidad de experiencias que desembocan en aprendizajes significativos, porque van asociados a la vida real. La tarea escolar suele entrar en competencia con esas fuentes de conocimientos, monopolizando el tiempo del estudiante.
Finalmente, en el ámbito afectivo, la tarea escolar resta protagonismo al momento de solaz compartido en familia, tiranizando la vida hogareña y gravitando, las más de las veces, sobre padres que regresan a casa agotados tras la jornada laboral. Ello se traduce en tensiones e irritabilidad, o en que los padres terminen por hacer las actividades para poder darles fin, sin beneficio ninguno para el educando.
Va llegando el momento de escindir lo que es aprender y estar escolarizado; sabiduría y memoria; notas y conocimiento, vivir y estudiar.
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