lunes, 31 de agosto de 2015

Empire State: ¿una segunda oportunidad?

El Universal, 31 de agosto de 2015

El Empire State, icono de la ciudad Nueva York, fue el edificio más alto del mundo durante más de cuarenta años, desde su inauguración en 1931, hasta que se levantó la torre norte del desaparecido World Trade Center, en 1972. Fue construido, según el diseño de William F. Lamb, en los terrenos que otrora ocupara el renombrado hotel Waldorf-Astoria, en una intersección de la Quinta Avenida. Las obras comenzaron el 17 de marzo de 1930, día de San Patricio, y el rascacielos quedó formalmente inaugurado el 1º de mayo de 1931, cuando el entonces presidente de los Estados Unidos, Herbert Hoover, encendió su iluminación desde Washington.

Progresivamente, la edificación se ha adaptado a las exigencias del mundo moderno, y en 2011 obtuvo la certificación LEED Gold para edificios sostenibles, al implementar medidas que ahorran energía y disminuyen la huella de carbono.

El Empire State está indisolublemente asociado a momentos estelares de la historia del cine: en él se han aposentado Godzilla y el memorable King Kong, tratando de evadir a sus captores. Ha sido escenario de inolvidables episodios y ha desempeñado diversas funciones en películas, como El imperio de los sueños, Independence Day, Algo para recordar, The day after u Oblivion. Del mismo modo, aparece como la Rotterdam Tower en el Grand Theft Auto IV, el videojuego de Rock Star Games.

Sin embargo, quizá su imagen se entrelaza con otras historias más impactantes que las de la propia ficción.

Andy Warhol empleó en su obra Fallen Body la fotografía de Evelyn McHale, una joven de 23 años que se suicidó lanzándose desde lo alto del edificio. El fotógrafo Robert Wiles pasaba casualmente cuando se produjo el suceso y quedó impresionado por el cuerpo aparentemente intacto de la bella mujer, por lo que tomó la instantánea, publicada por primera vez en una edición de la revista Life de 1947, dándose a conocer como “el más bello suicidio”.

Muchos se han dejado caer desde el Empire State a través de la historia. De hecho, sus guardias están entrenados para sujetar por los pies a quienes intentan suicidarse. No obstante, ninguna historia es tan impactante como la de Elvita Adams, quien tuvo que abandonar su casa en 1979 a causa de un desalojo. Elvita, desesperada, decidió lanzarse al vacío desde el observatorio del piso 86, en momentos en que una importante ráfaga de viento la empujó de vuelta al interior del edificio: terminó a salvo, en el piso 85, apenas con una fractura de pelvis.

Desde el punto de vista católico, el suicidio es inaceptable: revela escasa confianza en Dios y constituye una insubordinación con respecto al Plan Divino, en el que todos desempeñamos una función como parte del inescrutable rompecabezas del universo. En un plano más prosaico, constituye la manifestación más pura de desesperación, de des-esperanza, y expresa la convicción de que las cosas son inmutables, irremediables. ¡Craso error!

Si, por una parte, me resisto a plegarme a categorías deterministas que ceden el control de los acontecimientos al alea o a ignotas fuerzas externas, como el destino, por otra, es indiscutible que existe un margen en el que intervienen variables imprevistas, que pueden, en un segundo, cambiar el curso de los acontecimientos. La historia de Elvita Adams lo ilustra: la inesperada acción del viento ocasionó un desenlace altamente improbable.

A veces se trata de eso: de aguardar cinco minutos más; de investigar qué nos espera tras el próximo recodo del camino; de saber que, tras la caída, una afortunada ráfaga de viento puede devolvernos al juego y concedernos, en suma, una segunda oportunidad; de sostenerse, de resistir y de saber que, a favor o en contra, todo puede cambiar en un minuto.

lunes, 24 de agosto de 2015

Para comerte mejor



El Universal, 24 de agosto de 2015

La noción marxista de plusvalía y el episodio bíblico según el cual se impuso como castigo al hombre “ganar el pan con el sudor de su frente” han contribuido no poco a la pésima -e injustificada- reputación que rodea al trabajo. El empleado se concibe como una víctima en lugar de mirarse como un ser humano que se realiza en el desarrollo de su potencial, y que disfruta de formar parte de un proceso que produce bienes y servicios útiles para otros.

La Revolución Industrial trajo aparejadas consigo las sombras de la explotación: trabajadores realizando la misma tarea repetitiva miles de veces, jornadas laborales interminables y condiciones verdaderamente inhumanas. Al capitalismo se reprochan, igualmente, los males del imperialismo y el colonialismo, así como el contemplar al empleado no como una persona, sino como mano de obra que puede ser representada por su equivalente económico. Estas circunstancias, que efectivamente perviven en algunos sectores hoy en día, y que podrían confluir en el concepto de alienación, han nutrido la imagen de un trabajador a punto de ser engullido por el sistema económico, que previamente lo somete a una serie de presiones que le comprometen, para comérselo mejor, como hubiera dicho el lobo de Caperucita.

Lo cierto es que, por el contrario, las investigaciones contemporáneas, especialmente las realizadas en el área de la Psicología Positiva, apuntan al hecho de que uno de los factores que proporcionan felicidad más frecuentemente es el trabajo.

El interés por el bienestar del trabajador, a fin de facilitar el desempeño de sus tareas y aumentar su productividad, no es un fenómeno reciente. Los estudios de tiempos y movimientos, por ejemplo, que se iniciaron en el siglo XIX, analizaban la duración de cada una de las operaciones que componían un proceso, así como los movimientos que realizaba el empleado para llevar a cabo cada operación. Con ello, era posible optimizar las condiciones ambientales para reducir la fatiga y evitar esfuerzos innecesarios. Pero el concepto de bienestar, en este contexto, aludía alentorno en que el trabajador realizaba su tarea, no al hecho mismo de realizar una actividad como fuente de satisfacción personal.

La psicología positiva procura estudiar científicamente los factores que permiten a individuos y comunidades vivir en plenitud. Desde esta perspectiva, el coaching se convierte en una importante herramienta dentro del ámbito organizacional , creando redes conversacionales para potenciar el desempeño laboral, pero no como una forma de producir mayores réditos a partir del individuo, sino como una forma de generar bienestar, lo cual redunda, es cierto, también en un aumento de la productividad.

Fue un venezolano quien condujo en Sevilla, recientemente, el III Workshop Internacional de la Asociación Española de Coaching Ejecutivo-Organizativo: el psicólogo César Yacsirk, reputado especialista en el tema, invitado especialmente para la ocasión. César explica que, según Sonja Lyubomirsky, las personas con mayor bienestar se caracterizan por tener rasgos que favorecen su desempeño en el lugar de trabajo: son más flexibles e ingeniosas, tienen mayor disposición a cooperar, son más sociables, están dotadas de más energía, son mejores líderes y negociadores y son, definitivamente, más eficientes en la toma de decisiones.

Esta sensación de bienestar va asociada, a su vez, a la idea de “Flow”, un concepto desarrollado por Csikszentmihalyi: cuando una persona se siente parte de una actividad, se concentra con facilidad y domina la situación. Entonces, el tiempo “vuela”. Parte de los factores que desencadenan el flow están relacionados con el hecho de que la actividad que se realiza esté asociada con habilidades o fortalezas personales.

Otro aspecto que influye en la motivación del trabajador son las gratificaciones. Según plantea Yacsirk, en un artículo publicado en Business Venezuela, la revista de VENAMCHAM, resulta fundamental conocer al trabajador para poder establecer un plan de incentivos que resulte efectivamente estimulante.

La creencia de que el trabajo es algo negativo está definitivamente superada, así como la visión del empresario como un depredador, y se evoluciona hacia una relación en que tanto el trabajador como el empresario se benefician de un favorable clima laboral que resulte gratificante y ofrezca las oportunidades necesarias para crecer en función de los propios talentos e intereses.

lunes, 17 de agosto de 2015

Luces en El Dorado

El Universal, 17 de agosto de 2015

En el año 2000 apareció Sombras en El Dorado, libro en el que el periodista Patrick Tierney denunciaba, tras una década de pesquisas, no solo los abusos cometidos contra los yanomami por personas y entidades que pretendían investigar esta etnia, sino también las distorsiones que se produjeron en la descripción de sus costumbres por parte de autores que son tenidos como clásicos, y cuyas obras son consideradas poco menos que ineludibles para referirse a esta cultura.

Estudios realizados por la Universidad de Michigan concluyeron, más tarde, que algunas de las acusaciones efectuadas por Tierney eran injustificadas o exageraban los hechos, al punto de que la Asociación de Antropología Americana retiró el apoyo que había prestado al libro, nominado a diversos premios. Tierney, sin embargo, logró que la atención internacional recayera sobre los derechos que asistían a la etnia, y alertó acerca la cautela con que debían ser leídos los textos de ciertos “gurús”.

Entre los autores contra los que arremetía el periodista se encontraban los norteamericanos Napoleon Chagnon y James Neel y, en menor medida, el investigador francés Jacques Lizot, habitualmente reverenciado como alumno que fue de Claude Lévi-Strauss, una de las grandes figuras de la antropología.

Con las reservas que puedan tenerse, el hecho es que Lizot convivió con los yanomami 24 años, entre 1968 y 1992, una experiencia que habría de rendir como fruto El Círculo de los Fuegos, una obra en la que se describe el modo de vida de la etnia y que recoge, sin duda, una visión del mundo que nos invita a reflexionar en mucho sentidos.

Resulta de particular interés la relación que los yanomami mantienen con los animales. En su sistema de creencias, cada persona tiene varias almas, una de las cuales, llamada noreshi, posee un “alter ego” animal que vive en la selva, cuya vida concluirá simultáneamente con la del ser humano. De hecho, a menudo la enfermedad es interpretada como resultado de alguna dolencia que padece ese animal.

Tratándose de un grupo originalmente nómada, cuyos desplazamientos se veían determinados sobre todo por el agotamiento del suelo en que tenían sus conucos, no han sido proclives a la ganadería ni al pastoreo. Consumen, sin embargo, productos de origen animal, y la cacería tiene un lugar preponderante entre sus costumbres, tanto para abastecerse de carne como por las connotaciones rituales que en ocasiones reviste. Pero, para ellos, todo aquello que recibe alimento de la mano del hombre pasa a ser yanomami, esto es: gente, humano, persona.

Esta idea resulta especialmente iluminadora: ¿cuán ético es coadyuvar al crecimiento con el propósito de servirnos de él? ¿No resulta, acaso, un contrasentido, estimular la vida para luego ponerle fin?

En momentos en que el impacto de la ganadería sobre el medio ambiente está en el tapete, particularmente a través del polémico documental Cowspiracy (un juego de palabras que remite al vocablo inglés conspiracy, “conspiración”, pero modificado al introducir la palabra “cow”, que significa “vaca”, en primer término), la visión yanomami aporta un cierto prurito moral que es, además, anti-especista.

Esta posición exhorta a la responsabilidad para con todo aquello que alimentamos, y es extrapolable a muchos ámbitos de nuestra vida. Incluso a nivel humano: nadie cultiva una relación de ninguna índole con el propósito anticipado de ponerle fin, a no ser que exista algún interés de por medio. Y yo, que detesto los lugares comunes, no puedo menos que, de todos modos, remitirme a la sentencia de la zorra de Saint-Exupery, que no duda en aleccionar al Principito: “Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa”…

lunes, 10 de agosto de 2015

La máquina extraordinaria

El Universal, 10 de agosto de 2015

Al parecer, fueron las expediciones de Alejandro Magno las que introdujeron en Grecia las primeras perlas, así como el vocablo que se utiliza en griego para referirse a ellas, probablemente de origen persa: margaritari.

Colón había bautizado con el nombre de “La Asunción” a la mayor de las tres islas que había descubierto el 15 de agosto de 1498, fecha en que se celebra esa festividad religiosa. La isla, sin embargo, pasaría a denominarse, a partir de 1499, “La Margarita”, debido a la profusión de perlas que caracterizaba a sus mares.

Fue la posibilidad de la explotación perlífera lo que despertó en los primeros conquistadores el interés por nuestro país. En una época en que las ideas mercantilistas propugnaban la acumulación de metales preciosos como base fundamental de la riqueza de una nación, los territorios que con el tiempo habrían de convertirse en Venezuela no parecían ser, a primera vista, tan pródigos en el oro y la plata como resultaron, por ejemplo, Perú, México o la propia Colombia, que era también rica en esmeraldas.

Es así como a partir de 1500 se inician los asentamientos en la isla de Cubagua y como, tras doblegar la resistencia de los nativos, se funda la ciudad de Nueva Cádiz alrededor de 1520. Paulatinamente, se fue consolidando en las islas un sistema de recolección de perlas que involucraría no solo a los indígenas, sino también a numerosos esclavos africanos, que acabarían protagonizando en 1603el llamado “alzamiento de los negros perleros”, cuando, espoleados por las cruentas condiciones de vida en Margarita, consiguen trasladarse al continente con el apoyo de quienes trabajaban en las plantaciones agrícolas de las costas de Cumaná.

Las perlas reportaron cuantiosos ingresos a la Corona. Quienes regentaban esta actividad, conocidos como “señores de canoa” (los esclavos eran llevados en canoas hasta las zonas de pesca) eran poderosos e influyentes. Sin embargo, pronto se dio una sobre-explotación que ocasionó el agotamiento de los lechos perlíferos: ya hacia 1545 quedaban muy pocos habitantes en Cubagua.

Sin embargo, las aguas que rodean las islas de Nueva Esparta siguen albergando numerosas perlas, tan emblemáticas, que se dice que, cuando Jacqueline Kennedy visitó Caracas en diciembre de 1961, el obsequio que recibió de don Rómulo Betancourt, el entonces presidente de la República, y de su esposa, fue un collar de varios hilos de perlas de Cubagua . Según relata Milagros Socorro, a partir del testimonio de la periodista Francia Natera, el collar reposa en el museo Smithsonian, y fue elaborado en Caracas por el joyero Henri Poinçot.

Estas maravillosas esferas, cuyo oriente tornasolado nos deslumbra, son producto, sin embargo, de una contrariedad: la ostra fabrica la perla a partir de un cuerpo extraño que penetra en su interior y que la irrita. Ella lo cubre con sucesivas capas de nácar a fin de protegerse: un episodio a todas luces didáctico, como señalara en días pasados la también periodista y diseñadora Anavel Munceles, acotando cuán ejemplar resulta esta reacción de la ostra, capaz de obtener un objeto precioso a partir de un evento desagradable.

Algo similar plantearía la cantante Fiona Apple en una entrevista concedida en torno a su disco “La máquina extraordinaria”: 
relataba cómo los rumores aseguraban que sus canciones eran producto de las desavenencias con otras personas. Admitía que era así, que eran las emociones, a veces infaustas, las que la conducían al piano. Pero entonces, con increíble sagacidad, remataba con una idea que nunca debemos perder de vista: somos eso, una máquina extraordinaria, capaz de transformar en cosas maravillosas experiencias que, a veces, no son tan felices.

lunes, 3 de agosto de 2015

Grado 33

El Universal, 3 de agosto de 2015

Juan Hutado Manrique
Director de Edificios y Ornato de Poblaciones a partir de 1883; ministro de Obras Públicas en dos oportunidades y profesor en la Academia Nacional de Bellas Artes, el general Juan Hurtado Manrique (había participado en la Guerra Federal) no solo es el autor de dos interesantes ensayos a propósito de la arquitectura, sino también el artífice de numerosos edificios que engalanan el perfil urbano caraqueño, y que fueron construidos durante alguno de los periodos de gobierno de Antonio Guzmán Blanco.

A Hurtado Manrique se deben, por ejemplo, la fachada norte de la Universidad y el edificio del Museo Nacional, ambos de estilo neogótico, ubicados en las inmediaciones del Capitolio; la capilla de El Calvario, la de Nuestra Señora de Lourdes y el Arco de la Federación. Levantó, así mismo, uno de los templos más connotados de la ciudad, por venerarse allí la imagen del Nazareno de San Pablo: la Basílica de Santa Ana y Santa Teresa, emplazada donde otrora estuviera la iglesia de San Pablo, y construida en honor a las patronas de doña Ana Teresa Ibarra y Urbaneja, esposa del Ilustre Americano.

Pero Hurtado Manrique es, entre otras cosas, el constructor del Templo Masónico de Caracas. No es de extrañar que Guzmán Blanco asignara a su arquitecto de confianza esta tarea, tan cara a su corazón: se había iniciado él mismo como masón de la mano de su padre en 1854, y fundaría más tarde la Respetable Logia "Esperanza" de Caracas.

Situado entre las esquinas de Jesuitas y Maturín, el Templo se inauguró el 27 de abril de 1876, cuando el gobierno asumió con dinero público las obras, que habían estado paralizadas durante años.

La masonería per se no colide con la Iglesia católica, pero el hecho de que el Papa León XIII la condenara en la encíclica Humanum Genus (1884) parece haber acrecentado la brecha entre el poder político y el religioso en época de Guzmán Blanco.

Se dice que la masonería llegó a Venezuela a través de Francisco de Miranda, y que otros ilustres nombres asociados a la historia del país están vinculados a la masonería: José Antonio Páez, José Félix Ribas, Santiago Mariño y hasta el mismísimo Bolívar participaban de una formación que hace del amor fraternal, la ayuda mutua, la templanza, la fortaleza, la prudencia y la justicia el centro de su praxis.

Algunos de los símbolos recurrentes en el templo masónico son el pavimento ajedrezado, que representa la dualidad bien-mal en medio de la cual el hombre vive; dos elementos que evoquen las columnas del templo de Salomón; el sol, imagen de la luz directa, y la luna, imagen de la luz reflejada, así como el delta luminoso, que representa la solidez y el equilibrio del universo. Sobre el mosaico ajedrezado, la escuadra y el compás, herramientas del arquitecto, emblema de la construcción, meta y fin del proceso masónico: la construcción del templo interior de cada quien, pues se concibe el trabajo como una forma de servicio y una herramienta para hacer el bien y transformar la sociedad a través de la propia transformación.


Los masones consideran los rituales como una forma de preservar la tradición y como una manera de mantener cierta disciplina y cierto orden, orden que también está presente en los pasos de su método (los famosos 33 grados del secreto).


A lo largo de la historia los masones han sido perseguidos, ya que, evidentemente, un movimiento que estimula el pensar y la libertad, no puede ser mirado con simpatía por instituciones que aspiran a conservar el poder libres de cuestionamientos.


Cuando los restos de Guzmán Blanco se repatriaron desde París, en 1999, recibieron honras fúnebres masónicas antes de ser trasladados al Panteón Nacional, en donde habrían de reposar definitivamente.