El Universal, 28 de octubre de 2014
Más que poner en
luz los propios pareceres, escribir es dejar caer un guante ante nuestro
interlocutor, por ver si se anima a recogerlo. Se vuelcan en el texto las
propias impresiones, la propia explicación del mundo (el material y el
intangible), pero no como un acto hedonista en el que se pontifica como si se
estuviera en posesión de una verdad incuestionable; no como un ejercicio
terapéutico en que se organizan las ideas. Si este último fuera el caso,
bastaría con garrapatear un diario que se mantuviera dormitando en el fondo de
un cajón.
No. Escribir un
texto que ha de ser público es embutir un mensaje en una botella y lanzarla al
océano, sin saber en qué playa acabará ni qué manos habrán de recibirla. Es
como despedir un barco de papel en el torrente efímero que corre pegado al
borde de la acera y enviarlo a recorrer el mundo. Escribir es abrir una puerta,
es lanzar un anzuelo, es encabezar una rebelión, es provocar. Poner el alma
desnuda en algo que deja de pertenecernos y es propiedad de todos en el momento
preciso en que se publica por vez primera.
Es exhibir
impúdicamente tus miserias, tus errores, y compartir lo que se gesta en la
íntima oscuridad de tu ser, para que otros puedan verlo, pero sobre todo, para
que puedan contestarlo.
Escribir, en fin,
es tender un puente. Un puente como esos en que se besan los enamorados,
suspendidos sobre el tumultuoso caudal de la realidad. Un puente que comunica
dos orillas; un puente edificado hacia otras personas por el que he visto
venir, en buena hora, muchos que hoy son muy importantes en mi vida.
Diría Umberto Eco
que se opera una síntesis entre lo que el autor de una obra forja, dejando en
ella mucho de sí, y lo que percibe aquel que se aproxima a esa obra, con su
propia historia, sus propias lecturas e interpretaciones.
Nunca puede ser
más enriquecedor un encuentro que cuando ambas partes pueden comunicarse
recíprocamente los significados que atribuyen a aquello que les vincula, a la
obra.
Estas líneas son
apenas un ejercicio de humildad, de gratitud, especialmente a aquellos que han
escuchado mi voz y han respondido mi mensaje, para los que apenas se han
atrevido a acercarse y los que se han quedado para siempre en mi vida.
Gracias por haber
atravesado el puente hasta esta orilla.
El Universal, 21 de octubre de 2014
Cuando los adultos
de mi casa daban la dirección por teléfono, siempre terminaban refrendando las
señas con la misma coletilla: “frente a la puerta lateral de la Iglesia de San
Rafael”…… que tampoco nadie sabía dónde estaba. Pero era verdad. Mi vecino más
próximo, mi escenario cotidiano y mi lugar de juegos favoritos era la iglesia
de San Rafael.
Mis primeros recuerdos de la iglesia van asociados a un sacristán
gordo y calvo que se llamaba Enrique y nos preparaba unas deliciosas croquetas
de pescado, como buen español. Recuerdo al padre Alterio, que me regaló una
muñeca que había sido enviada a la parroquia con fines caritativos, y que tenía
en las tripas una cajita de música. La conservé hasta bien mayor, junto con el
cariño por ese sacerdote, a quien simplemente dejé de ver. Ido el padre
Alterio, llegó el Padre Carlo, un sacerdote italiano que había vivido por años
en la Argentina y que, probablemente en razón del gentilicio, encajó
perfectamente en la casa, convirtiéndose en un miembro más de la familia.
Allí, salvo el
Instituto Pediátrico, todo se llamaba San Rafael: Avenida San Rafael, Abastos
San Rafael, Carnicería San Rafael, línea de taxis San Rafael…. Más allá, el
colegio San José de Tarbes, y a continuación, La Ermita, que llegaría a ser el
bunker inexpugnable de Jaime Lusinchi…. Esa era la frontera donde comenzaba “el
mundo”…
Allí se encontraba
también la escuela de Ballet de Steffy Stahl, el target inalcanzable al que mis
siete años propendían, ambicionando verme con un tutú rosa y una pielecita de
conejo, que también servía de alfombra para la Barbie, colocada dentro de las
zapatillas, como otras de mis vecinitas.
Evoco los
personajes que poblaban ese microcosmos de mi niñez, cuya presencia se hacía
especialmente ostensible al llegar la fiesta de San Rafael. Se conjuntaban allí
las monjas que habían sido transferidas a otros destino y regresaban, fieles a
la tradición; las mujeres que “habían servido” en las casas del vecindario y
volvían implorando al santo algún favor, más frecuentemente relacionado con la
salud; devotos y curiosos atraídos por aquel espectáculo pueblerino en el que
convergía todo el fervor que parecía de mal gusto entre tanta sifrinería
durante el resto del año.
Se celebraba el
último domingo de octubre. A la misa, sucedía la procesión. El “festejo”
comenzaba propiamente cuando, a la hora de la elevación, las notas de nuestro
Himno Nacional se dejaban escuchar en los instrumentos de la Banda Marcial de
la policía, porque curiosamente Maripérez y Simón Rodríguez también
pertenecían, en términos parroquiales, a San Rafael, que se extendía al parecer
como en los textos antiguos: “hasta donde la vista alcanza”
Porque la idea
era, claro, que participaran todos los sectores de la parroquia en homenaje a
su santo patrón. Y así, como la policía aportaba la banda marcial que
acompañaba la procesión en todo su recorrido, eran los conductores de taxi
quienes habían comprado la imagen del arcángel que se sacaba en andas, y eran
ellos quienes la portaban, con la mayor solemnidad, turnándose para cargar con
el venerable peso. Los propietarios del abasto y la carnicería sufragaban los
espectaculares fuegos artificiales con que se daba por finalizado el festejo, y
que culminaban con un aparato pirotécnico situado en la casa de mis vecinos que
se iba encendiendo hasta dejar iluminada una estampa rectangular del ángel,
según la más pura tradición de los pueblos de las costas italianas.
Encabezaba la procesión,
cómo no, el Padre Carlo. Y después los señores de la línea de taxis con la
imagen. Y detrás, una miríada de angelitos, entre los cuales, como es natural,
solía esta yo, el angelito con gafas.
Detrás, seguían
las monjas y, rezando el rosario o cantando, alternativamente, las niñas de la
Casa Hogar San Rafael, que por sí sola merecería un texto, y a continuación la
banda marcial y, por último, la riada de gente que conformaba el grueso de una
procesión que se limitaba a dar la vuelta a la manzana entre el estruendo de
música, tracas y oraciones….. Recuerdo particularmente una casa, que fue
sucesivamente ancianato, escuela de computación y albergue de menores. Y
recuerdo con tristeza cómo se asomaban a las terrazas y balcones las personas
mayores, impedidas, para ver pasar con fe la imagen del arcángel.
Cómo no recordar
la fiesta de San Rafael…. Se aproxima el 24 de octubre, y no evoco el día de la
celebración, del regreso de los ausentes, del fervor popular.Y sin embargo, no
puede uno dejar de preguntarse, con un tanto de nostalgia, en dónde está esa
Caracas ingenua en donde se podían hacer todas esas cosas.
El Universal, 14. de octubre de 2014
Al final
“eutanasiaron” a Excalibur. Con este evento concluye el prólogo de lo que puede
ser una historia de horror, que comienza cuando las autoridades sanitarias
españolas, en contra del sentido común, de la opinión pública y del consejo
experto, trasladaron a Madrid dos misioneros que habían contraído ébola en
Liberia.
Si hay algo que me
entusiasma del gentilicio español, que comparto con orgullo desde hace años, es
la solidaridad de que hacen gala mis connacionales de adopción. Es un rasgo que
se hace ostensible, por ejemplo, en la vocación de manifestarse: surta efecto o
no, el español medio se vuelca a las calles con el propósito de hacer oír su
voz tan pronto como hay una causa que despierte su fervor. La gente se forma
rápidamente una opinión y busca la manera de comunicarla, sin importar si el
asunto les afecta directamente o no.
Probablemente este
mismo espíritu solidario fue el que animó la decisión de repatriar a Miguel
Pajares y Manuel García Viejo, contagiados de ébola. Este gesto magnánimo, que
dicen ha abierto las puertas de Europa al virus, parece estar consustanciado
con la idea de que es tarea de los gobiernos velar por todos y cada uno de su
ciudadanos, y alineado con una afirmación de la "Declaración del encuentro
del Comité Internacional de Emergencia para Regulaciones Sanitarias
relacionadas con el brote de ébola en África Occidental", según la cual
los estados deberían estar preparados para facilitar la evacuación y
repatriación de nacionales (por ejemplo, trabajadores sanitarios) que hubieran
estado expuestos al ébola.
Sin embargo, otras
recomendaciones contenidas en el mismo documento, no parecen haber sido tomadas
en cuenta. Hay quien considera temerario el haber trasladado los dos misioneros
a Europa, con el consiguiente incremento del riesgo de contagio para la
población del continente, en lugar de haber implementado un operativo que
permitiera brindarles atención sanitaria en los lugares en que se encontraban
afectados, lo que de paso hubiera redundado en beneficio de otros pacientes de
las zonas en cuestión. Pero, más grave aún es, habiendo tomado la decisión de
repatriar a los infectados, no extremar las precauciones para evitar que la
enfermedad se propagase.
A la fecha, consta
un caso de contagio: una de las enfermeras que asistió a los dos misioneros en
un hospital madrileño. Las incidencias en torno al diagnóstico y posible
aislamiento precautelativo de quienes se hubieran visto involucrados en la
atención de los enfermos infectados de ébola han sido objeto de infinitas discusiones.
Quizá el haber puesto fin a la vida de Excalibur, el perro de la enfermera
infectada, constituiría un flagrante caso de especismo: de la misma forma que
no ha se procedido a ejecutar preventivamente a ninguna de las personas en
riesgo de haber contraído la enfermedad,
la decisión de
sacrificar a la mascota suena precipitada en la medida en que no se había
verificado si el animal estaba efectivamente infectado o no. Cientos de miles
de personas firmaron una petición en la web Change.org en la que se pedía poner
en cuarentena a Excalibur. Diversos expertos, como el doctor Peter Cowen, de la
Universidad Estatal de Carolina del Norte, y Éric Leroy, coautor de una
investigación realizada en Gabón acerca de la relación de los animales con la
transmisión del ébola, consideraban que Excalibur hubiera podido ayudar a
entender mejor cómo se produce el contagio. Pero, al parecer, España no contaba
con un animalario acorde con los niveles de seguridad necesarios para alojar al
perro
Diversas
consideraciones pueden hacerse alrededor de lo sucedido, de lo que mucho puede
educir la comunidad internacional. A destacar, la responsabilidad de las
autoridades en la implementación y seguimiento de las estrategias de seguridad
diseñadas para proteger la salud pública, y el mérito de quienes se ven
expuestos a diversos riesgos en el desempeño de su profesión.
Excalibur, sin
duda, resulta la víctima más evidente de un inadecuado manejo de la situación,
que subraya la importancia de velar porque se cumplan los protocolos previstos
en torno a ésta y otras enfermedades en todos los países del mundo.
El Universal, 7 de octubre de 2014
En los tiempos que
corren, el advenimiento de un libro viene a resultar no solo un acontecimiento
digno de ser celebrado per se, sino también una muy motivadora inspiración para
asumir cualquier reto. Por una parte, cristalizan en sus páginas el tiempo y el
esfuerzo invertidos en crear un puente a través del cual quien escribe
despierta en el lector determinadas sensaciones, haciéndole partícipe de su
propio pensamiento; por otra, también confluye en su publicación el trabajo de
un sinnúmero de personas involucradas en cada una de las etapas previas al
lanzamiento de la obra.
Tal es el caso de
Vientre primerizo, el segundo proyecto que la polifacética Gabriela Olivo de
Alba emprende de la mano de la Editorial Lector Cómplice, constituyendo un
tándem absolutamente exitoso.
Su concepto
trasciende la noción convencional de la obra, evolucionando hacia el
libro-objeto, de modo que el trabajo creativo no se agota en la producción del
texto, sino que se extiende al propio continente, haciendo de cada ejemplar una
pieza única y diferenciada. En efecto, la autora modifica cada uno de los
libros, interviniéndolos al añadir detalles particulares que pueden incluir
desde la impresión manual de algún sello, hasta la inserción de pequeños y
sutiles objetos que sorprenden al lector cuando recorre sus páginas.
Vientre primerizo
constituye, en alguna medida, parte de un proceso catártico en el que la
escritora pretende digerir el distanciamiento de quien fuera uno de sus más
importantes interlocutores a nivel creativo, Ernesto Bañuelos, fallecido en
1987. Tal y como explica su autora, el libro no constituye una recopilación de
textos biográficos propiamente dichos, sino más bien la síntesis de los
múltiples puntos de contacto en que Bañuelos y Gabriela convergían y que van dejando
su impronta aquí y allá a lo largo de los diferentes episodios del discurso
narrativo, estructurado en tres partes: Detente, Vientre Primerizo y Hura
crepitans. Al respecto, Gabriela señala: “era tal la cercanía entre nosotros
que en ocasiones tomábamos prestadas las vivencias y anécdotas del otro como si
fueran propias, de tal forma que a veces era difícil asegurar quién había
aportado una cosa o tal otra al conjunto de la pieza”
Esta mexicana,
vinculada a Venezuela mediante lazos que incluyen desde las visitas realizadas
a temprana edad a su padre, que vivía en Caracas, hasta su desempeño como
Agregado Cultural en nuestro país, ha incursionado con éxito en distintos
campos del arte, hallando en el performance uno de sus canales de expresión
predilectos. Actriz, diplomática y profesora universitaria, ha destacado, no
obstante, también como fotógrafa y, más recientemente, como escritora,
particularmente a través de Ojo de la Cerradura, lo que ella denominaría un
“diario onírico”, una transcripción de sus sueños narrados magistralmente con
un lenguaje directo y no por ello menos rico en imágenes.
Vientre Primerizo
es pródigo, así mismo, en imágenes, insertando fotografías tanto de la propia
Gabriela Olivo de Alba, como de su hijo Mauricio Arechavala, que ya tiene
varios años de andadura en el oficio.
Por su parte, la
Editorial Lector Cómplice es la faceta más visible de la Fundación que lleva el
mismo nombre, surgida en Los Teques a mediados del 2006. En los últimos dos
años ha publicado 37 obras que incluyen cuentos infantiles, ensayos, novelas y
poesía, y en breve verán la luz cuatro libros más, según señala la dinámica
Lesbia Quintero, quien encabeza el equipo editorial que ha suscrito los dos
proyectos de Gabriela, tanto Ojo de la Cerradura como Vientre Primerizo.
Resulta del todo
estimulante comprobar no sólo cómo sigue bullendo la creatividad en nuestro
país, sino también cómo hay quien se arriesga para llevar adelante nuevos
proyectos y los saca adelante, a pesar de las previsibles vicisitudes. Será una
prueba más de que la clave está centrar la atención en los resultados que
esperamos y en no definir nuestra actitud por los obstáculos, que no deben
distraernos de la meta más que el tiempo indispensable para pensar en cómo
sortearlos.