El primer gesto en la mañana es tender la mano hacia el celular con la ansiedad de saber qué ha pasado en las últimas horas: el desfase horario ocasiona que durmamos, si es que logramos conciliar el sueño, cuando en Caracas apenas comienza a ponerse el sol.
En España, los venezolanos hemos seguido fanáticamente lo que sucede en Venezuela. Si a primera vista pudiera parecer que disfrutamos de una posición privilegiada al encontrarnos, en cierto modo, “protegidos”, por otra no nos sentimos en absoluto ajenos a la situación.
Cuando ya los disturbios se han prolongado por más de dos semanas, pareciera que, finalmente, la opinión internacional comienza a entrever que no se trata de una explosión aislada con visos catárticos, sino del clamor de un contigente importante, númericamente hablando, que demanda un viraje el curso de las políticas que se están implementando en la nación. No se trata de cuatro loquitos.
En proporción a lo que está sucediendo, poca es la cobertura que se ha brindado al tema venezolano en
Europa, quizá debido a la preocupación por otro trastorno más cercano y limítrofe con la Unión Europea: el de Ucrania.
La mayor parte de las voces que se han levantado, lo han hecho para manifestar su extrañeza frente al silencio que muchos sectores mantienen de cara a lo que se está viviendo en Venezuela. Pero, en paralelo, asistimos a la llamativa interacción que se ha producido entre el ciudadano de a pie y los medios de comunicación. Es interesante observar cómo entran en juego internet y las redes sociales como recurso para transmitir información
Héctor Schamis señalaba, en un artículo del diario El País titulado “De Tiananmen a Mérida”, cómo hoy en día no importa si un medio es censurado o no, puesto que un teléfono inteligente le da a cualquier ciudadano la posibilidad de divulgar u contenido, conviertiéndolo, virtualmente, en un periodista anónimo. Esto, si por una parte ha supuesto la posibilidad convocar o de intercambiar imágenes actualizadas, por otra ha dificultado la posibilidad de discriminar cuáles fuentes son confiables y cuáles no, y conduce a que en oportunidades se difunda, a veces con la mejor intención y con desconocimiento de lo que se está haciendo, información inexacta o errónea. Queda entonces en pie de duda, no la credibilidad de la información puntual, sino lacredibilidad del grupo cuya posición se pretende defender, que termina acusado de tendencioso, manipulador o falso.
En días pasados, Marco Ruiz, secretario general del Sindicato Nacional de los Trabajadores de la Prensa, alertaba en cuanto al trato que estaban recibiendo los comunicadores sociales. Es importante destacar que, más allá del contenido de las protestas, es necesario salvaguardar la libertad de expresión, tanto a nivel mediático, como a nivel individual y colectivo: se trata de un derecho inalienable.
Valdrá la pena recordar aquí la célebre cita de Voltaire: “Yo no estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero me pelearía para que usted pudiera decirlo”.