Me gustan los relatos breves, y siento especial predilección por quienes han cultivado el cuento como género.
Oscar Guaramato, Orlando Araujo, Pedro Emilio Coll, Manuel Díaz Rodríguez, Francisco Massiani, Antonio Arráiz, Leoncio Martínez y Oswaldo Trejo, a quien por cierto recuerdo con especial afecto, son apenas algunos de los venezolanos que han legado a la posteridad el tesoro de sus narraciones cortas. Pero quiero referirme especialmente hoy, porque viene al caso, a José Rafael Pocaterra, y a quien ha quedado indisolublemente asociado a las navidades caraqueñas y al quehacer en favor de la infancia: su personaje Panchito Mandefuá.
Pocaterra, cuyo activismo en contra de los regímenes de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez le llevó a recorrer más de una vez el amargo camino del exilio, se desempeñaría posteriormente como Presidente del Senado, Ministro de Trabajo y Comunicaciones y Embajador de Venezuela en Gran Bretaña, la Unión Soviética, Brasil y Estados Unidos sucesivamente.
La historia de Panchito Mandefuá se inscribe dentro de sus Cuentos Grotescos, publicados originalmente en 1922: una serie de historias de carácter marcadamente denunciativo que describen la realidad de una Venezuela signada por la tiranía, el abuso de poder y el resquebrajamiento de valores.
Panchito es, a su manera, una versión criolla de la danesa Vendedora de Cerillas. Ambos son niños desamparados, niños trabajadores, niños que luchan por conservar una vida que la noche terminará por segar. En ambos casos, se ofrece el cobijo sempiterno del cielo como compensación a las dificultades en su vida terrenal. Ya el título anuncia el previsible desenlace de la historia: “De cómo Panchito Mandefuá cenó con el Niño Jesús”.
Panchito, sortea las dificultades de cada día y se sostiene merced a la venta de billetes de lotería en las calles de la Caracas de principios de siglo, hasta que un vehículo automotor da al traste con su vida arrollándolo la víspera de Navidad. Pocaterra enmarca la historia en el contexto de una festividad en la que el protagonista resulta, precisamente, un niño. La absoluta soledad de Panchito, y la aún más ominosa soledad de Margarita, la pequeña a quien Panchito socorre, que además tiene que sufrir los maltratos de que es objeto en la casa en la que sirve, parecen contrastar con las atenciones que se prodigan tradicionalmente a los niños en estas fechas.
El mensaje de Pocaterra es claro: “A ti que esta noche irás a sentarte a la mesa de los tuyos, rodeado de tus hijos, sanos y gordos, al lado de tu mujer que se siente feliz de tenerte en casa para la cena de navidad; a ti que tendrás a las doce de esta noche un puesto en el banquete familiar, y un pedazo de pastel y una hallaca y una copa de excelente vino y una taza de café y un hermoso “Hoyo de Monterrey”, regalo especial de tu excelente vicio; a ti que eres relativamente feliz durante esta velada, bien instalado en el almacén y en la vida, te dedico este cuento de Navidad, este cuento feo e insignificante, de Panchito Mandefuá, granuja billetero, nacido de cualquiera con cualquiera en plena alcabala, chiquillo astroso a quien el Niño Dios invitó a cenar”
¿Cuántos Panchitos en nuestra ciudad esta noche? ¿Hasta cuándo Panchitos? No sólo los que carecen de la seguridad material que favorezca su desarrollo, sino también aquellos que carecen, aun en el seno de una familia, de atención, de cariño, de tiempo de calidad…
El protagonista por excelencia de la Navidad es el amor: “ tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único”. Es, así mismo, encarnada en la emblemática figura de un Niño, esperanza, promesa, posibilidad…
¿Y dónde irá a cenar Panchito esta noche? Quizá muy cerca de nosotros. Quizá consigamos verlo si prestamos atención. Y aún más importante: quizá podamos comprometernos a velar a lo largo del año para que cada Nochebuena haya menos Panchitos por el mundo
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