El Universal, 10 de septiembre de 2013
Durante varios años me he interesado en reconstruir y analizar la obra de un personaje al que poca importancia se ha concedido en relación a la influencia que surtió sobre las artes venezolanas del siglo XIX: Ramón de la Plaza Manrique.
A más de ser músico, diputado y diplomático, se desempeñó desde 1877 como primer director y organizador del Instituto de Bellas Artes, y, sin desvincularse de la vida política, asumió como prioridad el estudio de las manifestaciones artísticas de nuestro país, lo que conforma el basamento de su obra literaria.
La trascendencia de Ramón de la Plaza proviene, en primer lugar, de ser el primero en intentar una sistematización de datos relativos a la historia del arte local mediante sus Ensayos sobre el arte en Venezuela y, en segundo lugar, de la influencia que surtirían sus opiniones sobre el desarrollo de plástica nacional.
De la Plaza era considerado una autoridad en materia de arte, como lo evidencian su correspondencia, el hecho de que muchos le enviaran objetos para su colección, según comenta él mismo en sus Ensayos, y la alta jerarquía de los cargos que llegó a desempeñar. En consecuencia, sus juicios han debido de ser tomados muy en cuenta como referencia, lo cual favorecería el desarrollo de las manifestaciones que se ajustaban a sus criterios de bondad, e inhibiría el de otras expresiones que no eran de su agrado. El Impresionismo, por ejemplo, le merece la calificación de "escuela de los despropósitos", y fustiga a Pedro Emilio Rodríguez Flegel por haberse adscrito a esta tendencia pictórica (1883).
Así, el deseo de la gloria debió de impulsar a muchos a ceñirse a los patrones de Ramón de la
Plaza, con la esperanza de verse exaltados por sus apreciaciones críticas; mientras que, quizás, otros talentos permanecieron ignorados por obrar de acuerdo con las tendencias revolucionarias.
Es autor de diversas obras, la más importante de las cuales es la ya mencionada Ensayos sobre el Arte en Venezuela, reproducida en 1895 en el Primer libro venezolano de literatura, ciencias y bellas artes, seguida de un texto complementario. Esta obra constituye una recopilación de cinco ensayos que, en suma, dan cuenta del estado de las artes y de las ideas estéticas predominantes en Venezuela para aquel entonces, aportando además innúmeros datos biográficos de artistas venezolanos, datos de incalculable valor para la reconstrucción de la desmedrada historia del arte venezolano. En 1884 publica El drama lírico y la lengua castellana como elemento musical.
Si bien la parte más conocida de la obra de Ramón de la Plaza la constituyen estos dos libros, así
El estudio del pensamiento estético de Ramón de la Plaza reviste gran interés en dos sentidos: en primer lugar, como contribución al estudio de la historia del arte venezolano del siglo XIX, mediante el aporte de datos concernientes a ese período y a tan importante personaje, y en segundo lugar como referencia explicativa del curso que siguen los acontecimientos artísticos en Venezuela durante el siglo XIX, al poner de manifiesto el sistema de valores estéticos vigentes para la época, hasta ahora implícito en los textos el autor. Debe recordarse que de la Plaza representaba la estética oficial, en tanto sus funciones estuvieron permanentemente asociadas a las designaciones del Gobierno, principal comitente de obras y monumentos para entonces.
Mario Milanca Guzmán, Roldán Esteva Grillet, Roberto Lovera de Sola y Simón Noriega son algunos de los autores que han tenido el acierto de investigar y exaltar la figura de Ramón de la Plaza, así como José María Salvador, que acometió sistemáticamente el rastreo y recopilación de sus textos. Todavía queda mucho por decir acerca de un venezolano que, además, fue el primero en considerar como arte a nuestras expresiones aborígenes locales.
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