El Universal, 27 de marzo de 2013
Francisco |
Quienes denostan la Iglesia Católica por principio, se apresuraron a ventilar los trapos sucios de Francisco. Los argumentos que más rápidamente se esgrimieron fueron sus críticas al matrimonio igualitario y su presunta negligencia ante la situación de Yorio y Jalics, dos jesuitas secuestrados durante la dictadura argentina. El caso fue juzgado hace dos años, en el marco de la llamada causa Esma, y Germán Castelli, uno de los jueces que dictó la sentencia, fue tajante al aseverar que era absolutamente falso que Bergoglio hubiera entregado a los sacerdotes.
En el mismo tenor se pronunciarían Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz, y Leonardo Boff, ex -sacerdote brasileño y destacado representante de la Teología de la Liberación: “él escondió y salvó a muchos sacerdotes perseguidos”, afirmaría, añadiendo que el ahora Papa mantenía contacto con sacerdotes repudiados por la Iglesia oficial por haberse casado, y que le constaba que había aprobado manifiestamente que una pareja homosexual adoptara un niño.
José María Vélaz |
Así que de momento, lo que sí se sabe es que el Cardenal era un hombre acostumbrado a movilizarse en metro, a cocinar su propia comida en el sencillo apartamento que ocupaba y, más aún, acostumbrado a hablar en guaraní, lo que le identificaba todavía más con el grueso de la población humilde de su Argentina natal.
Pero de todo lo que se ha escrito sobre Francisco, lo que más me ha interesado es una aseveración rescatada por Morales Solá, quien lo conocía personalmente. Al referirse a la caridad, Bergoglio afirmaría: "es la práctica política más inhumana que conozco, porque condena a los pobres a la dependencia, a pedir siempre sin esperanzas’. Esto es: el Papa participa de una visión que llama a reivindicar la dignidad del ser humano en virtud de su condición de hijo de Dios, y que invita a enseñar a pescar, en lugar de entregar la caña,
Ante esta perspectiva, no he podido menos que evocar a otro jesuita extraordinario: el Padre José María Vélaz, porque ¿acaso existe otra institución más consustanciada con la encomiable tarea de acompañar a la persona en su proceso de crecimiento que la por él fundada, Fé y Alegría?
El 5 de marzo de 1955 comenzó a operar en un barrio marginal del oeste de Caracas, gracias a la generosidad de Abraham Reyes y su esposa, quienes cedieron su casa, que llevaban ocho años levantando, para que allí se emplazara la primera escuela.
Vélaz emprendió la tarea junto con un grupo de estudiantes de la Universidad Católica Andrés Bello. En 1964 había ya diez mil alumnos en Venezuela, y hoy en día el proyecto está presente en 19 países repartidos en tres continentes.
Si hay un producto made in Venezuela del que me siento orgullosa es, sin duda, Fé y Alegría, cuya filosofía, finalmente, se refleja en esta desiderata del Padre Vélaz: “Anhelo integrar en un solo valor la selva, los talleres y los libros, los maestros y los consejeros, la Fe, el paisaje y la oración, los grandes proyectos del futuro, el arte, la esperanza y el amor”.