En el floreciente panorama de la cultura venezolana en el siglo XIX, las figuras de Ramón y Nicanor Bolet Peraza destacan no solo por la calidad de su trabajo en diferentes rubros, sino también por la abundancia de su producción.
Este período de la historia cultural de Venezuela resulta especialmente pujante en razón de las trasformaciones que se operan a nivel social y político. Por una parte, es en esta época que se retoma la actividad artística después del prolongado cese impuesto por la Guerra de Independencia y, por otra, la pintura venezolana comienza a cobrar reconocimiento internacional, principalmente a causa del apoyo que diferentes personajes e instituciones brindarían a los artistas locales, sobre todo para que prosiguieran su formación en el extranjero. Además, es durante esta etapa cuando comienza a signarse la obra de arte con la impronta venezolana, lo que se expresa, generalmente, a través del motivo representado.
Junto con Manuel Antonio González, Ramón Bolet es uno de los más importantes escultores de este período, pero es, así mismo, uno de los más brillantes ilustradores del siglo XIX. También concibió diferentes diseños numismáticos, como las cuatro monedas conmemorativas con que Guzmán Blanco obsequiaría a cada uno de los Presidentes de los Estados regionales con motivo de las fiestas de Inauguración del monumento ecuestre del Libertador en 1874.
A pesar de haber apoyado al Ilustre Americano durante los primeros años de su mandato, Nicanor se convierte en uno de los más estrechos colaboradores del Presidente Francisco Linares Alcántara cuando éste accede al poder. Tras el deceso de Linares Alcántara, Nicanor se ve obligado a emigrar a Nueva York con su familia, al verse perseguido, como otros, a causa de las severas críticas opuestas a Guzmán Blanco, quien había retomado el gobierno de la nación.
En Nueva York forma parte del grupo que funda la Sociedad Literaria Hispanoamericana, cuya presidencia asumió en varias ocasiones. Allí publica La revista lustrada y Las tres Américas, en las que reseña los éxitos de otros latinoamericanos, mientras redacta en paralelo otros textos marcados por su innegable vena humorística. Su pluma lega a la posteridad obras como La revolución del trabajo, Cartas gredalenses e Impresiones de viaje, así como dos obras de teatro: A falta de pan, buenas son tortas y Luchas del hogar.
Simón Noriega señala cómo Humboldt y Semple elogian la cortesía, los buenos modales, el conocimiento de los maestros de la literatura y el gusto por la música que caracterizaban a los caraqueños. Es por ello que la segunda mitad del siglo XIX seguirá ofreciéndonos abundante material de investigación en lo que toca a la cultura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario