Probablemente, hablar de Superman remitirá a los más jóvenes a Smallville, el poblado ficticio de Kansas en el que Alfred Gough y Miles Millar enmarcan la adolescencia y juventud de Clark Kent, presentadas a través de una serie televisiva que comenzó a transmitirse en 2001. Sin embargo, según el rango de edades, y en un enfoque retrospectivo, habrá quien asocie el superhéroe a los dibujos animados del Salón de la Justicia, a las películas protagonizadas por el fallecido actor Christopher Reeve o al programa de televisión en blanco y negro que comenzaba con la mítica cuestión “¿Es un pájaro? ¿Es un avión?”. Yo llegué a verlo.
Una ojeada superficial al personaje, cuyo comportamiento ha ido mutando para ajustarse a las prioridades de cada época, revela aspectos verdaderamente sorprendentes. El artículo que le dedica Wikipedia pone de manifiesto la atención de la que ha sido objeto, vista su capacidad de calar en el tejido social. Fue concebido originalmente como un villano y re-conceptualizado en 1933 transformándose en el paladín de la justicia que hoy en día conocemos. Muchas de sus imágenes se inspiraron en el Robin Hood interpretado por Douglas Fairbanks en el cine, según declararan sus propios autores, Jerry Siegel y Joe Shuster.
Estudiosos como el el rabino Simcha Weinstein y el novelista Howard Jacobson, prosigue la Wikipedia, estiman que involucra aspectos de la cultura judía, pudiendo asimilarse a la noción del ángel, el ente con fisonomía humana pero dotado de poderes sobrenaturales. Prueba de ello es que el nombre kriptoniano del personaje, Kal-El, involucre el sufijo “el”, que significa “Dios”, al igual que lo contienen nombres de arcángeles como Rafael, Gabriel, o Miguel.
Sorprendente resulta también descubrir que Umberto Eco dedicara un texto en 1960 a explorar los rasgos mitológicos del personaje, o que haya quienes lo vinculen a conceptos de Le Corbusier por hacer de la ciudad algo transparente gracias a su visión de rayos X. Pero, por mi parte, hay un aspecto que me ha llamado poderosamente la atención, y es su faceta de inmigrante.
En su obra “¿Qué hace a Superman tan endemoniadamente americano?” el escritor Gary Engle señala cómo el superhéroe representa el potencial del inmigrante para contribuir al bien común. En efecto: enviado a la Tierra por sus padres ante la inminente destrucción de su planeta natal, Krypton, Superman es criado como un niño normal por una pareja de granjeros, Jonathan y Martha Kent. Cuando afloran sus súper-poderes, los pone al servicio de la comunidad a la que adviene. Interesante idea para un venezolano en tiempos de migración.
Como Superman, el venezolano va poniendo sus dotes al servicio de las comunidades a las que llega, sembrando, creando, aportando, pero, como él, también enfrenta una tragedia, que la agudeza de Nacho Izcaray expresa con precisión. Se trata de lo que denomina “el síndrome de Superman”: puede volar a cualquier sitio, menos a su hogar, porque su planeta ya no existe: voló en mil pedazos….
Y sin incurrir en el hipócrita lamento que niega las bondades de las que hemos disfrutado quienes desde hace tiempo nos radicamos en otro sitio por diversas razones, verdad es también que hemos mezclado nuestras lágrimas ante la distancia, ante las dificultades que confrontan nuestros compatriotas, antes las injusticias que se mantienen vigentes desde hace años en nuestro país.
Nuestro Krypton, tal como lo conocimos, ya no existe. Y, sin duda, duele. Duele cada hora, cada kilómetro, cada noticia. Y al igual que el hombre de acero, seguimos siendo vulnerables a todo lo que nos sepa a Venezuela. Sigue en pie el guión según el cual, como señalara Pevey, no es posible mantenerse impasible al pensar en nuestro perdido hogar: “la única cosa capaz de dañar a Superman es la kryptonita, un pedazo de su antiguo mundo nativo”….
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