El Universal, 23 de junio de 2015
El pasado 13 de junio se celebró el sesquicentenario del nacimiento de William Butler Yeats, considerado el máximo exponente de la poesía irlandesa moderna.
Ya en junio de 2014, tras varios años de reunirse regularmente para leer y analizar su obra, había quedado formalmente constituida la “Yeats Society Madrid”, con Madeleine Bellew Flannery al frente. Un acto auspiciado por la Embajada de Irlanda en España y por la Universidad Saint Louis en Madrid conmemoró los 75 años del fallecimiento del poeta y dio inicio a un programa de actividades cuyo principal objetivo era divulgar la obra del autor, Premio Nobel de Literatura en 1923.
El principal mérito de Yeats, al decir de los entendidos, consistió en desligar la poesía irlandesa de los patrones ingleses tradicionales, tanto en lo tocante a los contenidos como a la forma de expresarlos.
Aunque nacido en Dublín, Yeats transcurrió parte de su infancia en el condado de Sligo, de donde procedía su familia materna, lugar cuya belleza habría de inspirar gran parte de su obra temprana. Esto y su relación con John O´Leary, líder del movimiento independentista irlandés, encenderían su fervor por la historia y las tradiciones de Irlanda. Beatriz Villacañas, autora de un interesante tratado sobre literatura irlandesa, expresaría: “…las leyendas y los héroes de su país lo fascinaban: pronto significarían para él todo lo noble y lo bello de un mundo no contaminado por lo prosaico y lo materialista de Inglaterra, el mundo industrializado”.
Creador del llamado “estilo celta crepuscular”, Yeats exaltaría los valores de la historia de Irlanda, permitiendo que su obra se permeara, al mismo tiempo, con otras influencias, como la constante búsqueda espiritual que signaría su vida, o el amor por la inaccesible Maud Gonne, quien rechazaría en 1891 la propuesta de matrimonio del poeta. Gonne, activista del movimiento nacionalista irlandés, ayudó a Yeats en la fundación de la Sociedad Literaria Nacional de Londres e inspiró no solo muchos de sus poemas, sino también obras como The Countess Cathleen, que ella misma encarnaría en el Abbey Theatre de Dublín, dirigido por Yeats entre 1899 y 1909.
Gonne estuvo casada con Sean MacBride, uno de los héroes del Levantamiento de Pascua, que tendría una importante repercusión para la independencia de Irlanda, y que daría origen a uno de los más célebres poemas de Yeats: “Easter, 1916”.
En la obra de Yeats prevalece la continua contraposición entre el pragmatismo inglés y la intuición y el misticismo irlandeses. “Los héroes de las sagas, la belleza de la leyenda, el conocimiento mágico de los druidas, la ensoñación a la que invita el paisaje, todo esto que compone un mundo espiritual, será el referente esencial y también liberación ética y estética con respecto al mundo materialista y prosaico”, afirmaría Villacañas. El Crepúsculo Celta, publicado en 1893, constituye la más nítida expresión del pensamiento del escritor al respecto.
Al tiempo que propugna la búsqueda de la trascendencia a través del arte, el heroísmo y la belleza, Yeats mantiene también una postura crítica respecto a la sociedad irlandesa de su época, que considera desvinculada de la tradición y la gloria de las gestas célticas, lo que se refleja en obras como The Green Helmet o Responsibilities.
Autores como Javier Marías o Alejandro García Reyes, por ejemplo, se han ocupado de traducir la obra del poeta al castellano, así como Pedro Pérez y la propia Villacañas han traducido algunos poemas para sus libros Poesía en lengua inglesa: Antología esencial y Literatura irlandesa, respectivamente. Sin embargo, fue Antonio Rivero Taravillo quien presentó en 2010 la obra poética completa de Yeats en castellano por primera vez, en una publicación de la Editorial Pre-Textos.
La Yeats Society de Madrid, así como otras sociedades homónimas, ubicadas en lugares tan disímiles como Hungría, Japón, Korea, Australia o Nueva York, afiliadas por su parte a la International Yeats Society, realizan una interesante labor al facilitar el intercambio de información y comunicaciones entre los estudiosos del escritor, y al promover el estudio de la cultura y la literatura irlandesas.
martes, 23 de junio de 2015
martes, 16 de junio de 2015
Krypton
El Universal, 16 de junio de 2015
Probablemente, hablar de Superman remitirá a los más jóvenes a Smallville, el poblado ficticio de Kansas en el que Alfred Gough y Miles Millar enmarcan la adolescencia y juventud de Clark Kent, presentadas a través de una serie televisiva que comenzó a transmitirse en 2001. Sin embargo, según el rango de edades, y en un enfoque retrospectivo, habrá quien asocie el superhéroe a los dibujos animados del Salón de la Justicia, a las películas protagonizadas por el fallecido actor Christopher Reeve o al programa de televisión en blanco y negro que comenzaba con la mítica cuestión “¿Es un pájaro? ¿Es un avión?”. Yo llegué a verlo.
Una ojeada superficial al personaje, cuyo comportamiento ha ido mutando para ajustarse a las prioridades de cada época, revela aspectos verdaderamente sorprendentes. El artículo que le dedica Wikipedia pone de manifiesto la atención de la que ha sido objeto, vista su capacidad de calar en el tejido social. Fue concebido originalmente como un villano y re-conceptualizado en 1933 transformándose en el paladín de la justicia que hoy en día conocemos. Muchas de sus imágenes se inspiraron en el Robin Hood interpretado por Douglas Fairbanks en el cine, según declararan sus propios autores, Jerry Siegel y Joe Shuster.
Estudiosos como el el rabino Simcha Weinstein y el novelista Howard Jacobson, prosigue la Wikipedia, estiman que involucra aspectos de la cultura judía, pudiendo asimilarse a la noción del ángel, el ente con fisonomía humana pero dotado de poderes sobrenaturales. Prueba de ello es que el nombre kriptoniano del personaje, Kal-El, involucre el sufijo “el”, que significa “Dios”, al igual que lo contienen nombres de arcángeles como Rafael, Gabriel, o Miguel.
Sorprendente resulta también descubrir que Umberto Eco dedicara un texto en 1960 a explorar los rasgos mitológicos del personaje, o que haya quienes lo vinculen a conceptos de Le Corbusier por hacer de la ciudad algo transparente gracias a su visión de rayos X. Pero, por mi parte, hay un aspecto que me ha llamado poderosamente la atención, y es su faceta de inmigrante.
En su obra “¿Qué hace a Superman tan endemoniadamente americano?” el escritor Gary Engle señala cómo el superhéroe representa el potencial del inmigrante para contribuir al bien común. En efecto: enviado a la Tierra por sus padres ante la inminente destrucción de su planeta natal, Krypton, Superman es criado como un niño normal por una pareja de granjeros, Jonathan y Martha Kent. Cuando afloran sus súper-poderes, los pone al servicio de la comunidad a la que adviene. Interesante idea para un venezolano en tiempos de migración.
En el brevísimo lapso que ha transcurrido desde que se trasladó a Miami, el productor Ignacio Izcaray ha desarrollado una intensa labor tanto en la dimensión musical a la que nos tiene acostumbrados, como en su rol de dramaturgo a través de “La viuda de Gardel” que, encarnada por la también venezolana Gladys Cáceres, viene presentándose en el Paseo de Las Artes DORAL con éxito.
Como Superman, el venezolano va poniendo sus dotes al servicio de las comunidades a las que llega, sembrando, creando, aportando, pero, como él, también enfrenta una tragedia, que la agudeza de Nacho Izcaray expresa con precisión. Se trata de lo que denomina “el síndrome de Superman”: puede volar a cualquier sitio, menos a su hogar, porque su planeta ya no existe: voló en mil pedazos….
Y sin incurrir en el hipócrita lamento que niega las bondades de las que hemos disfrutado quienes desde hace tiempo nos radicamos en otro sitio por diversas razones, verdad es también que hemos mezclado nuestras lágrimas ante la distancia, ante las dificultades que confrontan nuestros compatriotas, antes las injusticias que se mantienen vigentes desde hace años en nuestro país.
Nuestro Krypton, tal como lo conocimos, ya no existe. Y, sin duda, duele. Duele cada hora, cada kilómetro, cada noticia. Y al igual que el hombre de acero, seguimos siendo vulnerables a todo lo que nos sepa a Venezuela. Sigue en pie el guión según el cual, como señalara Pevey, no es posible mantenerse impasible al pensar en nuestro perdido hogar: “la única cosa capaz de dañar a Superman es la kryptonita, un pedazo de su antiguo mundo nativo”….
Probablemente, hablar de Superman remitirá a los más jóvenes a Smallville, el poblado ficticio de Kansas en el que Alfred Gough y Miles Millar enmarcan la adolescencia y juventud de Clark Kent, presentadas a través de una serie televisiva que comenzó a transmitirse en 2001. Sin embargo, según el rango de edades, y en un enfoque retrospectivo, habrá quien asocie el superhéroe a los dibujos animados del Salón de la Justicia, a las películas protagonizadas por el fallecido actor Christopher Reeve o al programa de televisión en blanco y negro que comenzaba con la mítica cuestión “¿Es un pájaro? ¿Es un avión?”. Yo llegué a verlo.
Una ojeada superficial al personaje, cuyo comportamiento ha ido mutando para ajustarse a las prioridades de cada época, revela aspectos verdaderamente sorprendentes. El artículo que le dedica Wikipedia pone de manifiesto la atención de la que ha sido objeto, vista su capacidad de calar en el tejido social. Fue concebido originalmente como un villano y re-conceptualizado en 1933 transformándose en el paladín de la justicia que hoy en día conocemos. Muchas de sus imágenes se inspiraron en el Robin Hood interpretado por Douglas Fairbanks en el cine, según declararan sus propios autores, Jerry Siegel y Joe Shuster.
Estudiosos como el el rabino Simcha Weinstein y el novelista Howard Jacobson, prosigue la Wikipedia, estiman que involucra aspectos de la cultura judía, pudiendo asimilarse a la noción del ángel, el ente con fisonomía humana pero dotado de poderes sobrenaturales. Prueba de ello es que el nombre kriptoniano del personaje, Kal-El, involucre el sufijo “el”, que significa “Dios”, al igual que lo contienen nombres de arcángeles como Rafael, Gabriel, o Miguel.
Sorprendente resulta también descubrir que Umberto Eco dedicara un texto en 1960 a explorar los rasgos mitológicos del personaje, o que haya quienes lo vinculen a conceptos de Le Corbusier por hacer de la ciudad algo transparente gracias a su visión de rayos X. Pero, por mi parte, hay un aspecto que me ha llamado poderosamente la atención, y es su faceta de inmigrante.
En su obra “¿Qué hace a Superman tan endemoniadamente americano?” el escritor Gary Engle señala cómo el superhéroe representa el potencial del inmigrante para contribuir al bien común. En efecto: enviado a la Tierra por sus padres ante la inminente destrucción de su planeta natal, Krypton, Superman es criado como un niño normal por una pareja de granjeros, Jonathan y Martha Kent. Cuando afloran sus súper-poderes, los pone al servicio de la comunidad a la que adviene. Interesante idea para un venezolano en tiempos de migración.
Como Superman, el venezolano va poniendo sus dotes al servicio de las comunidades a las que llega, sembrando, creando, aportando, pero, como él, también enfrenta una tragedia, que la agudeza de Nacho Izcaray expresa con precisión. Se trata de lo que denomina “el síndrome de Superman”: puede volar a cualquier sitio, menos a su hogar, porque su planeta ya no existe: voló en mil pedazos….
Y sin incurrir en el hipócrita lamento que niega las bondades de las que hemos disfrutado quienes desde hace tiempo nos radicamos en otro sitio por diversas razones, verdad es también que hemos mezclado nuestras lágrimas ante la distancia, ante las dificultades que confrontan nuestros compatriotas, antes las injusticias que se mantienen vigentes desde hace años en nuestro país.
Nuestro Krypton, tal como lo conocimos, ya no existe. Y, sin duda, duele. Duele cada hora, cada kilómetro, cada noticia. Y al igual que el hombre de acero, seguimos siendo vulnerables a todo lo que nos sepa a Venezuela. Sigue en pie el guión según el cual, como señalara Pevey, no es posible mantenerse impasible al pensar en nuestro perdido hogar: “la única cosa capaz de dañar a Superman es la kryptonita, un pedazo de su antiguo mundo nativo”….
Regalos de la luz: Esteban del Toro
El Universal, 9 de junio de 2015
Cuando el talento creativo se encuentra en ebullición, es frecuente que fluya a través de diversos cauces. Tal es el caso de Esteban del Toro, quien, formado profesionalmente como Diseñador Industrial, ha incursionado con éxito también en otras áreas, como la pintura y el diseño de modas. Sin embargo, en pocos campos parece brillar más su vena artística que en la fotografía, actividad que desarrolla profesionalmente, tanto a nivel publicitario como a nivel artístico, desde el año 2009.
Nacido en Tetuán en 1959, nutre su obra de la diversidad de influencias que ha recibido en su continuo peregrinar a través de diferentes países. Al respecto, el artista enfatiza cómo sus escenas urbanas procuran traducir la idea de que todo y todos somos parte de lo mismo, porque estamos hechos del mismo barro, lo cual ha podido constatar a través de sus múltiples viajes.
Hay varios rasgos que parecen distinguir la obra de Esteban del Toro. En primer lugar, resulta evidente el interés en las series, la búsqueda de elementos que se repiten, que establecen un ritmo, y que en ocasiones parecen converger hacia un mismo punto de fuga. Elementos anodinos del mobiliario urbano, tales como una pila de sillas encajadas unas sobre otras, son tema frecuente en sus fotografías. Y es esa interpretación del objeto cotidiano como objeto artístico la que prevalece cuando va reportando en sus imágenes elementos arquitectónicos que se replican hasta constituirse en auténticas grecas.
En ocasiones, ni siquiera es posible identificar de dónde proviene el fragmento que contemplamos, cuál es el objeto retratado, pues la magnificación de algún particular hasta conferirle un valor protagónico hace que pierda las referencias figurativas. Una grieta, una mancha de óxido, una gota de agua, pueden convertirse en entes anónimos e inidentificables, que destilan, sin embargo, poesía, pródigos en colores y texturas, sin necesidad de representar “algo” concreto y bastándose a sí mismos en su riqueza morfológica y cromática.
Y finalmente, en la obras de del Toro, destaca la luz: la luz como objeto de estudio en sí misma, y la luz como recurso para modular delicadamente los volúmenes, cuando se trata la figura humana, por ejemplo. La luz, que se descompone en un haz cromático, la captura de la breve existencia de un destello, atmósferas luminosas, vacuas y transparentes, y sin embargo perceptibles y coloridas, constituyen el tema sobre el que se concretan las inagotables variaciones que Esteban desarrolla en su investigación.
Representado habitualmente en Venezuela por la Galería Arte Bortot, fue invitado a exponer su serie “Ataduras” en la sala Texu, de Oviedo, en donde también participó en exposiciones colectivas. “Hágase la luz”, exhibida en la Sala La Invierna, de Madrid, fue presentada por el diario español ABC como fotogalería de la semana en 2010.
Esteban considera la imagen como un regalo de la luz, no solo en el sentido literal, en el que es la luz lo que hace posible la visión, sino también en el sentido espiritual, considerando la luz como la fuerza nutricia, primigenia que revela la belleza presente en el entorno. No deja de ser mágico, como señala el artista, que la misma gota de agua, fotografiada por dos personas diferentes, dé como producto dos imágenes tan distintas. Sin duda, es el conocimiento de la técnica lo que hace factible alcanzar el efecto deseado, pero, sobre todo, es la particular sensibilidad de cada quien lo que permite seleccionar unos y no otros aspectos, y ponerlos en relieve.
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