El Universal, 14 de abril de 2015
La prensa exalta la hazaña de Gennet Corcuera, quien, a los 34 años, ha logrado concluir con éxito su carrera universitaria. En principio, no se trataría de un logro tan digno de reseñar si no fuera porque la joven, de origen etíope, es sorda y ciega desde muy pequeña a causa de una infección.
Creció en un orfanato de Addis Abeba, en donde permaneció hasta los siete años, cuando la adoptó la española Carmen Corcuera. Ahora ha completado su formación para el Magisterio y comenzará a trabajar en mayo próximo, haciendo realidad su sueño.
Existen precedentes de este tipo de logros. La conocida Helen Keller y su no menos afamada educadora Anne Sullivan, sin ir más lejos, ilustran la capacidad de sobreponerse a la adversidad y a las limitaciones reales, estableciendo un hito que merecerá recordarse a través de la historia. Se trata de lo que a última fecha se ha dado en llamar “resiliencia”, y del esfuerzo por canalizar hacia un propósito concreto el potencial que efectivamente existe en alguien, dotando a la vida de “sentido”, para expresarlo en el lenguaje que emplearía Viktor Frankl.
Esta tendencia, sin embargo, puede desarrollarse de manera asombrosa cuando una persona decide incursionar, además, en un campo tradicionalmente reservado a quienes no sufren determinadas discapacidades. Tal es el caso del filósofo Egven Bavcar, uno de los personajes que más me ha impresionado en los últimos tiempos.
Bavcar, a la edad de once años, sufrió dos accidentes que le privaron consecutivamente de la vista de uno y otro ojo. Paulatinamente, fue dejando de percibir la luz. Ello no le ha impedido convertirse en uno de los más connotados fotógrafos de la era contemporánea.
Los encuadres se crean auditivamente: a partir de la voz de las personas, Bavcar puede percibir la distancia, la dirección en que se encuentra el modelo, explorando a veces el objeto de la imagen con las manos, lo que explica que a menudo éstas se hagan presentes en sus fotografías.
El hecho de haber sido vidente durante los primeros años de su vida hace que Bavcar disponga de un repertorio de imágenes en su interior, particularmente de su Eslovenia natal, que utiliza como referentes. De hecho, sus fotografías procuran ser la expresión observable para otros de su propio mundo interior.
En relativa sintonía con el adagio leonardesco según el cual “la pittura é cosa mentale” (la pintura es cosa mental) Bavcar concibe la imagen como la transcripción visible de un concepto abstracto. El desnudo femenino, por ejemplo, representa en su obra la mortalidad , y está revestida de connotaciones bíblicas: Eva es consciente de su desnudez solo cuando ha perdido el paraíso y asume su naturaleza mortal. Del mismo modo, el fotógrafo explica cómo Miguelangel no necesitó ser testigo de la entrega del Decálogo ni ver a Moisés para poder representarlo: le bastó con acceder mediante la lectura, intelectualmente, a la narración que daba cuenta de su vida.
Bavcar es consciente del fenómeno narcista que se produce cuando otros – en particular las mujeres, asegura—son vistos: las personas necesitan de la mirada del otro para forjar su propia percepción de sí mismas. Al relacionarse con un invidente, pierden esta posibilidad de contemplarse a través del impacto que producen en el otro. Para suplir esta deficiencia, Bavcar lleva consigo un pequeño espejo que coloca en su solapa, de modo que sus interlocutores puedan verse. El fotógrafo enfatiza cómo las personas creen que se ven con sus propios ojos, cundo en realidad para verse necesitan espejos.
¿Por qué será que Bavcar me remite ineludiblemente a la aseveración de la zorra de “El Principito” según la cual lo esencial es invisible a los ojos y solo se ve bien con el corazón?
Hizo nada menos que de la Filosofía del Arte el centro de su inquietud heurística, pese a requerir para ello que le describieran las obras, apelando a más de una persona para realizar esta tarea a fin de neutralizar los sesgos que pudieran derivarse de la interpretación subjetiva de cada quien.
Hay quienes aducen que la popularidad de Bavcar como fotógrafo tiene que ver más con el hecho de ser ciego que con la innovación en su obra; hay quienes, por el contrario, apuestan asombrados por la calidad de su producción. En lo personal me interesa menos como fotógrafo que como persona. Me encanta. Me parece admirable. Lúcido y dotado de una excepcionalidad sagacidad y de un gran sentido del humor.
Ante un hombre como Bavcar no puedo uno menos que concluir que no hay peores barreras que las que están en nuestra mente, y que ninguna limitación es lo suficientemente poderosa como para poder hacernos desistir de encontrar nuestro particular medio de expresión.
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