martes, 23 de septiembre de 2014

Machismo sí, machismo no….


El Universal, 23 de septiembre de 2014

En días pasados, uno de mis más brillantes interlocutores puntualizaba el hecho de que a menudo permanecemos impasibles ante una serie de aseveraciones, de escenas, de costumbres, que entrañan flagrantes violaciones a la igualdad de género. Se trata de ideas que han recibido tan amplia difusión que ni siquiera nos alteran: ¡no las detectamos!

Seguimos contándoles a nuestros hijos los mismos cuentos, a través de los cuales les inoculamos algunas creencias, a las que hemos sobrevivido, es cierto, pero que en ningún caso deberían continuar extendiéndose. ¿Quién se atrevería a negar que la romántica historia de la Cenicienta, por citar un ejemplo, propugna el matrimonio como forma de promoción social y como estrategia para resolver un problema? ¿Quién se atrevería a sugerir a sus hijas que permanecieran en actitud contemplativa y resignada hasta poder descargar en las espaldas de algún infortunado galán todo el peso de la responsabilidad por la felicidad propia?

Es comprensible. Estas historias reflejan el pensamiento y las pautas culturales vigentes en el momento en que surgieron, pero ya va siendo hora de que dejen de narrarse sin hacer la salvedad de que existen otros comportamientos alternativos por los que es posible optar.
El 18 de noviembre de 1949 se estrenó en Estados Unidos “La costilla de Adán”, una película en la que los protagonistas, una pareja de abogados, encarnados por Spencer Tracy y Katherine Hepburn, se ven enfrentados cuando asumen respectivamente el rol de abogado defensor y fiscal acusador del mismo caso: un intento de asesinato. La acusada habría disparado torpemente y sin mirar a su marido cuando lo descubre in fraganti con otra mujer. La reflexión de Hepburn a lo largo de la comedia es la siguiente: ¿se percibe de la misma manera una falta cuando es cometida por un hombre que cuando la comete una mujer? ¿Por qué hay comportamientos que nos parecen naturales en un género y no en otro?

La película concluye, todo hay que decirlo, con la célebre frase “Vive la différence!”, con la que se celebra la disimilitud entre sexos que enriquece y matiza la vida humana. Ya no se trata de un tópico: la diferencia entre hombres y mujeres es un hecho constatado. Pero es que no se trata de quehombres y mujeres sean iguales: se trata de que tengan las mismas oportunidades y los mismos derechos. Y ello pasa por adquirir el mismo grado de autonomía, de manera que, cuando surjan los afectos, respondan al “te necesito porque te quiero”, y no al “te quiero porque te necesito”.

El hecho es que, sumidos en nuestra cultura, se encuentra una serie de clichés que contemplamos con naturalidad, cultivados al calor de la publicidad que los perpetúa.
La violencia de género a menudo se confunde erróneamente con la violencia en contra de la mujer, cuando en realidad se trata de manifestaciones ejercidas física o psicológicamente en contra de cualquier persona o colectivo en razón de su género, incluyendo homosexuales, bisexuales y transexuales. Aunque es menos frecuente, también puede dirigirse hacia los hombres, quienes podrían lamentar verse definidos invariablemente por determinadas etiquetas socio-culturales con el mismo frustrante resultado que padecen las mujeres. 

De hecho, en días pasados, me sorprendieron positivamente ciertas reflexiones vertidas por José María Ruiz Soroa en el diario digital de Álava “elcorreo.com”. El articulista se admiraba de los términos en que dos señoras se habían expresado acerca del conocido escritor Arturo Pérez-Reverte, para terminar apostrofándolo de hombrecillo: “No lo entiendo. ¿Por qué 'hombrecillo', y no 'personajillo' o 'ser limitado' o 'autor nimio'? ¿Por qué recurren las dos féminas a la condición sexual de Pérez-Reverte para poder rebajarle? ¿Y por qué lo hacen precisamente disminuyendo esta capacidad masculina del escritor? ¿Por qué llamar 'hombrecillo' u 'hombre pequeño' o 'poco hombre' a alguien cuando se le quiere criticar o afear la conducta? ¿No se están aceptando al hablar de esta manera todos los parámetros implícitos, precisamente, en las valoraciones machistas de muchos hombres?”

Si bien tradicionalmente han sido las mujeres quienes han llevado la peor parte , también los hombres se han visto fustigados por principios tan aberrantes y ya vituperados como el de que los niños no lloran, sin ir más lejos; y ciertos feminismos, en lugar de abogar por los derechos de la mujer, la han puesto a veces en evidencia, al pretender privarla de lo que le es propio por naturaleza.

No se puede borrar de un plumazo lo que se ha gestado a lo largo de siglos, pero sí se debe crear cierta conciencia que nos incite a permaneceralertas, a identificar y neutralizar ciertos mensajes sexistas , evitando que se transmitan a las nuevas generaciones, sin caer en fanatismos ni negar lo que es maravilloso: “Vive la différence!”

martes, 16 de septiembre de 2014

Aquel Cantor

El Universal, 16 de septiembre de 2014

En días pasados tuve el privilegio (así lo considero) de asistir en Madrid a una exhibición privada de la película “Aquel cantor”, creada en torno a la figura de Alfredo Sadel , tenor favorito de Venezuela.

El film, homónimo de la canción con la que el cantante se haría acreedor al primer lugar en el Festival de la Voz de Oro de Venezuela, desvela los entretelones de una historia en la que, junto a los evidentes atributos que contribuyeron a hacer de Sadel una estrella, como su atractivo físico, su portentosa voz o su afabilidad, se muestra el reverso de la moneda: el permanente asedio al que se veía sometido y la disciplina férrea con que acometía el estudio continuamente en pos de la excelencia, atreviéndose incluso a incursionar en otros terrenos, cuando bien hubiera podido dormirse en los laureles que había cosechado en el ámbito de la música popular.

La producción de Celia Gómez y del conocido periodista y cineasta Alfredo Sánchez, hijo del cantante, nos muestra a un Sadel emotivo, humano y serenatero. Nos descubre su faceta de dibujante, gracias a la cual entablaría una perdurable amistad con el maestro Carlos Cruz- Diez, con quien trabajaría en una conocida agencia de publicidad; nos narra su incursión en la industria filmográfica norteamericana a través de la Metro-Goldwyn-Mayer, y relata su inmersión en el mundo de la ópera, en donde también llegaría a obtener reconocimiento.

Así mismo, el documental reseña la continua labor de Sadel en pro de la democracia, como defensor de la pluralidad de pensamiento y benefactor de muchos venezolanos que permanecían en el exilio, consustanciados con las más diversas ideologías, a pesar de las vinculaciones que hayan querido establecerse entre el cantante y algún partido político.
Sin embargo, más allá de la figura de Sadel, sobre quien mucho se ha escrito ya y con razón, la película merece ser encomiada por diversas razones. Resulta exitosa la manera de construir el relato, alternando las narraciones efectuadas en primera persona por el propio artista con la participación de quienes lo conocieron y siguieron su trayectoria, muchos de ellos ya desparecidos hoy, como Celia Cruz , José Ignacio Cabrujas o
Libertad Lamarque. Con ello, la cinta adquiere el mérito adicional de atesorar las intervenciones de importantes personalidades que, más que marcar una época, contribuyeron a construirla.

“Aquel Cantor” constituye, sin duda, un valioso documento que da cuenta del estado de cosas, el pensamiento y las motivaciones vigentes en un tiempo ya lejano.
Sadel se erige como figura central contra un fondo que va quedando descrito inadvertidamente, en sordina, y que llega a cobrar también, inevitablemente, un valor protagónico.

De la mano con la figura encantadora de quien fuera emblema de una generación, transitan unos valores ya preteridos, a partir de los cuales quiso Sadel orientar su vida, a saber: el amor por los suyos y el compromiso con la construcción de un país que se nos presenta en la película todo promesa, todo posibilidad, todo futuro.

Imposible no sentir nostalgia por ese espíritu de creación, de construcción, por la esperanza. A ver si nos re-embarga también ese mismo ánimo para hacer lo mejor que podamos, a partir de lo que tenemos, cada uno desde su lugar de trabajo, por nuestro país.

martes, 2 de septiembre de 2014

Preciosismo burocrático

El Universal, 2 de septiembre de 2014

Sin llegar a ser un pensador connotado, el barón Frédéric-Melchior Grimm perteneció, sin embargo, a lo más selecto de la intelectualidad de su época. Oriundo de Baviera, transcurrió gran parte de su vida en Francia, en donde alternaría con diversos enciclopedistas. Su correspondencia con Diderot y Catalina II sería publicada bajo el título de "Correspondance littéraire, philosophique et critique” en 1813, y recoge sus opiniones sobre arte, literatura y política.

Ya en una carta de 1765, Grimm expresaría: “ las oficinas, los funcionarios, secretarios, inspectores e intendentes no son nombrados en sus puestos para beneficiar el interés público: en realidad parecería que el interés público ha sido instaurado para que las oficinas puedan existir"

La tortuga de Mafalda, el personaje de Quino, se llama “Burocracia”, una clara alusión a la lentitud y torpeza del sistema, y el pensador mexicano Carlos Castillo Peraza terminaría por aseverar: “burocracia es el arte de convertir lo fácil en difícil por medio de lo inútil”. ¿Qué es lo que hace que la burocracia resulte tan antipática?


Su propia naturaleza entraña el germen de su inutilidad. Lo que en principio pareciera haber sido concebido para facilitar las cosas, se ha convertido a la postre en lo que entorpece que las cosas fluyan.
La burocracia procura establecer procedimientos estandarizados para dar curso a diferentes necesidades, lo que habría de garantizar la neutralidad, el tratamiento imparcial del usuario y la agilidad de gestión, al tratarse de una fórmula repetida una y otra vez. Sin embargo, esta estandarización redunda en que se vea marginado y desatendido todo lo que no quepa dentro de los parámetros previstos, encorsetados por la rigidez de la norma y difícilmente adaptables a nuevas circunstancias.

Aun animado por la buena voluntad de resolver las cosas, a veces un funcionario se encuentra atado de manos por el riesgo de inmiscuirse en las funciones de otro departamento o por verse subordinado dentro de una línea jerárquica en la que no goza de autonomía para tomar decisiones.

Pero, si esto es verdad en el ámbito de lo público, aquí y en todos lados, agravado además en ciertos casos por la corrupción y la negligencia, se desarrolla de manera similar en muchas esferas de la vida cotidiana.


En ocasiones las cosas se ralentizan y entorpecen a causa de la persona que aplica una norma que a veces es real, pero que a veces deriva de una creencia o suposición aceptada a lo largo de los años sin cuestionar su pertinencia . Por ello, sin llamar a la anarquía y sin detrimento de la calidad de los resultados, es necesario conferir cierta flexibilidad a los procedimientos para que estos sean eficaces, tendientes a lo que es su fin verdadero, viéndose cada quien movido a aplicar las normas de la manera más racional y útil posible. Quizá la clave radique, precisamente, en no perder de vista cuáles son nuestros objetivos.