El Universal, 4 de junio de 2013
En días pasados, los medios españoles dieron a conocer dos casos de profesionales que, habiendo sido ignorados en España, cosechaban reconocimiento a nivel internacional.
Nuria Martí, bióloga egresada de la Universitat de València, es coautora del informe en el que se describe cómo se obtuvieron por primera vez células madre humanas mediante clonación. La experiencia tuvo lugar en la Universidad de Ciencia y Salud de Oregon. Nuria había sido despedida del Centro de de Investigación Príncipe Felipe.
Por otra parte, la Sociedad Europea de Física acaba de conceder a Diego Martínez Santos el premio al mejor físico joven de Europa. Es un reconocimiento a su trabajo en el CERN de Ginebra, el mismo centro en el que se detectó el famoso “bosón de Higgs”. Diego efectuó el análisis de las desintegraciones de una partícula llamada mesón B o “partícula de la extraña belleza”, pero el programa español Ramón y Cajal, que pretende propiciar la repatriación a España de investigadores de alto nivel, había rechazado su curriculum a causa de su “escaso liderazgo internacional”…
El problema es universal. Diversos factores explican este tipo de situaciones, casi siempre asociadas a los niveles de inversión en programas i+d (investigación y desarrollo). Algunos estudios requieren de materiales, equipos y recursos humanos que suponen una notable erogación, no siempre prioritaria en los presupuestos nacionales. Pero en la medida en se limita la investigación local, se perpetúa la dependencia tecnológica y se frenan el avance científico y la formación de nuevas generaciones de investigadores que ofrezcan respuesta a las necesidades del entorno.
Hay, sin embargo, un factor aún más preocupante. Sucede que el martes pasado, a raíz del artículo titulado
¿Apátridas?, recibí el mensaje de un eminente catedrático de México, a la sazón caraqueño, que ponía el acento en un fenómeno frecuente: el desinterés y hasta la hostilidad de que son víctima quienes, tras haberse formado en el extranjero, regresan a su país en busca de una posición en la que desempeñarse.
El comentario del distinguido lector (lo de “distinguido” en esta oportunidad no es una figura de retórica) me trajo a la memoria infinidad de casos que recuerdo, con nombre y apellido, de naturaleza semejante. No en balde hay venezolanos destacadísimos en el exterior a quienes se les han cerrado las puertas en su propio país.
¿Por qué negarle un espacio a quien se ha formado a costa del esfuerzo que supone, no sólo la tarea de aprendizaje en sí misma, sino también el duro proceso de desvincularse de la propia casa y adaptarse a otro contexto? ¿Será acaso el temor a que queden en luz nuestras debilidades? ¿Será la consolidación de un sistema en el que nos apalancamos en una misma posición en lugar de sentirnos espoleados a mejorar? Es la presencia incómoda de un personaje que nos obliga a hacer un esfuerzo para estar a la altura…
Yo, por otra parte, comprendo que tiene que ser muy violento el percibirse defenestrado tras invertir años en forjarse una posición. Quizá la solución pasaría, a pequeña escala, por distinguir lo que son tareas administrativas de lo que es enseñanza, para que cada quien tuviese su propio espacio sin desplazar a nadie. Se justificarían así los medios invertidos en formar recursos humanos, aprovechándose el efecto multiplicador que tendría su labor docente.
Cabe señalar que muchas personas se forman sin ayudas ni becas, a sus propias expensas, así como debe resaltarse que el único antídoto contra la inseguridad en nuestra valía profesional es el estudio continuado, la actualización y la práctica.
La presencia de elementos calificados en nuestra sociedad, vernáculos o extranjeros, debería estimular la superación individual y colectiva cada día, en lugar de la cristalización en la mediocridad. Pero ya lo señalaba hasta Jesús, según consta en el Evangelio de San Marcos: un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa.
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