miércoles, 29 de agosto de 2012

Tita y el Manual de Carreño


El Universal, 28 de agosto de 2012



Los infortunios de Tita, protagonista de la novela Como agua para chocolate, de Laura Esquivel, hunden sus raíces en las estrictas costumbres sociales que la llevarían a renunciar al amor para cumplir con el sagrado deber de cuidar a su madre de por vida.

Sorprende encontrar, a lo largo del libro, diversas imprecaciones contra del Manual de Carreño: “¡Maldita decencia! ¡Maldito manual de Carreño!“. Y en otro sitio: “Con impaciencia esperó a que todos comieran su pastel para poder retirarse. El manual de Carreño le impedía hacerlo antes”….

El hecho de que en la novela, ambientada en el México de la Revolución, se mencione a Carreño como referente de lo que es apropiado, revela el impacto que la obra de este venezolano tuvo más allá de las fronteras.

Manuel Antonio Carreño nació en Caracas en 1812, y fue el padre de la conocida pianista Teresa Carreño. Se desempeñó como diplomático, Ministro de Hacienda y Ministro de Relaciones Exteriores. Destacó también por su labor pedagógica, sobre todo en el ámbito de la música. Como curiosidad, cabe destacar que era sobrino de don Simón Rodríguez, el ilustre filósofo y educador, que en realidad se llamaba Simón Narciso Carreño Rodríguez.

El Manual fue publicado, por entregas, en 1853, y el Congreso Nacional recomendaría su lectura en 1955. Su divulgación le ha valido a Carreño ser considerado como el precursor de la etiqueta en América Latina.

La vigencia del Manual de urbanidad y buenas maneras es indiscutible. Si bien algunas de las prácticas que recomienda pudieran resultar anacrónicas, la tolerancia y la cortesía siguen siendo estrictamente necesarias de cara a la convivencia.

Normas que pudieran parecer gratuitas responden a veces a la conveniencia de exteriorizar algunos estados de ánimo. La costumbre de no cruzar las piernas en la iglesia, por ejemplo, pretende denotar la actitud formal y atenta del feligrés, por contraste con una postura cómoda y relajada. Se trata de un asunto netamente convencional. En otros casos, la observancia de dichas pautas podría comunicar que se ha recibido una buena educación y que se está al tanto de lo que dicta la etiqueta para cada circunstancia.


Es difícil encontrar un punto de equilibrio entre la espontaneidad y el protocolo. Se valora la autenticidad, la posibilidad de actuar en coherencia con los propios sentimientos y deseos, básicamente porque ha costado mucho que estos pudieran abrirse camino entre prejuicios y convenciones sociales. Pero a veces se produce un conflicto entre lo que se quiere hacer y los efectos que esas acciones pudieran tener sobre otras personas.

Se trata, simplemente, de no incomodar a los demás. Comportamientos que perturban en algún sentido la tranquilidad de otros constituyen una falta de respeto flagrante hacia sus derechos, del mismo modo que dar rienda suelta a la ira u otras emociones es un síntoma inequívoco de poco autocontrol. Nadie tiene por qué sufrir los desmanes de quienes no saben contenerse: las personas que no pueden convivir con otros se llaman “sociópatas”, y con frecuencia están recluidas en cárceles o sanatorios.

Precisamente en estos días se discutía en el seno de cierta multinacional el concepto de empleado estrella, señalándose cuán poco se adelantaba al contratar a una persona muy productiva en el desempeño ciertas tareas si, por otra parte, no era capaz de mantener unas saludables y respetuosas relaciones con sus compañeros de trabajo, creando unas tensiones que repercutirían desfavorablemente en el llamado clima laboral.

La educación para la convivencia resulta una tarea prioritaria dentro y fuera del aula, que, en opinión de Cruz Pérez Pérez, debería acometerse a través del proyecto educativo, el clima de participación democrática en el centro de estudios, las asambleas de aula y el aprendizaje de normas. Resulta impostergable estimular estos aprendizajes, de naturaleza actitudinal, en favor de una interrelación más gratificante para todos. Todo ello sin permitir que nos suceda lo que a Tita.

jueves, 23 de agosto de 2012

Nidia tabárez de la A a la Z


El Universal, 21 de agosto de 2012


Nidia Tabárez


En el proceso de aprendizaje, algunas veces, el docente pone sobre la pista al estudiante para que transite por un camino que ya él ha recorrido previamente. En otras ocasiones, el camino se recorre junto con el alumno, en una relación en la que se comunican los hallazgos, se intercambian las interpretaciones, se rediseña la ruta.


Posiblemente a este segundo caso pertenezca Nidia Tabárez que, tras involucrarse en numerosas experiencias educativas con audiencias de las más variadas edades, intereses y condiciones, continúa investigando métodos y contenidos.


A su formación docente ha sumado otros méritos: la licenciatura en Artes, varias maestrías y dos doctorados, uno de ellos en Educación y otro en Artes Plásticas, las dos áreas que ha procurado correlacionar siempre y que la han llevado a incursionar en la actuación, el canto y el performance, tras egresar de la Escuela de Artes Plásticas Cristóbal Rojas, al tiempo que ha desarrollado una actividad académica que le conduciría a asumir la dirección del Departamento de Arte del Instituto Pedagógico de Caracas.


La honestidad de su tarea docente viene dada por la estrecha vinculación entre la teoría y la práctica, dentro de un proceso de reflexión que alimenta su producción artística, a su vez utilizada para comunicar sus inquietudes y su manera de percibir la realidad.


Dentro del corpus de su obra, la serie A, B, C… merece especial atención, por ilustrar un asunto que debería ser crucial en la tarea educativa: la proximidad entre los contenidos del aprendizaje, la realidad circundante y los fines de la Educación, que, en última instancia, no deberían ser otros que procurar la feliz interacción del individuo con su medio.


Nidia halló entre las cosas de su madre, que también había sido maestra, varias cartillas, varios cuadernillos de esos que solían emplearse para enseñar el abecedario a los niños y en los que, con vivísimos colores, se iba asociando cada letra a la imagen de un objeto, de modo que la “A” era para la abeja, la “B” era para el buey, el barco y el búho, y así sucesivamente.


El hallazgo de las cartillas encendió una reflexión: ¿cuáles serían las imágenes que una ciudad como Caracas proveería para cada letra? Nidia se percató de que muchas de las lecciones repetidas cotidianamente como mi mamá me ama o mi papá fuma pipa no eran más que frases vacías. Comenzó a indagar cuáles eran las palabras que las personas de su entorno asociaban a cada letra en su cotidianidad. De esa investigación surgieron, por ejemplo, marcha, mendigo, miedo, moto y muerto para la M; calle y caos para la C; reja y risa para la R; Bolívar para la B y delito y no han depositado para la D. Nidia plasmó cada letra en un cuadro, atemperando la ocasional acritud de los contenidos con un colorido predominantemente pastel.

No se trata de enseñar a leer a los niños con una cartilla construida a partir de las palabras seleccionadas (después de todo, la selección había sido efectuada por personas adultas) : el A,B,C de Nidia Tabárez constituye una forma muy personal de expresar la preocupación por el eventual distanciamiento entre la educación y la vida.


El principio de aprender a conocer, emanado del Informe Delors, requiere, en primer lugar, estimular a contemplar el entorno y a desarrollar una mirada crítica. Por otra parte, el aprendizaje más útil es aquel que tiene sentido, aquel que se articula con los conocimientos previos, con las experiencias cotidianas, con situaciones reales… Es lo que Ausubel denominaría aprendizaje significativo, conocimientos susceptibles de ser aplicados en nuevas situaciones y en otros contextos diferentes, en un proceso que se conoce como transferencia.

La idea de sociedad educativa, propugnada por la UNESCO, supone que cualquier situación del entorno puede generar aprendizajes. El reto es, en suma, propiciar a partir de la realidad local un conocimiento que sea útil en un mundo globalizado.

lunes, 20 de agosto de 2012

Aguar la fiesta


El Universal, 14 de agosto de 2012

Jacinto Convit
Que los venezolanos tengan éxito en el extranjero no debería ser una novedad: hay eminentes compatriotas destacándose en casi cualquier campo y con proyección internacional. Sin ir más lejos, allí están el doctor Convit, el Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles, peloteros, empresarios, artistas…… Tenemos razones para sentirnos satisfechos. Tenemos razones para estar orgullosos de nuestro país sin necesidad de que nos recuerden sus méritos con medallas.

Sin embargo, Limardo es la esperanza. Es la prueba fehaciente de que vale la pena esforzarse porque sí pueden cosecharse frutos. Pero en lugar de dormirnos en los laureles deberíamos analizar los cimientos sobre los que se ha edificado ese éxito y procurar extrapolarlos a otras situaciones menos felices.

Precisamente el amor a nuestro país es el que debería movernos a estar alertas y a identificar objetivamente los problemas que lo aquejan. Hay que celebrar los éxitos: deben animarnos al constatar que sí es posible alcanzar metas, pero no es conveniente cerrar los ojos a otras realidades que demandan a gritos ser resueltas, y que parecen acusar que ni nuestras instituciones ni nuestros métodos son los más adecuados para atender la situación de muchos de nuestros connacionales.


Rubén Limardo
Esta reflexión surge de los sorprendentes términos en que se ha ponderado la victoria de Limardo. Más que en sus méritos deportivos, la discusión parece haberse centrado en la eventual afiliación política del atleta. Y más que en el hecho de que su logro es el resultado de un considerable esfuerzo personal y una apropiada estrategia, parece que para explicar su triunfo bastara la feliz coincidencia de haber sido tocado por la mágica varita del gentilicio: es venezolano.


El diccionario de la Real Academia Española define el chauvinismo como la “exaltación desmesurada de lo nacional frente a lo extranjero”. El término, por cierto, parece provenir de la obra de teatro La Cocarde Tricolore (1831) de los hermanos Cogniard. En ella se satirizaba, a través de uno de los personajes, el fervor patriótico de Nicolas Chauvin, soldado de las huestes napoleónicas, famoso por su exaltación y su arrogancia.


Exacerbar los sentimientos nacionalistas puede ser un recurso para persuadir a las masas e inducirlas a actuar aun en contra de lo que el sentido común y la tolerancia dictan. Este procedimiento, con frecuencia asociado a ideologías totalitarias, puede a veces lograr la unidad en torno a ciertos valores. De hecho, el culto al héroe durante el siglo XIX y la exaltación de la figura de Bolívar, por ejemplo, contribuyeron a consolidar la unificación y la identidad nacional en momentos en que el país venía de ser sacudido por 730 combates y 26 revoluciones entre 1830 y 1888 (Vilda, 1993).


Sin llegar a esos extremos, una cosa es la más que justificada satisfacción por la tarea bien realizada, y otra permitir que se obnubile la razón necesaria para operar cambios y crecer. Sorprenden los comentarios en las redes sociales no sólo subrayando los méritos locales, sino también expresándose en términos peyorativos a propósito de otros países tradicionalmente vinculados al nuestro, que cuentan a su vez con sus propios méritos, quizá diferentes, pero igualmente válidos. Sorprenden estas actitudes en tiempos en que el concepto de aldea global gana preeminencia. Ya decía Guy de Maupassant, según citaba mi profesora Carmela Bentivenga: “El patriotismo es el huevo de las guerras”.


La ecuación es simple: si seguimos haciendo lo mismo, vamos a obtener los mismos resultados. Los logros no son productos del azar: son fruto de un esfuerzo desplegado conforme a un plan previo. Habría que responsabilizarse, cada uno en su propia parcela, por crecer y desarrollarse con el mayor nivel de calidad posible, en el ánimo de aprovechar al máximo las oportunidades que se plantean, pero también con el propósito de ofrecer lo mejor de cada uno a nuestros compatriotas. Precisamente, por amor a Venezuela

sábado, 11 de agosto de 2012

Ser, tener, hacer

El Universal, 7 de agosto de 2012



María Felix
Cuentan que en cierta ocasión Jacobo Zabludovsky le preguntó a la cantante mexicana María Félix: “¿Es verdad que a usted le gusta mucho el dinero?” Y ella, ni corta ni perezosa, respondió: “No es que me gusta: es que me calma los nervios”.

En su ocurrente expresión se compendiaban diferentes verdades. Es cierto que el dinero permite obtener bienes que satisfacen nuestras necesidades; es cierto que su carencia, ante la obligación de afrontar compromisos, puede ser fuente de innumerables zozobras; es verdad que, aún cuando valoremos las experiencias por encima de los bienes materiales, el dinero franquea el acceso, por ejemplo, a viajes o cursos. Pero no es razonable aferrarse a la idea de que el bienestar y la felicidad están condicionados exclusivamente por el tema pecuniario.

Obviando el capítulo de la Educación y la Salud, responsabilidad indeclinable del Estado, cabría replantearse varios asuntos relacionados con el poder adquisitivo.  El primero de ellos es la tendencia a juzgar el éxito de una persona por la cantidad de dinero que posee. Esto es sólo es cierto cuando refleja la capacidad de gestión de un individuo para alcanzar una meta, en caso de que su incentivo hubiera sido amasar una fortuna;  pero no es más exitoso este individuo que el que logra un objetivo de otra naturaleza, como concluir una carrera u obtener cierto puesto de trabajo. El éxito tiene lugar cuando se llega al propósito que se perseguía, cualquiera que éste fuera.

César Yacsirk
Cabe plantearse, también, si es indispensable el dinero para obtener ciertas cosas. Impulsadas especialmente por grupos ecologistas, proliferan alternativas para acceder a bienes y servicios utilizando valores de cambio diferentes a los monetarios. Resultan interesantes los centros de trueque, en los que se canjean unos bienes por otros y, particularmente, los bancos de tiempo, en los que la unidad cambiaria es la hora. En este caso, lo que se intercambian son servicios: cada quien ofrece una hora de actividad, en algún rubro en el que se considera experto, a cambio de una hora de otra actividad que no puede desempeñar por sí mismo.

En cualquier caso, parece ser cierta la máxima de que el dinero no compra la felicidad, aunque calme los nervios. César Yacsirk, experto en Psicología Positiva, explica cómo el modelo de Martin Séligman distingue cinco factores asociados a la sensación de bienestar: Emocones Positivas, Compromiso, Sentido, Relaciones Positivas y Logro (bajo el acróstico PERMA por sus siglas en inglés). Ninguno de estos factores está necesariamente asociado a la posesión de bienes sino, más bien, a la actividad del individuo, a sus vínculos afectivos y a la valoración de los eventos agradables  de la vida cotidiana. 


Gabriel Marcel
El binomio Tener o ser, que diera nombre a los libros de Gabriel Marcel en 1935 y de Erich Fromm en 1976, remite a dos maneras de existir, de enfrentar la vida: una, basada en la apropiación de bienes e ideas, y otra asociada al desarrollo personal. Quizá el ser se manifieste a plenitud en en un tercer elemento: el hacer. Es la acción la que reporta mayores satisfacciones cuando se traduce en logros; cuando permite establecer relaciones enriquecedoras con otras personas, y cuando lleva a vencer las propias limitaciones  y a sobreponerse a obstáculos y reveses, capacidad  que se conoce como "resiliencia" en el ámbito de la Psicología Positiva. 

Aunque el éxito es gratificante y fortalece la convicción de que  vale la pena intentar efectuar cambios en nuestra vida porque sí es posible lograrlos, la mayor recompensa proviene del crecimiento que depara el proceso mismo de ponerse en marcha, de diseñar estrategias y de experimentar los buenos y los malos momentos en el trayecto que conduce a la meta. Como decía el slogan de cierta agencia de viajes: la mitad de la diversión está en la travesía. Seguramente no  hacía más que parafrasear el poema de Konstantinos Kaváfis: No has de esperar que Itaca te enriquezca: Itaca te ha concedido ya un hermoso viaje.




jueves, 2 de agosto de 2012

¿Aprender con Videojuegos?


El Universal, 31 de julio de2012


Desde la irrupción del Atari con el celebérrimo Pong, en los años 70, la industria de los videojuegos se ha diversificado, desarrollándose en un mercado dominado básicamente por Microsoft (X Box), Nintendo (Wii) y Sony (Playstation). Paralelamente, también ha aumentado el número de horas que los jóvenes consumen frente a la pantalla, procurando alcanzar los desafíos que los ciber-diseñadores les plantean. Resulta natural, en consecuencia, preguntarse cuáles son los efectos que tiene esta actividad a la que se destina una importante parte de su tiempo.

Estudios realizados hace varios años parecían señalar que los videojuegos, especialmente los de acción, predisponían a la violencia y ocasionaban diferentes trastornos físicos y psíquicos. Sin embargo, algunos investigadores (Provenzo, 1991; Estallo, 1995) indican que los resultados de tales investigaciones no son concluyentes y que dichas aseveraciones son intuitivas y poco científicas. Lo que sí es verdad es que, entre las objeciones que pueden oponerse al uso de los videojuegos, está la posibilidad de que ocasionen una progresiva desensibilización a la violencia, al presentarla cotidianamente, y la tendencia a perpetuar ciertos estereotipos: contienen muchos de los valores dominantes en nuestra sociedad, y con frecuencia son sexistas o racistas. También puede darse una pérdida de los límites de tiempo y espacio.

Por contraste, resultan tranquilizadores otros hallazgos que han tenido lugar. Félix Etxeberria Balerdi, de la Universidad del País Vasco, efectúa una revisión en la constan al menos 262 informes de investigaciones internacionales, realizadas de 1984 a 1996 y relacionadas con videojuegos.

Green y Bavelier constataron que la visión periférica aumenta un 20% con los juegos de acción. Así mismo, se verificaron mejoras en la atención, la representación espacial y la resolución de problemas. También se descubrió un importante potencial terapéutico en los juegos para el tratamiento de ciertas disfunciones visuales. En general, aumentan la precisión y la velocidad de reacción.

Contrariamente a lo que se temía, no parecen deteriorar el desarrollo de las relaciones sociales, pudiendo potenciar el liderazgo y las posiciones de autosuperación, autoestima y autoconfianza. Estimulan la relación entre los jóvenes, especialmente cuando juegan en red. Desarrollan la creatividad y la imaginación, y refuerzan la constancia en perseguir metas.

Los videojuegos suelen clasificarse en cinco categorías; acción, aventura, desempeño de roles, simuladores y deportivos, aunque hay quien considera que estos últimos constituyen también una forma de simulación. Según su naturaleza, pueden alentar unas u otras actitudes. Así por ejemplo, lo juegos de acción requieren más de la coordinación viso- motriz que de pensamiento reflexivo; los de aventura requieren la resolución de problemas, y en los de estrategia se ejercita el pensamiento lógico y la planificación.

Ahora bien: hay asuntos que deben ser tomados en cuenta. Existen dos organismos confiables que clasifican los videojuegos: la RSAC ( Recreational Software Advisory Council) y la ESRB (Entertainment Software Rating Board). Ambas entidades comunican sus valoraciones mediante símbolos en las cajas que advierten acerca del contenido en cuanto a discriminación, drogas, miedo, lenguaje soez, sexo, violencia y juegos de azar. Estos indicadores analizados antes de adquirir un videojuego. Igualmente debe tenerse presente la edad para la que se consideran adecuados: se ha verificado que este es el indicador que menos se respeta.

El panorama, en fin, resulta más esperanzador de lo que se preveía, siempre que el uso del juego se mantenga dentro de lo que el sentido común impone, sobre todo en lo relativo al tiempo. Por último, habría que estimular el aprovechamiento del potencial educativo que entrañan para introducir el análisis de valores y fomentar una actitud crítica frente a las conductas que tienen lugar en la trama, lo que facilitará la reflexión y la comprensión de los procesos que el juego contiene.